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Alfonso de Aragón

Biografía

Aragón, Alfonso de. Conde de Ribagorza, duque de Villahermosa. ?, c. 1429 – Linares (Jaén), 1485. Vigesimoctavo maestre de la orden de Calatrava, conde de Ribagorza y duque de Villahermosa.

Aunque no se tiene absoluta certeza de su fecha de nacimiento, es muy probable que éste se produjera en 1429 —alguna fuente sugiere también el año 1421—.

Se sabe, eso sí, que fue hijo natural del rey Juan II de Navarra, duque de Peñafiel y más tarde rey de Aragón, el padre de Fernando el Católico. Su madre era Leonor de Escobar, una noble dama que acabó sus días en el monasterio de Santa María de Dueñas de Medina del Campo. Fue tutelado por su tío el rey Juan II de Castilla y por él enviado a la corte portuguesa del rey Duarte para recibir una primera formación.

No tardó en regresar a Castilla, donde quedó vinculado a los círculos caballerescos de la corte.

Pese a su origen, escasa edad y condición laical, en febrero 1443 se convirtió en el candidato del rey de Castilla y de sus entonces principales consejeros, los “infantes de Aragón”, al maestrazgo de Calatrava para el que, a raíz de la muerte de su titular Luis González de Guzmán, había sido elegido por el capítulo el clavero de la orden, Fernando de Padilla. Juan II presionó al capítulo e intentó obtener la renuncia del electo por todos los medios: negociación, secuestro de rentas y fortalezas y, finalmente, ofensiva militar. Ésta fue llevada a cabo, por encargo real, por don Enrique, maestre de Santiago, uno de los “infantes de Aragón” y tío, por tanto, del candidato regio. La muerte accidental del maestre Fernando de Padilla en la asediada fortaleza de Calatrava la Nueva —junio de 1443—, dejó expedito el camino a Alfonso de Aragón. Pero no todo fueron facilidades: un primer capítulo reunido para proceder a su elección no quiso proceder a ella dadas las circunstancias no canónicas que rodeaban al candidato. Por su parte, el comendador mayor de la orden, Juan Ramírez de Guzmán, que había pretendido el maestrazgo poco antes de que se oficializara la candidatura de Alfonso de Aragón, se retiró a Zorita con la intención de oponerse a ella. Al tiempo que se solicitaban del papa las oportunas dispensas, Juan II y sus consejeros lograron de un nuevo capítulo de la orden, oportunamente coaccionado, la “unánime” elección de Alfonso de Aragón. En los meses siguientes, ya a comienzos de 1444, se obtenía la preceptiva confirmación por parte de las autoridades cistercienses; el abad Juan VI de Morimond se encargaba de materializarla en su visita a Almagro del mes de marzo.

Su gobierno al frente del maestrazgo fue, sin embargo, extraordinariamente breve, se redujo a los escasos meses de predominio nobiliario que el inestable panorama político reservaba en Castilla a los “infantes de Aragón”. En el verano de 1444, los restos del “lunismo” con el condestable don Álvaro a la cabeza, junto a otros nobles realistas, significativos eclesiásticos y, sobre todo, el príncipe heredero, el futuro Enrique IV, entraron en abierta confrontación con el régimen nobiliario. La confrontación política acabará en enfrentamiento armado. En mayo de 1445, en las cercanías de Olmedo, se produjo una refriega más que batalla, que tuvo, sin embargo, un elevado valor simbólico. El triunfo realista supuso la inmediata desarticulación de la liga nobiliaria y la desaparición física de los “infantes de Aragón” del escenario político castellano. En relación a las órdenes militares, los efectos no se hicieron esperar. Concretamente en lo que se refiere a la de Calatrava, Alfonso de Aragón fue fulminantemente destituido nombrándose en su lugar, meses después y al margen de procedimientos disciplinarios o privilegios papales —“contra toda justicia”, según el cronista Pérez de Guzmán— al nuevo candidato real, Pedro Girón.

La destitución de Alfonso de Aragón como maestre no fue admitida ni por él ni por sus protectores, los “infantes de Aragón”. Con el apoyo de su padre, Juan de Navarra, y la aquiescencia de su tío, el rey Alfonso V de Aragón, desplazó al comendador mayor de Alcañiz, Lope de Morales, y, sin renunciar al título de maestre, se hizo con el control del gobierno y rentas de la orden de Calatrava en la Corona de Aragón.

Desde allí no hizo sino secundar la política intervencionista de su padre en Castilla, y así en 1449 un ejército movilizado a las expensas del rey de Navarra y dirigido por Alfonso de Aragón, actuó en la frontera castellano-aragonesa llegando a sitiar, sin éxito, la ciudad de Cuenca, y al año siguiente, nuevamente entró en tierras de Castilla con la intención de desplazar a Pedro Girón del maestrazgo de calatrava, pero la campaña también acabó en fracaso. Alfonso de Aragón mantendría la usurpación de Alcañiz y las rentas calatravas aragonesas y valencianas hasta comienzos de 1455, cuando en el marco de un acuerdo de paz suscrito por los reyes de Castilla, Navarra y Aragón, hubo de renunciar a sus derechos al maestrazgo a cambio, eso sí, de una renta anual de 500.000 maravedís.

En marzo de aquel año se formalizó esa renuncia y con ella el abandono definitivo de los bienes que la orden poseía en la Corona de Aragón.

Esta renuncia no alteraría lo más mínimo la incondicionalidad que Alfonso siguió dispensando a las directrices políticas de su padre, que desde 1458, además de rey de hecho de Navarra, era titular de derecho de la Corona de Aragón. Esa incondicionalidad le llevó a asumir un claro protagonismo militar en los dos grandes conflictos que entre las décadas de los cincuenta y de los setenta embargaron el ánimo de Juan II: la guerra civil navarra primero y la rebelión catalana inmediatamente después.

La participación de Alfonso de Aragón en la guerra que enfrentó a su padre, el rey Juan, con su hermanastro, Carlos, príncipe de Viana, se produjo desde sus mismos inicios, cuando el primer choque entre beaumonteses y agramonteses en Aibar (1451) acabó con la prisión del heredero navarro. Pero si el protagonismo de Alfonso de Aragón fue decisivo en aquella jornada —a raíz de ella recibió en recompensa la villa y castillo de Cortes—, no fue menor el desplegado diez años después, cuando en 1461, meses antes de la muerte del príncipe de Viana, sus acciones militares al frente de los agramonteses precipitaron el final del conflicto.

La guerra casi inmediatamente después desatada en Cataluña no es disociable de la crisis navarra. De hecho, la oligarquía patricia de la Biga se había alzado en defensa de los derechos del príncipe de Viana, teórico heredero de la Corona de Aragón. En cualquier caso, una vez estallada la guerra, Alfonso de Aragón fue el alma de la victoria inicial de Juan II en la toma de Castelldásens y en la batalla de Rubinat, cerca de Tárrega, en julio de 1462. Dos años después fue también decisiva su intervención en las derrotas que los rebeldes catalanes sufrieron en Villafranca y en Lérida, y más tarde, entre 1465 y 1466, en las conquistas de Igualada, Cervera y el castillo de Amposta. Los leales esfuerzos de Alfonso de Aragón a favor de la causa realista de su padre, empezaron entonces a traducirse en sustanciosas recompensas: en noviembre de 1465 recibía la baronía de Arenós y cuatro años después, en noviembre de 1469, el estratégico condado de Ribagorza.

No eran éstos, sin embargo, premios a una labor concluida. Alfonso de Aragón no dejó de llevar buena parte del peso de las acciones militares en la fase final de la sublevación catalana: en los meses finales de 1471 intervino con éxito en el frente del Vallés obteniendo la rendición de San Cugat, Sabadell, Granollers y Santa Coloma de Gramanet. Se resistía aún a la autoridad de Juan II el Alto Ampurdán y, naturalmente, la propia Barcelona, alma de la revuelta. Sus tropas leales acometieron estos objetivos a comienzos de 1472, y Alfonso de Aragón jugó un papel esencial a la hora de evitar, gracias a su propia intervención personal, las fatales consecuencias del revés sufrido por su padre en Peralada, que a punto estuvo de costarle la cautividad. Por fin, en octubre de 1472, la rendición de Barcelona y la consiguiente capitulación de Pedralbes pusieron término al conflicto.

La actividad militar de Alfonso de aragón al servicio de su padre estaba ya a punto de finalizar. La cerraría una muy poco victoriosa intervención frente al ejército francés que se hacía con el control del Rosellón entre 1473 y 1475. Su lealtad a la dinastía, no obstante, supo encauzarse a partir de aquel momento en beneficio de su hermanastro Fernando el Católico, enfrascado entonces en una guerra contra Portugal que le permitiera, tras la muerte de Enrique IV de Castilla, consolidar su unión matrimonial y política con la reina Isabel. La autoridad de esta última era discutida por una parte del reino que enarbolaba la legitimidad de Juana la Beltraneja abiertamente apoyada por Alfonso V de Portugal, su tío y prometido.

Dado el alineamiento del maestre calatravo, Rodrigo Téllez de Girón, con la causa filoportuguesa de Juana, Alfonso de Aragón tuvo entonces la oportunidad de resucitar su recurrente pretensión al maestrazgo, al tiempo que servía a la causa de los Reyes Católicos.

Sin embargo, la inmediata vuelta a la obediencia isabelina del maestre Téllez de Girón —primavera de 1476— frustró nuevamente las expectativas de Alfonso de Aragón, quien en los meses anteriores había contribuido decisivamente a consolidar el trono de Isabel y Fernando participando de manera muy activa en la rendición a ellos de las ciudades de Burgos, Zamora y Toro.

Era el momento de las compensaciones. Acaba de recibir de su padre, Juan II, el título ducal de Villahermosa, y los Reyes Católicos le nombraban capitán general de la Hermandad que recientemente —abril de 1476— habían reconstituido en las Cortes de Madrigal.

Por otra parte, la renuncia definitiva al maestrazgo le animó a contraer matrimonio con una dama de la reina Isabel, Leonor de Soto. No fue ésta una buena noticia para Juan II, que vio en aquel hecho la definitiva radicación de su hijo en tierras castellanas.

Lo cierto es que el compromiso de Alfonso de Aragón con la corte de Castilla se mantuvo con renovado entusiasmo a través de nuevas y decisivas intervenciones en la última fase de la guerra contra Portugal y contra los bastiones supervivientes del “juanismo”.

Por fin, cuando la paz se impuso y los Reyes Católicos inauguraron su gobierno conjunto sobre los reinos de Castilla y Aragón —Juan II había fallecido en 1479—, el duque de Villahermosa siguió sirviendo con lealtad a Isabel y Fernando en el último gran episodio militar en el que le fue dado intervenir: la guerra de Granada. Participó en el cerco de Loja en 1482, y aunque su avanzada edad no le permitía tomar parte activa en los combates, sí estuvo presente en el diseño de estrategias y planificaciones militares.

Finalmente, tras la toma de Zalea, Alfonso de Aragón moría en Linares en las primeras semanas de octubre de 1485; acompañaba entonces a los reyes que marchaban en dirección a Alcalá de Henares con el fin de preparar nuevas campañas de conquista en la próxima primavera.

Alfonso de Aragón dejó una descendencia relativamente extensa. De su tardío matrimonio con doña Leonor de Soto nacieron sólo dos hijos: Alfonso de Aragón, sucesor de su padre en el ducado de Villahermosa, y María de Aragón, que casaría con Roberto de Severino, príncipe de Salerno. Pero la nómina de los hijos naturales es larga. Juan de Aragón, heredero del condado de Ribagorza, y Leonor de Aragón, mujer de Jaime del Milá, primer conde de Albayda, fueron los hijos de doña María Yunques, una noble ampurdanesa con la que Alfonso de Aragón mantuvo relaciones en los primeros años de la revuelta catalana. En cambio, de otros hijos no se conoce más que su identidad: Alonso de Aragón fue obispo de Tortosa y más delante de Tarazona; Hernando, prior de Cataluña; y Enrique, abad de Nuestra Señora de la O y después obispo electo de Cefalú.

 

Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, Toledo, Juan de Ayala, 1572 (ed. facs. Barcelona, 1980), Chronica de Calatraua, fol. 71v.-72r.; J. Caruana Gómez de Barreda, “La Orden de Calatrava en Alcañiz”, en Teruel, 8 (1952), en especial págs. 132-133; E. Solano Ruiz, La Orden de Calatrava en el siglo xv. Los señoríos castellanos de la Orden al fin de la Edad Media, Sevilla, Universidad, 1978, págs. 82-84, 89-94 y 112-113; J. Navarro Latorre, “Don Alfonso de Aragón, la ‘espada’ o ‘lanza’ de Juan II. Esquema biográfico de uno de los mejores guerreros españoles del siglo xv”, en Cuadernos de Historia Jerónimo Zurita, 41-42 (1982), págs. 159-204; S. Menache, “A juridical chapter in the history ot the Order of Calatrava: the mastership of Don Alonso de Aragón (1443-1444)”, en The Legal History Review, 55 (1987), págs. 321-334; “Una personificación del ideal caballeresco en el Medioevo tardío: Don Alonso de Aragón”, en Anales de la Universidad de Alicante, 6 (1987), págs. 9-29; C. de Ayala Martínez, Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos xii-xv), Madrid, Marcial Pons, 2003, págs. 156, 743-744 y 753-754.

 

Carlos de Ayala Martínez

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