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Juan Ortega de Prado

Biografía

Ortega de Prado, Juan. El Escalador. ¿Cuenca?, s. m. s. xv – Málaga, V.1487. Caballero, héroe, escalador de fortalezas.

Aunque José Amador de los Ríos afirmaba la ascendencia de este personaje en el linaje del maestre de Calatrava Juan Núñez de Prado y su nacimiento en la villa de Madrid (J. Amador de los Ríos y J. deD. de la Rada y Delgado, 1862: 172 y ss.) ninguna de las fuentes por él invocadas (Zurita, Abarca, e incluso Washington Irving) contiene tal afirmación, contradicha en cambio por repetidas menciones cronísticas que fijan su oriundez, bien en tierras de Cuenca (Diego de Valera) o bien en tierras de León (Fernando del Pulgar).

En la localidad jienense de Albánchez se mantiene la memoria, más o menos cierta, de que su Honrado nativo, Juan de Ortega, luchó en la Guerra de Granada al servicio de la reina Isabel la Católica, de la que obtuvo la concesión de su honra y de quien se conserva una espada en la que aparece grabado su nombre —el Honrado— y su correspondiente escudo heráldico.

Su más probable identidad parece finalmente fijada por el hasta ahora más autorizado historiador moderno de la Guerra de Granada Juan de Mata Carriazo, como “Juan Ortega de Prado, natural de Cuenca y vecino de Carrión”.

La pérdida por los cristianos de la ciudad andaluza de Zahara en la noche del 17 de diciembre de 1481 suscitó la ardiente voluntad de su recuperación, desde las más altas personalidades del Reino hasta en el propio pueblo de todas sus esferas sociales.

Conocedores los medios militares de las dificultades que tal empresa entrañaba (habida cuenta de su profundo adentramiento en el seno de las tierras nazaritas), así como de sus arduas peculiaridades defensivas, prudente contención hubo de mantenerse en las inmediatas fechas siguientes a su caída.

En la noche del 28 de febrero del año entrado, ya el marqués de Cádiz, Rodrigo Ponce de León, el más aguerrido y poderoso de los magnates sureños, coordinó sus señoriales fuerzas con las milicias de las villas cercanas, así como las del propio adelantado de Andalucía Pedro Enríquez, y tras una silenciosa cabalgada condujo hasta las lindes de la dormida ciudad musulmana de Alhama.

Al frente de una vanguardia de doscientos hombres, un destacamento de quince, portadores de “trozos de escala” para asalto, iniciaron éste, comandado por el tenido por experto voluntario Juan Ortega de Prado, joven hombre de armas, de cuya anterior experiencia al servicio del rey Juan de Aragón y su sucesor Fernando eran conocidas las hazañas en las guerras del Rosellón. Una crónica cercana transcribe así el episodio: “Dicen que al subir de a escala volvió el escalador [J. de O.] la cabeza y muy paso dixo a Martín Galindo [que le seguía y que por cierto recibió luego una cuchillada en la cabeza]: ¿Quién viene ahí tras vos? Dixo Martín Galindo que Juan de Toledo ¡Pese a tal, dixo el escalador, ¿tal hombre traes para tan gran cosa? Andad adelante, dixo él, que allá arriba lo veréis.

Y así fue, que el de Toledo en aquella entrada hizo maravillas y con él subieron otros XXX escuderos, los quales entraron en la fortaleza y se apoderaron de ella y dieron entrada a la otra gente”. Con lo que quedó consumado el asalto que muy bien puede ser considerado como arranque de la definitiva Guerra de Granada y, con ella la coronación de la Reconquista.

Excelente manifestación plástica del extraordinario acontecimiento ofrece la talla de uno de los tableros de la sillería baja de la Catedral de Toledo, obra de Rodrigo Alemán, representando a escala vista el asalto de la muralla de la ciudad.

Una segunda acción de la intervención decisiva de Juan Ortega de Prado, de la que se posee testimonio escrito, es la proporcionada por el cronista Alonso de Palencia al narrar la argucia que condujo a la recuperación de la perdida Zahara el 27 de octubre de 1483. Tras la ocultación nocturna de otra patrulla de diez hombres comandados por Ortega, bajo unas rocas fronteras a los muros de esta ciudad, otro piquete, esta vez montado, provocó frente a sus puertas del recinto la atención y concurrencia de sus defensores. Colocadas y subidas rápidamente las escalas por los asaltantes, pronto fue advertida la estratagema, lo que permitió reaccionar de inmediato el auxilio de hasta cincuenta moros que rechazaron inicialmente el asalto. Pero no impidieron que el incremento de los ascendidos exigiera nuevo refuerzo por los de la puerta, lo que facilitó en definitiva la ocupación de la villa por los escaladores. Cuatro metros costó, sin embargo, la hazaña a los diez asaltantes quienes encabezados por el héroe Ortega y derribados hasta el pie de la fortaleza resistieron la lluvia de piedras que desde lo alto les arrojaron los defensores.

La experiencia de Juan de Ortega produjo otro gran servicio a la estrategia del propio Rey Católico, quien obstinado en su empeño de recuperar la villa de Loja, en la noche del 21 de enero de 1485, hubo de rendirse a la evidencia del consejo del escalador, contrario a la pretendida instalación de sus artes y la acción de su tropa de veinte hombres fatigados y transidos de lluvia y de frío en las peores condiciones de una oscura noche.

Un grave revés sufrió en otra ocasión el valeroso condottiero al haber logrado coronar con treinta desus seguidores la ocupación de las cuatro torres del castillo de Mijas (Málaga) en septiembre de 1485.

Hostigado por una masa de defensores desde el interior de la fortaleza, prendió fuego a la atalaya, y sólo la mitad de los ocupantes consiguió abandonarla: “Los siete tunbando por las escalas —escribe en su crónica Diego de Valera—, e los otros siete por el muro, donde algunos se quebraron las piernas e otros los braços. Y entre aquestos fue mucho ferido Ortega de Prado; e así él e los otros que escaparon llegaron donde la gente covarde estava, por la poquedad de los quales se perdieron alli hombres muy buenos y esforçados e quedaron los moros con su fortaleza”.

El final de la “espeluznante especialización” del personaje tuvo lugar en un día temprano de mayo de 1487, después de haber ocupado la noche anterior, junto con algunos caballeros sevillanos, una fuerte torre del arrabal en el cerco de Málaga. Al amanecer del día siguiente, se apresuró a reconocer el muro que unía la alcazaba baja hasta Gibralfaro, por ver si la destrucción causada por el batir de las bombardas cristianas hubiera podido facilitar su próxima escalada.

Cuando la certeza de una flecha disparada entre la nube de ellas por el enemigo acabó prontamente con su vida.

“Los Reyes y todos los demás capitanes —escribe Alonso de Palencia, quizá su más fiel cronista— sintieron honda pena por la muerte de Ortega Prado, y con razón, porque además de su valerosa actividad para tomar todos los menesteres de la guerra, eran notorias sus relevantes prendas de carácter”. De la alta apreciación que sus servicios merecieron hasta de los propios Reyes, hablan las concesiones que de tal origen acreditan la documentación pertinente: singularmente el Registro del Sello conservado en el Archivo General de Simancas.

De tal fuente se desprende también el conocimiento de su más inmediata familia avecindada en Sevilla: su esposa Inés Barba, sus hijas María del Prado y Mayor Osorio (las tres nombradas con tratamiento de “Doñas”, no se sabe si por disposición póstuma de su cabeza familiar; las últimas, ya casadas con los hermanos Luis y Sancho de Carranca respectivamente); y el único y al parecer hermano menor, Juan de Prado, “de diez e siete años más o menos, segund que por su aspecto paresce” en 1501.

El alguacil sevillano Alonso Osorio, primero, y el tío de los menores, Juan Barba, después, fueron sucesivamente apoderados para gestionar ante el Fisco Real las rentas que en virtud de las mercedes otorgadas a su difunto padre les correspondieran. Éstas fueron realmente cuantiosas y arrancan de las concedidas con fecha 26 de diciembre de 1483; atendido precisamente el expreso reconocimiento regio a su merecedor que “en la cibdad de Halama fuystes el primero de la escala”.

 

Bibl.: J. Amador de los Ríos y J. de D. de la Rada y Delgado, Historia de la Villa y Corte de Madrid, t. II, Madrid, Est. Tipográfico de J. Ferrá de Mena, 1862, pág. 172 y ss.; Mosén Diego de Valera, Crónica de los Reyes Católicos, ed. y est. por J. de M. Carriazo, Madrid, 1927; F. del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, vol. II: Guerra de Granada, ed. y est. por J. de M. Carriazo, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1943; J. de Mata Carriazo, “Historia de la Guerra de Granada”, en L. Suárez Fernández y J. de Mata Carriazo, La España de los Reyes Católicos, intr. de R. Menéndez Pidal, en Historia de España de Menénez Pidal, vol. XVII-1, Madrid, Espasa Calpe, 1969, págs. 387-914; A. de Palencia, Crónica de Enrique IV, vol. III: Guerra de Granada, intr. de A. Paz y Melià, Madrid, Atlas, 1975 (Biblioteca de Autores Españoles, 267); E. Benito Ruano, “Ortega el escalador”, en En la España Medieval. Estudios en memoria del prof. D. Salvador de Moxó, t. I, Madrid, 1982, págs. 147-160 [reed. en E. Benito Ruano, Gente del siglo xv, Madrid, Real Academia de la Historia, 1998, págs. 121-148 (Serie Clave Historial, 5)]; J. de Mata Carriazo, Los relieves de la Guerra de Granada en la sillería del coro de la catedral de Toledo, pról. de A. Domínguez Ortiz, Granada, Universidad, 1985.

 

Eloy Benito Ruano

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