Núñez Guerra, Cristóbal. España, c. 1550 – Panamá, 1608. Escribano mayor de minas y registros del reino de Tierra Firme, Veinticuatro, regidor perpetuo del Cabildo de Panamá.
Se desconocen los padres y procedencia de Cristóbal Núñez Guerra, aunque consta que era originario de la Península y emigró a Panamá algunos años antes de 1583. Este año adquirió por compra el costoso e importante cargo de escribano mayor de minas y registros, cuyo propietario era Gabriel de Navarrete. Pagó por esta escribanía la considerable suma de 10.000 por ensayados, lo que evidencia la importancia que para esos años gozaba la minería (concentrada sobre todo en Veragua), así como la prosperidad comercial del istmo. Más tarde compró el oficio de regidor perpetuo del Cabildo de Panamá, el cual ejerció desde la década de 1590 hasta su muerte en 1608. Considerado como “uno de los vecinos honrados de esta ciudad”, y “uno de los veinticuatro principales”, pronto ganó “gran estimación”, y él y su mujer recibían de los vecinos y vecinas constantes manifestaciones de “mucho caudal”, expresión que denotaba el gran aprecio social que se les dispensaba.
En 1636, en la probanza de un pleito sobre derechos sucesorios, Agustín Franco, alguacil mayor de la ciudad y uno de los hombres más poderosos de Panamá, invitaba a Gerónima de Murcia y Acuña, viuda entonces de Cristóbal Núñez Guerra, para que declarase sobre su “mucha amistad con Dª Mencía de Frías y Salazar”, una de las damas de la elite, y a quien “visitaba a menudo”, lo que evidencia lo bien que era aceptada por las señoras de sociedad.
Como leal vasallo del Rey que era y “como los demás vecinos honrados”, cada vez que había amenazas de guerra, Cristóbal Núñez Guerra “acudía de los primeros con su hacienda, armas, caballos y criados”. Marido y mujer eran pues tenidos como miembros honorables de la sociedad local.
Gracias a la fortuna que hizo, Cristóbal Núñez Guerra acostumbró a su familia a vivir con “gran lustre y ostentación”. En la calle de la Carrera, que era la principal, y miraba hacia el mar, construyó una de las casas más costosas de la ciudad. Tenía cuatro lumbres de frente (siendo que el frente medio de las casas de la elite era de tres lumbres) y en 1609 fue evaluada en 4.000 pesos, muy por encima del valor medio de las viviendas más costosas.
Con su legítima mujer, Gerónima de Murcia y Acuña, tuvo tres hijos varones y dos hembras. Dos varones siguieron la carrera sacerdotal: Eugenio y Luis Guerra y Acuña. En 1608, al parecer de manera inesperada, Cristóbal Núñez Guerra falleció sin hacer a tiempo la renunciación de los oficios de regidor y de escribano de minas y registro en favor de alguno de sus hijos, por lo que las autoridades los declararon vacantes y pusieron en subasta, perdiendo la familia esta valiosa propiedad. El oficio de escribano de minas y registro lo compró Baltasar Maldonado, para uno de sus hijos, pagando la considerable suma de 25.000 pesos de 9 reales. Maldonado era considerado por el presidente Rodrigo de Vivero y Velasco “el hombre más rico de esta ciudad”. El oficio de regidor perpetuo se vendió por la suma de 1.500 pesos, también de 9 reales. Es decir, que ambos cargos se valoraban mucho más que cuando fueron comprados por Núñez Guerra veinticinco años antes, señal de que las actividades mineras y otros negocios habían seguido prosperando, hecho éste que confirman otras evidencias.
Se estimaba que si la renunciación se hubiese hecho a tiempo, le habría tocado a la familia del difunto “por lo menos la mitad”, con lo cual, según opinión de los vecinos, “quedaran ricos y con pasadía honrada”. Pero no sucedió así. Además, con esta pérdida quedó la familia “con muy poco que heredar”.
De hecho, tras la muerte de Cristóbal Núñez Guerra, la familia quedó “con poca hacienda”, “muy necesitada”, y sobre todo sin capacidad para mantener el tren de vida al que estaba acostumbrada. Gerónima de Murcia y Acuña quedaba viuda a sus 43 años, ya que en una probanza de 1636 declaraba tener setenta años, lo que indica que habría nacido hacia 1566.
Quienes la conocían consideraban que era “persona de mucha virtud y calidad”, y que había “criado a todos sus hijos con mucha virtud”. En 1613, cuando la situación económica de la familia ya era grave, el hijo mayor, Eugenio Guerra y Acuña, que había esperado a alcanzar la mayoría de edad para formular sus pretensiones, solicitaba a la Audiencia que le hiciera una información de méritos y servicios para poder pedir a la Corona la merced “de una canonjía o dignidad en alguna de las catedrales de las ciudades de Lima, Cusco, Quito, Charcas, Trujillo o en otra cualquier parte”. En su solicitud exponía cómo el padre había muerto un mes antes de que llegara la Real Cédula general que regulaba la renunciación de los oficios, por lo que los que poseía fueron subastados, perdiendo la familia el derecho a heredarlos, y quedando de esa manera reducida a la pobreza. Asimismo, explicaba cómo este cambio de circunstancias familiares le obligó a seguir la carrera eclesiástica. Para sustentar su petición pidió que en la Información los deponentes confirmaran que era “persona limpia y sin raza de judío e moro, virtuoso, hábil y suficiente”.
Eugenio solicitó esta información en febrero de 1613, lo que sugiere que si demoró para hacerla casi cinco años después de muerto su padre, era porque debía esperar a cumplir la mayoría de edad, ya que antes de eso la ley no lo permitía. Si es así, habría nacido en 1588, lo que parece confirmar la declaración de un testigo poco mayor que él, nativo de Panamá, que dijo conocerle desde hacía veinticinco años.
Se hizo la información y los declarantes confirmaron las preguntas del interrogatorio, reconociendo que Eugenio era “virtuoso, recogido, quieto y sosegado y de muy buenas costumbres, diestro y hábil” y que merecía que se le premiara con lo que pedía. A su vez, la Audiencia lo recomendó al Consejo de Indias y poco después se cumpliría su pretensión, nombrándosele canónigo de la Catedral de Panamá. Durante el tiempo de su ejercicio había sido comisario subdelegado de la Santa Cruzada, aunque “sin salario”, y la renta que producía la canonjía era de sólo 300 pesos ensayados, “cosa bien tenue y moderada”. Con este menguado ingreso mantenía a su madre y a sus cuatro hermanos y hermanas, incluyendo a Luis, que estudiaba en Lima.
Su prebenda catedralicia, sin embargo, fue resentida por otros miembros del Cabildo catedralicio. En una extensa carta dirigida al Rey por los prebendados de la Catedral de Panamá el 27 de julio de 1613, se quejaban del obispo Agustín de Carvajal por la excesiva lenidad con que apoyaba a ciertos sacerdotes. Uno de ellos era Eugenio Guerra y Acuña, “hijo de un hombre muy humilde y de una mulata”, al que según decían, había alentado el obispo para que enviase al Consejo una Probanza de Méritos y pidiese una prebenda, “siendo persona inútil, asmático y enfermo y no saber cantar ni latín, que a este tono son los demás clérigos de este reino”.
Tal vez fuera cierto que Eugenio era enfermizo, pues murió muy joven poco tiempo después. También debía de ser cierto que no sabía latín, pues su preparación académica era pobre por no haber hecho estudios superiores. Pero ¿padre “humilde” y madre “mulata”? Resulta que son muchas las fuentes independientes que confirman la posesión de los oficios de su padre, los cuales difícilmente podían compadecerse con la condición de “hombre muy humilde”, sin mencionar la propiedad urbana que tenía en la calle Real. Y en cuanto a la madre, difícilmente podía ser tratada de “doña” y haber gozado de “mucho caudal” entre las vecinas de la élite, como consta también por fuentes independientes, si se hubiese sabido que “padecía del defecto del color”, según la expresión usada entonces para calificar a los que no eran blancos. Además, en ninguna de las declaraciones contenidas en las informaciones de méritos y servicios que presentaron los hermanos Guerra y Acuña, y en las que intervinieron altas figuras del funcionariado, un canónigo de la catedral, el comendador del Convento de la Merced, el prior de los dominicos y el padre guardián de los franciscanos, se hace la menor alusión a esta circunstancia. Siendo esto así, cabe asumir que se trataba de puras habladurías de los prebendados para indisponer maliciosamente al obispo, por lo que no deben tomarse en serio. Después de todo, acusaciones de este tipo no eran raras (a otro prebendado, de nombre Diego de Vargas Ballesteros, se le acusó de igual tacha por la misma época) y eran empleadas comúnmente para denigrar o descalificar a otros, aunque raras veces iban acompañadas de pruebas, por lo que quedaban sin efecto alguno.
El hecho es que Eugenio ocupó la canonjía por pocos años, pues en abril de 1621 falleció. Moría a los 33 años y dejaba a la familia nuevamente en difícil situación económica. De hecho, por esos años (1622- 1623) la Corona solicitó un donativo y Gerónima de Murcia sólo pudo aportar 50 pesos, una cantidad modesta, que la situaba entre los vecinos menos pudientes.
Al quedar vacante la canonjía de la catedral panameña, Luis solicitó en 1621 Información de méritos y servicios para aspirar a esta dignidad, o a otra que estuviese vacante en las catedrales del virreinato, aduciendo las mismas razones que su hermano. Tenía entonces entre veintisiete y veintiocho años de edad y habría nacido entre 1593 y 1594. El mismo año de la muerte de su padre, cuando tenía catorce o quince años de edad, su hermano Eugenio le había enviado a su costa a estudiar a Lima, donde ingresó en la Universidad. Durante cerca de diez años estudió en la Facultad de Cánones, graduándose de bachiller en Cánones en 1618. Quienes le conocieron en Lima le recordaban como un joven serio y discreto, dedicado al estudio y participando con mucho lucimiento en “actos de letras”. Mencionaban que, siendo Lima “una tierra donde los forasteros se distraen mucho” (es decir, llena de tentaciones para los jóvenes), Luis vivía con “mucho recogimiento y exigencia de los Santos Sacramentos y con tanta virtud como si fuera un religioso anciano”. Pero al morir su hermano Eugenio, se vio obligado a regresar a Panamá para asistir a su madre, y en vista de la difícil situación económica de la familia optó también por tomar el hábito sacerdotal, “ordenándose de epístola”.
El 19 de julio de 1621, la Audiencia de Panamá en pleno escribió al Consejo de Indias solicitando que se le otorgara a Luis Guerra y Acuña lo que pedía. El rango inferior del Cabildo catedralicio era el de canónigo y la Catedral de Panamá tenía tres. Se ignora cuándo se le concedió la dignidad catedralicia a que aspiraba, pero se sabe que finalmente lo consiguió, pues el 29 de noviembre de 1641 se le promovía a tesorero de la Catedral de Panamá, que era la jerarquía inmediatamente superior a la de canónigo. Tendría entonces unos 48 años. En la misma fecha era ascendido de tesorero a la de arcediano Juan de Requejo Salcedo, de manera que Luis Guerra le sustituyó en este cargo.
Esta breve biografía ilustra la fragilidad económica de aquellos tiempos, la precaria dependencia del cabeza de familia, y el papel de la Iglesia como vía de escape para los varones de familias venidas a menos, como resulta evidente en el caso de los hermanos Eugenio y Luis Guerra y Acuña.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Panamá 63 A, n.º 4, Información de méritos y servicios de Eugenio Guerra y Acuña, Panamá, 28 de febrero de 1613; Panamá 102, Carta de los prebendados de la Catedral de Panamá al rey, Panamá, 27 de julio de 1613; Panamá 63 A, n.º 24, Información de méritos y servicios de Luis Guerra y Acuña, Panamá, 22 de junio de 1621; Panamá 47, Liquidación e inventario de lo que entró en el donativo y préstamo que a su majestad han hecho diferentes personas por escrituras, cédulas y memorias [...], con carta de remisión del presidente R. Vivero y Velasco, Portobelo, 14.VII.1622; Panamá 17, Carta del presidente Rodrigo de Vivero y Velasco al rey, Panamá, 30 de junio de 1624; Panamá 48, Carta del canónigo de la catedral Juan Bautista Ortega al rey, sobre que el tesorero Vargas Ballesteros era “hijo de la mulata Martina Vargas y nieto de Catalina, morena esclava”, Panamá, 26 de junio de 1628; Escribanía de Cámara 452 A, Agustín Franco, alguacil mayor de la ciudad de Panamá, en nombre y como administrador de sus hijos y de Dª Francisca de Lara su mujer, contra Dª Antonia de Salazar y D. Alonso de Silva su hijo, Panamá, año 1636; Archivo General de Simancas, Títulos de Indias, págs. 484-485, Título de tesorero de la Catedral de Panamá para el bachiller Luis Guerra y Acuña, 29 de noviembre de 1641; Biblioteca Nacional de España (Madrid), Manuscritos de América, sign. 3064, Descripción de Panamá y su provincia sacada de la Relación que por mandado del Consejo hizo y embió aquella Audiencia (año 1607).
M. Serrano y Sanz, “Descripción de Panamá y su provincia sacada de la Relación que por mandado del Consejo hizo y embió aquella Audiencia (año 1607)”, en Relaciones Histórico- Geográficas de América Central, Audiencia de Panamá, t. XVIII, Madrid, Imprenta de Idamor Moreno, 1908, págs. 183-184; B. Torres Ramírez et al. (eds.), Cartas de Cabildos Hispanoamericanos, Audiencia de Panamá, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1978, págs. 39-41; A. Castillero Calvo, Sociedad, Economía y Cultura Material, Historia Urbana de Panamá la Vieja, Buenos Aires, Editorial e Impresora Alloni, 2006, págs. 283, 606, 618, 654, 738, 894, 911 y 935.
Alfredo Castillero Calvo