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Lorenzo de Roa

Biografía

Roa, Lorenzo de. España, c. 1563 – Panamá, c. 1629. Capitán de infantería y sargento mayor de galeones en la Carrera de Indias, capitán de galeras en Cartagena de Indias, capitán de infantería en Portobelo y Panamá, gobernador de Veragua, sargento mayor en Panamá, alcalde ordinario del Cabildo de Panamá.

Lorenzo de Roa nació en España, pero no se sabe dónde ni con seguridad cuándo. Al comparecer bajo juramento en varias informaciones de méritos y servicio en Panamá declara haber nacido en fechas muy distintas. En la información de méritos del capitán Gaspar de Zurita, en abril de 1617, dice tener “más de 50 años”; en la del capitán Diego de Rojas y Borja, del 22 de junio de 1621, dice tener “más de 55 años”; y en la del castellano Cristóbal Guerra de Solís, de enero de 1623, dice tener “más o menos 60 años”. Según estos datos habría nacido, respectivamente, en 1567, 1569 y 1563. Aunque es probable que tratara de disminuir su edad pues durante el tiempo en que hace estas declaraciones está esperando una promoción militar o de gobierno, lo que requería la energía y vitalidad de un hombre joven, por lo que le convenía declarar menos años de los que realmente tenía.

El capitán Lorenzo de Roa inició su larga carrera militar ocupando varios rangos en la Armada Real de la Carrera de Indias, desde 1574, cuando era todavía un niño. En la información de méritos y servicios que solicitó a la Audiencia de Panamá en 1610, blasonaba de haber servido al rey “ha más de 36 años”, “participando en muchas y muy importantes ocasiones de guerra y en oficios honrosos como son en la milicia de sargento, alférez, capitán y sargento mayor en la Armada Real de la Carrera de las Indias”. Un informante dice que le conoció cuando era muy joven como “soldado de cuenta”.

En 1588, sirviendo ya de capitán y sargento mayor en la Armada Real comandada por el general Álvaro Flores de Quiñones, y teniendo Roa algo más de 27 años de edad, realizó un viaje épico que sería recordado muchos años más tarde como “un hecho muy hazañoso”. En ese viaje, dirigiéndose a España, luego de atravesar el canal de las Bahamas “en el paraje de la isla Bermuda”, sobrevino una tempestad que separó a los galeones, y la capitana, donde iba Lorenzo de Roa, y que transportaba más de tres millones de pesos en plata, perlas y otros bienes de propiedad regia y de particulares, comenzó abrirse “por diversas partes”, por lo que el general Flores de Quiñones decidió “desampararla y dejarla en la mar”. Pero el sargento mayor Lorenzo de Roa se ofreció a llevarla a tierra con el tesoro y toda la gente que llevaba a bordo. El general le dio título de “su teniente”, y Roa la llevó a salvo a la isla de La Tercera al cabo de “treinta y tantos días”. Tras llegar a esta isla, fue enviado por el general en otra nave para que diera aviso al rey del resultado del viaje. “Fue un hecho notable de los que han quedado en nuestros tiempos”, declaraba años después un contemporáneo. En reconocimiento a su proeza, el rey encomendó a Roa que fuese a Lisboa y se embarcase con el general Marcos de Aramburu para la isla La Tercera y llevase el tesoro a la Península.

Como premio a su hazaña, por real cédula del 9 de abril de 1591, el rey nombró a Roa capitán de infantería española con sesenta ducados de sueldo al mes y le comisionó para que con 200 soldados fuese a la isla Española. Pero, mientras preparaba este viaje, llegó noticia de que una gruesa armada enemiga aguardaba en las islas Azores a las flotas del tesoro de Tierra Firme y Nueva España, que llevaban poca defensa. Roa recibió entonces la orden de dirigirse en un filibote a La Habana, donde se encontraban ambas para que las reforzase con sus hombres. Hecho esto, permaneció allí con sesenta soldados y luego se embarcó con ellos en una de las fragatas del general Pedro Meléndez Márquez para defenderla en caso de ataque, hasta que llegaron a salvo a Sanlúcar de Barrameda.

Al año siguiente, luego de permanecer poco tiempo en la corte y estando por viajar a América las fragatas al mando de Luis Alfonso Flores, el rey dio órdenes a Roa para que con otros capitanes se dirigiese a Lisboa. Allí debían embarcarse en una carabela y navegar a la altura de 44 grados “a reconocer las islas de La Tercera” en busca de corsarios enemigos. No encontrándolos, Roa regresó con esta información a Lisboa y las fragatas viajaron confiadas a América.

Poco después, en 1594, habiendo designado el rey a Pedro de Acuña como gobernador y capitán general de Cartagena, éste nombró a Lorenzo de Roa capitán de la galera Santa María, para que la llevase a este puerto. En el viaje, a la altura de la isla Margarita, Roa se encontró con una urca holandesa de más de 700 toneladas con la que tuvo que batallar, matándole e hiriéndole más de veinte hombres. A Roa le hirieron en el encuentro de dos balazos. Al llegar a Cartagena, el gobernador Acuña lo nombró cabo de las dos galeras que tenía el puerto y allí sirvió durante los siguientes tres años. Luego de ello, en 1597, Roa pidió licencia para regresar a la corte y solicitar alguna merced en remuneración por sus servicios. La Corona lo nombró entonces, por real cédula del 27 de febrero de 1597, en una de las plazas de capitán de infantería de Panamá, y estando por hacer el viaje también para Panamá, el recién nombrado (el 11 de agosto de 1596) presidente, gobernador y capitán general Alonso de Sotomayor, marqués de Valparaíso, éste comisionó a Roa en Sanlúcar de Barrameda para que se le adelantase en un bajel pequeño y le informase si había enemigos en la ruta. En el viaje Roa se tropezó con tres naves corsarias, que le estuvieron “corriendo” durante varios angustiosos días, pero no le alcanzaron.

Tierra Firme se había convertido en los últimos años y debido al atractivo que ofrecían las ferias, en blanco preferido de la piratería, por lo que fue preciso convertirla en plaza militar. Nombre de Dios fue mudado a Portobelo, que se prestaba mejor para la defensa, y allí se construyeron dos grandes castillos, el San Felipe y el Santiago. Y como presidente, gobernador y capitán general de Tierra Firme, se nombró a un experimentado militar de carrera, Alonso de Sotomayor. Era el primer gobernante de Panamá de capa y espada. A Sotomayor le acompañarían el sargento mayor Francisco de Narváez Alfaro, y doscientos soldados divididos entre los capitanes Pedro Meléndez y Lorenzo de Roa. El nombramiento de Roa había sido firmado por Felipe II por real cédula de Madrid a 27 de febrero de 1597.

Ya en Panamá, Roa estuvo algún tiempo en Portobelo a cargo de una compañía, al parecer como gobernador del pueblo de negros libres de Santiago del Príncipe y al frente del Castillo de San Felipe. Habiéndose ganado la confianza de Sotomayor, éste le comisionó para que se dirigiese a las minas de Coclé (en la vertiente caribeña de la actual provincia de este nombre) y socorriese con alimentos, municiones y matalotaje al gobernador de Veragua Juan López de Sequeira. Cuando llegó Roa, encontró a los mineros descorazonados por el poco oro que habían encontrado, por las difíciles relaciones que tenían con el gobernador López de Sequeira, por la falta de alimentos, y por los constantes ataques de los indios coclé. Algunos colonos ya habían decidido retirarse a las sabanas situadas al sur y libres de ataques indígenas.

Para cumplir su misión, Roa pidió por adelantado un año de su sueldo y se dirigió a los minerales en una fragata con veinte soldados y pertrechos, además de algunos negros libres de Santiago del Príncipe, corriendo con todos los gastos. Aseguró el abasto regular de carne y maíz por mar desde Cartagena para alimentar a los esclavos que trabajaban en las minas y a su costa sustentó a los clérigos y frailes que iban allí a predicar. También repartió tierras y minas entre los vecinos persuadiéndoles para que no abandonasen las minas. Se reiniciaron las labores mineras y el propio Roa se dedicó a realizar nuevas catas del mineral, al parecer con éxito. Al poco tiempo, debido a los abusos del gobernador López de Sequeira, sobre todo por el maltrato que hacía a los indios, la Audiencia le suspendió del cargo y envió preso a la capital. Al quedar la gobernación acéfala, Alonso de Sotomayor nombró a Lorenzo de Roa como gobernador interino de Veragua mediante provisión real del 31 de marzo de 1605.

Roa permaneció en este cargo durante tres años, realizando nuevos descubrimientos de minas que aumentaron considerablemente los ingresos del fisco. Aunque durante todo este tiempo Roa solo recibió el sueldo de capitán de infantería de mil ducados anuales, no dejaría de acumular algún oro pues durante su administración “se descubrieron muchas y muy ricas minas”. Luego llegó el gobernador en propiedad Juan de Arrola y Roa regresó a la capital para seguir ocupando su cargo de capitán de infantería.

Al regresar a Panamá, casi de inmediato, en las elecciones del primero de enero de 1608, el Cabildo le eligió alcalde ordinario. Esto era señal del aprecio social que ya empezaba a gozar, sobre todo por el éxito que había tenido en Veragua. Ya para entonces, Roa era propietario de uno de los hatos ganaderos más grandes del país, con más de 5000 reses. Este ganado lo tenía en Coclé, seguramente para abastecer los cercanos reales de minas. Como alcalde ordinario, realizó varias obras públicas, aderezando calles y calzadas, acabó de reedificar a su costa la ermita de Santa Ana, situada a las afueras de la capital, e hizo construir de piedra una gran cruz o humilladero al frente de la ermita, “procediendo en todo como muy gran republicano”.

Ese mismo año, el nuevo gobernador y capitán general Francisco Valverde de Mercado recibió órdenes de la Corona para que se crease un presidio de cien soldados en la ciudad de Panamá, que hasta entonces sólo contaba con treinta. Mediante real provisión del 9 de agosto de 1608 y en reconocimiento a sus servicios, nombró a Roa como capitán de los cien soldados del presidio de la capital. Para ello fueron refundidos los treinta soldados que servían en el presidio del Bayano a cargo del capitán Lope de Estrada, quedando este presidio suprimido. Asimismo, Sotomayor nombraba a Roa sargento mayor del reino de Tierra Firme, en reemplazo de Francisco de Narváez Alfaro, quien había pedido licencia para viajar a España. Como “tal capitán de infantería y sargento mayor”, Roa podía “arbolar bandera y tocar pífanos y cajas y alistar y recibir debajo de bandera a los dichos cien soldados y nombrar alférez, sargento y otros oficios de guerra y hacer alardes y reseñas y echar bandos”. Su paga seguiría siendo la misma que tenía como capitán de infantería, es decir 1000 ducados al año.

Pocos meses después regresaba a Panamá Francisco de Narváez Alfaro para volver a ocupar su puesto de sargento mayor, lo que provocó una crisis institucional, ya que Roa ocupaba el mismo cargo. El nuevo capitán general, Francisco Valverde de Mercado, elevó entonces a la Corona consulta sobre esta confusa situación, a lo que respondió mediante real cédula de Madrid a 15 de marzo de 1609, ordenándole que restituyese en el cargo de sargento mayor a Narváez, pero que en consideración a los muchos años de servicio de Roa, a él se le siguiera pagando los mil ducados de su salario como capitán “en el entretanto que le haga merced de otro oficio conforme a sus méritos”. La situación debió ser bastante incómoda para Roa, que debió sentirse despechado, y tal vez fuera esa la razón por la que en 1610 solicitó a la Audiencia que le hiciera una Información de méritos para aspirar a una posición mejor. Sin embargo, esta nunca le llegó. Narváez conservaba el cargo aún en 1620, pero en 1623 al parecer ya había fallecido, pues el Cabildo de Panamá solicita ese año a la Corona que le sustituya nombrando a Roa de sargento mayor, petición que repite en 1627.

Entre las décadas de 1610 y 1620 a Roa se le encuentra participando en varias acciones del Cabildo, del que son miembros un suegro y un cuñado suyos, y ya es un hombre plenamente integrado a la sociedad panameña. Se había casado con Bárbara de la Fuente Almonte y Rojas, hija del sevillano Juan de la Fuente Almonte y de las Casas, uno de los hombres más ricos e influyentes de la ciudad.

Roa tenía una casa situada detrás del convento de La Compañía y contigua a una de piedra de Agustín Franco, alguacil mayor de la ciudad y uno de los hombres más prominentes. Según un contemporáneo, Roa “trae su persona y casa muy bien aderezada y con tanto aparato que es imposible con el salario que se le da poderse sustentarse”. Otro afirmaba que “no le parecía que Roca fuese rico por cuanto se ha tratado desde que este testigo le conoce muy honradamente, trayendo camaradas y otras personas particulares a su mesa en lo cual se gasta dos veces doblado de los sueldos que su majestad suele hacer merced a semejantes personas”.

Pero no debía irle nada mal económicamente puesto que, además de su buen sueldo, ya en 1609 era dueño de uno de los hatos de ganado vacuno más grandes del reino y, en 1611, era propietario de un bergantín en la pesquería de perlas, dos actividades en las que también participaba su suegro Juan de la Fuente Almonte.

En 1610, los vecinos que declaraban en su información de méritos y servicios le consideraban “hombre sano y fuerte”, asegurando que podía aspirar a algún cargo de gobernador u otro semejante. O bien recordaban que “ha hecho servicios famosos y digno de diferentes premios y puesto del que tiene es justo de su majestad le haga merced del que merece para que con su ejemplo otros se animen”.

En 1615, con tal vez más de 52 años de edad, a Roa le correspondió un papel decisivo en la defensa de Panamá durante la amenaza del holandés Joris Spielbergen. Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache, virrey de Perú (1615-1621), de paso por Panamá para ocupar su cargo en Lima, recibió noticias del virrey saliente marqués de Montesclaros (1607-1615) de que el holandés había cruzado el estrecho de Magallanes, con “cinco naves gruesas” y una lancha; había derrotado a la Armadilla de la Mar del Sur hundiendo a la almiranta frente a Cañete y, seguramente, se dirigía a Panamá. Con el príncipe de Esquilache había venido el capitán Diego de Rojas y Borja, un sazonado militar de su confianza que había luchado en las guerras de Flandes durante diez años y, dado que en el lado Pacífico de Panamá no había otros militares experimentados aparte de Narváez Alfaro y Lorenzo de Roa, nombró a Rojas como maestre de campo de Tierra Firme para que asumiera la dirección de la defensa. Según el nombramiento, su sueldo sería de 2000 pesos corrientes, pagaderos de las Cajas Reales de Panamá.

El maestre (o “maese”) de campo Rojas y Borja pidió cincuenta soldados a Portobelo y refuerzos del interior del país. Pronto se formó un ejército de cerca de 1500 hombres: unos setecientos soldados de infantería, trescientos de caballería, más de doscientos indios flecheros y se armaron siete fragatas o bergantines con ciento cuarena mosqueteros al frente de los cuales se nombró a Lorenzo de Roa (veinte soldados cada una con un cabo).

Con las fragatas y bergantines armados Roa se dedicó a vigilar las costas e islas del archipiélago del Golfo de Panamá, navegando hasta el extremo sur de la isla del Rey. De haber divisado velas enemigas, habría enviado aviso a la ciudad para que estuviese prevenida o se les habría enfrentado. El frente marino de la ciudad, entre el puente de piedra del Matadero y las Casas Reales, fue protegido por una trinchera o foso, y se construyó una gran plataforma de madera frente a las Casas Reales, donde se colocaron varias piezas de artillería. Durante cinco meses los vecinos se mantuvieron acuartelados con las armas en las manos, realizando rondas constantes, prácticas militares en la plaza mayor y en el campo, ejercitándose en escaramuzas, practicando con los mosquetes y acostumbrándose a la disciplina militar. Nunca antes se había experimentado una situación semejante. Las mujeres y los religiosos que habían huido al campo empezaron a sentirse confiados y volvieron a la ciudad. Pero felizmente Spielbergen nunca apareció. Esta fue la última acción militar en la que participó Roa.

Roa aún vivía en 1627, cuando el cabildo solicitaba por última vez a la Corona que le nombre sargento mayor y todavía en 1629 se hace traslado de la información de méritos y servicios que había pedido en 1610. Debió morir muy poco después. Al enviudar, su esposa Bárbara de la Fuente Almonte Rojas casó en segundas nupcias con el doctor Miguel de Meñaca, oidor de la Audiencia de Panamá (nombrado el 11 de marzo de 1626), que muere en 1632. D.ª Bárbara casó luego en terceras nupcias con el licenciado Antonio Quijano de Heredia, que había sido nombrado oidor de la Audiencia de Panamá el 2 de abril de 1634, pero fue suspendido por haberse casado en Panamá. Sin embargo, luego fue nombrado oidor de la Audiencia de Charcas y finalmente de Lima. No se sabe si Roa y Dª Bárbara tuvieron hijos, pero si fue así, ésta los llevaría consigo cuando se casó en terceras nupcias, razón por la que no se encuentra a nadie importante del apellido Roa en los documentos de la época en Panamá.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Panamá 63 A n.º 2, Información de méritos y servicios del capitán Lorenzo de Roa, Panamá, 17.V.1610; Panamá 63 A n.º 12, Información de méritos y servicios del capitán Gaspar de Zurita, Panamá, 13.IV.1617; Panamá 63 B, n.º 3, Información de méritos y servicios del capitán Cristóbal Guerra de Solís, castellano del San Felipe de Portobelo, Panamá, diciembre de 1622; , Panamá 63 A Nº 25, Información de méritos y servicios del capitán D. Diego de Rojas y Borja, Panamá, 22.VI.1621; Panamá 46, Memoria de los hatos de ganado que hay en la jurisdicción de esta ciudad y gobernación de Natá, Panamá, año 1609; Panamá 30, Relación de las prevenciones de guerra que se hicieron en este reino de Tierra Firme por la Real Audiencia de Panamá, siendo capitán general el licenciado Francisco Manso de Contreras, oidor más antiguo, por la nueva que envió el virrey de Perú de la entrada de 5 navíos holandeses por el mar del Sur por Magallanes que se decía venía a Panamá, Cabildo de Panamá, 26.IV.1616; Panamá 104, Memorial dirigido al rey por el aguacil mayor de la ciudad Agustín Franco sobre los grupos de poder en Panamá, Panamá, 17,VII.1618.

E. Schäfer, El Consejo Real y Supremo de las Indias, t. II, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1947, págs. 467, 469 y 557; B. Torres Ramírez et al., Cartas de Cabildos hispanoamericanos, Audiencia de Panamá, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1978; G. Lohmann Villena y E. Vila Vilar, Familia, linajes y negocios entre Sevilla y las Indias. Los Almonte, Madrid, Fundación Mapfre Tavera, 2003, pág. 244; A. Castillero Calvo, Sociedad, Economía y Cultura Material, Historia Urbana de Panamá la Vieja, Buenos Aires, Editorial e Impresora Alloni, 2006, págs. 186, 286, 316, 317, 601, 603, 605, 607, 611, 784, 785 y 790.

 

Alfredo Castillero Calvo