Fabra y Soldevila, Francisco. Llivia (Gerona), 23.IV.1778 – Madrid, 11.I.1839. Médico, naturalista.
Médico de amplios intereses intelectuales, desarrolló a lo largo de su vida una notable labor científica y literaria. Una vez realizados los primeros estudios en su pueblo natal, a los doce años su familia lo envió a estudiar a Barcelona, donde continuó su formación académica hasta la obtención del grado de bachiller.
Según el testimonio de Luis Comenge, durante esos primeros años, Fabra desarrolló una brillante carrera académica al seguir los cursos de matemáticas, lógica, filosofía experimental y filosofía moral. A los dieciséis años, en 1794, se trasladó a la Universidad de Montpellier para cursar los estudios de Medicina. Allí se licenció y permaneció hasta obtener el grado de doctor. Regresó a España en 1803 y, debido a la conflictiva situación política que vivía entonces el país y a la compleja legislación universitaria, se vio obligado a revalidar el título de médico, para lo que tuvo que cursar enseñanzas complementarias de medicina teórica en la Universidad de Cervera y de práctica clínica en la de Barcelona. Obtuvo finalmente la homologación en 1808.
Durante los años de la Guerra de la Independencia, prestó sus servicios en el Ejército como médico y cirujano militar, y permaneció durante seis años agregado al cuartel general del ejército. Al finalizar la contienda, Fabra se trasladó a Madrid, donde transcurrió el resto de su vida, desempeñando una intensa actividad profesional, institucional y de publicista.
Al poco tiempo de instalarse en la capital del reino, Fabra se integró como socio de número en la Regia Academia Médica Matritense y desde entonces colaboró estrechamente con su secretario, Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, en las campañas de promoción de la salud pública y en las sesiones de debate científico. A su lado tomó partido en la controversia suscitada en torno a la vacunación antivariólica, que alcanzó tanto a los profesionales de la medicina como a muchos sectores del clero, la aristocracia y la sociedad en general. Ambos fueron fervientes defensores de la expansión del procedimiento ideado por Jenner y celosos defensores del máximo rigor profesional en su aplicación a cuantos sectores de la población fuera posible para prevenir los estragos producidos por las epidemias de viruela.
Ejerció también los cargos de secretario de correspondencia y de vicepresidente de la Academia. Al suprimirse la institución matritense en 1830 y entrar en vigor el nuevo modelo de academias científicas impulsado por la monarquía, Fabra pasó a formar parte de la que fuera sucesora de la Real Academia Médica Matritense: la Real Academia de Medicina y Cirugía, de Madrid. Inmerso en esta dinámica institucional, concibió e impulsó también la creación de la Real Academia de Ciencias Naturales, de la que fue socio fundador y cuyo reglamento de régimen interno, aprobado en 1835, se encargó de redactar. Ese mismo año formó parte de una comisión especial nombrada por la nueva Real Academia de Medicina para elaborar un dictamen acerca de la reforma de la Facultad de Medicina y Cirugía, que había sido propuesta por una comisión regia.
Francisco Fabra fue también un activo publicista y un impulsor del debate científico en las instituciones médicas. En su etapa de estudiante en Montpellier publicó un folleto del que se conservan muy pocos ejemplares, que llevaba por título Essai sur la convalescence (1803) y durante su etapa como médico castrense editó un Reglamento de medicina castrense, para ser aplicado a la organización de la asistencia sanitaria en los cuarteles, que circuló ampliamente entre las instituciones militares. Fue también autor de numerosas memorias institucionales y de un Tratado sobre los baños de vapor e hidrotermales, que ensalzaban las aplicaciones higiénicas y terapéuticas de la balneoterapia.
Al fallecer Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, con quien había desarrollado una larga etapa de colaboración institucional en la Academia Médica Matritense, Fabra le dedicó una amplia necrológica bajo la forma de homenaje histórico (1822), que es testimonio de su amistad y reflejo del empeño que ambos compartieron en fomentar la modernización sanitaria de la sociedad española, el debate entre la profesión médica y el impulso al trabajo institucional.
En dos discursos correspondientes a sesiones científicas de la Real Academia de Ciencias Naturales, terció Fabra en la polémica que se había suscitado en el ambiente científico parisino entre Georges Cuvier, acérrimo defensor de la inmutabilidad de las especies vivas, y Ettienne Geoffroy Saint-Hilaire, cercano a las ideas transformistas. El texto de Fabra se publicó inicialmente en los volúmenes de Actas de la Real Academia y también en la Gaceta de Madrid. En unos momentos de apasionada confrontación en Francia entre los partidarios del creacionismo fixista y quienes defendían la transformación de las especies (Mauperthuis, Geoffroy Saint-Hilaire, Lamarck, entre otros), la voz de Fabra fue uno de los escasos ecos que la polémica científica entre ilustrados franceses tuvo en España.
Nuestro médico tomó partido en su discurso ante la Academia por las tesis de Cuvier contrarias a la variabilidad de las especies y no sólo defendió su inmutabilidad, sino que postulaba la singularidad de la especie humana, que, en su opinión, debería separarse del resto de especies animales, como una categoría única. A partir de esos discursos, Fabra publicó su obra científica más ambiciosa, que llevaba por título Filosofía de la legislación natural fundada en la antropología, en el conocimiento de la naturaleza del hombre y de sus relaciones con los demás seres (1838).
En la segunda parte de esta obra, incluyó Fabra otro de sus más célebres discursos ante la Real Academia de Ciencias Naturales, en el que planteaba una doctrina psicológica inspirada en la filosofía sensualista de los ideólogos franceses, que seguramente habían ejercido sobre él una profunda influencia durante su etapa de estudiante de medicina en Montpellier. Concluyó la obra con unas “Inducciones antropológico-legislativas” que significaban una especie de filosofía natural muy cercana al pensamiento naturalista del filósofo ginebrino Jean Jacques Rousseau. Desde un punto de vista estrictamente artístico y bibliográfico, se ha otorgado a la Filosofía de la legislación natural... el mérito de combinar a la perfección en sus representaciones iconográficas las técnicas del aguafuerte y el buril, una técnica mixta aplicada con gran brillantez al grabado morfológico del cuerpo humano.
Obras de ~: Essai sur la convalescence, Montpellier, 1803; Elogio histórico del doctor en medicina, D. Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, Madrid, Imprenta D. León Amarita, 1822; Filosofía de la Legislación Natural fundada en la antropología en el conocimiento de la naturaleza del Hombre y de sus relaciones con los demás seres..., Madrid, Imprenta del Colegio de Sordomudos, 1838.
Bibl.: M. J. González Crespo, Elogio histórico del Doctor D. Francisco Fabra y Soldevila, Madrid, Real Academia de Ciencias Naturales, 1840; L. Comenge y Ferrer, La medicina en el siglo xix. Apuntes para la Historia de la cultura médica en España, Barcelona, J. Espasa, 1914; L. Sánchez Granjel, “Nota sobre la ‘Filosofía de la Legislación Natural’ del Doctor Fabra y Soldevila”, en Archivos Iberoamericanos de Historia de la Medicina, 4 (1952), págs. 566-574; J. M.ª López Piñero, “Fabra y Soldevila, Francisco”, en J. M.ª L ópez Piñero, Th. Glick, V. N avarro Brotons y E. Portela Marco, Diccionario Histórico de la Ciencia Moderna en España, vol. I, Barcelona, Editorial Península, 1983, págs. 317-318.
Josep Lluís Barona Vilar