Aragón, Juan de. Conde de Ribagorza (II), duque de Luna (I). Benabarre (Huesca), 27.V.1457 – ?, 1528. Virrey de Nápoles y de Cataluña.
Su linaje provenía de la Casa real de Aragón, era primogénito de la descendencia ilegítima que Alonso de Aragón, primer duque de Villahermosa, había tenido con María Junquera, y en más reciente instancia era nieto de Juan II, rey de Aragón y de Navarra.
Transcurrió su infancia junto al futuro rey Fernando el Católico, con quien se crió. También en la esfera familiar se había casado en 1479 con la heredera de los estados señoriales de Gurrea, María López de Gurrea. En la esfera de lo político, tras servir al rey Fernando el Católico como capitán en el ejército real durante el intricado episodio internacional de las guerras de Italia, pasó a la Península para ser nombrado como virrey de Cataluña, durante un gobierno que se extendió, con algunas interrupciones, entre el 8 de octubre de 1496, que coincide con su primer juramento y el año 1512. Sus nombramientos se dieron en las siguientes fechas: 26 de septiembre de 1496, 7 de septiembre de 1498, 6 de agosto de 1507, en las tres ocasiones con carácter trienal, y finalmente el 5 de noviembre de 1512 con carácter indefinido. Durante el último período fue también castellán de Amposta.
Durante todos estos años el alto cargo del virreinato se estaba convirtiendo en una realidad política consolidada a medida que la monarquía compuesta en la que se insertaba requería, por sus enormes distancias territoriales, de una solución estable frente al forzado absentismo real. Antes de ser investido como virrey, Juan de Aragón ya había recibido de manos del monarca el título de duque de Luna como compensación a sus servicios. Su virreinato catalán coincidía con la época en la que se estaba desplegando y arraigando un amplio programa gubernamental de reformas institucionales ya introducido por el rey católico, conocido como el redreç, que tenía por cometido principal, en coherencia con las exigencias de las nuevas monarquías autoritarias, resolver y superar viejas cuestiones de enquistamiento oligárquico y de deterioro económico y financiero que arrastraba la capital del principado y las principales instituciones políticas del país desde los tiempos de la guerra civil contra el rey Juan II.
Así, por ejemplo, la introducción del sistema insaculatorio, destinado a la elección nominal de los cargos y oficios de las instituciones catalanas, los municipios y la Diputación del General, sistema que alcanzaba también a otras corporaciones y gremios, la aprobación de la entrada del estamento militar en el gobierno ciudadano en parte como respuesta al imparable proceso de urbanización nobiliaria que acompañaba la crisis del campo catalán tras el conflicto campesino, pero también como reflejo de un profundo cambio social y cultural de la nueva configuración de las elites propias del renacimiento, o la ampliación de la red administrativa del poder real en el principado, que tuvo en la real audiencia su máximo exponente e instrumento de eficacia política, son algunas de las principales realizaciones en pleno desarrollo, por orden del monarca, durante el virreinato de Juan de Aragón. Muchos de estos logros se concretaban precisamente en el privilegio otorgado a la ciudad de Barcelona en 1498, la citada insaculación, y con ella un pacto de poder con el nuevo patriciado urbano.
En la esfera de lo económico, y en el marco de los proyectos destinados a paliar la deuda pública, también fue durante el mismo cuando se consiguió amortizar aquélla fruto de la contribución del estamento eclesiástico y el nuevo empuje dado a las actividades comerciales. Bajo su mandato, ya se podía ir advirtiendo lo que iba a constituir sin duda uno de los mayores problemas sociales para los tiempos venideros, el bandolerismo nobiliario, cuando en 1503 se aprobaba una constitución que penalizaba los excesos de las venganzas privadas. Constituyó un eficaz alter ego del monarca, presto a mantener los preceptos del nuevo orden social y político que debían dirigir los servidores reales, como muestra su viaje a la ciudad de Perpiñán, al objeto de socorrer al lugarteniente general del Rosellón, Enrique de Guzmán, enfrentado a una enconada protesta institucional allí promovida. Finalizado su virreinato catalán, Juan de Aragón regresaba de nuevo a los territorios italianos de la monarquía española, para ejercer una nueva dignidad en el servicio real, entre los años 1507 y 1509, esta vez como virrey de Nápoles.
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Mariela Fargas Peñarrocha