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Alfonso III de Aragón

Biografía

Alfonso III de Aragón. El Liberal. Valencia, 4.IV.1265 – Barcelona, 18.VI.1291. Rey de Aragón y de Valencia, como Alfonso I, y conde de Barcelona, como Alfonso II (1285-1291).

Primogénito de Pedro III el Grande de Aragón y de Constanza, hija de Manfredo, rey de Sicilia. Una de las primeras noticias que se tienen suyas es el acuerdo de su futuro matrimonio en 1273 por el tratado de Sord con Leonor, hija del rey Eduardo I de Inglaterra; matrimonio que nunca llegó a realizarse por su prematuro fallecimiento. Este enlace se situaba en la línea de aproximación de los monarcas ingleses con la Corona de Aragón y viceversa, ya que respondía a la similitud de intereses que ambas monarquías compartían en el sur de las antiguas Galias frente al reino de Francia. A pesar de todo ello este pactado enlace estuvo a punto de cancelarse en 1274 por las pretensiones de su abuelo Jaime I y su padre Pedro al trono de Navarra a la muerte de Enrique I de Champaña, cuya hija, Juana, de un año de edad, se vislumbró como una nueva prometida para Alfonso.

La huida a Francia de la reina viuda de Navarra y el compromiso de la heredera niña con el hijo y heredero de Felipe III el Atrevido de Francia impidió el intento de vincular Navarra a la Corona de Aragón.

Poco más se sabe de la vida del infante antes de que su padre ocupase el trono; desde 1278 su preceptor fue el noble aragonés Blasco Ximénez de Ayerbe, si bien existe la sospecha que personajes como Cerverí de Gerona y Gilabert de Cruilles intervinieron anteriormente en su educación humanística y de las armas respectivamente. Nada más ocupar el trono su padre, Pedro III en 1276, Alfonso será uno de sus más estrechos colaboradores. Reconocido como heredero al trono en 1280, se encuentra en Cataluña actuando en nombre de su padre con motivo de la revuelta de algunos nobles catalanes, como Roger Bernat de Foix, Armengol de Urgell, Ramón Folc de Cardona. Algunos historiadores llegan a afirmar que en aquella ocasión ya ostentaba la lugartenencia regia en Cataluña.

Lo que queda fuera de toda duda es que el todavía adolescente príncipe desempeñó un papel protagonista en esta revuelta que puso en peligro los fundamentos de la autoridad real en Cataluña.

Alfonso recibió el mismo año de 1280 el cargo de procurador regio para tratar con los hombres del condado de Urgell, no con los nobles rebelados, sino con los prohombres de las villas, con la finalidad de separar la causa de los nobles de las reclamaciones de los habitantes de las poblaciones. El papel importante desempeñado por el joven Alfonso en el control de esta rebelión nobiliaria se acrecentó aún más cuando una vez tomada la ciudad de Balaguer, en donde los nobles se habían fortificado, todos ellos fueron puestos por su padre bajo su custodia, trasladándolos al castillo de Lérida, tal como describe Bernat Desclot en su Crónica (cap. LXXV).

Alfonso ejerció de protagonista en 1281 cuando llegó la hora de perdonar a los nobles rebeldes, ya que recibió plenos poderes de su padre para ratificar todo cuanto pactase y al tiempo recibir las multas impuestas a los nobles Ramón Folc, vizconde de Cardona, Arnau Roger, conde de Pallars y Bernat Roger de Erill, por los daños cometidos contra el rey y sus hombres y por los gastos ocasionados por la guerra.

A partir de entonces Alfonso acompañará a su padre en diversas ocasiones e intervendrá en las negociaciones internacionales.

Ocupó la lugartenencia general de todos los reinos y condados cuando su padre partió para la costa tunecina y más tarde desembarcar en Sicilia en 1282, en donde fue proclamado rey después de la rebelión conocida como “Las Vísperas sicilianas”. Uno de los encargos que le dejó su padre antes de embarcase en la aventura siciliana, según consta por una carta fechada en Portfangós el 19 de mayo de 1282, fue ejercer de mediador en el conflicto familiar que enfrentaba a Alfonso X de Castilla y sus hijos, ordenándole que cualquier miembro de la familia real castellana que entrase en la Corona de Aragón fuese acogido amablemente de acuerdo con su rango y honores. Con dieciséis años Alfonso debía suplir la ausencia de su padre, si bien tenía la sombra tutelar de su madre, Constanza de Sicilia y una serie de buenos y respetados consejeros como Gilabert de Cruilles y Pedro Martínez de Artessona. En el testamento redactado por Pedro el Grande el mismo año, nombró heredero universal de sus reinos y posesiones directas a Alfonso, así como el dominio y todos los otros derechos que tenía y había de tener en el reino de Mallorca y los condados del Rosellón y Cerdaña, así como los otros condados, vizcondados, villas, castillos, tierras y otros lugares que su hermano Jaime, rey de Mallorca, tiene por él, y también en todos los otros bienes y derechos suyos, y cualquiera que tendrá en el momento de su fallecimiento.

En el testamento de Pedro el Grande queda bien patente el organigrama feudal de lo que hoy se denomina Corona de Aragón. Unos territorios peninsulares base fundamental del patrimonio de la Casa Real y una serie de reinos satélites que debían reconocer la autoridad del soberano titular de los reinos de Aragón, Valencia y el condado de Barcelona.

Pedro el Grande, también en dicho testamento, deja a su hijo Jaime —que primero será rey de Sicilia y después de Aragón— los condados de Pallars y Ribagorza, en calidad de feudos del infante Alfonso y sus herederos. También encomienda a su primogénito a sus hermanos los infantes Federico y Pedro, así como a las infantas Isabel y Violante, a fin de que provea decentemente a su alimentación y los tenga siempre bajo su protección. El testamento también incluye lo que acabará sucediendo con el tiempo, de que en caso de que Alfonso muriese sin descendencia masculina legítima, fuese sucedido por su hermano Jaime.

En previsión de complicaciones internacionales, por la aventura siciliana, que enfrentaba a la Casa de Aragón con la de Anjou, el papado y la monarquía francesa, Alfonso inició las actividades como lugarteniente de su padre, preparando un ejército contra malhechores, aunque en realidad era para vigilar los pasos fronterizos pirenaicos, a la vez que en una carta fechada el 20 de julio de 1282, escribía al infante Sancho de Castilla solicitándole la ayuda castellana en caso de guerra con Francia; simultáneamente debía mantener los avituallamientos a la flota paterna que se había instalado en el puerto tunecino de Al-Coll.

Intervino junto a su padre en la defensa de Cataluña cuando ésta fue invadida en 1285 por Felipe el Atrevido de Francia, como consecuencia del conflicto siciliano, que no era otra cosa que un aspecto más del enfrentamiento entre güelfos y gibelinos, respectivamente encarnados ahora por los Anjou y la dinastía catalano-aragonesa. La actitud de Jaime II de Mallorca al dejar pasar tropas francesas por sus territorios del Rosellón fue considerada por Pedro III el Grande como un acto de incumplimiento de los deberes de un vasallo para con su señor natural; por la cual cosa puso al frente de una expedición a su hijo Alfonso, con la misión de conquistar Mallorca el mismo año de 1285. Fue durante esta empresa cuando recibió la noticia del fallecimiento de su padre el 11 de noviembre de 1285. Antes de regresar de esta expedición logró la sumisión de Mallorca e Ibiza sin que las islas opusieran gran resistencia. Proclamado soberano de los reinos y territorios peninsulares, su hermano menor Jaime fue proclamado rey de Sicilia. Uno de los problemas constantes al que tuvo que hacer frente fueron los reiterados ataques que desde sus posesiones del Rosellón y la Cerdaña preparó su tío Jaime II de Mallorca-Rosellón; cuatro fueron las invasiones que desde el norte de los Pirineos organizó Jaime II de Mallorca, llegando a sitiar Castelló de Ampurias y a apoderarse de los castillos de Rocabertí, Requesens, Carmançó y las poblaciones de Cantallops, la Jonquera y el monasterio de san Quirce de Colera, aunque no tuvieron graves consecuencias ni militares ni políticas. En 1287 Alfonso conquistó la isla de Menorca como represalia por la información que había proporcionado el almojarife de la isla sobre el paso de la escuadra de Pedro III el Grande en su expedi ción hacia África, previa a su intervención en Sicilia y también por el temor de que la flota francesa tomara la isla como una base permanente. La repoblación de la isla en su mayor parte por gente venida de Cataluña, se produjo tras la rendición de los musulmanes y su partida previo pago de un rescate personal, para el que se dio un plazo de seis meses, quedando bajo dominio real todos aquellos que no pudiesen pagarlo en el plazo estipulado.

Buena parte de su reinado estuvo dedicado a la consecución de un tratado con Francia, el Papado y los Anjou para solucionar diplomáticamente el asunto de Sicilia y sus consecuencias internacionales al ocupar dicho trono su hermano Jaime. Alfonso III asumió desde el primer momento, como jefe de la familia real aragonesa, su papel como defensor de los intereses de su dinastía en el Mediterráneo. Iniciadas las negociaciones primero en París y después en Burdeos (1286), el mismo rey asistió personalmente a la reunión celebrada en Olorón un año después, sin que se llegase a ninguna solución. La reunión celebrada en Jaca (1288) tampoco solucionó nada, pero la liberación de Carlos II de Anjou, príncipe de Salerno, fue el primer importante paso que permitió en 1288 la firma de la concordia de Canfranc, por el cual Carlos de Anjou entregó sus hijos, como prenda del cumplimiento del pacto y la prosecución de las negociaciones sobre Sicilia y Mallorca. Finalmente después de laboriosas conversaciones se aceptó separar el asunto de Sicilia del de Mallorca, firmándose el 19 de febrero de 1291 el llamado tratado de Tarascón, que en realidad se firmó en la vecina población de Brignoles, con Carlos II de Anjou, príncipe de Salerno y el pontífice Nicolás IV.

Por dicho tratado Alfonso se comprometía a ir personalmente a Roma para obtener el levantamiento de la pena de excomunión que pesaba sobre él, organizar una cruzada a Tierra Santa, pagar un censo a la Santa Sede y ordenar la salida de los caballeros aragoneses y catalanes que estaban en Sicilia al servicio de su hermano Jaime, al que debía aconsejar que no retuviese dicho reino en contra de la voluntad de la Santa Sede.

Por su parte el pontífice revocaba la investidura de la titularidad del reino de Aragón concedida por Martín IV a Carlos de Valois y reconocía el señorío directo de Alfonso sobre el reino de Mallorca. La muerte aquel mismo año de Alfonso el Liberal impidió que se cumpliesen las cláusulas de dicho tratado.

Alfonso inició su reinado desembarcando en Denia de regreso de la expedición a las Baleares. En Valencia fue jurado como monarca de aquel reino, hecho que disgustó a los aragoneses, que ostentaban la primacía en el juramento real y en la coronación, situación que venía a añadirse al hecho de la vigencia del Fuero de Aragón en el reino de Valencia, vigencia que era rechazada por los valencianos.

En Barcelona juró las libertades catalanas y a su vez fue jurado como conde de Barcelona, siempre recordando que fueron los catalanes los primeros que se dirigieron a él como rey. Su reinado comenzó con graves problemas, por un lado, se acrecentó el peligro de la Unión de los nobles aragoneses, cada vez más fuerte y poderosa en Aragón, por otro la hostilidad de Sancho IV de Castilla, y por otro el peligro de ataques de Francia relacionados con el asunto de Sicilia y el enfrentamiento con los Anjou y el Papado.

Todos los acontecimientos políticos del corto reinado de Alfonso el Liberal están estrechamente relacionados entre sí. Las luchas con la Unión aragonesa durante los primeros años del reinado se entremezclan con la lucha y las negociaciones con los Anjou y sus aliados, y se interfieren con la conquista de Menorca; mientras las guerras con Castilla tienen igualmente contactos con las luchas anteriores y las negociaciones correspondientes. Toda la política internacional y los diferentes contactos y reuniones mantenidas durante su reinado giran en torno a la liberación del príncipe de Salerno, Carlos II de Anjou, la restitución de Sicilia y de las islas Baleares. Alfonso, sus diplomáticos y consejeros resistieron a las excomuniones papales y a las presiones de los aliados del papado, contraatacando de manea diplomática, aunque a veces de modo contundente. Hombres claves de esta acción diplomática fueron, entre otros, Gilabert de Cruilles y el jurisconsulto Ramón de Reus, arcediano de Lérida.

Alfonso internacionalmente siempre dio larga a los asuntos, no cediendo en nada, pero no mostrando nunca una actitud agresiva. El principal problema era convencer a su hermano a que renunciase al trono de Sicilia, y entregarlo a Carlos de Salerno, su prisionero.

Pero para solucionar este problema, Alfonso mezcló el asunto de la reivindicación del reino de Navarra, donación de Sancho VII a Jaime I. Por lo que la solución debía ser una devolución por ambas parte, la de los Anjou y de la monarquía francesa, por un lado, y la dinastía catalano-aragonesa, por otro. Esto demuestra para muchos la intención de no devolver nunca Sicilia, ya que esta condición era inaceptable para sus interlocutores. Por otro, la entrega de los infantes de la Cerda a Castilla, no se decidiría hasta saber a quién debían ser entregados si a Sancho IV o a la reina Blanca, su madre; a la vez que se mezclaba este problema con el asunto del reino de Murcia, con el cual se pretendía formar un lote para el infante Alfonso de la Cerda, que se casaría con la infanta Violante, hermana de Alfonso el Liberal, quedando así dicho reino vinculado a la Corona de Aragón.

El problema interno mayor fue la hostilidad de los nobles aragoneses, que, reunidos en la Unión desde tiempos de su padre Pedro el Grande, al que habían conseguido imponer el Privilegio General, le acusaban de haber usado el título real antes de ser coronado en Zaragoza. Al ser finalmente el rey coronado en Zaragoza en abril de 1286, los aragoneses se sintieron muy ofendidos por la declaración del joven rey de que tanto él como sus sucesores podían recibir la corona en cualquiera de sus reinos. Los Unionistas, a pesar de estar divididos entre ellos, le plantearon continuamente conflictos y reclamaciones, como el nombramiento de consejeros, el que no pudiese tomar decisiones sin su consejo, llegándole a amenazar con embargarle las rentas y negarle la obediencia. Finalmente se declararon en franca rebelión, levantándose en armas, llegando a reconocer como rey a Carlos de Valois y a invadir el reino de Valencia para que sus habitantes renunciasen al Fuero de Valencia y se rigiesen por el Fuero de Aragón, mientras el rey regresaba de la conquista de Menorca. Para combatir a los unionistas aragoneses Alfonso recurrió a tropas mercenarias musulmanas, pero la cosa se complicó mucho más cuando Sancho IV de Castilla se alió con Francia. Ante la gravedad de la situación y los escasos recursos, Alfonso finalmente tuvo que ceder a las imposiciones de la Unión aragonesa, jurando en Zaragoza el 28 de diciembre de 1287 el Privilegio de la Unión. Que esencialmente declara que ni él ni sus sucesores podrían proceder contra ningún miembro de la Unión sin sentencia del Justicia y consentimiento de las Cortes aragonesas, y que en caso de incumplimiento podrían los unionistas negarle la obediencia y elegir otro rey. Para asegurar el cumplimiento de los privilegios acordados Alfonso tuvo que entregar dieciséis castillos importantes, muchos de ellos en la frontera con Castilla.

Toda la problemática política mediterránea heredada por Alfonso el Liberal, que se había iniciado en 1282 con las Vísperas Sicilianas, se complicaba en la península ibérica por las tendencias francófilas de Sancho IV de Castilla, a causa de la estancia de los infantes de la Cerda en la Corona de Aragón. Obsesionado por la amenaza de que Alfonso el Liberal proclamase rey de Castilla a Alfonso de la Cerda, Sancho IV llegó a ofrecer el reino de Murcia al monarca aragonés, y la mano de su hija Isabel, con la condición de que los infantes de la Cerda fuesen situados en algún lugar de la frontera entre la Corona de Aragón y Castilla, pero bajo la vigilancia de dos súbditos castellanos. Alfonso el Liberal, a pesar de la tentadora oferta del rey de Castilla, no aceptó dicha propuesta, que constituían dos graves deslealtades: primero para con los infantes de la Cerda, y en segundo lugar para con la princesa Leonor de Inglaterra, con la que estaba unido por poderes. Esta negativa supuso que Sancho IV firmase una alianza con Francia (tratado de Lyón, 13 de junio de 1288), claramente hostil a la Corona de Aragón.

La respuesta de Alfonso el Liberal fue sacar a los infantes del castillo de Morella, en donde se encontraban y conducirlos a Jaca, en donde proclamó a Alfonso de la Cerda rey de Castilla. Esta proclamación tuvo la conformidad de los reyes de Inglaterra y de Sicilia, siendo los principales valedores del proclamado rey don Diego López de Haro, señor de Vizcaya, y Gastón de Montcada, vizconde de Bearn. Todos estos hechos condujeron a una guerra abierta entre Castilla y la Corona de Aragón, iniciándose las hostilidades a mediados de 1289. Por un documento secreto, Alfonso de la Cerda hacía donación del reino de Murcia al rey de Aragón.

El enfrentamiento entre los dos ejércitos se efectuó en tierras sorianas, tropas aragonesas llegaron hasta Almazán, mientras que Sancho IV se retiró tierra adentro con su ejército, para después contraatacar por la frontera de Tarazona. La lucha quedó estacionaria. Pero las noticias de una próxima entrada de Jaime de Mallorca por la frontera del Rosellón obligó a Alfonso a acudir a la Cerdaña. Esta amenaza por el norte era una ayuda que el rey de Francia daba a su aliado el rey de Castilla.

De esta manera la causa del pretendiente Alfonso de la Cerda quedó estancada en tierras de Castilla, a pesar de alguna victoria de Diego López de Haro.

Alfonso el Liberal murió en Barcelona el 18 de junio de 1291, siendo sepultado en la iglesia de los franciscanos (Fra Menors) de acuerdo con su última voluntad.

Las últimas decisiones del Monarca fueron las recomendaciones dadas a su sucesor, su hermano Jaime II, de que protegiera a Dulce, hija del ciudadano Bernat de Caldes, a la que había dejado embarazada. También que cumpliera la voluntad de su abuelo Jaime I de custodiar y velar por las donaciones que éste había hecho a Sibila de Saga, su última amante. Alfonso siempre fue un hombre excesivamente generoso y li beral, hecho que a veces le obligó a rectificar decisiones de consecuencias económicas imprevisibles. Por diversos ordenamientos de 1286, 1288 y 1291 dio un mayor rigor a la administración de su Casa. En las Ordenaciones de 1280 estableció que cada lunes atendería personalmente en público todas las peticiones que se le hicieran, y los martes y los viernes por la mañana tendría Consejo. El resto de la semana se lo reservaba a voluntad. La preocupación económica le llevó por las Ordenaciones de 1288 a suprimir los oficios de maestro racional y de baile general, cargos situados respectivamente al frente de la economía y de la administración del patrimonio real, la justificación dada fue que su trabajo no da suficiente provecho.

Fue un rey bondadoso y que cumplió siempre con la palabra dada, restituyendo los bienes a personas, como al heredero de Fernando Sanchis de Castro, el bastardo de su padre Pedro el Grande.

De las virtudes y coraje personal de este joven rey habla, quizá un tanto exageradamente Muntaner en el capítulo CLXXIII de su Crónica, que lo describe como: “El pus coratjós de feits d’armes a fer, que nengun altre qui al món fos”; mientras que Zurita lo describe como: “un rey muy clemente y justo”. Su fama culmina con los versos que le dedica Dante en el Canto séptimo del Paraíso: (versos 215-217) de la Divina Comedia, después del elogioso verso que dedica a su padre Pedro III el Grande: “E se re dopo lui fose rimaso, quel giovenetto che retro a lui siede, bene andava el valor de vaso in vaso.” La liberalidad de Alfonso también se mostró en el aspecto cultural, como en su interés de que la Biblia fuera traducida al catalán, encargando a Jaume de Montjuïc su traducción del francés, preocupándose personalmente de todos los detalles relativos a los escribientes, a los pergaminos y a la iluminación más apropiada para dicha obra. Durante su corto reinado por vez primera la lengua que hasta entonces era conocida como “nuestro latín o romance vulgar”, será designada como catalanesc. Confirmó como médico real a Arnau de Vilanova al que donó el castillo de Ollers, y tuvo como poeta áulico a Pere Salvatge, a la vez que Jofre de Foixá compuso unas Regles de trobar.

 

Bibl.: C. Parpal, La conquista de Menorca en 1287 por Alfonso III de Aragón, Barcelona, Imprenta de la Casa Provincial de Caridad, 1901; F. Soldevila, “A propòsit del tractat de Brignoles, dit també de Tarascó, 1291”, en Studi Medievali in onore di Antonio di Stefano, Palermo, 1956; S. Sobrequés, Els descendents de Pere el Gran: Alfons el Franc, Barcelona, Vicens Vives, 1960; F. Soldevila, Història de Catalunya, Barcelona, Alpha, 1962; Vida de Pere el Gran i d’Alfons el Liberal, Barcelona, Aedos, 1963; J. L. Shneidman, L’imperi catalanoaragonès (1200-1350), Barcelona, 1975, 2 vols.; E. Sarasa, Sociedad y conflictos sociales en Aragón: Siglos xiii-xv, Madrid, Siglo xxi, 1981; J. N. Hillgarth, El problema d’un imperi mediterrani cátala, 1229-1327, Palma de Mallorca, Editorial Moll, 1984; T. Bisson, Història de la Corona d’Aragó a l’edat mitjana, Barcelona, Crítica, 1988; C. Batlle, “L’expansió Baixmedieval, segles xiii-xv”, en J. M. Pujol Moix (coord.), Història de Catalunya, vol. III, Barcelona, Junior, 1988.

 

Salvador Claramunt Rodríguez

 

 

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