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Sancha de Castilla

Biografía

Sancha de Castilla. Condesa de Barcelona y marquesa de Provenza. ?, 21.IX.1154 – Monasterio de Sijena (Huesca), 1206. Esposa de Alfonso II el Casto y reina consorte de Aragón, fundadora de la Orden de Comendadoras Sanjunistas o Madres Comendadoras de San Juan de Jerusalén, rama femenina de los Hermanos de San Juan de Jerusalén, sierva de Dios.

Hija del emperador Alfonso VII de Castilla y de su segunda esposa, de nombre Rica o Riquilda, Sancha era hermana de padre de Sancho —futuro Rey de Castilla— y Fernando —futuro Rey de León— hijos del primer matrimonio de su progenitor con Berenguela de Cataluña, fallecida en 1149. Los cronistas de la época citan a la madre de Sancha, Rica, la Emperatriz, como hija del duque de Polonia. La historiografía actual la denomina Riquilda, describiéndola como una mujer misteriosa e interpretan ese segundo matrimonio del Emperador como una imposición de la Iglesia preocupada por la endogamia entre las familias reinantes. El matrimonio entre Rica y Alfonso, puramente exogámico, duró poco tiempo, por la muerte del Emperador en 1157, naciendo de esa unión solamente la infanta Sancha.

En la ciudad de Lérida, Alfonso VII entregaba Sancha a su sobrino Alfonso II el Casto, cumpliéndose en este matrimonio el mismo pacto que el Emperador había sellado cuando se matrimonió con la hija de Ramón Berenguer III. El rey de Aragón, cuyo nombre original era Ramón Berenguer, hijo del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV y de Petronila de Aragón, era el primero que ostentaba la titularidad de la unión de Cataluña y Aragón, tomando el nombre de Alfonso tanto por cortesía hacia sus súbditos aragoneses como en recuerdo del gran Alfonso I el Batallador.

Aun cuando el matrimonio del Rey con Sancha de Castilla fue muy feliz, originalmente respondía a motivos no personales. Era necesario encontrar un argumento para que se legitimara la superioridad del Monarca por encima de la aristocracia, y al tiempo, confirmara sus derechos. En este contexto el matrimonio con Sancha no podía ser más perfecto: hija del Emperador, y hermana del rey de León Fernando, así como tía del rey de Castilla, Enrique I. Otra media hermana de su mismo nombre se había casado con el Rey de Navarra.

La confirmación de los esponsales se produjo en septiembre de 1162 y hasta la boda, doce años más tarde —el 18 de enero de 1174 se celebraría en la Catedral de Zaragoza—, se trabajó para presentar una imagen de la Monarquía en oposición a los nobles y de carácter muy superior a aquéllos. En este sentido el papel de la Iglesia no pudo ser más colaborador. La boda de Alfonso y Sancha se convirtió en una fiesta doble: se casaba el caballero perfecto en un matrimonio perfecto. El Rey celebró aquel 18 de enero su mayoría de edad casándose e invistiéndose como caballero al mismo tiempo. Los especialistas coinciden en subrayar que la boda con Sancha de Castilla no puede disociarse con la creación del Estado, ese Estado que unía Aragón con Cataluña y en el que se debería reconocer un pueblo entusiasmado por la figura del Rey. El Monarca y su esposa representaban, con su boda, la comunión del hombre y el mundo presentándose como un modelo ejemplar.

Ese mismo 18 de enero de 1174, desde Zaragoza, Alfonso II hacía donación propter nuncias a su esposa, a la que siempre se dirijía con afecto, otorgándole una serie de castillos. Así confirmaba el esponsalicio sobre las rentas de Daroca, Épila, Uncastillo, Pina, Barbastro, el castillo de San Esteban, Tamarite, Cervera, Montblanc y Ciurana. En mayo de 1187 le volvía a confirmar a la Reina —dilecte uxori— de los diez castillos (decem castra) que le había concedido el día de su boda. Sancha se había convertido en una pieza fundamental en su proyecto de controlar el territorio. La confirmación de 1187 es un acto aún más decisivo, en opinión de los especialistas, que la propia boda, significando que la Reina no tenía nada que temer del futuro ni iba a ser prenda de negociaciones. El documento representaba para Sancha el reconocimiento de una vida entregada a su marido y al orden del gobierno que él deseaba y del que ella formaba parte. El Rey no desaprovechaba ocasión para demostrarle unos sentimientos que no dejan de ser conmovedores, y en su documentación pública, Sancha —que firmó cientos de documentos como Sancia regina Aragon, comitissa Barchinon, e marchisia Provincia— subscribía acuerdos mediante su propia firma ostentando los mismos títulos de soberanía, situándola al margen y por encima de los demás súbditos, incluído el propio hermano del Rey —Sancho—, que estaba realizando una gestión muy mejorable en la cesión de las tierras de Provenza. Eso evitó que, tras su viudez en el Monasterio de Sijena, nadie osara llamarla con el despectivo apelativo de la castellana porque la Reina se había ganado el mérito de serlo en una tierra ajena, gracias al apoyo prestado a su esposo y la colaboración entre ambos. Un esposo cuyo reinado —a lo largo de treinta y cuatro años— fue extraordinariamente fértil. Aparte de la reconquista de Teruel (1171), Alfonso II incorporó la Provenza a la Corona, siendo feudatarios del Monarca un enorme señorío —Rosellón, Nimes, Montpellier, Béziers, Carcasona, Foix, Bigorra y Bearne—. También mantuvo magníficas relaciones con Castilla, apoyando a ese reino en la recuperación de Cuenca (1177), y firmando con Alfonso VIII el Tratado de Cazorla (1179), que rectificaba el de Tudillén. Ninguna de esas decisiones fue ajena a Sancha.

La Reina desempeñó también un importante papel en el matrimonio de su primogénito el veleidoso Pedro, futuro Pedro II el Católico. Ya reina de Aragón, Sancha influyó de manera determinante para que se casara con la heredera de Montpellier. Se presentaba aquel matrimonio para Aragón como una posibilidad de conservar el condado de Rosellón y los territorios occitanos, y para la novia, María, en una oportunidad de ser feliz. Sancha de Castilla, era una mujer piadosa que conocía la triste historia de María y de su madre. Y es que aquélla, Eudoxia, hija del basileus bizantino, Manuel II Comneno, había sido la anterior prometida de su marido que, además, había incumplido la promesa de boda con ella por casarse con Sancha. Desgraciada en su matrimonio con Guillermo, señor de Montepellier, María, hija única del matrimonio, también lo había sido en dos matrimonios —nulos— de los que aportaba dos hijas. De alguna forma la reina Sancha quiso que aquellos escrúpulos de conciencia se sanaran casando a su hijo con la joven heredera de Montpellier. Su suegra, pues, fue su mayor valedora, pero como si de un destino inevitable se tratara, el matrimonio de María y Pedro —celebrado el 15 de junio de 1204— sería tan desgraciado como el de sus padres.

El rey Alfonso II, para entonces, ya había fallecido. Murió en 1196 sin haber cumplido los cincuenta, pasando a la historia europea como un gran gobernante. El feliz matrimonio formado por el Monarca y Sancha tuvo cinco hijos varones y cuatro hijas, a las que su padre dejaba herederas en caso de la muerte de sus hermanos. Ellos fueron el primogénito Pedro, el Católico, conde de Barcelona y Rey de Aragón; el segundo hijo varón fue Alfonso II, conde de Provenza; otros dos hijos —Sancho y Ramón Berenguer— murieron jóvenes; finalmente, Fernando de Aragón consiguió seguir su vocación de sacerdote y fue abad en Montearagón. Las hijas todas hicieron importantes matrimonios: Constanza, se casó en dos ocasiones, en 1198 con Emerico I de Hungría y, tres años más tarde, con Federico II de Alemania; sus hermanas ratificarían la unión con Provenza, pues, no en vano, la infanta Leonor, en 1201, se casó con Ramón VI de Tolosa, y Sancha, en 1211, lo haría con Ramón VII de Tolosa. La infanta Dulce de Aragón, finalmente, profesó desde 1192 como monja en el Monasterio de Sijena.

Un punto fundamental del testamento de Alfonso II remite a Sancha, con discreción y firmeza, a la que deja al cuidado de su hijo primogénito, indicando que, si desea mantener el esponsalicio que en su día recibió, debía permanecer honrada —caste et sine marito—, un gesto conforme a las nuevas directrices de la Iglesia referentes al matrimonio.

En el Real Monasterio de Sijena se estableció la vida contemplativa femenina de la Orden de Malta, siendo la reina Sancha reconocida como fundadora de las Madres Comendadoras de San Juan de Jerusalén. De acuerdo con su regla, las Comendadoras Sanjuanistas se consagraron a ser el alma contemplativa de la Orden de Malta. La regla de Sijena pronto sirvió como modelo para fundar nuevas comunidades en todo el mundo. La castellana acabó sus días en el Monasterio Sijena, dejando tras de sí un inmejorable recuerdo de auténtica reina amada por su marido y su pueblo.

 

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Dolores Carmen Morales Muñiz