Becerril, Francisco. Cuenca, 1494 – 1.III.1572. Platero.
Natural de Cuenca, Francisco Becerril está considerado uno de los plateros más importantes que trabajaron en España durante el siglo xvi. Junto con Juan de Arfe, fue el artífice que más altas cotas de calidad imprimió a la platería renacentista nacional, convirtiendo a la capital manchega en uno de los principales referentes de este Arte en toda Castilla. De entre su extensa producción se hace obligatorio destacar la elaboración y la construcción de la gran custodia de asiento de la catedral de Cuenca, una obra que abarcó la práctica totalidad de su vida profesional y en la que trabajó entre 1528 y 1571. Esta custodia, destruida por los franceses en 1808, debió de constituir por sí misma una perfecta síntesis del lenguaje estético renacentista, armónico y detallista, empleado en la platería nacional durante su centuria más trascendental.
De ella tan sólo se conservan unos supuestos fragmentos guardados en el Museo Victoria & Albert de Londres, según se ha dicho, comprados en Cuenca como “figuras salvadas de la destrucción de la custodia”. Su estilo fue el renacentista, que desarrolló empleando recursos que fue variando conforme a las evoluciones del gusto; repertorios decorativos presentes en la obra de algunos insignes grabadores italianos que recreó de forma original en toda su obra, con el ímpetu propio del clasicismo decorativo que con tanto gusto y afán cultivó.
Tan importante figura dejó una indudable estela seguida por otros artífices de sus entornos geográfico y cronológico, así como por su primer hijo, Cristóbal.
La obra de esta saga, valorada en conjunto, ha sido calificada por algunos especialistas como la muestra más bella e importante de la técnica aplicada al arte de la platería española, tan sólo superada por la de los Arfe, plateros de León.
Tal y como ocurría en cualquier otra ciudad castellana del siglo xvi, en Cuenca los plateros y sus viviendas, con establecimiento en algunos casos abierto al público, estaban situados en una zona concreta de la ciudad, una calle cerca de alguna iglesia, de la que sus vecinos solían ser parroquianos. Tras su fallecimiento, el padre de Francisco, Álvaro Becerril, dejó dos casas en la ciudad, fue una de la calle Correría la que Francisco ocupó en primera instancia, un inmueble sometido a un censo a favor de la fábrica de la catedral por el que el platero pagaba un precio anual y sobre la que tenía poder para subarriendo. Lo mismo ocurría con una segunda casa situada en la calle de la Pellejería, cuyos derechos adquirió Francisco a su hermano Alonso cuando, en 1528, éste decidió abandonarla para ocupar otro inmueble en la calle de la Correría. Cuando en 1534 Alonso liquidó el censo de la calle Pellejería, le vendió la casa a Francisco y en ella fue donde empezó a elaborar la gran custodia de la catedral.
No se conocen datos concretos sobre su formación; aunque se ha sugerido la posibilidad de que fuese su propio padre quien le iniciase en este Arte, tuvo que ser necesaria la intervención del taller de alguno de los importantes orfebres conquenses de las dos primeras décadas del siglo xvi, como lo fue el que posteriormente sería su suegro, el platero Alonso Álvarez.
Sin embargo, no existe documentación que lo sitúe aprendiendo en un obrador determinado y los resultados de su trabajo no determinan una influencia clara a la hora de contraponerlos con la obra conservada de las principales figuras de la orfebrería de su momento. Tampoco se conoce con precisión el funcionamiento de su taller, que debió de estar instalado en la calle de la Pellejería, vía urbana en la que estaban establecidos los negocios de otros artistas y artesanos; en ningún caso, la documentación menciona que mantuviese algún tipo de establecimiento legalmente abierto al público en el que fuese dispensada su mercancía.
Sin embargo, es evidente que vendía obras, aceptaba encargos y que diseñaba trazas de las piezas que posteriormente se labraban en su obrador. Entre 1523 y 1532 se conservan los contratos de cinco aprendices a los que aceptó bajo su pupilaje, aunque más significativa parece la presencia de otros plateros trabajando en su taller, hasta siete diferentes revelan su actividad en el obrador de Becerril. De distintos niveles y procedencias, entre ellos destaca la figura del sevillano Juan Ruiz, muy probablemente personaje al que más adelante apodarían como el Vandalino y del que se dice introdujo la técnica de torneado en la platería española. El empleo de algunos oficiales era habitual en los talleres de los principales plateros de cada ciudad, que en muchos casos eran empleados en procedimientos habituales y rutinarios; sin embargo, no son muchos los casos en los que se tiene documentado el trabajo de hasta siete ayudantes, mucho menos si se trata de plateros activos en pleno siglo xvi.
Estos datos, unidos a la notable producción de obras que aún se conservan firmadas por Francisco Becerril, indican que su taller debió de ser próspero y que, más allá de la mencionada custodia, en él nunca faltó trabajo gracias a los contratos que firmaba para labrar piezas de índole religiosa, su principal fuente de sustento y desarrollo.
Sin embargo, su mayor contribución a la historia y al desarrollo del Arte español fue, sin duda, la custodia procesional de la catedral de Cuenca. En 1526, Becerril firmó un contrato con el obispo Diego Ramírez para realizar las trazas de un gran ostensorio cuyos detalles no se especificaban, que se confrontarían con otra muestra realizada en Toledo aquel mismo año. El diseño de Becerril fue considerado conveniente y, el 22 de octubre de 1528, se determinó que fuese este orfebre el encargado de acometer la obra de la custodia, en la que se emplearían quinientos marcos de plata, en total ciento quince kilogramos. Fue entonces cuando comenzó un largo proceso plagado de interrupciones, debidas a los continuos pleitos que Becerril mantuvo con los miembros del Cabildo catedralicio en lo que parece una continua reivindicación por mantener sus condiciones laborales, que no culminó hasta 1573, año en que se viene considerando que la obra de la custodia quedó terminada.
Los años que empleó Becerril en realizar esta monumental joya son, en cualquier caso, muchos si se comparan con el tiempo que, por ejemplo, Enrique de Arfe precisó para labrar custodias de semejante dificultad, períodos que nunca excedieron de los diez años. De la descripción que Ponz realizara en 1774 y el testimonio de sus otras piezas, se desprende que la obra de Becerril prescindió de los elementos góticos, tanto en el plano estructural como en el decorativo.
En este sentido resulta innovador si se tiene en cuenta que la custodia de Toledo, pieza de carácter renaciente dotada del particular matiz goticista de la obra de Enrique de Arfe, se terminó en 1524. Tan sólo dos años después Becerril entregó las trazas de su proyecto al obispo conquense, un diseño en el que debió de primar la sucesión en altura de cuerpos organizados mediante armoniosos arcos de medio punto, columnas principalmente abalaustradas, medallones y decoración agrutescada, cargada de detalles y proporciones ajustadas a un canon de raíz italianizante.
En sus diferentes pisos proliferaban abundantes figuras de bulto en diversos tamaños y ademanes, en un completo programa iconográfico que, junto con las placas de relieves, transmitía un claro mensaje sobre el triunfo y la fortaleza de la Iglesia. Durante el largo período de elaboración de esta custodia, la platería española fue experimentando cambios notables; del predominio del grutesco se pasó al gusto romanista que, sin desdeñar por completo los elementos decorativos habituales en la primera mitad de la centuria, dio a sus representaciones nuevos volúmenes, mayor realismo y prestancia; todas ellas fueron características de la obra de los más aventajados plateros pertenecientes a la generación posterior a Becerril, algunas de estas cualidades fueron sin duda recursos cristalizados en la platería por este artista conquense.
La obra final se excedió del peso contratado en un principio, alcanzando los ciento cuarenta y un kilogramos (seiscientos dieciséis marcos). Según Ponz, la pieza contenía una inscripción en la que se indicaban sus fechas de inicio y conclusión, 1528-1573; la cuenta total que Becerril fue cobrando a lo largo de toda la obra ascendía a más de 180.000 reales, equivalente al precio de una serie completa de tapices de Bruselas, uno de los géneros más caros de las manufacturas de la Edad Moderna.
Sus obras conservadas son abundantes y de variada tipología: cálices, cruces procesionales, custodias de diversos tipos o bellos portapaces; su producción está jalonada por algunos de los más bellos objetos de culto de los que se conservan en España. Todas estas tipologías cuentan con, al menos, un ejemplar de alta calidad, de entre los que se pueden destacar el cáliz del Museo Arqueológico Nacional, la cruz de la iglesia de la Puerta (Guadalajara, 1540), como su primera obra conservada y recogida también documentalmente, las custodias de asiento de Villaescusa de Haro (1529), Buendía o Hiniesta (1556), o los portapaces de la catedral de Cuenca, actualmente en paradero desconocido. Al igual que ocurre con la custodia de la catedral, muchas de sus obras documentadas no se conservan en la actualidad y las que lo hacen carecen en bastantes casos de soporte documental.
De entre las desaparecidas, está la custodia de la Orden de Santiago de la localidad de Campo de Criptana, cuyo libro de visitas describe una preciosa pieza de asiento de ocho kilogramos de peso, de bella factura, contratada con Becerril en la década de los años sesenta del siglo xvi. Muy cultivada por él fue la tipología de cruz procesional; de entre sus modelos más habituales, destaca uno que se ha venido considerando como el más típico de su producción: una variante de brazos rectos con añadidos circulares distribuidos equilibradamente por su estructura, nueve en cada frente. Este tipo de cruz procesional se reconoce en su producción desde 1560 hasta 1565, y fue precisamente un esquema que cuajó profundamente no sólo entre los diseños más habituales de sus sucesores conquenses, sino entre una parte considerable de los plateros castellanos del último cuarto del siglo xvi. Se conocen piezas similares labradas in situ, en puntos tan alejados de Cuenca como Burgos, Palencia o León.
No existe apenas constancia documental sobre la obra que Francisco Becerril realizaba para su clientela civil, a excepción del contrato sobre una pieza de beber y un jarro italiano que, en 1571, se comprometió a labrar para un vecino de su ciudad. Sin embargo, debió de conocer y trabajar también los tipos domésticos, sobre todo durante el tercer cuarto del siglo xvi, dado que su fama de gran platero ya era bien conocida por sus coetáneos y la nobleza era una gran consumidora de este tipo de mercancía. Abundando en este sentido, el Instituto Valencia de Don Juan conserva las dos únicas piezas civiles con el sello de Becerril, concretamente un aguamanil cuyas marcas no coinciden con la cronología del encargo mencionado en la documentación. En 2008, la casa Sotheby’s sacó a subasta un jarro de plata sobredorada supuestamente relacionado con la obra de Becerril; la pieza, carente de marcas, presenta efectivamente características decorativas similares a las de otras piezas de este platero; sin embargo, su atribución sigue pendiente de la aparición de nuevas obras que puedan confirmar este supuesto. El Estado español, a través de la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Histórico, mostró interés por la adquisición de esta singular pieza.
Hasta el momento son veinte las piezas que incluyen su marca personal, un punzón que, a pesar de experimentar pequeñas variaciones a lo largo de la dilatada carrera de su propietario, mantuvo sus elementos esenciales en todas las piezas que han sido identificadas: una F flanqueada por dos puntos sobre la representación de un becerro.
Dados los condicionantes especiales de su obra, se puede entender que Francisco de Becerril estuviera durante la mayor parte de su vida al servicio de la catedral. El cargo de maestro platero de la catedral era un título anhelado por los plateros; no sólo certificaba y ponía de manifiesto frente a sus vecinos sus altas capacidades y su desarrollo profesional, sino que también lo convertía en el principal referente de una ciudad respecto a los posibles encargos que pudieran surgir, y los contactos con el entorno diocesano eran fundamentales para cualquier platero de la Edad Moderna. Francisco de Becerril accedió a este cargo cuando contaba con treinta años de edad, ya que es en 1524 cuando la documentación lo relaciona por primera vez con la iglesia mayor conquense, refiriéndose a él como “maestro de las obras de plata”.
Con algunos años de intervalo en sus correspondientes cobros a mediados de siglo, mantuvo este privilegio hasta la fecha de su muerte. Tres años antes de ingresar como maestro platero de la catedral, era nombrado ensayador de la Casa de la Moneda, una particularidad sólo posible en las ciudades con ceca propia. Dado que el primer contrato relativo a sus labores de platero está documentado en 1529, el cargo de ensayador, que desarrolló al menos hasta 1525, es la primera actividad profesional que se le reconoce documentalmente. Siendo ensayador de uno de los principales centros nacionales de acuñación, sus labores fueron las de comprobar y ajustar la ley de los metales que en ella se empleaban.
Al margen de su mayor o menor caudal artístico, Francisco Becerril fue un personaje bastante popular en la ciudad de Cuenca a mediados del siglo xvi; son muy abundantes los eventos de carácter social en los que aparece citado por la documentación del momento, muchas ceremonias sacramentales y algunos pleitos y poderes de carácter civil, bastantes relacionados con otras personalidades del mundo del arte y la arquitectura. Hay un hecho llamativo en su vida personal, relativo a la supuesta nobleza de la cuna del platero. Para obtener el reconocimiento de hidalguía y la correspondiente exención tributaria, su hermano Alonso realizó un pedimiento judicial en su nombre y en el de Francisco, embarcándose en un procedimiento legal que duró dos meses. Pretendían demostrar su hidalguía presentando testigos y documentos que probasen sus lazos de sangre con el hidalgo Rodrigo de Potes. Al final del proceso, los resultados no quedan claros en la documentación. Aunque en algunos años el nombre del platero aparece incluido en las listas de exentos, su expediente tuvo diversos recursos antes de 1550.
Obras de ~: Cáliz, Altarejos (Cuenca), 1525-1550; Cálizcustodia, Villarejo del Espartal (Cuenca), 1525-1550; Custodia de asiento, Museo Diocesano, Cuenca, 1529; Figuras exentas, Museo Victoria y Alberto, London, 1528-1560; Cruz procesional, La Puerta (Guadalajara), 1540; Cruz procesional, Villarrobledo (Albacete), 1541; Corona Virgen del Sagrario, catedral, Cuenca, 1543; Cáliz de la catedral, Cuenca, c. 1550; Cáliz, Valparaíso de Abajo (Cuenca), c. 1550; Cáliz del Museo Arqueológico Nacional, Madrid, c. 1550; Cáliz, Albendea (Cuenca), c. 1550; Cáliz, Castejón (Cuenca), Custodia de asiento, Buendía (Cuenca), c. 1550; Custodia de sol, Museo Diocesano (Cuenca); c. 1550; Custodia de asiento, Iniesta (Cuenca), 1556; 1550-1560; Cáliz, Quintanar del Rey (Cuenca), 1550-1570; Cáliz, Buenache de Alarcón (Cuenca), 1550-1570; Cruz procesional, Requena (Valencia), c. 1560; Cruz procesional, parroquial de San Andrés, Cuenca, c. 1560; Cruz procesional, Villar de Saz (Cuenca), c. 1565; Cruz procesional, Portalrubio de Guadamejud (Cuenca), c. 1565; Cruz procesional, Guadix (Granada), c. 1565; Cruz procesional, Huete (Cuenca), 1565-1570; Apliques de cruz procesional, Museo Lázaro Galdiano, Madrid, 1565-1570; Custodia de sol, parroquial de El Salvador, Cuenca, 1560- 1572.
Bibl.: J. Arfe y Villafañe, Varia conmensuración para la escultura y la arquitectura, Sevilla, Andrea Pescioni, 1585; A. Ponz, Viaje de España, Madrid, Joaquín Ibarra, 1772; J. A. Ceán Bermúdez, Diccionario de los profesores de las bellas artes en España, t. I, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1800; J. M. Cruz Valdovinos, “Un cáliz de Francisco Becerril en el Museo Arqueológico Nacional”, en Archivo español de arte, n.º 186 (1974), págs. 164-167; “Tras el IV centenario de Francisco Becerril”, en Goya, n.º 125 (1975), págs. 281-290; A. López Yarto, La orfebrería del siglo xvi en la provincia de Cuenca, Cuenca, Diputación Provincial, Sección de Publicaciones, 1998.
Javier Alonso Benito