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San Francisco Fernández de Capillas

Biografía

Fernández de Capillas, Francisco. Baquerín de Campos (Palencia), 15.VIII.1607 – Fogán (China), 15.I.1648. Misionero dominicano (OP), protomártir de China y santo.

Nacido en una familia de acomodados labradores, pronto dejó el pueblo y se trasladó a la ciudad de Palencia, donde continuó sus estudios y encontró su vocación religiosa. Dos conventos entraban en su consideración: San Pablo de Palencia y San Pablo de Valladolid, de los que escoge éste por ser convento de estricta observancia dominica. Después de profesar siguió sus estudios institucionales y, cuando aún era diácono, escuchó la llamada a la misión del Extremo Oriente. Se embarcó en Sevilla, atravesó el Atlántico y desembarcó en Veracruz. A pie atravesó México y en Acapulco se volvió a embarcar para cruzar el Pacífico y llegar a Filipinas, donde finalizó su viaje. Llegado a su destino, termina sus estudios institucionales, es ordenado sacerdote y asignado a la misión del valle de Cagayán. A finales de diciembre llega a Lal-lo, conocida entonces con el nombre de Nueva Segovia, sede episcopal y capital de la provincia.

Consciente de que su labor de siembra no fructificaría sino por la fuerza de Dios, Francisco empieza una vida de oración y mortificación que rayaba en lo heroico. El hospital de Tacolona fue testigo de su caridad para con los enfermos, a los que visitaba dos o tres veces al día. Los pueblos de Camalaniugan, Gattaran, Piat..., las islas Babuyanes y el valle de Cagayan presenciaron sus penitencias, su pronta respuesta a las necesidades de los nativos, su diligencia en la administración de los sacramentos y el gran celo por la predicación del Evangelio durante los nueve largos años en que ejerció allí su apostolado.

Pero en lo recóndito de su corazón escuchó la voz que le llamaba para que acudiese a China. Así se lo hizo saber a sus superiores. Otro fraile que tenía precedencia para ir a China renunció a su derecho, por lo que Francisco ocupó su lugar.

No fue fácil el camino hacia China. Por unas razones u otras, tuvo que quedarse ocho meses en la isla de Formosa. Al llegar a Fogán, China, le encomendaron el distrito de Xeuning, región montañosa y con pocos medios de comunicación y sin una cristiandad donde establecer el centro de sus actividades.

Los cuatro años, de 1642 a 1646, fueron de intenso y fructífero apostolado. Su predicación fue auténticamente itinerante. La paz en China era un lujo. Las envidias por las numerosas conversiones levantaron los ánimos contra la religión extranjera y se profirieron blasfemias, calumnias y falsas acusaciones ante los magistrados. La causa cristiana fue valientemente defendida por Pedro Ching, que pagó con su muerte tal defensa. La persecución comenzó en Fogán. La Iglesia volvió a las catacumbas. Las iglesias fueron saqueadas y robadas. Francisco de Capillas y sus compañeros se refugiaron en Tingtao, lugar más apartado de Fogán, y desde allí atendieron a los cristianos. En una de esas correrías fue apresado e interrogado, pero cuando los soldados vieron que no llevaba contrabando le dejaron marchar.

No ocurrió así cuando, poco después de una correría apostólica por las inmediaciones de Fogán y cuando volvía a Tingtao, fue sorprendido por unos soldados tártaros que le apresaron, le echaron la soga al cuello y, a paso de caballo, le llevaron a la presencia del mandarín de guerra de Fogán. Era el 13 de noviembre de 1647. Cuatro interrogatorios sufrió Francisco de Capillas en este primer día de su prisión, pasando dos veces del tribunal del mandarín de guerra al del mandarín civil, para terminar el día condenado a pasar la noche en la prisión. Al hacer el examen de conciencia aquella noche dio gracias a Dios por el apostolado realizado al exponer y defender las principales verdades de la fe cristiana ante jueces y mandarines.

Al día siguiente, convocado ante el tribunal civil, fue sometido a “la tortura de los tobillos”, que producía unos vivísimos y agudos dolores. Su fortaleza en el sufrimiento, y el hecho de que después del tormento fuera por su propio pie hasta donde estaba el mandarín, hizo creer a éste que todo era fruto de embrujo y así mandó a los verdugos que descargaran veinte golpes en los torturados pies y que apretaran aún más los tobillos. Sin desfallecer, sin la menor queja, soportó el confesor de Cristo todos los tormentos. El mandarín le condenó a morir de hambre en el calabozo.

Durante los dos meses de estancia en la cárcel, se levantaba temprano y se preparaba como si fuera a celebrar el santo sacrificio de la misa, terminando con la comunión espiritual. El resto del día lo repartía entre la meditación y la predicación a los presos. A uno de ellos, catecúmeno, lo bautizó poco antes de ser degollado; a otro lo bautizó momentos antes de morir. Un mes llevaba en la cárcel el confesor de Cristo, cuando, de improviso, entró en ella el mandarín y encontró a su prisionero condenado a morir de hambre, alegre y lleno de vida, fuera del calabozo de los condenados a muerte. Airado al verse defraudado, dio órdenes de azotarle con tal crueldad que su cuerpo, magullado y hecho una llaga, quedó sin fuerza aun para moverse.

En adelante, su prisión fue más rigurosa y le volvieron a azotar una vez más. Un prisionero acusó a los cristianos de apoyar a los enemigos del virrey chino Lieu capitaneados por el extranjero condenado a morir de hambre en la cárcel. Esta nueva acusación bastó para que el mandarín sentenciase a muerte a Francisco de Capillas.

El padre Capillas rezaba el rosario en compañía de Domingo Ko y de otros cristianos y catecúmenos cuando irrumpió en la cárcel un emisario del juez con órdenes de llevarse al prisionero extranjero. Se despidió de sus compañeros de prisión y se dejó conducir a la presencia del juez que le esperaba en una garita de la muralla. No hubo interrogatorio ni juicio. El mandarín se limitó a sentenciarle a pena de muerte por ser caudillo y cabeza de los que eran seguidores de unas creencias extranjeras impías y escandalosas, causantes de un sinnúmero de desdichas y miserias al pueblo chino. De rodillas, Francisco de Capillas escuchó la sentencia de muerte. Entregado al verdugo, éste le mandó levantarse y le despojó de todas sus vestiduras.

Desnudo y precedido de otro reo, también condenado a muerte, el mártir comenzó a descender, con las manos cruzadas sobre el pecho, por el camino de acceso a la puerta de las murallas. Apenas había dado unos pasos cuando el verdugo, que caminaba detrás, le dio la orden de arrodillarse y, acto seguido, descargó un fuerte golpe de catana sobre el cuello del mártir, separando de un solo tajo la cabeza del cuerpo.

Era el 15 de enero de 1648.

Dos días estuvo el cadáver expuesto en el lugar del suplicio para escarmiento de los cristianos. Los tártaros impidieron rescatar el cuerpo, pero sí permitieron enterrar la cabeza. Más tarde, cuando los tártaros fueron expulsados de Fogán, el padre García rescató el cadáver del mártir, al que reconoció por las medidas.

Sólo tenía corrupto el vientre; las demás partes del cuerpo no presentaban señal alguna de descomposición.

Sus reliquias fueron veneradas durante un siglo por misioneros y fieles cristianos. En 1746, al ser hechos prisioneros los Santos Sanz y compañeros mártires, se apoderaron los infieles de las reliquias y, para evitar que los cristianos continuaran tributándoles veneración, las enterraron en las afueras de la ciudad de Foochow, sin que se sepa hasta el presente el lugar. La cabeza del mártir, desenterrada el mismo día en que se recogió el cuerpo, fue depositada en una hermosa caja y enviada a Manila. Más tarde fue trasladada a España y entregaba a los dominicos del convento de San Pablo de Valladolid, donde se guarda como la reliquia más insigne. Benedicto XIV le proclamó protomártir de China el 16 de septiembre de 1748 y san Pío X le beatificó solemnemente el 2 de mayo de 1909. Fue canonizado por Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000.

 

Bibl.: J. Peguero (OP), Historia en compendio de la Provincia del Santísimo Rosario de Filipinas, 1690, pág. 91 (ms. en el Archivo Provincial de Nuestra Señora del Rosario); B. de Santa Cruz, Tomo Segundo de la Historia de la Provincia del Santo Rosario de Filipinas, Japón y China, Zaragoza, Pasqual Bueno, 1693, págs. 24-28, 107-111 y 172-204; J. Recoder (OP), Vida del Protomártir de China Beato Francisco de Capillas, Ávila, A. Jiménez, 1909; A. M. Bianconi (OP), Breve reseña de la vida, apostolado y martirio del Beato Francisco de Capillas, de la Orden de Predicadores, Ávila, 1910; P. Álvarez, Santos, Bienaventurados, Venerables de la Orden de Predicadores, vol. 2, Vergara, 1921, págs. 339-347; J. M. González, Historia de las Misiones de la Provincia del Rosario en China, vol. I, Madrid, 1954, págs. 210-219; “Fernández Capillas, Francisco”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 917-918; S. Luis Rodrigo (OP) (coord.), Protomártir de China, Beato Francisco de Capuillas, O. P., Manila, Colegio de Santo Tomás, 1986; C. Montero, “Mártires de China”, en C. Puebla Pedrosa, Testigos de la Fe en Oriente, Mártires Dominicos en Japón, China y Vietnam, Hong Kong, Secretariado Provincial de Misiones, Provincia Dominicana de Nuestra Señora del Rosario, 1987, págs. 169-171; S. Velasco (OP), Vida del Protomártir de China, Beato Francisco de Capillas, Palencia, 1989; H. Ocio, G. Arnaiz y E. Neira, Misioneros dominicos en el Extremo Oriente, vol. 1 (1587-1835), Manila, Life Today Editions, 2000, págs. 152-153.

 

Maximiliano Rebollo, OP