Arfe, Enrique de. Erkelenz (Alemania), c. 1475 – León, 1545. Platero.
Hijo de Guitarte de Arfe y María Utman, nació hacia 1475 en “Herfenes”, localidad que se puede identificar con la actual alemana de Erkelenz, a pocos kilómetros de la ciudad de Julich y no lejos de la de Colonia. Esa región, perteneciente en el siglo XV al ducado de Güeldre, gozaba de una larga tradición en el trabajo de los metales y el platero tuvo ocasión de formarse en alguno de los muchos obradores de la ciudad de Colonia, como opinan algunos historiadores de arte basándose en el toponímico “de Colonia” con el que se conocía también a Enrique. Pero cabe la posibilidad de que aprendiera el oficio en algún taller de Aquisgrán, ciudad más próxima a su lugar de origen y en donde existían grandes maestros de platería, como Hans von Reutlingen, cuyas obras presentan un claro parentesco con las de Enrique de Arfe.
Cuando llegó a León, a fines de 1500 o principios de 1501, tenía un estilo plenamente formado en el gótico del Norte, un arte con el que el cabildo catedralicio se sentía familiarizado por las obras que se llevaban a cabo en la propia catedral desde mediados del siglo XV. Precisamente el suegro de Enrique, Diego Copin de Ver, era uno de los tallistas ocupados en la obra de la sillería coral.
La primera noticia data del 21 de enero de 1501, en que el capítulo acordó encargarle la obra de la custodia de plata que ya había empezado a hacer y que debía realizar conforme a un pilar que había entregado como muestra. A partir de ese momento se estableció en la ciudad de León, en donde permaneció, salvo breves estancias en Córdoba y Toledo, hasta su muerte en 1545. Su taller y su vivienda se encontraban en la calle de los Cardiles.
Las obras de la custodia leonesa se prolongaron durante bastantes años, pues en 1508 se paga “cierta plata que compro para las ymagenes de la custodia” y en 1511 aún se hacían cálculos de lo que se había gastado desde la última cuenta realizada. Probablemente uno de los motivos de la dilatación de los trabajos fue la dificultad del cabildo para recabar la plata necesaria, lo que permitiría al orfebre disfrutar de períodos de inactividad en los que acometería otras obras, como la custodia del monasterio de San Benito de Sahagún o la cruz y el incensario de la iglesia parroquial de Villacidaler (Palencia). Su fama pronto traspasó las fronteras diocesanas.
Parece que los capitulares sevillanos pensaron en él cuando, en 1509, buscaban un artífice que elaborara una custodia para la catedral hispalense. El 14 de abril de 1511 el cabildo de Salamanca acordó prestarle cinco marcos de plata para que realizase una muestra del modo en que podría hacer su custodia del Corpus.
Enrique presentó un pilar de plata y unas muestras en papel, por lo que le fueron entregados otros treinta escudos de oro. Sin embargo, el proyecto se abandonó.
Su tercera gran custodia fue la de la catedral de Córdoba. Los trabajos se iniciaron en 1514, pero los compromisos adquiridos con el cabildo leonés no le permitían largas estancias en la ciudad andaluza. Por esos años Arfe gozaba de unas rentas de la iglesia mayor, con la condición de que acabara la cruz grande de plata e hiciera todas las obras de oro y plata que la iglesia necesitase, pagándole lo que mereciera por las hechuras; que limpiara las lámparas tres veces al año y el resto de la plata siempre que se requiriese, sin recibir por ello remuneración; que no se ausentase de la ciudad más de un mes sin licencia y que, aun teniendo permiso, regresase si se le necesitara.
Así, al mismo tiempo que se llevaban a cabo los trabajos en la custodia de Córdoba, Arfe estaba labrando, en 1515, una cruz grande para la catedral de León y presentó un pilar como muestra para hacer la custodia de la Primada de Toledo. En 1518 ya estaba ocupado en una nueva empresa, el arca de San Froilán, al tiempo que daba por concluida la custodia de Córdoba y trabajaba en la toledana. El arca fue tasada en el año 1520, junto a unos cetros.
Las obras de la custodia de la catedral de Toledo le llevaron a residir en esa ciudad durante largas temporadas en los años 1521 y 1522, lo que motivó el descontento del cabildo leonés y la retirada de las rentas que tenía asignadas; por fin, el 23 de abril de 1523 se pesó la pieza, pero al año siguiente aún tuvo que volver Enrique a Toledo para realizar algunas reformas.
La última obra documentada del orfebre alemán son los cuatro cetros de la catedral de Oviedo, según un contrato firmado con el cabildo el 2 de octubre de 1526, en el que consta que Enrique de Arfe había dado una muestra previa.
A partir de este momento no hay noticias de nuevos trabajos. Desde que se le pagan los cetros ovetenses, en junio de 1527, hasta que muere quedan dieciocho años que difícilmente estarían vacíos de trabajo.
La menor calidad de esa última obra y del precio cobrado por ella, respecto a otras anteriores del mismo artífice, son indicio de su escasa participación en un trabajo que dejaría en manos de algún oficial de su taller, bien por algún tipo de incapacidad, bien porque estuviera ocupado en otras tareas de mayor interés, de las que hasta el momento no se han encontrado referencias.
La orfebrería civil, peor conservada que la religiosa, por estar aún más sujeta a los cambios de la moda, pudo haber sido la ocupación fundamental de Enrique durante las dos últimas décadas de su vida; de hecho, su hijo Antonio tuvo, desde muy temprano, una importante clientela nobiliaria que probablemente heredó de su padre.
De las obras referidas anteriormente se conservan sólo las custodias de Sahagún, Córdoba y Toledo, el arca de San Froilán y los cetros de la catedral de Oviedo. La custodia y la cruz grande de la catedral de León, desaparecidas en 1809 a raíz de la invasión francesa, pueden reconstruirse parcialmente a partir de las descripciones de diferentes inventarios. La cruz de Villacidaler, robada en una exposición regional celebrada en 1906, puede contemplarse a través de una fotografía del mismo año. Nada se sabe del incensario de la misma localidad ni de los cetros de la catedral leonesa.
Evidentemente, su actividad no se redujo a las obras anteriores. La obra de Enrique de Arfe tuvo eco en una buena parte de España, no sólo debido a su fama, sino a que realizó trabajos en diversas partes de la geografía peninsular y en aquellos lugares en donde requirió la ayuda de oficiales y maestros plateros se crearon focos de difusión de su estilo. El mejor testimonio lo da su nieto Juan, que dice que las obras de su abuelo, custodias, cruces, portapaces, cetros, incensarios y blandones, quedaron repartidas por toda España.
Es seguro de su mano un portapaz de la Hispanic Society de Nueva York, con el tema central de la Piedad y la marca ANRI, la misma que figura en la custodia de Toledo.
Entre las obras que se le pueden atribuir sin lugar a dudas están, en primer lugar, las cruces procesionales de la catedral de Córdoba y del monasterio de San Isidoro de León, datables hacia 1515 y 1518 respectivamente, similares entre sí y a la documentada de la catedral de León (1515-1517).
Por similitud con la cruz de Villacidaler, pueden asignarse al orfebre, o al menos a su taller, las cruces procesionales de Villarroañe y Montejos, esta última en el Museo Catedralicio-Diocesano de León, y datarse hacia 1510. La imagen de María que culmina la custodia salmantina guarda semejanza estilística con la Virgen de la de Sahagún, por lo que el doctor Cruz Valdovinos ha relacionado dicha escultura con el maestro. El relicario de Lignum Crucis de San Isidoro, por su trabajo de plata calada, perfiles y estilo general, no presenta problemas para adscribirlo al estilo de Arfe, en el primer cuarto de la centuria.
La cruz de gajos de Villamuñío, cuyas características encajan con el artista y su escuela, es una de las piezas que pudo ocupar al platero después de 1525.
Otras obras que la historiografía ha atribuido a Enrique de Arfe son la custodia gótica de la catedral de Cádiz y la cruz de la de Orense. La primera ha quedado definitivamente descartada como obra del platero alemán después de las investigaciones de la doctora Sanz Serrano. La cruz de Orense fue donada por el V conde de Benavente en 1515 y es obra de gran calidad; sin embargo, la estructura del árbol en la evolución del maestro correspondería a fechas anteriores a 1515 mientras la decoración de grutescos, centauros y otros elementos renacentistas no había entrado aún en su repertorio decorativo, lo que pone en tela de juicio la atribución.
Enrique de Arfe fue el mejor representante en orfebrería de la corriente flamenca-borgoñona que dominaba el panorama artístico español del primer cuarto del siglo XVI. Su aportación principal fue la creación de un tipo de custodia turriforme absolutamente traslúcida, en la que se plasma una arquitectura gótica ideal, ya que el edificio queda reducido a los mínimos elementos de empuje y contrarresto.
Cuando Enrique llegó a España ya existían las custodias procesionales de asiento. La ventaja de las torres arfianas, abiertas, en lugar de las cerradas de la centuria anterior, es la posibilidad de mostrar el viril guardado en el interior del ostensorio, de acuerdo con un nuevo sentido de exposición del cuerpo de Cristo. El antecedente tipológico más directo se encuentra en los tabernáculos de piedra o madera que se destinaban en Flandes y Alemania a guardar el Santísimo Sacramento, colocados junto a un pilar del presbiterio, como el de San Pedro de Lovaina, de hacia 1450, o el de San Lorenzo de Nuremberg, encargado al escultor Adam Kraft en 1493, y que presenta una especial semejanza con las custodias de Arfe. En ambos casos la fuente de inspiración serían grabados alemanes de finales del siglo xv con diseños de baldaquinos y custodias, como los de Wenzel von Olmütz, Alart du Hamel o Israhel van Meckenem, que difundieron un modelo con gran aceptación tanto en obras en piedra, como en madera o metales preciosos.
Los edificios de plata, con sus esbeltos pilares, arbotantes, contrafuertes y pináculos, se pueblan con multitud de figuras y relieves que componen programas iconográficos de cierta complejidad. Es novedosa la importancia que se concede a los elementos figurativos, en perfecta armonía con la arquitectura, aspecto que se desarrollaría a lo largo del siglo XVI en programas de complicado sentido simbólico. Los programas iconográficos giran en torno a la Eucaristía, ya que las custodias del Corpus Christi eran el punto álgido de una procesión destinada a exaltar el dogma de la Transustanciación. Por ello, el cuerpo principal se reserva para el viril y la Sagrada Forma se rodea de ángeles turiferarios y otros que portan insignias de la Pasión en alusión concreta a la Pasión de Cristo como garantía de salvación. El segundo cuerpo lo ocupa la Madre de Jesús, pues la aceptación de la maternidad divina por parte de María fue el punto de partida de todo el ciclo de la Redención. Como culmen, se erige la imagen que resume el doble carácter de Cristo Resucitado y de Salvador.
Desde el punto de vista técnico, otra novedad introducida por el orfebre alemán fue la restitución del tradicional procedimiento de la cera perdida para la fundición de las figuras. Con ello conseguía un gran realismo y exactitud en los detalles. Para lograr mayor perfección, la pieza fundida se retocaba con el cincel.
Además de ser el orfebre más destacado de la corriente gótico-flamenca en España, Enrique fue uno de los primeros en introducir las formas renacentistas en la platería, afectando no sólo a la decoración sino también a las tipologías. En su entorno más próximo, el de los artistas leoneses, fue pionero en la utilización de grutescos, aplicándolos en la vaina de la cruz de San Isidoro y en el arca de San Froilán de la catedral de León, cuando aún no habían hecho su aparición en la escultura monumental. Los motivos platerescos ya asomaban antes, tímidamente, en el basamento de la custodia cordobesa y, pocos años después, labraba elementos renacentistas profanos junto a las escenas de la Pasión en la de Toledo.
Enrique de Arfe puede considerarse el punto de partida de la siguiente generación de artistas que introdujeron plenamente el Renacimiento en la platería española, entre 1530 y 1540. Entre ese amplio grupo de orfebres destacan Antonio de Arfe, Francisco Becerril y Juan Ruiz el Vandalino, quienes, además de realizar magníficas custodias turriformes que adaptaron el modelo arfiano a las nuevas corrientes artísticas, mantuvieron con él una relación familiar o profesional.
Obras de ~: Custodia, León, 1501; Custodia del monasterio de San Benito, Sahagún (León); Cruz e incensario de la iglesia parroquial, Villacidaler (Palencia); Custodia de la catedral, Sevilla, 1509; Custodia de la catedral, Córdoba, 1514; Cruz grande para la catedral, León, 1515; Arca de San Froilán, León; Cuatro cetros de la catedral, Oviedo, 1526.
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María Victoria Herráez Ortega