Pando Barrero, Juan Miguel. Madrid, 13.IV.1915 – 10.VIII.1992. Fotógrafo.
Fotógrafo de arte e industria, corresponsal de guerra, retratista de gentes y paisajes, fundador de un gran archivo binacional (España/Marruecos). Hijo y nieto de tipógrafos, practicó los oficios de electricista y ayudante de botica, conocimientos que le fueron útiles cuando ingresó, a los quince años, en el estudio de Mariano Moreno, del que acabó siendo principal ayudante. Sus reportajes de las capeas en Illana (Toledo) y las maniobras militares en Retamares (Madrid), le valieron ser contratado por la agencia Associated Press.
La visión ecuánime y sincera (nunca trucada) de Pando sobre la guerra quedó certificada en la retirada de las masas campesinas que huían desde Talavera de la Reina hasta Madrid; en Toledo y la Ciudad Universitaria; en el cordal de batalla desde el puerto del Reventón —donde su hermano José desapareció en cruento combate— hasta los montes de Peguerinos; en Brunete o Guadalajara. A lo largo del asedio de la capital, Pando sumó prueba tras prueba de insólita madurez pese a su juventud (dos años menos que Robert Capa; seis menos que Agustí Centcelles). Su extraordinaria instantánea de un grupo de veintidós adolescentes, arengados por un líder de doce/trece años para cavar trincheras —en un solar anexo al cine Coliseum—, con las que defender los accesos a la Gran Vía en enero de 1939, es uno de los documentos más conmovedores de aquella guerra, a la que, en su desesperada clausura, sosiega con la inocencia del hombre-niño.
En 1940 instituye Foto-Pando, agencia dedicada al reportaje de actualidades, de los acontecimientos deportivos y distribución de originales —los procedentes de las agencias estadounidenses y británicas— relativos a las operaciones en los frentes de la conflagración mundial. En esta empresa gráfica —cerrada en 1945— encontraron efímero refugio (laboral) algunos reporteros de la desaparecida España republicana.
En mayo de 1949, al aceptar el encargo de fotografíar los festejos con motivo de la boda, en Tetuán, del jalifa Muley Hassán ben el Mhedi, el ex corresponsal se enfrentó a inesperados conflictos: una sociedad hospitalaria pero hostil a toda intervención fotográfica; un país de clases a la vez que amurallado en sus costumbres; unas soledades y distancias que parecían impedir la exhumación de un mundo perdido, aunque cercano en sus sentimientos. Desde la sorpresa vivida, Pando descubrió, al regresar, su propia patria antigua, pareja de la africana: una España almenada en su reserva moral; grandiosa y humilde; velada en su recato aunque transparente en sus posturas. En treinta años de viajes (de 1949 a 1979), Pando rubricó su modo de hacer: esperar la luz (incluso la nube) propicia (o desistir de la toma); jamás recurrir al fotomontaje (de celajes o figuras); aguardar los cambios, espontáneos, de las personas que seleccionaba en el visor de su cámara (y no prestaban atención a ésta); de llegarse al retrato por aceptación del modelo, facilitar a éste su mayor autonomía de expresión, su lenguaje corporal nato.
Tan sólo Pando y Ortiz Echagüe han profundizado —desde modos opuestos pero complementarios— en los horizontes y fragmentos de la vida española, marroquí y sahariana; empeñados en descubrir la centralidad mistérica de tales mundos a través de sus campos, fortalezas, gentes y desiertos. Su común apasionamiento anuló la diferencia de edad entre ambos (veintinueve años), reforzando una estrecha relación personal —y de sus respectivas familias—, que perduró hasta la muerte (en 1980) de Ortiz Echagüe.
El sentido monumentalista —en el tratamiento del paisaje, de las obras públicas o del urbanismo— en Pando, así como su preferencia por los negativos en formato de 4”x5” —propios de las cámaras Speed Graphic de reportaje que utilizó hasta el final de su vida fotográfica—, reafirman las influencias —técnicas y estéticas— americanas en su obra.
Pando, que supo crear escuela y empleo —Estudios Pando daba trabajo, en 1976, a veintiún profesionales (diecisiete fotógrafos y cuatro oficiales administrativos)—, decidió retirarse al año siguiente, limitado en sus movimientos por las secuelas de un accidente de automóvil sufrido en 1963. En La Gomera, donde pasó tiempos de calma con su colaboradora y esposa Manuela Despierto Vázquez, realizó sus últimos negativos antes de que la enfermedad de Alzheimer se apoderase de él. En 1983 quedó postrado en una silla de ruedas. Así permaneció nueve años. Sus cenizas fueron esparcidas (29 de agosto de 1992) en las estribaciones de Cabeza Líjar (divisoria del Guadarrama), donde había conseguido varias de sus mejores fotografías como corresponsal. Su único hijo, Juan, sostuvo el estudio, gracias a la fiel ayuda de María Jesús de Cea, hija política (y moral) del maestro, en los dieciséis años siguientes al retiro de éste (de 1977 a 1993).
Una selección de sus mejores vintages (copias de autor) sobre la Guerra Civil forma parte de las colecciones del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid. La práctica totalidad de su archivo fue depositado (en 2004-2005) en el Instituto del Patrimonio Histórico Español.
Bibl.: J. Camón Aznar (coord.), Fotografía, Luz y Vida en el Club Pueblo, Madrid, Club Pueblo, 1968.
Juan Pando Despierto