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Marcelino Sanz de Sautuola y Pedrueca

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Biografía

Sanz de Sautuola y Pedrueca, Marcelino. Santander (Cantabria), 1831 – 30.III.1888. Naturalista y descubridor de la Cueva de Altamira.

Era hijo de una familia hidalga santanderina de reconocido abolengo y buena situación económica, pues su padre fue alcalde de Santander (1859-1860) y poseían una hermosa casa solariega en Puente San Miguel (Torrelavega, Santander).

Estudió en Santander en el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza (1845-1848) y pasó a la Universidad de Valladolid, en la que estudió Derecho.

Vuelto a Santander pasó a ocuparse de la administración de sus propiedades, pero como otros miembros de su generación progresista, se sentía atraído por desarrollar la vida cultural y económica de su ciudad, lo que le llevó a participar activamente en ella junto a otras personalidades como Gervasio Eguaras, Ángel de los Ríos, Marcelino Menéndez Pelayo, José María de Pereda y otros santanderinos ilustres. Al mismo tiempo, esas inquietudes culturales le despertaron numerosas aficiones y le llevaban a reunir en su casa su magnífico archivo y biblioteca y una notable colección de minerales, fósiles y más tarde antigüedades, a la que ya hace referencia la Guía de Santander de Remigio Salomón en 1860.

Como miembro destacado de la emprendedora y culta burguesía comercial y progresista de Santander en el siglo XIX, tuvo particular empeño en potenciar el desarrollo económico y cultural de su provincia. Para ello, impulsó exposiciones, siendo nombrado Secretario de la Junta Montañesa que concurrió al Concurso Agrícola-Industrial de la Exposición Castellana de Valladolid (1859), creó el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Santander y, entre otras actividades, desempeñó cargos directivos en la Junta Provincial del Censo, fue vicepresidente de la Liga de Contribuyentes, directivo de la Comisión de Alamedas y Paseos, vocal secretario de la Junta de Obras del Puerto de Santander y diputado Provincial y miembro de la Real Sociedad Económica Cántabra.

La entrega cívica de M. de Sautuola se reconoce al constatar cómo puso sus conocimientos naturalistas y agropecuarios al servicio de alentar el progreso de las tierras de su Santander natal. Con esta finalidad, se preocupó por hacer ensayos de aclimatación de animales y plantas que pudieran ser económicamente útiles. A su persona corresponde el mérito de haber sido el introductor del eucalipto en Cantabria (1863) desde las Islas Hieres (Francia), pues Sautuola importó y aclimató en su casa solariega de Puente San Miguel el primer eucalipto plantado en la provincia de Santander y prueba de sus inquietudes es que lo acompañó de un informe, titulado Apuntes sobre la aclimatación del Eucaliptus globulus en la provincia de Santander, que fue presentado a la Exposición Provincial de Santander de 1866 en el que recogía la historia y características de este árbol.

En su preocupación por el desarrollo agropecuario también ensayó la exportación del gusano Bombys cinthya, del árbol Circis silicuastrum e impulsó un congreso ganadero para el año 1888, que no pudo llegar a ver al fallecer poco antes de su celebración.

Igualmente, se interesó por el problema que suponían las elevadas tarifas de los ferrocarriles, lo que repercutía desfavorablemente sobre el puerto de Santander y el desarrollo del territorio, por lo que, en 1885 se dirigió a M. Menéndez Pelayo, en esos años diputado provincial, para que, de acuerdo con los representantes de Cantabria en el Congreso de los Diputados, abogara sobre este tema.

En el campo cultural, fue miembro correspondiente de la Academia de la Historia (1866) y vocal y vicepresidente de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Santander (1872). Interesado por la Historia, escribió un opúsculo sobre Breves apuntes sobre el Puente San Miguel (1881), en el que estudió la ermita y el hospital de Santillana y la casa y los lugares en que se reunía las Juntas o Diputación de los Nueve Valles de las Asturias de Santillana.

Además, tuvo gran sensibilidad por el patrimonio de su tierra, como lo demuestra el rico archivo que reunió en su casa y que donó al morir al Instituto Provincial de Segunda Enseñanza en el que había estudiado, junto a todas sus colecciones de Historia Natural, sus documentos antiguos y modernos relativos a la provincia de Santander y su colección de periódicos y de autores montañeses. Además, su afición por las Ciencias Naturales y su espíritu culto y progresista le llevaron a interesarse por la Prehistoria y a explorar y estudiar algunas de las abundantes cuevas de la provincia de Santander, como la de La Peña del Cuco (Castro Urdiales), las de El Pendo y la Peña del Mazo (Camargo), la de Fuente del Francés (Entrambasaguas), y otras varias.

El hecho que ha dado celebridad a la ilustre figura de M. Sautuola es el descubrimiento de la Cueva de Altamira, en Santillana del Mar (Santander). En este término municipal, en el término de Vispieres, un paisano cazando había descubierto casualmente una cueva (1868), hecho relativamente frecuente en los terrenos cársticos santanderinos, que se llamó “cueva de Juan Mortero” y, después de “Altamira” por un prado situado en sus inmediaciones.

En 1876, M. de Sautuola visitó la nueva cueva para hacer unas catas en busca de restos paleolíticos y ya se fijó en que había rayas negras pintadas en la quinta galería, pero sin darles mayor importancia. Dos años después, incentivado al ver las colecciones prehistóricas durante su visita a la Exposición Universal de París de 1878, intensificó la búsqueda de restos prehistóricos en su tierra de Santander. Al volver a la Cueva de Altamira entre el 17 de octubre y el 8 de noviembre de 1879, recogió abundantes restos paleolíticos en sus trabajos de excavación en la cueva, pero el hecho más trascendental se produjo cuando su hija María Justina, de cinco años, que le acompañaba en una de sus visitas, descubrió en el techo de la cueva los “toros” o pinturas de los famosos bisontes de la primera galería, que constituyen el más bello plafón de Arte Cuaternario hasta ahora conocido. Sautuola quedó “sorprendido”, como él mismo reconoce, por las especies representadas y la calidad de las pinturas, pero, a pesar de algunas dudas iniciales, comprendió con claridad la trascendencia del descubrimiento y escribió un pequeño libro titulado Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander (1880) en el que presenta los hallazgos con acertadas observaciones sobre la habitabilidad de la cueva, a la vez que reproducía las pinturas y señalaba su calidad, al indicar que “su autor estaba muy práctico en hacerlas” y, con prudencia, apunta su relación con los grabados de animales sobre huesos hallados en cuevas paleolíticas, pues su espíritu observador de naturalista supo relacionar las pinturas con los materiales prehistóricos recogidos en la cueva y llegó a la conclusión de que la cueva de Altamira, como la de Camargo, pertenecían “sin género alguno de duda, a la época designada con el nombre de Paleolítica”.

M. de Sautuola comunicó el hallazgo a Juan de Vilanova y Piera, catedrático de la Universidad Central y máxima eminencia en estos temas en España, al cual envió en 1880 al Museo de Antropología de Madrid muestras de los objetos prehistóricos, como útiles y restos óseos, procedentes de las cuevas de Altamira y Camargo, mientras preparaba la publicación sobre el descubrimiento, que editaría poco después (1880).

Vilanova comprendió la importancia del hallazgo y lo defendió en el Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistórica celebrado en Lisboa ese año de 1880 y en otro celebrado en La Rochelle en 1982, pero la ciencia oficial, con sus máximas autoridades como G. de Mortillet y E. Cartailhac a la cabeza, se negó incluso a tratar el tema a pesar del prestigio de Villanueva. En 1881, E. Cartailhac, siempre opuesto a la idea, envió al ingeniero y paleontólogo E. Harlé a visitar Altamira, quien concluyó que las pinturas debían de ser modernas y haberse realizado entre las dos visitas de Sautuola a la cueva en 1876 y 1879, pero no poder dudar de la honradez del ilustre hidalgo tras haberlo tratado personalmente, lo que reforzaba la suposición de G. Mortillet de que eran una falsificación de los jesuitas españoles para desprestigiar a la ciencia prehistórica naciente. Su autenticidad tampoco fue aceptada por muchos en España. Rafael Torres Campos y Francisco Quiroga, profesores de la Institución Libre de Enseñanza, publicaron en 1880 un informe negativo, pero sin encontrar una explicación acertada. J. de Vilanova las presentó también a la Sociedad Española de Historia Natural en 1886, pero tampoco logró que se aceptara su antigüedad paleolítica, pues E. Lemus y Olmo las consideró obra de “un mediano discípulo de la escuela moderna”, a pesar de las atinadas observaciones de Vilanova. Entre tanto, en Santander también se opuso a su antigüedad el cronista A. de los Ríos, pero surgieron igualmente partidarios de Sautuola. Éste, todavía hasta poco antes de morir seguía interesado trabajando en Prehistoria. En 1887 había enviado un dibujo de los famosos bisontes reproducidos de Altamira al prehistoriador E. Piette, quien escribió a Cartailhac aceptando que eran del Magdaleniense, y también comunicó a la Comisión de Monumentos de Santander sus exploraciones y hallazgos en el municipio de Reinosa.

La cueva fue estudiada, además de por el geólogo J. de Vilanova y Piera, por naturalistas como el biólogo A. González de Linares y el geólogo F. Quiroga y también la visitó el prehistoriador francés Henri Martin, quien, en 1880, escribía a Vilanova dándole su opinión sobre las pinturas de la cueva, en las que veía cierta analogía con los dibujos realizados sobre piedras o huesos de los hombres de la edad de las cavernas.

Pero Vilanova y Piera también moriría sin ver reconocido lo que era evidente, tras defender su autenticidad por última vez, ya muerto Sautuola, en su discurso de ingreso a la Real Academia de la Historia en 1889, en el que objetivamente señalaba cómo “los dibujos toscos, y las pinturas hechas con ocre que allí se observan, y que he examinado más de una y diez veces, ofrecen los mismos caracteres que los encontrados en pedazos de marfil y asta de ciervo en varias grutas de Francia”.

A pesar del escepticismo de los especialistas, las pinturas de la Cueva de Altamira, cada vez más conocidas, fueron reproducidas por José Escalante (1880), José Argumosa (1880), el hijo del conde de Moriana (1880), el pintor francés Paul Ratier (1881), a quien se atribuyen los dibujos que publicó Sautuola, E. Harlé (1881) y, ya fallecido M. de Sautuola, por el naturalista Eduardo Reyes y Prósper (1890). Olvidada unos años la polémica, al descubrirse en Francia nuevas cuevas con pinturas rupestres a inicios del siglo XX, se reconoció su antigüedad, y fueron estudiadas por E. Alcalde del Río (1902) y H. Breuil (1902), cuyos estudios abrieron al conocimiento general el nuevo Arte Prehistórico. Ese mismo año, E. Cartailhac, tras visitar las cuevas con E. Pérez del Molino y M. Menéndez Pelayo, publicó su famosa “Mea culpa” d’un sceptique, en el que se reconocía su contumaz error al no haber aceptado este capítulo de la cultura humana y, pocos años después, con H. Breuil y E. Alcalde del Río, publicaron la primera monografía definitiva bajo los auspicios del príncipe Alberto I de Mónaco (1906), La Caverne de Altamira à Santillana del Mar, prés de Santander (Espagne)¸ que supuso la difusión internacional del gran descubrimiento.

El descubrimiento por Marcelino de Sautuola de las pinturas de Altamira tenía gran trascendencia en las enconadas discusiones sobre el origen del hombre del siglo XIX, lo que explica que no llegara a ser comprendido por los prehistoriadores de la época, incomprensión que supuso un doloroso contratiempo para la buena fe y las acertadas observaciones del hidalgo montañés, cuya honradez se llegó a poner en duda.

Nadie podía negar que la cueva era un yacimiento prehistórico, como indicaban los materiales descubiertos, pero la autenticidad de las pinturas de Altamira no la podían aceptar pues ello suponía aceptar que el primitivo hombre prehistórico, fruto de la evolución —no de la creación—, era capaz de un alto desarrollo artístico y espiritual, lo que iba contra las tesis materialistas de los prehistoriadores de la época. Una vez más, un documento contradecía las teorías imperantes entre los especialistas científicos y, como otras veces ha ocurrido en la historia, se prefería negar la evidencia a desechar las tesis establecidas. El descubrimiento de las pinturas de Altamira no era sólo el descubrimiento de la capacidad de expresión artística del hombre paleolítico, sino el testimonio evidente del desarrollo intelectual del hombre primitivo, lo que parecía contradecir las tesis evolucionistas imperantes.

M. de Sautuola, como tantos grandes descubridores que se han adelantado a su tiempo, murió sin haber visto reconocido su descubrimiento y, lo que es más importante, sin que se le reconociera haber abierto un nuevo capítulo de la historia de la humanidad, el del Arte Prehistórico y el inicio del pensamiento inteligente del ser humano, por el que debe ser incluido entre los más grandes prehistoriadores y arqueólogos de todos los tiempos. Como con agudeza señalaría M. Menéndez Pelayo “La verdadera revelación del arte primitivo se debe a una persona muy culta y aficionada a los buenos estudios, pero que, seguramente, no pudo adivinar nunca que su nombre llegaría a hacerse inmortal en los anales de la Prehistoria”.

 

Obras de ~: Apuntes sobre la aclimatación del Eucaliptus globulus en la provincia de Santander, Santander, 1866; B. Madariaga (ed.), Escritos y documentos de Marcelino Sanz de Sautuola preparados con un estudio y notas, Santander, Institución Cultural de Cantabria, 1976; Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander, Santander, Telesforo Martínez, 1880 (reed. 2004); Breves apuntes sobre el Puente San Miguel, Santander, 1881.

 

Bibl.: M. Rodríguez Ferrer, “Apuntes de un diario: la cueva de Altamira”, La Ilustración Española y Americana, año XXIV, n.º XXXVII, 1880, págs. 206-207; J. Vilanova y Piera, “Sur la Caverne de Santillana”, en Association Française pour l’Avancement des Sciences, 19 de marzo de 1881, pág. 765 y 28 de agosto de 1880, pág. 210; E. Breuil y H. Obermaier, La Cueva de Altamira en Santillana del Mar, Madrid, Tipografía de Archivos, 1935, págs. 3-6; J. Carballo, “M. S. de Sautuola”, en Antología de escritores y artistas montañeses, Santander, Librería Moderna, 1950; id., El descubrimiento de la cueva y pinturas de Altamira por don Marcelino Sainz de Sautuola, Santander, Patrimonio de las Cuevas Prehistóricas de la provincia, 1950; F. Márquez Miranda, “Émil Cartailhac y el arte paleolítico europeo”, en Siete arqueólogos. Siete Culturas¸ Buenos Aires, Hachette, S.A., 1959, págs. 227-229; Fr. M.ª P. Guerin, “El centenario de la Cueva de Altamira”, en Altamira, 1-3 (1967), págs. 141-146; Homenaje a Marcelino S. de Sautuola: Primera noticia y publicación científica de las pinturas de Altamira, Madrid, Dirección General de Bellas Artes, 1964; “Sautuola (Marcelino)”, VV. AA., en Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo- americana, LIV, Madrid, Espasa Calpe, 1964, págs. 773- 774; T. Maza Solano, “La sociedad montañesa de la segunda mitad del siglo xix y la generación de Marcelino S. de Sautuola”, en VV. AA., Altamira, cumbre del Arte Prehistórico, Madrid, Instituto Español de Antropología Aplicada, 1968, págs. 27-51; M. A. García Guinea, “La caverna de Altamira y su significación científica en la Historia del Arte Prehistórico”, ibidem, págs. 53-81; B. Madariaga, “Semblanza biográfica de Marcelino Sanz de Sautuola”, Caesaraugusta, 49-50, 1979, págs. 9-23; “Sanz de Sautuola, Marcelino”, en VV. AA., Gran Enciclopedia de Cantabria, VIII, Santander, Editorial Cantabria, S.A., 1985, págs. 45-46; M. Groenen, Pour une histoire de la préhistoire, Paris, Éd. J. Millon, 1994, págs. 318 y ss.; B. Madariaga, Sanz de Sautuola y el descubrimiento de Altamira: consideraciones sobre las pinturas, Santander, Fundación Marcelino Botín, 2000 (trad. francés, 2000; inglés, 2001); Escritos de Marcelino Sanz de Sautuola y primeras noticias sobre la Cueva de Altamira, Santander, Gráf. Calima, 2002 (reed. 2002); Marcelino Sanz de Sautuola y la Cueva de Altamira, Santander, Librería Estvdio, 2004.

 

Martín Almagro Gorbea