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Catalina Amasa Yturgoyen y Lisperguer

Biografía

Amasa Yturgoyen y Lisperguer, Catalina. Condesa de la Vega del Ren (IV). Santiago (Chile), 6.V.1685 – Hacienda del Valle de Cóndor, Pisco (Perú), 27.IV.1732. Piadosa dama muerta en olor a santidad.

Hija legítima de Pedro de Amasa Yturgoyen y Pastene, encomendero, corregidor, alcalde de Santiago y gobernador de Valparaíso, entre otros cargos, y de Catalina de Lisperguer e Yrarrázaval, de nobles familias de la capital del reino de Chile. Huérfana de padre a los cinco años de edad, continuó su madre esmerándose en su crianza junto a sus cuatro hermanos y no tardó mucho en saber orar, leer, escribir y coser, al mismo tiempo que hacía rápidos progresos en su inclinación devota y santa. En ello debió influir una abundante parentela de sacerdotes y religiosas. La iluminación de la fe la dejó íntimamente convencida de su obligación de consagrarse al Señor, dedicándole sus potencias y sentidos. Tenía desde tierna edad transportes místicos con visiones y alocuciones. Despreciaba las cosas del mundo y se sometía a ayunos rigurosos, castigando su apetito comiendo aquello que más le disgustaba, pues se consideraba muy propensa al melindre y a la delicadeza.

Se torturaba con ortigas e inventaba cilicios. Alabáronle cierta vez la hermosura de sus manos “y como si fuesen culpables, las metió en lejía”. En otra ocasión, cuando tenía nueve años, le admiraron sus ojos que parecían luceros, y como si ello fuese un delito se arrancó las pestañas. Su cabello ensortijado también era de admirar, por lo que se lo arrancaba de raíz con los dedos, lo tijereteaba o cortaba con navaja, procurando tenerlo siempre corto a imitación de santa Rosa de Lima, una de las figuras ejemplares de santidad en que se inspiraba, como también en santa Catalina de Siena, santa Francisca Romana y en el misticismo de santa Teresa de Ávila. Cuando tenía seis años hizo su primera confesión y cuando recibió la comunión, mantuvo durante ocho días un estado de contemplación.

A veces dejaba de dormir las tres horas que se había impuesto, para aumentar su tiempo de oración, meditación y lecturas devotas, combatiendo con insistencia sus numerosos escrúpulos. Muy aficionada a su ángel de la guarda continuamente se encomendaba a Dios, a la Virgen y a san José, y hacía guerra al infierno rezando numerosos rosarios, manifestando desde pequeña un gran espíritu caritativo teniendo propensión a la limosna, tanto como explicaba a sus domésticos la doctrina cristiana. No fue su destino el claustro sino el estado matrimonial. Cuando se acercaba a los diecisiete años se resignó a la insinuación de su madre, por complacerla, cuya mano ofreció al capitán de caballos Matías José Vázquez de Acuña y Zorrilla de la Gándara, heredero del condado de la Vega del Ren, limeño de veintisiete años de edad, que había sido nombrado gobernador del puerto de Valparaíso y su jurisdicción. Debió ser preparada, porque tenía muy maltratados los pies, pues siempre ponía dentro de los zapatos garbanzos o huesos de guindas, los que se le encarnaban y producían vivísimos dolores.

La ceremonia nupcial se celebró en la capilla de la estancia de Purutún, Quillota, 5 de octubre de 1702.

Nunca mezcló su participación en los asuntos del gobierno de su marido, prescindiendo de todos los asuntos extraños a su hogar. Finalizado el mandato de su cónyuge, 1 de octubre de 1706, se estableció en Lima al año siguiente, donde éste se desempeñó como almirante de la Mar del Sur. Su devoto retraimiento causó desconcierto en la gente de su clase; a ello se añadía su despego de las modas, pues usaba trajes tan comunes y ordinarios que parecía criada de sus propias criadas.

Sin embargo, era en extremo liberal y generosa para promover cosas sagradas, hacer limosnas, proveer sustento y vestuario a su casa y familia, conservando para sí esa gran austeridad “con que confundía al mundo y a la vanidad”. Empero se le hizo justicia cuando se vio en ella, dentro de su silencio y apartamiento, la fiel imagen de la mujer fuerte. Era muy diferente a esas beatas, que no fueron escasas, que disfrutaban explotando la popularidad de su falsa religiosidad y pública extravagancia. La condesa jamás descuidó las obligaciones de su estado que equilibró adecuadamente con sus prácticas ascéticas y devotas. También ejerció la caridad visitando enfermos y hospitales y tuvo especial preocupación ofreciendo sus sinsabores por la conversión de los pecadores y la redención de las ánimas del Purgatorio. Fue discípula del jesuita Alonso Mesía, experto en teología mística, en cuya biografía escrita por el clérigo de esa misma Compañía Juan José de Salazar (Lima, 1733, pág. 65) dice de doña Catalina “heroína de sublime santidad, más ilustre por el título de mujer digna de altares, que por su calidad ventajosa”.

Siempre fue obediente a los designios de sus confesores o directores espirituales. Residió en la capital virreinal hasta 1718 en que don Matías José obtuvo el corregimiento de Castrovirreyna, concluido el cual en 1722, se retiró a Pisco a las labores de una hacienda.

Tanto en uno como otro sitio continuó la condesa mostrando sus virtudes, llegando incluso a ciertos sacrificios que parecían desvaríos, en el afán de “crucificar su carne y apetitos”, lamiendo las llagas de enfermos o bebiendo el vómito de un moribundo, piedad de la que dieron ejemplo semejante algunos santos.

Atormentada por sus escrúpulos no le bastaba con visiones místicas, sino que el propio diablo la atormentaba.

De todo esto guardaba secreto la condesa y lo revelaba estrictamente a sus confesores. Sabía lo que pasaba a distancia sin noticia previa y podía transportarse sin sentir de un lugar a otro, que según sus biógrafos fueron prodigios constatados. Murió a los cuarenta y seis años de edad asistida por el célebre teólogo y catedrático jesuita Baltasar de Mondaca, quien dijo después su oración fúnebre en el templo de la Compañía de Jesús de la villa de Pisco, donde se encuentra sepultada incorrupta.

De su matrimonio con el conde de la Vega del Ren dejó distinguida progenie unida a los marqueses de Torre-Tagle, Casa Concha, del Dragón de San Miguel de Hijar, condes de Sierrabella, Bellavista, Casa Madrid, etc.

 

Bibl.: J. M. Bermúdez, Breve noticia de la vida y virtudes de la señora Doña Catalina de Yturgoyen Amasa y Lisperguer, Condesa de la Vega del Ren, Lima, Imprenta del Río, 1821; I. Vázquez de Acuña, marqués García del Postigo, “La Santa Condesa de la Vega del Ren (1685-1732)”, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, 2006, n.º 115, págs. 179-213.

 

Isidoro Vázquez de Acuña y García del Postigo

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