Trejo y Sanabria, Hernando. Santa Catalina (Brasil), 1554 – Córdoba (Argentina), 24.XII.1614. Franciscano (OFM), obispo de Tucumán, primer provincial criollo de Perú, cofundador de la Universidad de Córdoba con los jesuitas.
Nació en 1554 en Santa Catalina cuando ese territorio pertenecía a la llamada “Provincia gigante de las Indias” o Paraguay. Muy niño aún, se trasladó con sus padres, el capitán Hernando de Trejo y María de Sanabria, a Asunción con la expedición de Mencía por tierra, por la vía abierta por Cabeza de Vaca a través del Guairá. Siendo todavía niño (1558), tenía cuatro años, quedó huérfano de padre, su madre, María, contrajo nuevo matrimonio con el gobernador Martín Suárez de Toledo, fruto de este matrimonio sería Hernandarias. Por lo cual fray Hernando y el gobernador Hernandarias son hermanos de madre. Cuando frisaba los catorce años se trasladó a Lima a fin de formarse y estudiar. Una vez allí, ingresó en la Orden franciscana en el Convento San Francisco de Jesús, profesó teniendo quince años en 1569, y fue ordenado sacerdote el año 1576.
Sobresalió desde el primer momento por su calidad de persona, como también por la integridad en su vida franciscana y su esclarecida inteligencia llegando a ser el primer graduado en la Universidad de San Marcos. Dentro de los franciscanos de Perú, debido a su ascendiente, fue el primer criollo elegido provincial entre más de trescientos frailes con los que contaba la provincia de Perú (1589). Brillaba por sus cualidades sacerdotales, siendo reconocido como el “más popular, prestigioso y amado de su tiempo” además de ser reconocido como “teólogo eximio, consumado canonista y famoso orador”. Lució en todos esos campos, pero donde sobresalió como estrella de magnitud fue como obispo de Tucumán para lo que fue presentado al rey junto con otros ejemplares sacerdotes. El escrito decía: “Fray Hernando, Provincial de la Orden de San Francisco del Perú, letrado y predicador de muy loable vida y costumbres y que sabe la lengua natural de aquella provincia y el Virrey Don García de Mendoza aprueba mucho su persona”. Por lo que el Rey, mediante Cédula Real fechada en Nájera el 9 de noviembre de 1592, le presentó en Roma y el papa Sixto V, en 1594, hizo la elección. Luego de larga espera y teniendo que trasladarse a Quito, jornada que hizo a pie, fue consagrado el 16 de mayo de 1595 por monseñor fray Luis López de Solís. Tomó posesión de su sede de Tucumán ese mismo año.
Cayetano Bruno lo elogia diciendo que: “constituye sin disputa, la figura episcopal más sobresaliente del Tucumán y aún del Río de la Plata en toda la época española”. En su episcopado realizó hasta tres sínodos diocesanos en los años 1597, 1599 y 1607 abarcando todos los aspectos religiosos y civiles, de colonizadores e indígenas. Son reconocidas sus preocupaciones por la calidad de sus sacerdotes, los seminarios, la cultura. Desde un principio, se dedicó a elevar la dignidad y la cultura de sus sacerdotes dotando de profesores de alta calidad.
Una de las áreas de mayor preocupación fue la de crear condiciones más humanas a favor de los naturales indios, quienes ocuparon una buena parte de sus desvelos. Para proteger a los indios, exigió justicia recurriendo al tribunal de Dios en caso de no cumplirse lo que se mandaba en el Sínodo (Const. 13- Sínodo de 1597). Se preocupó por su libertad de los maltratos inferidos a los indios por los encomenderos, y buscó por muchos medios su progreso material fomentando la industria textil, el beneficio de añil y otras medidas. De esta manera, hay quien le reconoce como obispo defensor de los indígenas, llamándole “padre, protector y defensor de la raza indígena” comparándole con el mismo Bartolomé de Las Casas. El derrotero ético y cristiano que seguía y proclama en sus escritos era que “La ley de Dios y la ley de las naciones prohíben la esclavitud y por eso los Indios son declarados hermanos nuestros”. Es célebre por sus expresiones la carta del 15 de agosto de 1609 al Rey, en la que suplica “sea servido de ordenar desterrar esta infeliz servidumbre con que estos pobres vasallos de vuestra efecto, recibiré singularísimo favor y merced [...] encomendar este rebaño e iglesia a quien entre con nuevas fuerzas y espíritu a gobernarla”.
En julio del año 1598, invitado por su medio hermano el gobernador Hernandarias, llegó al Paraguay donde, además de visitar ambos a su anciana y venerada madre María, hizo confirmaciones multitudinarias, bendijo a su pueblo y realizó la primera ordenación de un numeroso grupo de sacerdotes hijos de la tierra, entre ellos del que sería primer santo paraguayo San Roque González de Santa Cruz. Siempre tuvo preferente recuerdo para su patria de nacimiento, Paraguay.
Fue gran promotor de la cultura en la región, trató de fomentar seminarios para la elevación intelectual del clero creando para ello institutos de enseñanza. En sus cartas, algunas de las cuales se conservan en el archivo de Indias, manifiesta: “desde que entré en este obispado esta ha sido para mi principal pretensión: fundar colegios de todos los estudios en la parte y lugar que más conviene y por esto pretendí aplicar todos los bienes”. No descansó en ese empeño de concienciar hasta ver fundada en esta tierra estudios de latín, artes y teología, lamentando en sus cartas (1613) “no contar con bienes suficientes para fundar en cada pueblo de mi obispado un colegio [...]”. Tuvo mucho aprecio por los jesuitas, en quienes se respaldó consciente de su efectividad, y creó con ellos el seminario de Santa Catalina en 1611, desprendiéndose de su propia casa y poniéndola a su servicio. Más tarde funda en Córdoba el Colegio Convictorio de San Francisco Javier en continuidad y con el régimen del famoso San Marcos de Lima donde él realizara los estudios. La obra suprema en orden a la cultura será, sin embargo, asentar las bases de la fundación de la Universidad de Córdoba, por ello se le reconoce ser su cofundador. Son emblemáticas sus palabras (15 de marzo de 1614): “ha muchos años que deseo ver fundados en esta tierra estudios de latín, artes y teología...Me he resuelto para ello fundar un Colegio de la Compañía de Jesús en esta dicha ciudad, en que se lean las dichas facultades, y las puedan oír los hijos e vecinos de esta gobernación y de la del Paraguay, y se puedan graduar de bachilleres, licenciados, doctores y maestros”.
La envergadura y visión de este gran criollo abarca además varios otros aspectos: en lo religioso, no sólo cumple con la difícil tarea de la visita pastoral a la diócesis y su organización, sino que también insinúa al Rey y al mismo papa para que se revisen las diócesis y su distribución episcopal, y sugiere y propone un proyecto propio, que a la postre fue atendido y se hizo efectivo en 1609, creándose diez obispados y el arzobispado de los Charcas. Y no se reducen sus observaciones como consejero del Rey a solamente esos ámbitos. Con su visión política se anima incluso a propuestas civiles. No es poco lo que tuvo que ver él conjuntamente con monseñor fray Martín Ignacio de Loyola sobre la apertura y apoyo al puerto de Buenos Aires a punto de desaparecer, su carta del 2 de mayo de 1600, fue de singular eficacia, debiéndose a estos dos obispos la concesión de ingreso y salida de mercaderías en el puerto de Buenos Aires (20 de enero de 1602). Tampoco se puede olvidar el interés y fuerza que interpuso ante el Rey para desligar a Tucumán y Río de la Plata de la jurisdicción de la audiencia de Chile proponiendo como solución crear una alternativa en Córdoba para beneficio de todos.
Son más las proyecciones de este “Gran Obispo de esta tierra. Eje del desarrollo humano y cristiano del Paraguay y Regiones vecinas” tal como lo reconoció el papa Juan Pablo II junto a fray Martín Ignacio de Loyola, en su visita al Paraguay (1988).
Mientras realizaba lo que llamaba “prolijo y penoso trabajo” de la visita canónica a su enorme diócesis de Tucumán, le sobrevino una grave enfermedad que le obligó a tomar cama en Córdoba. Antes de su deceso, dictó ante escribano su última voluntad que consistía fundamentalmente en dejar todos sus bienes para fines culturales. Murió el 24 de diciembre de 1614. Su cuerpo quedó sepultado en la capilla de los jesuitas que lo era de la Universidad por él fundada. Un epitafio lo recuerda: “Aquí descansa en paz el Ilmo. y Rvm. Dr. Don Fernando de Trejo y Sanabria, honra de la Orden seráfica, Obispo del Tucumán; fue muy esclarecido en letras, religiosidad y virtudes [...]”.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Estado, 74, Caja 3, leg. 25 J. M. Liqueno, Fray Fernando de Trejo y Sanabria, Fundador de la Universidad, Córdoba, Imprenta Cubas, 1916; A. Báez Allende, Fray Hernando de Trejo y Sanabria. Paraguayo y Fundador de la Universidad de Córdoba, Asunción, Imprenta Nacional, 1942; I. Omaechevarria, “Colonizadores y Evangelizadores del Rio de la Plata. Irala, Trejo y Loyola”, en Misiones Franciscanas (octubre de 1956), págs. 296-299; C. Bruno, Historia de la Iglesia en la Argentina, Buenos Aires, Don Bosco, 1966; R. E. Velázquez, El clero Secular y la Evangelización en el Paraguay colonial, Asunción, Centro de Educación y de Capacitación de la Universidad Católica del Norte, 1982; A. Tibesar, Comienzos de los Franciscanos en el Perú, Iquitos, CETA, 1991; J. L. Salas, “Homenaje al cuarto Centenario de la Visita del Obispo Trejo al Paraguay (1598-1998)”, en VV. AA., Anuario de la Academia de la Historia del Paraguay año 1998, Asunción, Academia Paraguaya de la Historia, 1998, págs. 307-367.
José Luis Salas, OFM