Fernández de Frías, Pedro. El Cardenal de España. Frías (Burgos) o Medina del Campo (Valladolid), m. s. XIV – Florencia (Italia), 1420. Obispo de Osma, cardenal y consejero de Enrique III de Castilla.
Según algunos historiadores, Pedro Fernández era natural de Frías, en Burgos, o quizás de Medina del Campo, según otros autores; el único cardenal español que estuvo en el Concilio de Constanza (1415), Pedro Fernández de Frías, era “astuto, malidicente, hedonista y afeminado”. El retrato, muy duro, lo realizaba nada menos que Fernán Pérez de Guzmán en sus Generaciones y semblanzas (1924), pero, siglos después, los historiadores seguían conservando esa opinión. Modesto Lafuente añade a los adjetivos expresados anteriormente el de incontinente y avaro, definiéndole como “un cortesano maquiavélico, poco devoto sin escrúpulos”. Efectivamente, uno de los clérigos más importantes de entre dos siglos, Frías, había nacido en una familia modesta, de la que apenas se sabe algo, salvo de su hermana, también religiosa, monja cisterciense, que llegó a ser abadesa en un convento de Burgos. No parece que el futuro Cardenal de España, como le gustaba ser tratado —como si su presencia abarcase todos los reinos—, fuera un hombre ni de grandes capacidades intelectuales ni tampoco de una espiritualidad sobresaliente. Por el contrario, los juicios sobre Pedro Fernández de Frías, y su biografía concentrada en un puro ir y venir adaptándose a las más variadas circunstancias para mantener poder y riqueza, parecen confirmarlo. Aún así, ese hombre mundano, soberbio y no muy letrado gozó de una suerte singular.
La suerte tenía un nombre: su mentor, el gran arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, sin cuyo apoyo Frías no hubiera llegado a ser más que un intrigante clérigo local. Prior de Osma, con la ayuda inestimable de Tenorio se convirtió en arcediano de Burgos y de Treviño el 21 de marzo de 1379. Gozó de cierto influjo en la Corte de Juan I, como se demuestra en la asistencia a las Cortes de Segovia en 1386 y Briviesca un año después. Miembro de la Real Audiencia, pronto se convirtió en imprescindible y comenzó a tomar parte en embajadas en una época tan difícil como la que atravesaba la cristiandad: eran los años del Cisma de Occidente. A principios de la década de 1390, el papa cismático Clemente VII creyó haber encontrado un nuevo hombre de confianza en Pedro Fernández de Frías, ya obispo de la diócesis de Osma, a quien otorgó el capelo cardenalicio el 23 de enero de 1394 a la muerte de Gutierre Gómez de Luna, obispo de Palencia. No sabía el Pontífice que en uno de sus últimos actos antes de morir estaba creando un enemigo para Pedro de Luna —futuro Benedicto XIII— y también para la causa aviñonense. En realidad fue, de nuevo, Pedro Tenorio el que influyó en el Monarca para que el Papa le concediera el capelo cardenalicio. Mientras tanto, Frías disfrutaba de un gran ascendiente en la Corte de Enrique III (1390-1406) y tomó parte en las diferentes sesiones de Cortes de Burgos y Madrid desde 1391. Y Pedro, hombre de talento y también, parece, que de pocos escrúpulos, a juzgar por la no despreciable fortuna que llegó a acumular, se hizo imprescindible en la resolución de cuestiones relacionadas con la justicia, la política eclesiástica o la fiscalidad.
El último aspecto le convirtió en un destacado administrador que, al tiempo que se enriquecía a sí mismo, lograba lo propio para el Tesoro. Como diplomático mostró sus habilidades en el quebramiento de la tregua en la frontera extremeña por parte de Portugal.
Corría el año 1402 y Enrique III trató con el monarca luso a través de las condiciones presentadas por el cardenal Frías, Ruy López Dávalos y Pedro Yáñez.
Todo le iba saliendo según sus deseos, pero había un pequeño inconveniente: su acumulación de poder le hizo parecer sospechoso ante los grandes del reino que esperaban el momento oportuno para hacerle caer en desgracia.
A mediados de los años noventa, la cuestión del cisma se presentaba tremendamente candente. El Emperador enviaba una embajada para atraer a Enrique III a su terreno, a lo que contestó éste que cuando tomara la decisión, se lo comunicaría “por el cardenal de España”. Y el cardenal, junto con el arzobispo de Toledo, en 1397, en la Asamblea clerical de Salamanca, hizo lo posible para que se sustrajese la obediencia a Benedicto XIII. A finales de siglo, la hostilidad hacia el papa Luna era total.
Dentro de la lucha diplomática de Aragón y Francia para asegurar la adhesión de Castilla a sus políticas respectivas, Martín, el Humano, molesto por la identificación de la política castellana y la francesa, sin consultar con Aragón, remitió cartas —6 de julio de 1397— para el rey Enrique III, el infante don Fernando y el cardenal de España. El momento coincidía con el comienzo del ejercicio de funciones políticas del hermano del Rey, Fernando, duque de Peñafiel, al tiempo que Pedro Tenorio se apartaba de la Corte, profundamente dividida entre los partidarios de la sustracción de obediencia o el apoyo a Benedicto XIII.
La muerte de Pedro Tenorio rompió el equilibrio entre los dos bandos al tiempo que entraba en escena Pablo de Santa María —el obispo de Cartagena—, cuya familia más directa ostentaba puestos relevantes en la Administración. Los familiares de Benedicto XIII tampoco se quedaban atrás: sus sobrinos Álvaro, Pedro y Rodrigo disfrutaban de una situación privilegiada en diferentes ámbitos. La estrella de Pedro de Frías empezaba a brillar más discretamente.
Esto último se comprobó en la cuestión relacionada con la vacante del arzobispado de Toledo. Todo apuntaba a Pedro —cuyo acercamiento por interés a Benedicto XIII era evidente—, pero el de Luna no olvidaba sus tesis sustraccionistas y concedió la mitra a su sobrino, de su mismo nombre. Esto provocó que el Cardenal de España le hiciera la vida tan imposible al de Luna que ni tan siquiera le permitió tomar posesión de su dignidad, lo que aceleró la represalia del Papa: la administración de la diócesis de Osma le fue retirada por corrupto. Era el 10 de junio de 1404. El de Frías era ahora un enemigo cordial del papa Luna que gozaba de importantes apoyos en Castilla. No obstante, Pedro tomó contacto con el duque de Borgoña y con todos los antilunistas, manejando los hilos de la intriga hasta el límite.
Las desgracias no vinieron solas y un incidente desafortunado le hizo, también, perder definitivamente el favor real. En una discusión con el obispo de Segovia —Juan de Tordesillas—, los escuderos del cardenal acabaron por apalear al clérigo. El Rey —instigado por los nobles— acabó haciendo responsable a Pedro de Frías, al que detuvo y confiscó sus bienes, así como 100.000 florines y plata, después objeto de múltiples reclamaciones. Enrique III le hizo encerrar en un monasterio franciscano y pensó en enviarle desterrado a la Corte de Benedicto XIII. No podía existir peor castigo para Pedro, que no dudó en recabar el apoyo de sus amigos. En una carta remitida desde París, el 15 de octubre de 1405, el duque de Borgoña recomendaba a Enrique III la persona del cardenal suplicándole que no le enviara a la Corte papal, ya que el Pontífice le tenía identificado como el artífice de las tesis de la sustracción de la obediencia.
No pudo ser y Pedro acabó en la Corte pontificia fingiendo arrepentimiento, lo que le valió la aparente reconciliación con el Papa. En 1403, Enrique III también le perdonó, con lo que Frías volvió al favor del Monarca y recuperó su posición y sus beneficios.
Dispuesto a reconstruir la colaboración entre Francia y España, el Cardenal de España volvía por sus fueros, pero la aparición de una indiscreta carta en la que Frías injuriaba al Monarca provocó otra vuelta de tuerca de la situación, como lo demuestran los sucesos de Zamora. Tampoco le había sido posible al cardenal recuperar los florines y la plata confiscados por el Rey a pesar de las promesas. Enrique III fallecía inesperadamente en 1406 y Frías huyó de la Corte pontificia despistando a quien le pudiera prender, lo que no impidió que el Papa ordenara el secuestro de sus bienes y la declaración de que se hallaba en rebeldía.
Muy astuto, Pedro acabó trasladándose a Italia, concretamente para asistir al Concilio de Pisa en donde tomó parte para deponer a Benedicto XIII. Luego le comunicó la noticia —5 de junio de 1409— al rey Martín de Aragón al tiempo que calificaba al papa Luna de cismático y animaba a que se le retirase la obediencia. El Rey, prudente como lo demuestra la correspondencia, se resiste a desobedecer a Benedicto XIII hasta no comprobar los fundamentos, al tiempo que reprocha al cardenal su actitud. Pero Frías se mostraba exultante al estar apoyado por el nuevo papa Alejandro V —que le restituyó el obispado de Osma y le nombró gobernador de Roma y vicario de la Santa Iglesia Romana— y por el emperador alemán Carlos IV que le había ofrecido rentas en compensación por las que había perdido en España.
Cuando iba a tomar posesión de sus nuevos cargos, falleció Alejandro V y Frías tomó parte de la elección de Juan XXIII que le confirmó, de nuevo, en todos sus cargos y bienes. Aún intervino en el Concilio de Constanza donde, si bien no tuvo un papel de importancia, utilizó su influencia para recomendar a algunos clérigos. Todavía en 1419 maniobraba cerca de los reyes aragoneses para conseguir el arzobispado de Zaragoza. Un año después murió en Florencia. Su cadáver fue trasladado a España, en 1422, a través de un salvoconducto, para ser enterrado en la catedral de Burgos.
Autores más recientes buscan un equilibrio en la valoración de la figura de Pedro Fernández de Frías.
Así, ensalzan sus obras pías y debe decirse, en honor a la verdad, que el cardenal realizó importantes obras benéficas. Fundó varias capellanías en conventos como el de Santa Clara de Burgos con importantes rentas para su mantenimiento. Asimismo, dotó de joyas y bienes a otras fundaciones y hasta proyectó un colegio de clérigos para estudiantes en Salamanca.
Pero, sin duda, su obra más sobresaliente y perdurable fue la fundación, en 1402, del monasterio jerónimo de San Jerónimo de Guisando en la aldea de Espeja, cerca del Burgo de Osma (Soria), una fundación confirmada por bulas de Benedicto XIII en 1413 y Martín V en 1420, para la que facilitó importantes rentas y donó heredades varias para su mantenimiento.
El prior y los frailes de Espeja fueron sus herederos universales y finalmente consiguieron, el 30 de enero 1425, los famosos florines y la plata que Enrique III le había confiscado a Pedro de Frías, mediante una negociación con Juan II que se avino a ello, asignando al monasterio una importante renta anual en compensación por la confiscación de aquellos bienes.
En 1489, el cabildo de Burgos cubrió la sepultura del cardenal labrando su sepulcro con sus escudos de armas y un epitafio que decía así: “Aspiece quam fragilis vita mortalium sit. Qui pedibus hic teritur cardinalis Hispania fuit. Monasterium de Espeja fundavit. Obiit Florentie anno MCCCCXXV”.
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Dolores Carmen Morales Muñiz