Sancho VI. El Sabio. ?, c. 1133 – Pamplona (Navarra), 27.VI.1194. Rey de Pamplona, Rey de Navarra.
Era hijo de García Ramírez IV el Restaurador y de su primera mujer, Margarita de l’Aigle, noble normanda. Sus abuelos paternos fueron el infante Ramiro Garcés y Cristina Rodríguez, hija del Cid. Sus abuelos maternos fueron Gilberto de l’Aigle y Juliana de Perche, hermana del conde Rotrou IV.
García Ramírez IV (1134-1150) había logrado restaurar el Reino de Pamplona separado de Aragón, pero a costa de aceptar un vasallaje hacia Castilla que recortaba el contenido de su soberanía. El primer objetivo de su hijo Sancho VI el Sabio será librarse del vasallaje y obtener una soberanía sin cortapisas. Para lograrlo fue capaz de diseñar un nuevo programa político para la Monarquía pamplonesa, que pasó a denominarse oficialmente Reino de Navarra, además de acometer profundas transformaciones en su entramado. Su largo gobierno —cuarenta y cuatro años— se articula en cuatro etapas fundamentales.
La primera etapa (1150-1162) está presidida por el incómodo vasallaje debido a Castilla y su ruptura final. A los pocos meses de subir al Trono, Sancho VI descubrió en la entrevista de Fillera (diciembre de 1150) que Ramón Berenguer IV consideraba anulado el tratado de 1149 y buscaba aproximarse a Castilla para recuperar el territorio irredento de Pamplona. Sancho VI se adelantó a los acontecimientos, aceleró la boda de su hermana Blanca con el heredero de Castilla, el príncipe Sancho y renovó el vasallaje debido a Alfonso VII (enero de 1151). El 27 de ese mismo mes se firmó el Tratado de Tudején, en el Castilla y Aragón acordaron, al igual que en 1140, el reparto del Reino de Pamplona por mitades, la reanudación del vasallaje de 1076, la ayuda castellana a Ramón Berenguer para conquistar el territorio pamplonés y el repudio de la princesa Blanca, así como un reparto de los territorios musulmanes de la Península. El olvido inmediato del tratado y su incumplimiento por Castilla demuestran que fue una jugada diplomática de Castilla, que buscaba una política de equilibrio entre Pamplona y Aragón.
Este objetivo no estaba reñido con una intensificación de la tutela castellana sobre Navarra, que provocó notables dificultades a Sancho VI (1151-1157). Para lograrlo, Alfonso VII utilizó vínculos familiares, realizó presiones políticas en la frontera riojana y en el interior del territorio pamplonés y captó a miembros de su alta nobleza. Los vínculos familiares se reforzaron con el matrimonio de su hija Sancha con Sancho VI, acordado en Soria (junio de 1153), donde el Emperador armó caballero al rey pamplonés, gesto que evidenciaba su dependencia. Al mes siguiente se celebró la boda en Carrión de los Condes. Además de continuar la política de “castellanización” de La Rioja mediante la instalación de linajes castellanos o vascos afines a Castilla, Alfonso VII captó a nobles navarros rebeldes a su Rey o deseosos de incrementar sus bienes y rentas. También multiplicó donaciones a instituciones religiosas, para crear intereses y vincularlas a la Monarquía castellana. Además, aprovechando las arras de su hija Urraca, segunda esposa de García Ramírez, estableció un enclave castellano en el centro de Navarra, en torno a Artajona, Larraga y Cebror (1153), que se amplió luego a Olite (1155) y Miranda de Arga (11556), cuyos tenentes se pasaron al bando castellano. Entre 1153 y 1157 cualificados miembros de la alta nobleza abandonaron al Rey pamplonés. El primero fue el conde Ladrón (1153), que provocó la pérdida de Álava y Vizcaya. Sancho se sintió desamparado y su único apoyo fue el obispo de Pamplona, que le prestó fuertes sumas de dinero (1154).
Consciente de la importancia de los grandes linajes de la alta nobleza, buscó en ellos piezas de recambio para sustituir a los desnaturalizados, o promocionó a nuevas familias de barones, emparentadas con ellos o escogidas en la amplia plataforma de la baja nobleza. Se rodeó de un grupo de buenos oficiales que cubrieron los puestos claves en la Corte, que eran infanzones, burgueses o clérigos formados en las escuelas catedralicias de Pamplona y Tudela. Fueron mecanismos de promoción social que además permitieron implicar a varios grupos en sus proyectos políticos.
En el plano militar Sancho reaccionó con energía y se lanzó a la guerra contra Castilla y Aragón. Destruyó Larraga, pero no extendió la guerra a otros ámbitos castellanos. Con Aragón la situación fue más complicada. Sancho fue perdiendo plazas aragonesas obtenidas por su padre, como Borja (1151) y Tauste (1154), además de ver destruida la torre de Calchetas (cerca de Tudela), a la que siguió la toma de Fontellas (1156). Fue capaz de reaccionar, recupero Fontellas y dirigió una expedición de saqueo hasta los alrededores de Zaragoza. Su ofensiva se completó con una apelación ante la Corte del Emperador, del que era vasallo. Esto retrasó unos meses las negociaciones entre Castilla y Aragón, pero no impidió la firma del tratado de Lérida (mayo de 1157), que ratificó el de Tudején y volvió a repartir el territorio navarro entre sus vecinos.
La muerte de Alfonso VII (21 de agosto de 1157) cambió la situación. Sancho VI mantenía buenas relaciones con su cuñado Sancho III de Castilla. Renovó el vasallaje (11 de noviembre) y logró desactivar la aplicación del tratado de Lérida. Poco después (enero de 1158) los castellanos devolvieron las plazas que controlaban en el centro de Navarra (Artajona, Larraga, Cebror, Miranda de Arga y Olite). Sancho III deseaba resolver los viejos conflictos, aunque manteniendo el vasallaje pamplonés. Sin embargo, su inesperada muerte (31 de agosto de 1158) y el hecho de que sus sucesor tuviera sólo tres años permitieron a Sancho VI retrasar la prestación de vasallaje o considerarlo extinguido. Además llegó a un acuerdo con Ramón Berenguer IV (28 de febrero de 1159) que supuso el mutuo reconocimiento y terminó con un cuarto de siglo de guerras provocadas por la separación de 1134. Tres años después, la muerte del príncipe aragonés abrió una larga minoría de edad. En el plazo de cinco años Sancho había roto sus ataduras con sus vecinos y las minorías de los reyes de Castilla y Aragón reforzaron su peso.
En estas circunstancias se inicia una segunda etapa (1162-1169) en el reinado de Sancho VI, definida por una renovación conceptual y nominal de su Monarquía, que estuvo acompañada por un intento de ampliar su espacio político. Antes había procurado otorgar concesiones y privilegios a diversos grupos sociales (ciudades, instituciones religiosas), para lograr su adhesión a sus proyectos. Incluso olvidó infidelidades pasadas y recibió a los barones que retornaron. Irrumpía además una nueva generación de magnates dispuestos a secundar sus planes.
El primer paso fue acuñar una nueva denominación de la Monarquía, que representaba también una nueva concepción de la misma. Desde 1134 el titulo oficial que usaban los soberanos era el de “rey de los Pamploneses” (Pampilonensium rex), es decir de los barones pamploneses, de la aristocracia militar que regía la sociedad. La fórmula proclamaba que la soberanía real se basaba en las relaciones de encomendación personal, de carácter vasallático-beneficial, entre el Rey y sus barones. El alzamiento de García Ramírez en 1134 por los barones del Reino había reforzado la fundamentación contractual del poder real. Además el título de Rey de Pamplona estaba lastrado por el vasallaje prestado a Castilla, inactivo entonces pero que podía ser exigido de nuevo. A mediados de 1162 se produjo en los documentos expedidos por la Cancillería real un cambio en la intitulación del Monarca, que adoptó como título oficial el de “rey de Navarra” (Navarre rex), que ya se utilizaba de forma no oficial, en documentos que no eran otorgados por el Rey, desde 1142. El corónimo Navarra derivaba de un indicador social, pues navarrus (del vasco navar, arado) era sinónimo hasta el siglo XII de campesino que cultivaba la tierra. La nueva intitulación evidenciaba el concepto que el propio Monarca tenía de su realeza y del espacio sobre el que se proyectaba. El término Navarra ponía el acento en la proyección territorial de la soberanía, relegando a segundo plano su proyección personal. El Rey ya no era sólo el caudillo de una minoría aristocrática, sino que ejercía el pleno dominio sobre un territorio, concebido como un marco en el que se organizaban diversos grupos sociales. Sin perjuicio de conservar el estatuto de cada uno de ellos, el nuevo título apuntaba un proyecto de integración social, para frenar las veleidades de la alta nobleza. Además, el nuevo título no estaba gravado, como el anterior, por un vasallaje que limitara su poder. Su adopción era un repudio implícito del vasallaje debido a Castilla, que había limitado la soberanía de los reyes de Pamplona desde 1135. El cambio de denominación estuvo acompañado por transformaciones más lentas, que afectaron tanto a la ubicación de la Corte, que se hizo más sedentaria (en torno a Tudela), como a su composición y organización, que se renovaron.
Al cambio conceptual siguió una ofensiva militar para recuperar tierras castellanas que tiempo atrás habían pertenecido al reino pamplonés. Sancho VI se aprovechó de una coyuntura favorable, marcada por la debilidad de sus rivales. Castilla se debatía en una guerra civil protagonizada por bandos nobiliarios, en torno a los linajes de Castros y Laras. Aragón quiso garantizar la seguridad de sus fronteras con Navarra y firmó unas paces por trece años. Asegurada la tranquilidad de su frontera oriental, Sancho VI el Sabio estaba en condiciones de atacar Castilla. La ofensiva sobre La Rioja (octubre de 1162-marzo de 1163) se inició con la toma de Logroño, Entrena y Navarrete en la cuenca baja del Iregua. En la cuenca del Cidacos ocupó Resa, Ausejo, Autol, Quel y Ocón, pero se resistieron las plazas más importantes, Calahorra y Arnedo. Fracasó el ataque sobre Nájera, pero se capturó la cuenca del Oja y el bajo Tirón. Desde tierras riojanas y alavesas se atacó Castilla, conquistando buena parte de la Bureba (incluida Briviesca), la zona de Miranda de Ebro y Salinas de Añana. Navarra controlaba parte de La Rioja y había penetrado profundamente en Castilla, sin que la guerra civil permitiera una reacción. Un tratado firmado con el Rey de León (Tudela, 28 de enero de 1165) reforzó la posición navarra. Después de varios años de enfrentamientos Navarra y Castilla firmaron una tregua por diez años (Fitero, 1167). Con todo, consciente de su escasa implantación en La Rioja Alta, Sancho VI protegió la retaguardia de la actual Rioja Alavesa concentrando su población en dos plazas fuertes, Laguardia (1164) y San Vicente de la Sonsierra (1172).
Esta actividad se completó con la intervención navarra en el Levante musulmán español, para apoyar a los reinos de taifas y frenar el avance almohade, que se convirtió en una constante de la política navarra hasta 1234, protagonizada por los reyes o por iniciativas particulares de nobles. En 1161 Sancho el Sabio lanzó una expedición hasta Murcia para ayudar a ibn Mardanis, “el Rey Lobo”. El noble Pedro Ruiz de Azagra también le prestó servicios y de esta forma obtuvo el señorío de Albarracín entre 1166 y 1168. Aragón llegó a autorizar expediciones navarras en tierras del Rey Lobo (Tratado de Vadoluengo, 19 de diciembre de 1168), aunque no se llevaron a cabo, pues Sancho VI prefirió apoyar la consolidación de Pedro Ruiz de Azagra en Albarracín, aunque sin integrarlo en su reino, como un señorío independiente, que sirviera de hecho como plataforma para las empresas de los navarros.
La tercera etapa del reinado de Sancho VI el Sabio (1170-1179) está presidida por la reacción castellana y la difícil consecución de una paz estable entre Navarra y Castilla. La mayoría de edad de Alfonso VIII (1169) y la conclusión de la guerra civil permitieron a Castilla recuperar territorios perdidos frente a León y plantear de nuevo su enfrentamiento con Navarra como una cuestión prioritaria de su política exterior, con el objetivo de recuperar los territorios perdidos y delimitar una nueva frontera. El proceso tuvo tres fases: la preparación diplomática, el contraataque militar y la negociación de la paz.
Antes de abrir las operaciones militares, Alfonso VIII tejió un sistema de alianzas que reforzara su posición y garantizara el aislamiento de Navarra cuando se produjeran las hostilidades. Primero firmó dos tratados con Aragón (1170) para repartirse los territorios del Rey Lobo y concertar una alianza y apoyo mutuo frente a cualquier rey cristiano (excepto el de Inglaterra). Luego Alfonso VIII concertó su matrimonio con Leonor de Inglaterra, cuyos padres eran condes de Gascuña, lo cual aislaba a Navarra por el Norte. Además incluyó en las arras tres localidades navarras o controladas por Sancho VI (Tudela, Logroño y Grañón), para involucrar a los ingleses en la guerra contra Navarra. Además, Bearn estaba aliado con Aragón (abril de 1170). Por tanto, todos los territorios vecinos de Navarra estaban aliados, de una u otra forma, con Castilla. La situación de Sancho VI se agravó por nuevas defecciones de barones navarros, que, al igual que dos décadas antes, abandonaron a su Rey atraídos por los ofrecimientos de los Reyes castellano y aragonés.
Las campañas militares de Castilla para recuperar los territorios perdidos y doblegar a Navarra se prolongaron durante cuatro años (1173-1176). Rota la tregua de 1167, la ofensiva castellana se inició por la Bureba, los alrededores de Miranda de Ebro y los valles riojanos del Tirón y del Oca, que ya tenían en su poder a principios de 1173. En el verano de ese año atacaron la cuenca del Cidacos, donde recuperaron Quel y Autol, pero no Ocón, ni tampoco las plazas del valle del Iregua (Logroño, Entrena y Navarrete), que quedaron en manos navarras. En septiembre otra campaña llevó al ejército castellano hasta Pamplona; no tomó la ciudad pero venció al ejército navarro en campo abierto.
En 1174 un doble ataque de los aliados pretendió incrementar la presión sobre Navarra. Alfonso II de Aragón, que controlaba Arguedas, pretendió aislar el distrito de Tudela del resto de Navarra. Para ello conquistó Milagro en julio, pero tuvo que abandonarla después de un mes. Por su parte Alfonso VIII repitió un ataque en profundidad contra el centro de Navarra. Venció y cercó a Sancho VI en el castillo de Leguín, pero el navarro consiguió huir de noche. A pesar de las apariencias, el doble ataque no consiguió sus objetivos: ni se apoderaron del distrito de Tudela, ni capturaron al monarca navarro.
En 1175 los castellanos se hicieron con el territorio de Vizcaya, excepto el Duranguesado. En 1176 Alfonso VIII volvió a penetrar hasta el corazón de Navarra, conquistó el castillo de Leguín y lo retuvo hasta la firma de la paz. La situación era compleja. A pesar de que el Ejército castellano había demostrado su capacidad para penetrar hasta el centro de Navarra, no había conseguido doblegar a Sancho VI el Sabio.
Éste no estaba derrotado y seguía conservando la importante plaza de Logroño, pero no podía consentir la continuación de los ataques en profundidad del Ejército castellano, que podían dañar seriamente el centro de su reino. El estancamiento de la situación militar conducía a buscar una solución diplomática para el conflicto. Castilla además necesitaba solucionarlo para reanudar la reconquista y cercar la ciudad de Cuenca.
Fueron precisos tres años (1176-1179) para llegar a la paz. En una entrevista que mantuvieron Alfonso VIII y Sancho VI entre Nájera y Logroño (25 de agosto de 1176) acordaron someter el conflicto al arbitraje de Enrique II de Inglaterra y pactaron una tregua de siete años. Delegaciones de ambos reinos se desplazaron hasta la Corte inglesa y expusieron sus reivindicaciones con un método historicista, pero se retrotraían a fechas o etapas diferentes en función de los intereses de cada una. La embajada navarra pretendía retrotraerse a 1035, cuando el condado de Álava y parte del de Castilla fueron incorporados al reino pamplonés, lo cual significaba la devolución de todas las tierras vascas y riojanas perdidas por Pamplona a partir de 1076. En segundo lugar, reclamaba las tierras arrebatadas por Alfonso VII a García Ramírez en 1135 con motivo del vasallaje. También reclamaba las tierras reconquistadas por Alfonso VIII en las campañas recientes, después de quebrantar la tregua de 1167. Exigía finalmente una compensación de 100.000 marcos de plata por los daños sufridos en la guerra. A su vez la embajada castellana reclamaba en primer lugar la vuelta a la situación de 1076, lo cual suponía entregar a Castilla el Duranguesado, Álava y las plazas de La Rioja que quedaban en manos navarras. Luego reclamaba la soberanía sobre el “condado de Navarra” (territorio comprendido según su criterio desde Puente la Reina y Sangüesa hasta el Ebro). En tercer lugar, pedía la mitad del distrito de Tudela como herencia de la reina Blanca, madre de Alfonso VIII. También pedía el castillo de Rueda de Jalón. Finalmente solicitaba una indemnización de 100.000 marcos de plata, igual a la solicitada por Navarra. Enrique II prescindió de pasados remotos y aceptó en su sentencia arbitral (marzo de 1177) las reivindicaciones correspondientes a los reinados de ambos Monarcas, a partir de 1158. Según este criterio Navarra tenía que devolver las plazas que todavía conservaba de sus conquistas de 1162-1163, mientras que Castilla tenía que hacer lo propio con las que retenía de sus conquistas de 1173-1176. Además Castilla tenía que pagar a Navarra durante una década una indemnización anual de 3000 maravedís. Finalmente la tregua de siete años acordada en 1176 tenía que mantenerse en toda su duración. Como la sentencia no satisfizo a ninguna de las partes y no estaban previstas sanciones, el arbitraje no se cumplió. Navarra no quería renunciar a La Rioja, mientras que Castilla deseaba mantener vigente el vasallaje de 1076 y no perder las tierras vascongadas.
Fracasado el arbitraje, Castilla no optó por la guerra, sino que prefirió la presión diplomática. Buscó la alianza de Aragón, que se acordó en un primer pacto (agosto de 1177) que ratificaba los de 1151 y 1157. Se concretó en el tratado de Cazola (20 de marzo de 1179), en el que establecieron un compromiso de ayuda mutua durante un año para atacar al Rey de Navarra, así como el reparto de su Reino.
La amenaza de un ataque conjunto castellano-aragonés obligó a Sancho VI a negociar directamente con Castilla. En menos de un mes se llegó al tratado de paz, firmado entre Nájera y Logroño (15 de abril de 1179), que puso fin al largo conflicto. Navarra tuvo que entregar las plazas que retenía en La Rioja (Logroño, Navarrete, Entrena, Ausejo, Resa y Autol), aunque con ciertas cautelas y reservas durante una década. Alfonso VIII devolvió a Navarra los castillos de Leguín, Portilla y el de Godín. Navarra retuvo Rueda, pero a cambio de renunciar a la indemnización prevista en el arbitraje inglés. Navarra conservó Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado y la frontera con Castilla se fijó mediante una línea muy precisa. Para evitar futuros problemas, ambos Reinos reconocían mutuamente la plena soberanía del otro en los territorios reclamados hasta entonces y prometían reparar en ellos. Se declaraban concluidas todas las discordias y reclamaciones. El tratado omitía cualquier referencia al vasallaje del Rey navarro hacia el de Castilla y reconocía a Sancho VI el título de rey, sin ningún tipo de limitación, lo cual implicaba la renuncia de Castilla a reivindicarlo. Con la firma de este tratado Sancho VI culminó la obra de la restauración de la Monarquía navarra, iniciada por su padre hacía cuarenta y cinco años. Había conseguido que en 1159 Aragón y ahora Castilla reconocieran al Rey de Navarra como soberano, en plano de igualdad con respecto a los restantes reyes de la Europa cristiana.
Resueltos los conflictos exteriores, Sancho VI el Sabio inició la cuarta etapa de su reinado (1179-1194), en la que dio prioridad a la vertebración espacial y social del Reino de Navarra. Pasaron a un segundo plano las relaciones con los restantes reinos hispanos y el reino concentró sus esfuerzos en la renovación de sus estructuras y en la proyección de su soberanía en Ultrapuertos.
Sancho VI el Sabio pretendía vertebrar su reino, ensamblando territorios y grupos sociales en su seno. Ya había acometido algún intento, pero es ahora cuando este objetivo adquiere especial relevancia y afecta a casi todo el reino. Un primer reto era la articulación de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado, tierras que habían oscilado entre Navarra y Castilla durante siglo y medio y sobre las cuales la autoridad del Monarca no se proyectaba directamente, sino a través de la nobleza local, que asumía la representación y el gobierno de estas tierras, además de poseer gran parte de los bienes raíces, mientras que el realengo era muy reducido. Como la autoridad de la Corona era escasa en ellas, Sancho VI pretendió modificar sustancialmente su organización e incrementar el control que ejercía sobre ellas mediante la creación de una red urbana y la implantación del sistema de tenencias. La red urbana se basó en dos núcleos esenciales, San Sebastián (1180) y Vitoria (1181), concebido el primero como puerto para el comercio navarro y el segundo como centro ordenador de la Llanada Alavesa. En la mitad meridional de Álava se crearon otros núcleos de menor envergadura: Antoñana (1181), Bernedo (1182) y La Puebla de Arganzón (1191). Para ello recibieron el fuero de Logroño en la versión de Laguardia, excepto San Sebastián, que recibió una versión del fuero de Estella con peculiaridades destinadas a regular el comercio marítimo. En el ámbito rural sólo destaca el fuero de Durango (alrededor de 1180), que reordenó las prestaciones que pagaban a la corona los campesinos de este territorio. El paso a Castilla de Juan Vela, jefe de la familia Ladrón, convenció a Sancho VI de la conveniencia de fraccionar la gran tenencia de Álava, que hasta entonces había recaído en miembros de esta familia, y sustituirla por varios distritos más pequeños, que proporcionaran al Monarca un mayor control del territorio. A partir de 1181 aparecen las tenencias de Vitoria, Treviño, Arlucea, Buradón, Antoñana, Portilla y Zaitegui, mientras que el gran distrito de Álava queda reducido a la parte oriental de la Llanada y Guipúzcoa, con sede en Aizorroz. Al frente de las mismas el Rey colocó a magnates fieles, con frecuencia ajenos al territorio. Mas tarde procuró incrementar el número de los tenentes autóctonos, pero el cambio de postura no logró mitigar el malestar de la nobleza local por la creación de núcleos urbanos y la implantación de tenencias. El descontento provocado por la reestructuración del espacio vascongado contribuyó a su posterior inclinación hacia Castilla en 1200.
En el espacio propiamente navarro el desarrollo de la vida urbana, que había sido constante durante todo el siglo XII, se intensificó entonces. El Rey amplió los burgos o extendió los privilegios de las principales ciudades situadas en el tramo navarro del Camino de Santiago: Sangüesa (1186), Estella (1187, 1188) y Pamplona (1188). La red urbana se completó con nuevas incorporaciones: Larrasoaña (1174) y Villava (1184), en la ruta jacobea de Roncesvalles a Pamplona, y Villafranca en la ruta que unía la capital con Tudela. A finales del siglo XII el reino contaba con cuatro ejes urbanos que unían Pamplona con el Pirineo, Aragón, la Ribera Tudelana y La Rioja, en los que se asientan once núcleos urbanos, estratégicamente situados para organizar el territorio y ordenar su actividad económica. Con Sancho VI el Sabio quedó configurado el esquema urbano que, con algunos complementos posteriores, ha vertebrado Navarra hasta el siglo XX.
La voluntad regia de racionalización y ordenación se aplicó también en el mundo rural. El Rey reorganizó el realengo sin modificar el estatuto jurídico de sus villanos, simplificó y unificó las cargas que pagaban, que fueron sustituidas por una pecha anual asignada a cada casa o al conjunto de la comunidad campesina (una localidad o un valle). Los primeros ensayos se hicieron en la década de 1180, pero la unificación se aplicó sobre todo en la siguiente, durante los años finales del reinado. Las pechas individuales se utilizaron preferentemente en diez valles del noroeste de Navarra, mientras que las colectivas fueron más frecuentes en otros ámbitos, como el valle medio del Arga.
La vertebración de la sociedad incluyó la promulgación de normas destinadas a grupos sociales, más allá de los fueros locales, para organizarlos o fijar sus relaciones con el Rey. Ejemplo de ello fueron la ordenanza para regular los desafíos nobiliarios (1192), en la que expresamente se dejó constancia de la igualdad esencial de todos los componentes del grupo, desde la alta nobleza a los infanzones, o ciertos capítulos de versiones arcaicas del Fuero General sobre las relaciones entre el Rey y los navarros (entendiendo por tales a todos los súbditos). Se estaban sentando de esta forma las bases conceptuales del pactismo que presidió las relaciones entre el Rey y el Reino en el siglo XIII.
A la vez, esta labor de concesión de fueros y normas, así como los buenos resultados de la reordenación del territorio navarro, forjaron la fama de hombre sabio (vir magnae sapientiae) que adornó la figura de Sancho VI tanto entre sus súbditos como entre los cronistas. Mientras tenían lugar estas transformaciones, la política exterior discurría con cierta tranquilidad. La sucesión de Albarracín motivó la alianza de Castilla y Aragón, plasmada en los tratados de Ágreda (21 de enero de 1186) y Berdejo (5 de octubre de 1186). El segundo se convirtió en una alianza para atacar Navarra y fue el primer síntoma de que Castilla ponía en entredicho el carácter definitivo del reparto territorial de 1179. Hubo incidentes fronterizos pero no tuvieron repercusiones. También resultó inoperante un tercer tratado de alianza entre Castilla y Aragón, el de Sauquillo (30 de noviembre de 1187).
La inestable situación de Gascuña permitió la expansión navarra al norte de los Pirineos. Los vizcondados gascones estaban gobernados por familias de la nobleza local, que con cierta frecuencia se rebelaba contra los intentos centralizadores del Rey de Inglaterra. Desde 1177 Bayona estaba en manos reales, mientras que el poder del vizconde de Labourd languideció y se extinguió en 1193. Esta situación propició el acercamiento de las comunidades locales situadas más cerca del Pirineo al único poder fáctico de la zona capaz de protegerles, la monarquía navarra, que aprovechó el vacío de poder existente en la zona para implantarse en ella. En 1189, la tierra de Cisa reconocía la soberanía del Rey de Navarra y dos años después los navarros ya habían construido dos castillos, San Juan de Pie de Puerto, que fue desde entonces su centro, y Rocabruna. Sobre esta base se fue ensamblando luego la llamada “Tierra de Ultrapuertos” o Baja Navarra. Por otra parte la boda de una infanta Berenguela de Navarra con Ricardo Corazón de León (12 de mayo de 1191) y el apoyo que le prestó Navarra más tarde, durante su cautiverio, impidieron que el territorio volviera a manos inglesas. Dos expediciones navarras, dirigidas por el heredero Sancho sostuvieron los derechos de Ricardo (1192, 1194). Además, otro infante, Fernando, se entregó como rehén para conseguir su libertad.
El panorama diplomático de la España cristiana cambió a principios de la siguiente década. Ciertas presiones castellanas sobre León provocaron que su nuevo rey, Alfonso IX, se aliara con Portugal (1191). Antes se había llegado a un pacto entre Aragón y Navarra (Borja-Daroca, septiembre de 1190) contra Castilla. El cerco al predominio de Castilla se completó con la alianza de los cuatro reinos restantes, estipulada entre Aragón, León y Portugal (tratado de Huesca, mayo de 1191), a la que se unió Navarra mediante el tratado de Tarazona (julio de 1191). Estalló la guerra contra Castilla, pero Navarra no participó en ella. Sancho VI adoptó una postura prudente y no se arriesgó a participar en un ataque que respondía a intereses ajenos y podía privar a Navarra de la paz con Castilla, arduamente conseguida. La posición de Navarra se vio reforzada por la intervención pontificia, que logró primero el cese de hostilidades (primavera de 1192) y finalmente la paz entre Castilla y León (Tratado de Tordehumos, 20 de abril de 1194), con el objetivo de unir a los reinos españoles ante la amenaza almohade.
En esta coyuntura, el 27 de junio de 1194 se produjo el fallecimiento de Sancho VI el Sabio, que fue enterrado en la Catedral de Pamplona. Su reinado fue largo y de gran trascendencia para Navarra, puesto que consiguió culminar la restauración de la Monarquía emprendida por su padre en 1134 y logró que los reinos vecinos reconocieran su soberanía sin cortapisas. Modificó la concepción de la Monarquía, desarrolló la vida urbana y comenzó la reorganización del señorío realengo, además de iniciar la superación del derecho local con normas válidas para grupos sociales.
De su matrimonio con Sancha de Castilla nacieron cinco hijos: el sucesor, Sancho VII el Fuerte; Constanza; Fernando; Berenguela, casada con Ricardo Corazón de León, Rey de Inglaterra; y Blanca, casada con el conde Teobaldo III de Champaña.
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Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza