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Sancho VII

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Biografía

Sancho VII. El Fuerte. ?, 1154 – Tudela (Navarra), 7.IV.1234. Rey de Navarra.

Era hijo primogénito de Sancho VI el Sabio y de Sancha de Castilla, reyes de Navarra. Sus abuelos paternos fueron García Ramírez IV el Restaurador y Margarita de l’Aigle, reyes de Pamplona. Sus abuelos maternos fueron el emperador Alfonso VII de Castilla y su mujer Berenguela de Barcelona. Su apelativo proviene de su estatura, que sobrepasaba los dos metros, según los cálculos del forense L. del Campo. Su contemporáneo Jiménez de Rada lo definió como hombre fuerte y valiente con las armas, pero obstinado en su propia voluntad “fortis viribus, armis strenuus, sed voluntate propria obstinatus”.

Las primeras noticias sobre su persona son anteriores a su elevación al Trono. Dirigió dos expediciones militares en Aquitania para defender los derechos de su cuñado Ricardo I Corazón de León, Rey de Inglaterra y duque de Aquitania, que estaba preso en Alemania. La primera estuvo provocada por la rebelión que en 1192 acaudillaron el conde de Perigord y el vizconde de la Marca, que fueron derrotados por el senescal inglés de Gascuña. El infante Sancho atacó al inspirador en la sombra de la revuelta, que era el conde de Toulouse. Tomó algunos de sus castillos, llegó hasta Toulouse y le obligó a deponer su actitud. A partir de entonces, Ramón V modificó su posición política y se alió con el Rey inglés y el navarro. La segunda expedición (1194) tenía como objeto expulsar al Rey de Francia de los territorios que había ocupado desde Normandía a Poitou. Fue una maniobra de tenaza; Ricardo atacó desde Normandía hacia el sur, dirigiéndose a Loches, en el Loire. Sancho partió desde el sur, devastó las tierras de Rançon y el condado de Angulema, pero no pudo llegar a Loches, porque el agravamiento de su padre le obligó a volver a Navarra.

Subió al Trono tras la muerte de Sancho VI (27 de junio de 1194). Su reinado se puede organizar en cuatro etapas. La primera (1194-1200) está definida por el acoso que sufrió Navarra por parte de Castilla y que condujo a la pérdida de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado. Todo ello estuvo acompañado por la presión del imperio almohade, que amenazaba a los reinos cristianos españoles. Paralelamente la influencia navarra siguió siendo grande en Aquitania, en el contexto del enfrentamiento entre el imperio anglo-anjevino y el Rey de Francia.

La ofensiva almohade se saldó en 1195 con una victoria sobre el Ejército castellano en Alarcos. La debilidad castellana fue aprovechada por sus enemigos tradicionales, León y Navarra, para atacar a Castilla o aliarse con los almohades. La situación en la frontera navarro-castellana era ya tensa desde finales de 1194, cuando el castellano reforzó con privilegios a Navarrete y Logroño, mientras que el navarro construyó un castillo cerca de Viana, desde el que lanzó ataques contra el territorio castellano. Jiménez de Rada cree que llegó a Soria y Almazán, aunque existen dudas sobre su alcance. Además, Navarra y León suscribieron pactos con los almohades para no ayudar a Castilla a cambio de dinero. Un comportamiento de este tipo, que chocaba frontalmente con el resurgimiento del ideal de cruzada, fue duramente criticado por el papa Celestino III. En el caso de Navarra, más que una condena, el Pontífice lanzó una advertencia, que, unida a la mediación de Aragón, condujo a la entrevista de los reyes de Castilla, Navarra y Aragón en la confluencia de sus tres reinos, entre Ágreda y Tarazona (febrero o marzo de 1196), que evitó los ataques navarros en los meses siguientes. Luego se produjo una ofensiva pontificia. Celestino III, junto al mandato dirigido a Sancho el Fuerte para que abandonara la alianza con los infieles, le propuso una alianza de los “reyes de las Españas”, que garantizaba la inviolabilidad de Navarra y ofrecía el reparto de los territorios que fueran conquistados a los moros, además del libre acceso desde Navarra a la zona reconquistada que recibiera en el reparto. Otra bula (28 de mayo) anunciaba el otorgamiento del título de Rey de Navarra a Sancho VII, que suponía el reconocimiento de pleno derecho de la Monarquía navarra por parte de la Santa Sede, que hasta entonces sólo había asignado el título genérico de duque a los soberanos navarros.

El título fue ratificado en una tercera bula (20 de mayo de 1197), considerándolo como un favor divino hacia un hijo predilecto de la Iglesia, términos que inducen a pensar que el plan pontificio de alianza contra los almohades había sido aceptado por Navarra.

Sin embargo, los acontecimientos políticos hicieron inútil el esfuerzo papal. La Reina viuda de Aragón decidió aliarse con Castilla y ambos reinos atacaron a León y le obligaron a firmar la paz (1197). Liquidado este frente, Castilla podía volverse contra Navarra y atenazarle con ayuda de Aragón.

La paz conseguida por la diplomacia pontificia se esfumó rápidamente. Alfonso VIII acusó al rey navarro de haber roto la tregua y logró que el legado papal le excomulgara. Sin embargo pudieron ser meros pretextos para iniciar la ofensiva contra Navarra, porque el nuevo papa Inocencio III, sin aceptar los hechos, envió a un nuevo legado a España para averiguar la verdad, facultándole para, en su caso, imponer la excomunión.

No hay noticias de que lo hiciera.

Pronto Alfonso VIII dejó de lado las cuestiones religiosas y buscó apoyos políticos y militares para atacar Navarra. Firmó una alianza con Pedro II de Aragón (Tratado de Calatayud, 20 de mayo de 1198) dirigida, entre otros, contra Navarra, en la que ambos reinos volvieron a acordar, por cuarta vez, el reparto de Navarra. El tratado se puso en práctica con rapidez y ambos atacaron Navarra. Pedro II ocupó Burgui (sede de la tenencia del valle del Roncal) y Aibar, pero no se atrevió con Sangüesa, principal plaza del sector oriental. Alfonso VIII penetró en profundidad en Navarra y conquistó Miranda de Arga e Inzura (en las Améscoas). Ante la magnitud del ataque, Sancho VII buscó financiación para sostener la guerra y obtuvo 70.000 sueldos del obispo de Pamplona, a cambio de importantes bienes y privilegios. La oferta del matrimonio de una infanta navarra con el Rey aragonés, completada por un juramento, logró la retirada de ambos ejércitos, aunque mantuvieron las plazas ocupadas. El Papa absolvió a Sancho del juramento prestado por ser ilícito y forzado (febrero de 1199) y Aragón no protestó, ni intentó la reanudación de la guerra, para no favorecer en exceso a Castilla. De esta forma el Tratado de Calatayud perdió su virtualidad.

Sin aliado, Alfonso VIII decidió replantear sus objetivos en la campaña del año siguiente, que no se dirigió hacia el corazón de Navarra, sino hacia los territorios vascongados, cuya adscripción a Navarra en el tratado de 1179 no aceptaba. Deseaba aprovecharse del descontento existente en ellos contra la Monarquía navarra por la creación de una red urbana y la implantación del sistema de tenencias. Desde Pancorbo el ejército castellano penetró en Álava. Sólo resistieron las fortalezas de Portilla y Treviño, pero no impidieron el avance del ejército castellano, que cercó Vitoria antes del 5 de junio de 1199. La ciudad resistió ocho meses. Aislado diplomáticamente de los restantes reinos cristianos vecinos, Sancho el Fuerte tuvo que viajar a tierras musulmanas para pedir ayuda a los almohades en forma de un ataque a las fronteras meridionales de Castilla, que obligara al ejército de Alfonso VIII a levantar el cerco de Vitoria. Pero los problemas internos del Imperio Almohade impidieron que se llevara a cabo el plan y desde tierras musulmanas Sancho VII autorizó la rendición, que tuvo lugar antes del 25 de enero de 1200. Mientras se prolongaba el cerco, Alfonso VIII se fue haciendo con el control de todo el territorio de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado. Aunque hubo resistencia en las sedes de algunas tenencias, como las dos fortalezas citadas, los dirigentes de la nobleza vasca se inclinaron a aceptar la soberanía de Castilla, molestos por las reformas de los reyes navarros, que habían menoscabado las bases de su poder, que hasta entonces les había permitido ser dueños efectivos del país e intermediarios forzosos entre éste y la autoridad real. La aceptación de la soberanía castellana pudo estar supeditada al cumplimiento de ciertas condiciones, como la detención del proceso urbanizador (que de hecho se produjo durante medio siglo) o la vinculación especial de Álava a la corona castellana mediante un régimen que cohonestara la soberanía real y la autonomía interna del territorio a través de asambleas de magnates, encargadas de elegir al señor de Álava, como si se tratara de una behetría colectiva.

En las treguas firmadas antes de marzo de 1201 se intercambiaron las fortalezas que habían quedado en territorio enemigo. Navarra recuperó Inzura y Miranda, pero tuvo que entregar Portilla y Treviño a los castellanos, que de esta forma completaron el control de los territorios vascongados. Sólo quedó en manos de Navarra (hasta 1463) la comarca de la Sonsierra, hoy conocida como Rioja Alavesa. La pérdida de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado condicionó las relaciones de Sancho VII con Castilla, incluso después de la victoria de las Navas de Tolosa, pues el rey navarro no se sintió inclinado a colaborar por propia iniciativa con Castilla, ni tampoco a atacarla, sino que prefirió orientar su actividad hacia Aragón y el Levante musulmán o hacia Ultrapuertos. La pérdida de los territorios vascos volcó a Navarra hacia la expansión septentrional, ya iniciada, pero que se intensificó a partir de entonces. El resultado fue la compleja formación y el ensamblamiento en la Corona navarra de las Tierras de Ultrapuertos.

La segunda fase del reinado de Sancho VII el Fuerte fue un esfuerzo de recuperación, mantenido durante más de una década (1200-1212), que le permitió sobreponerse a las consecuencias negativas derivadas de la pérdida de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado.

Elemento clave de todo el proceso de recuperación fue el saneamiento de la hacienda real, que permitió pasar del endeudamiento reseñado en 1197 a una situación de superávit, desde la cual pudo conceder préstamos y realizar adquisiciones a partir de 1209. El incremento de ingresos se produjo por varias vías. Tal vez el Califa almohade le proporcionó alguna ayuda en metálico durante su viaje de 1199, que pudo ayudar a paliar el déficit inicial, pero sobre todo los ingresos obtenidos del mundo musulmán provinieron, a partir de 1212, de los botines de guerra, tanto de la Batalla de las Navas como de la cruzada contra el Levante musulmán en 1219 o del saqueo sistemático de estas tierras desde los castillos de la frontera. Una segunda fuente de ingresos potenciada fueron los derechos de tablas, que gravaban tanto las importaciones (peajes) como las exportaciones (sacas). Sancho procedió a actualizar los aranceles e introducir recargos, duplicando a veces las tasas, hechos que todavía se recordaban en los aranceles del siglo XIV. La tercera fueron los censos anuales asignados a cada uno de los solares sobre los que se alzaban las casas en los nuevos burgos, introducidos por su padre a partir de 1164. La cuarta y más significativa fuente de ingresos provino de una metódica reconversión de los ingresos provenientes del dominio directo de la Corona, el señorío realengo, mediante la unificación de las pechas que pagaban los campesinos que habitaban en las villas y valles pertenecientes al monarca. Ya se había iniciado en la última etapa del reinado de Sancho VI y el propio Sancho VII las continuó en los primeros años de su reinado, pero fue precisamente entre 1201 y 1212 cuando intensificó la concesión de fueros de unificación de pechas, pues a esta etapa corresponden diecinueve de los treinta que se conocen. Hasta 1201 las concesiones seguían el modelo de su padre, basado en la pecha individual, asignada por casa o familia, y en la cena. A partir de 1206 se inició una nueva serie de fueros cuyas características fueron la fijación de pechas conjuntas para toda la comunidad campesina (luego llamadas “pechas tasadas” o “pleiteadas”), la ratificación de las prestaciones de trabajo personal (labores), la regulación de la actividad de los merinos reales y la limitación de las facultades de los ricoshombres que pudieran tener encomendados la villa o el valle. Además, diversificó el contenido de las pechas en metálico y en especie.

La firma de las treguas de 1201 no liquidó el conflicto con Castilla. Sancho VII era consciente de su inferioridad y no reanudó la guerra frontal; procuró más bien buscarse aliados y hostigar a Castilla de forma indirecta. Acogió, por ejemplo, al señor de Vizcaya, Diego López de Haro (1201), que desde Navarra atacó a su antiguo reino, alcanzando incluso a Vitoria. Provocó una fuerte reacción de Alfonso VIII, que, ayudado por el Rey de León, penetró en Navarra, cercó Estella y estuvo a punto de conquistarla (septiembre de 1202). Sancho tuvo que firmar unas segundas treguas con Castilla (Alfaro, otoño de 1202) y se deshizo del señor de Vizcaya.

Para romper el aislamiento diplomático que soportaba en España, Sancho VII buscó la alianza con Inglaterra, que controlaba Gascuña, plasmada en los tratados de Chinon (14 de octubre de 1201) y Angulema (4 de febrero de 1202), que fijaban un compromiso de ayuda mutua en caso de ataque enemigo. Los resultados fueron escasos porque ninguno de los dos reinos ayudo al otro cuando Alfonso los atacó (a Navarra en 1202 y a Gascuña en 1205). Además, Sancho VII siguió ampliando la red de relaciones feudovasalláticas en Ultrapuertos, en concreto en la tierra de Mixa y en el vizcondado de Soule. La alianza con Inglaterra solo funcionó en el plano comercial: Bayona sirvió de puerto marítimo para el comercio navarro y el rey inglés protegió a los comerciantes navarros, mientras que los comerciantes de Bayona fueron protegidos en Navarra (acuerdo de 1204). Sin embargo las relaciones entre los reinos se fueron enfriando, en especial desde que Inglaterra reclamó el pago de la dote de la reina Berenguela, hermana de Sancho y viuda de Ricardo I.

Las relaciones con Castilla seguían siendo difíciles. Los escrúpulos de Alfonso VIII, que le llevaron a prometer la devolución de parte de los territorios conquistados a Navarra en un testamento otorgado en 1204 a resultas de una grave enfermedad, probablemente nunca fueron conocidos en Navarra. Sin apoyos externos, Navarra tuvo que renovar las treguas con Castilla (Guadalajara, 29 de octubre de 1207), que incluyeron la libertad de tránsito de los súbditos respectivos por ambos reinos. La reiteración de treguas y el transcurso del tiempo favorecían a Castilla, que de esta forma consolidaba sus conquistas. Para evitar nuevas agresiones castellanas, Sancho VII protegió la nueva frontera occidental del reino mediante una doble barrera, interior de plazas fuertes y exterior de castillos situados en el límite fronterizo mismo.

En el contexto hispano el primer éxito de la política exterior de Sancho VII fue el restablecimiento de las relaciones con Aragón. Un primer paso en esta dirección, aunque no protagonizado por los reyes, sino por pueblos fronterizos de ambos reinos, fue la creación de una hermandad de la Bardena (1204), concebida para encauzar los conflictos surgidos entre los congozantes y protegerse de los malhechores que actuaban en esta zona despoblada. El saneamiento de la hacienda navarra y el atesoramiento de importantes excedentes monetarios le permitieron a Sancho VII realizar amplias inversiones y cuantiosos préstamos.

Uno de los primeros beneficiarios de los préstamos fue Pedro II de Aragón. En el acuerdo de Monteagudo (10 de febrero de 1209) ambos reyes se comprometieron a no recibir vasallos huidos del otro reino (con el objetivo de dar estabilidad a las relaciones fronterizas). Ese mismo año Sancho otorgó un préstamos de 20.000 maravedís de oro a Pedro II, que a cambio entregó en prenda los lugares de Peña, Escó, Petilla de Aragón y Gallur. De la misma forma en la primavera de 1212 recibió 10.000 mazmudinas de plata y empeño al navarro la villa de Trasmoz. Aunque nunca fueron devueltas, estas cantidades asentaron una paz estable con Aragón y sirvieron de puerta a otras inversiones de Sancho VII en este reino.

En estas circunstancias, la pérdida de Salvatierra (1211) reanudó el enfrentamiento entre Castilla y el imperio almohade por el control de La Mancha y de los pasos de Sierra Morena. El papa Inocencio III ordenó la predicación de la cruzada. En función de las relaciones que mantenían con Castilla, la respuesta de los reinos hispanos fue desigual. El Rey de Aragón se sumó en persona, los de León y Portugal no participaron en la expedición, pero permitieron que lo hicieran sus vasallos. Sancho VII se resistió a aceptar la invitación inicial del arzobispo de Narbona, puesto que las treguas vigentes expiraban en octubre de 1212 y una victoria almohade hubiera propiciado una coyuntura idónea para recuperar Álava y Guipúzcoa. Sin embargo, a estos cálculos políticos se sobrepusieron luego los impulsos religiosos, en un rasgo de generosidad poco común, y Sancho VII se incorporó a la cruzada con doscientos caballeros y sus correspondientes peones cuando ya se había iniciado, después de la toma de Alarcos (6 de julio).

La intervención de Sancho el Fuerte en dos momentos cruciales de la expedición fue decisiva para su éxito, como reconoció poco después Blanca de Castilla, hija de Alfonso VIII y futura reina de Francia en carta dirigida a Blanca de Navarra, hermana de Sancho y condesa de Champaña. Primero se opuso a la pretensión de Alfonso VIII de dar por concluida la expedición con la recuperación de Salvatierra o de desvirtuarla, convirtiéndola en un ataque contra el Rey de León. Sancho recordó que había venido inspirado por Dios, no para atacar a los cristianos, sino a los sarracenos. La aceptación de su planteamiento por los jefes cruzados obligó al ejército cristiano a cruzar Sierra Morena e hizo inevitable el enfrentamiento. En segundo lugar, su actuación fue decisiva en el curso de la Batalla de las Navas de Tolosa (16 de julio de 1212). Sancho VII mandaba el ala derecha del Ejército y estaba al frente de la caballería de la misma. Pedro II de Aragón mandaba el ala izquierda. El choque se inició en el centro, al principio con ventaja para los musulmanes, pero las sucesivas líneas cristianas de reserva fueron venciendo, con esfuerzo, a las musulmanas. Avanzado ya el combate, la caballería de las alas cristianas lanzó un ataque contra el palenque de al-Nāşir (Miramamolin), defendido por una guardia negra, cuyos componentes estaban encadenados y armados con lanzas. El éxito cristiano se debió al ataque envolvente de las alas y, según Blanca de Castilla, el mérito principal correspondió a Sancho. Lo cierto es que el palenque fue asaltado y al-Nāşir huyó precipitadamente.

La participación de Sancho VII el Fuerte en la batalla fue decisiva, con independencia de los detalles concretos y del reflejo en las crónicas oficiales posteriores, de tal forma que mejoró considerablemente la situación de la Monarquía navarra en el contexto de los reinos cristianos españoles. La imagen del Soberano recuperó su prestigio y se olvidaron sus anteriores alianzas con los almohades. El botín obtenido fue un factor añadido en la mejora de su saneada hacienda y facilitó sus inversiones. Además Alfonso VIII le devolvió algunos castillos que le había arrebatado en Álava (los de Buradón, Alcazar —luego denominado Toloño—, Toro y Marañón), que garantizaban a Navarra el control de la línea de cumbres de las sierras de Toloño y Cantabria y reforzaban la presencia navarra en el alto valle del Ega, desde Bernedo a Genevilla. Además de los resultados tangibles e inmediatos, la victoria de las Navas abrió una tercera etapa en el reinado de Sancho VII (1212-1223), que puede definirse como de tardía plenitud.

El saneamiento de la hacienda y el botín de las Navas le permitieron desplegar una amplia política inversora en este decenio. Según los cambios fluctuantes de moneda, sus inversiones fueron superiores a los 800.000 sueldos y probablemente alcanzaron los 900.000. Se repartieron casi por igual entre Navarra y Aragón, aunque con ligera ventaja para la primera. En Aragón predominaron casi exclusivamente los préstamos, mientras que en Navarra abundaron las operaciones de compra. Más de la mitad del capital invertido se empleó en este decenio y especialmente en 1213-1214 y entre 1219 y 1222. Dentro del reino las preferencias inversoras se centraron en varios objetivos. El primero fue reforzar el patrimonio de la Corona en Tudela, ciudad en la que residía el Rey habitualmente, y en su entorno, la Ribera Tudelana. Dentro del recinto urbano compró todo tipo de bienes, así como tierras de cultivo y un coto redondo dentro de su término municipal. Adquirió bienes en diez pueblos de los alrededores y compró cuatro de ellos íntegramente (Buñuel, Cadreita, Cintruénigo y Urzante) así como un coto redondo, que eran señoríos de la alta nobleza y se integraron en el realengo. El segundo objetivo fue la consolidación y reforzamiento de las fronteras mediante la compra de pueblos situados en ellas, para impedir que señoríos particulares sirvieran de vía de penetración de expediciones extranjeras, como ocurría sobre todo en el río Ebro, en cuyo entorno adquirió Lazagurría, Sartaguda, Cárcar y Resa, además de la ya citada Cadreita. Al mismo fin responden la adquisición de Cintruénigo, ya reseñada, y Javier. Construyó además castillos en las Bardenas, para asegurar su control y fijar la frontera con Aragón (Sancho Abarca, La Hoz, La Estaca, Aguilar y Peñaflor). El tercer objetivo de las inversiones de Sancho VII en Navarra fueron Pamplona (donde pretendió recuperar la presencia regia, después de haber entregado al obispo el Palacio Real construido por su padre) y su Cuenca (donde se hizo con los lugares de Esquíroz, Espilce, Oteiza y Añézcar). Las adquisiciones de bienes no siempre provenían de compras o préstamos. Sancho también utilizó presiones y atropellos para lograrlos, como prohijamientos, no siempre voluntarios, y apropiaciones indebidas. Además de proporcionarle fama de avaro y autoritario, estos abusos provocaron numerosas reclamaciones ante los tribunales después de su muerte.

Las inversiones de Sancho VII en Aragón, canalizadas casi siempre a través de préstamos, tuvieron dos objetivos: reforzar la frontera navarra mediante el control de pueblos fronterizos aragoneses y utilizar su territorio como vía de paso hacia la frontera musulmana de Levante. El reforzamiento de la frontera se había iniciado en 1209 con la adquisición de cinco localidades mediante dos préstamos y prosiguió ahora con la compra de Gallur y la adquisición a través de préstamos impagados de Sádaba, Grisén y Los Fayos. A pesar de ser casi un sexagenario, el Rey dio un giro completo a su política y recobró para su reino, que había quedado encogido y bloqueado, un puesto de vanguardia en las empresas de la reconquista. Sancho se dejó imbuir por los ideales de cruzada y concibió también el territorio musulmán del Levante español como teatro para sus expediciones y fuente de riqueza y botín. Para acceder a la frontera obtuvo mediante préstamos no devueltos varios castillos y localidades que constituían un conjunto lineal desde Navarra hasta la comarca castellonense del Maestrazgo: Chodes y Zalatambor en el río Jalón, Burbáguena al sur de Daroca, Ródenas y Jorcas cerca de Albarracín y Teruel. En la misma frontera se hizo con los castillos y plazas de Olocau, Linares, Abengalbón, Peña de Arañón, así como Castronuevo, Alehedo, Mallo, Acedillo, completados en 1231 por Castelfabib y Ademuz.

Desde estos castillos fronterizos se lanzaron operaciones de castigo y saqueo sobre las tierras musulmanas, especialmente en 1215 y 1216. Sancho se sumó a la cruzada promovida en 1219 por el arzobispo Jiménez de Rada, que fracasó en su intento de tomar Requena. Con todo, el botín fue cuantioso, puesto que en los tres años siguientes Sancho incrementó sus inversiones, que sobrepasaron los 200.000 sueldos. Efectuó por su cuenta otra campaña en 1220.

El autoritarismo de Sancho también se percibe en el control que ejerció sobre la sede episcopal de Pamplona. Estaba acostumbrado a contar con obispos fieles, que colaboraran con su política, como García Fernández (1194-1205), que previamente había sido obispo de Calahorra y a quien probablemente apoyó para que fuera elegido para la sede de Pamplona. El obispo poseía un señorío eclesiástico de dimensiones y competencias desorbitadas en el contexto del reino, que hizo inevitable la intervención regia para controlarlo. El sucesor de García, Juan de Tarazona (1205-1211), se plegó a sus dictados, hasta el punto de entregar al Rey los castillos de Monjardín, Huarte y Oro, lo cual provocó su destitución por jueces papales. El Rey desterró a gran parte del Cabildo y se apropió de sus bienes. La actitud conciliadora del nuevo obispo, Espárrago de la Barca (1212-1215), no evitó el enfrentamiento por el control de Pamplona, donde el Monarca apoyó al burgo de San Saturnino, enfrentado con el obispo, cuyas fortificaciones consistió, mientras que ordenó el derribo de las que habían construido los burgos de la Navarrería y San Nicolás. Esta postura real alentó la primera guerra de los burgos en Pamplona. Los de San Saturnino asaltaron el burgo de San Nicolás y destruyeron la iglesia y buena parte del burgo. Al final de su episcopado Guillermo de Santonge (1216-1219) excomulgó al Rey por no devolver los tres castillos que retenía. Luego Sancho VII, para asegurarse el control de la diócesis, promovió la elección como obispo de un hijo suyo bastardo, Ramiro (1220-1228), bien formado intelectualmente, pero de carácter débil, que aceptó imponer a los burgos de Pamplona una paz desigual (1222), que humillaba a san Nicolás y favorecía a san Saturnino. El Rey no consintió que los canónigos eligieran libremente a su sucesor, sino que impidió la elección hasta que impuso a su candidato, Pedro Ramírez de Piérola (1230-1238), hasta entonces obispo de Osma y hermano del alférez real, que se identificó plenamente con el Monarca.

Cuando esto ocurrió, Sancho el Fuerte había iniciado ya la cuarta y última fase de su reinado (1223-1234), marcada por el declive de su persona, explicable en un septuagenario. Disminuyó su actividad como inversor y prestamista; se redujo el volumen de sus compras y el radio de acción de estas operaciones se restringió sobre todo a Tudela y su entorno comarcal. Además adquirió bienes de menor envergadura, salvo el señorío de Barillas. En torno a 1224 una enfermedad estuvo a punto de costarle la vida y acentuó su reclusión en el castillo de Tudela, hasta el punto de que sus contemporáneos le motejaran como “el Encerrado”. Según el forense L. del Campo pudo tratarse de una úlcera varicosa.

La presencia de la enfermedad y la avanzada edad del Rey abrieron el asunto de la sucesión al Trono, que presidió los últimos años de su reinado. Un primer fracaso matrimonial y un segundo matrimonio del que se sabe muy poco arrojaban un balance desolador. Aunque el Rey tenía varios bastardos, carecía de un hijo legítimo. La opción más lógica era el recurso a una rama colateral, en concreto a un hijo de su hermana Blanca, el conde Teobaldo de Champaña. Teobaldo viajó a Navarra para congraciarse con su tío y preparar la sucesión, pero se enfrentó con un hijo bastardo del Rey, Guillermo, y con el propio Sancho VII.

La reunificación de Castilla y León en 1230 se tradujo en la reanudación del acoso al reino navarro. El encargado de llevarlo a cabo fue Diego López de Haro, señor de Vizcaya y alférez real de Castilla, que tomó varios castillos navarros. Desechadas la sucesión colateral y la legitimación de un bastardo, Sancho VII sólo podía optar una filiación artificial. Eso fue lo que pretendió con el prohijamiento acordado con Jaime I de Aragón (Tudela, 2 de febrero de 1231), en el que mutuamente se declaraban herederos. Se completó con un compromiso de ayuda aragonesa frente a las acometidas castellanas y con la concesión a Jaime I de un préstamo de 100.000 sueldos, a cambio del cual el Monarca aragonés entregó los castillos de Ferrera, Ferrellón, Zalatamor, Castelfabib y Ademuz. Un año después Jaime I, que acababa de conquistar Mallorca y quería lanzarse sobre Valencia, no estaba en condiciones ni de ayudar a Sancho VII frente a Castilla, ni de devolver el dinero recibido. Optó por renunciar a los castillos empeñados (salvo Castelfabib y Ademuz) y a otros como Peña Faxina y Peña Redonda, además de los enajenados por su padre (1232). Con todo, el prohijamiento carecía de virtualidad para Jaime I, que ese mismo año en su primer testamento ratificó como heredero de Aragón a su hijo Alfonso.

Mientras esto ocurría, continuaba el hostigamiento de la frontera navarra por parte del señor de Vizcaya y Sancho VII el Fuerte acentuaba su aislamiento en el castillo de Tudela, donde murió el 7 de abril de 1234. Fue enterrado provisionalmente en la iglesia de San Nicolás de Tudela y luego definitivamente en la colegiata de Roncesvalles.

Sancho VII estuvo casado dos veces. El primer matrimonio parece una consecuencia de la primera expedición a Aquitania. Lo contrajo alrededor de 1192 con Constanza de Toulouse, hija del conde Ramón VI de Toulouse (1194-1222). Duró poco tiempo y repudió a su esposa. Su segunda mujer recibe el nombre de Clemencia de Alemania y se la ha considerado hija o pariente del emperador Federico I Barbarroja, aunque existen dudas al respecto. Sería la madre del infante Fernando, muerto en su juventud y del que no hay noticias acreditadas. Además, Sancho VII tuvo siete hijos bastardos: Ramiro, obispo de Pamplona; Guillermo Sánchez, que pasó a Mallorca como caballero; Pedro, identificado con un abad de Irache (1223-1233); Jimeno; Lope; Rodrigo; y Blanca, que fue abadesa de Marcilla a mediados del siglo XIII.

 

Bibl.: M. Bouquet y M. Brial, Récueil des historiens des Gaules et de la France, t. XVII-XIX, Paris, 1878-1880 (reimpr.); A. Huici Miranda, Las grandes batallas de la Reconquista durante las invasiones africanas (almorávides, almohades y benimerines), Madrid, Instituto de Estudios Africanos (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), 1956; L. del Campo, Sancho el Fuerte de Navarra, Pamplona, La Acción Social, 1960; J. González González, El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, Madrid, Escuela de Estudios Medievales, 1960; W. Stubbs (ed.), Chronica magistri Rogeri de Houedene (“Rerum Britannicarum Medii Aevi Scriptores”, 51), Wiesbaden, 1964 (reimpr.); J. M. Lacarra, Historia política del reino de Navarra, vol. II, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra- Editorial Aranzadi, 1972, págs. 91-127; J. Goñi Gaztambide, Historia de los obispos de Pamplona, vol. I, Pamplona, EUNSAInstitución Príncipe de Viana, 1979, págs. 479-584; Á. J. Martín Duque y L. J. Fortún, “Relaciones financieras entre Sancho el Fuerte y los monarcas de la Corona de Aragón”, en Jaime I y su época. Comunicaciones (X Congreso de Historia de la Corona de Aragón), 3, 4 y 5, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1982, págs. 171-182; S. Herreros Lopetegui, “La génesis de la frontera navarra ante Álava”, en Vitoria en la Edad Media (Actas del I Congreso de Estudios Históricos, Vitoria, 21-26 de septiembre de 1981), Vitoria, Ayuntamiento, 1982, págs. 603-611; L. J. Fortún Pérez de Ciriza, “Colección de ‘fueros menores’ y otros privilegios locales de Navarra (II)”, en Príncipe de Viana (PV), 43 (1982), págs. 951-1036; “Los ‘fueros menores’ y el señorío realengo en Navarra”, en PV, 46 (1985), págs. 603-673; Reyes de Navarra. IX. Sancho VII el Fuerte, Pamplona, Mintzoa, 1987 (reed. 2003); “Navarra”, en M. Á. Ladero Quesada (coord. e intr.), La reconquista y el proceso de diferenciación política (1035-1217), en J. M.ª Jover Zamora (dir), Historia de España de Menéndez Pidal, vol. IX, Madrid, Espasa Calpe, 1998, págs. 605-660; S. Herreros Lopetegui, Las tierras navarras de Ultrapuertos (siglos xii-xvi), Pamplona, Gobierno de Navarra, 1998; J. M. Jimeno Jurío y R. Jimeno Aranguren, Archivo General de Navarra (1194-1234), San Sebastián, Sociedad de Estudios Vascos, 1998; L. J. Fortún Pérez de Ciriza, “La quiebra de la soberanía navarra en Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado (1199-1200)”, en Revista Internacional de Estudios Vascos, 45 (2000), págs. 439-494; “De la tempestad al sosiego. Navarra y Castilla en la primera mitad del siglo xiii”, en Fernando III y su tiempo (1201-1252) (VIII Congreso de Estudios Medievales), León, Fundación Sánchez-Albornoz, 2003, págs. 259-303.

 

Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza