Aznar Zubigaray, Manuel. Lesbio, Imanol, Gudalgai, Coronel de la Cruz. Echalar (Navarra), 18.XI.1893 – Madrid, 10.XI.1975. Periodista, diplomático, escritor, director y promotor de periódicos.
Hijo y nieto de funcionario municipal, la familia de Manuel Aznar es representativa de las de clase media que abundan en la región navarra. Su tío sacerdote encamina al mayor de los cuatro hermanos de la familia hacia el seminario de la diócesis de Pamplona. Continuó los estudios eclesiásticos en el de Madrid y después de seis años, en 1911, decidió dedicarse al periodismo dejando la carrera sacerdotal, cuya formación humanística fue, según declaró en muchas ocasiones, decisiva para su desarrollo profesional posterior.
El comienzo de su carrera profesional fue en Pamplona, en 1912, en el periódico —integrista muy relacionado con las instancias eclesiásticas— La Tradición Navarra, en el que realizó un periodismo ágil y culto en crónicas deportivas, comentarios sociales, crítica política, actividades literarias, musicales y conmemorativas del año en que Navarra celebró especialmente el VII Centenario de las Navas de Tolosa.
Desde su primer artículo en el mismo periódico el 2 de julio de 1910 hasta el último en La Vanguardia el día del Pilar de 1975 —cuatro semanas antes de su muerte—, destacan algunos rasgos en su extensa obra periodística: el gusto por las biografías sobre todo en artículos necrológicos; la facilidad para narrar crónicas temporales en perspectiva como los resúmenes de acontecimientos relevantes que escribía anualmente; la facilidad con que relacionaba aspectos relativos a diferentes épocas con la actualidad que le tocó vivir; su interés por el periodismo militar y las relaciones y los conflictos internacionales, en especial por el mundo árabe e Iberoamérica; la finura en exponer sus convicciones religiosas y patrióticas, sin herir o depreciar a quienes eran distintos; la aversión a las polémicas y controversias, etc.
En 1913, tentado por proposiciones económicas mejores, aceptó pertenecer a la redacción fundacional del primer diario nacionalista vasco, Euzkadi, en el que destacó sobre todo por las crónicas y los comentarios militares con motivo de la Gran Guerra que firmó con el seudónimo Gudalgai. Entre 1913 y 1917, el periodismo militante que representaba Euzkadi —en el que volcó su amor por los ideales católicos y por el País Vasco—, los escenarios internacionales de la misma guerra y el contacto con intelectuales de primera talla le hicieron ver un nuevo periodismo y, sobre todo, ampliar sus horizontes intelectuales tras conocer al filósofo Ortega y Gasset y al empresario Nicolás de Urgoiti. Desde 1916 colaboró en la preparación de un rotativo innovador y, tras un intento de relanzar El Imparcial, trabajó de lleno para poner en marcha El Sol, uno de los mejores periódicos de la historia del periodismo español, en el que se incorporó como secretario del consejo desde su arranque en 1917. Un año después, sucedió como director a Félix Lorenzo, quien a su vez le volvería a sustituir en 1922 y le cedería el puesto nuevamente en los albores de la República en 1931, tras un cambio accionarial.
En plena Gran Guerra, 1915, casó en la fronteriza villa francesa de Hendaya con Mercedes Acedo, con quien tuvo cinco hijos: Manuel y Javier, también periodistas; José María, aviador y escritor, malogrado en accidente como instructor en San Javier; Mercedes y María Teresa, quien desarrolló profesionalmente el amor de su padre por el ámbito hispanoamericano. Enviudó en enero de 1933 y casó por segunda vez en 1949 con Milagro Gallego, quien ayudó especialmente a su marido en la difícil tarea de organizar los hogares sucesivos que los destinos profesionales deparan a los diplomáticos.
Las tensiones políticas propias de las dos primeras décadas del siglo xx afectaron especialmente a El Sol, empeñado en mantener una línea liberal reformista, independiente de los gobiernos de turno, sin renunciar a valores patrióticos, como la defensa de la presencia del Ejército español en la incomprendida guerra de Marruecos. Desde la dirección de El Sol luchó a brazo partido por la supervivencia del periódico, muy afectado desde la Real Orden de Dato de 1920 sobre reajuste de precios y dimensiones de periódicos, que condicionó en la mayoría de ellos su adscripción editorial. Para apoyar a la empresa de Urgoiti funda el vespertino La Voz —en la misma onda que el periódico insignia—, la agencia Febus y el semanario Nuevo Mundo. Las divergencias con Urgoiti ocasionaron el abandono de El Sol tras el que intentó —infructuosamente— poner en el mercado un nuevo periódico relevante, La Opinión. Buscando nuevos aires profesionales y políticos, intentó modernizar el periodismo cubano, proclive a la comprensión sobre el papel de España en América y el también cuestionado en Marruecos. Fue director de El País, director técnico del Diario de la Marina, el periódico de los Rivero, director después de Excelsior que se fusionó con El País. Fue buscado in extremis en 1931 para reconducir El Sol a las tesis monárquicas, tras un cambio en el accionariado del periódico.
Enterado del cambio de régimen en la travesía, intentó lanzar un periódico conciliador, de altura cultural y centrista en lo político, que diera cabida en sus páginas a colaboradores de un amplio espectro ideológico. Fracasó en su intento de integrar, en torno al periódico, a Manuel Azaña —como republicano capaz de reconducir los desmanes— y a Ortega y Gasset —como pensador influyente en aras de una República con autoridad y respetuosa con la tradición religiosa del pueblo español—. En 1933 abandonó El Sol y colaboró en distintas actividades empresariales y periodísticas, destacando en el Heraldo de Aragón sus crónicas nacionales. Precipitados los acontecimientos sociales y políticos, se relacionó con José Antonio Primo de Rivera y, además, militó en el partido republicano conservador de Miguel Maura. Precisamente fue en la formación centrista de Portela con la que precipitadamente se presentó, como candidato por Albacete, a las elecciones de febrero de 1936, sin llegar a obtener acta de diputado.
Después del 18 de julio de 1936, y de haber sido encarcelado en una checa madrileña, logró pasar a zona nacional en la que también fue denunciado y expulsado. Una vez superado el trance, se instaló en Zaragoza donde, todavía en plena guerra, escribió crónicas y comentarios bélicos de gran relieve en Heraldo de Aragón. Al final de la guerra dirigió El Diario Vasco y La Vanguardia, rotativo que volvió a encabezar en 1960 y donde escribió sus últimas colaboraciones en los años setenta con su fino estilo periodístico y con su gran habilidad lingüística y conceptual. Fundó la revista Semana y colaboró también en Arriba y Blanco y Negro.
La vida profesional de Manuel Aznar fue una simbiosis entre información y diplomacia. Fue diplomático tras la guerra, primero como agregado en la Francia invadida de 1944, luego como colaborador del embajador Lequerica en Estados Unidos y ante la Organización de Naciones Unidas (ONU), desde donde colaboró en la normalización de las relaciones de España con la comunidad internacional. Nombrado embajador en Santo Domingo (1948-1951) y Buenos Aires (1952-1955), regresó a España para presidir la Asociación de la Prensa de Madrid y la Federación de Asociaciones y vincularse a la agencia EFE, de la que sería director y presidente. Tras la breve pero intensa dirección de La Vanguardia (1960-1962), volvió a la diplomacia como embajador en Rabat (1963-1964), para culminar su carrera como representante permanente en las Naciones Unidas desde 1964 a 1967 en que renunció a su cargo ante el ministro Castiella por razones de salud.
Durante su vida desarrolló una intensa labor de publicista, tanto con la pluma como con la palabra. Dotado de habilidades oratorias singulares, ofreció numerosas conferencias y disertaciones a públicos dispares. Su obra editorial también es considerable, aunque como periodista hay que encontrar en las hemerotecas sus trabajos apenas recopilados y publicados posteriormente. Tuvo una inclinación especial por las naciones hispanoamericanas ultramarinas, así como una visión “aliadófila” en la primera contienda mundial y fue un ardiente defensor de la causa árabe en los escenarios internacionales. También adoptó posturas claras acerca del papel civilizador de la Iglesia católica y de su influencia conformadora en la identidad de Occidente.
Obtuvo en su vida premios, distinciones y homenajes a su doble labor de periodista y diplomático. Entre ellos, los premios Mariano de Cavia, Luca de Tena y Francisco Franco. Fue incomprendido por muchos al observar en él adaptaciones a situaciones políticas cambiantes; a pesar de su relativa amistad con Franco, nunca fue nombrado ministro en su régimen y con un sentimiento español profundo, apostó por la reforma y apertura en los años setenta. Un nieto suyo ocuparía dos décadas después de su muerte la presidencia del Gobierno.
Obras de ~: La España de Hoy, La Habana, Librería e Imprenta La Nueva Poesía, 1926; Historia militar de la guerra de España (1936-1939), Madrid, Idea, 1940; Política de Inglaterra y España, Madrid, Sucesores de Ribadeneyra, 1940; Historia de la II Guerra Mundial. t. I, Antecedentes diplomáticos y declaración de guerra. t. IV, La batalla de Francia y el Armisticio. 1940, Madrid, Ediciones Idea, 1941-1943; El Alcázar no se rinde, Madrid, Ograma, 1957; El pensamiento de Balmes en el mundo actual, Vic, Ayuntamiento, 1968; Las Naciones Unidas, la guerra fría y la seguridad, Madrid, Ceseden, 1969; La Radiotelevisión y la guerra, Madrid, Escuela Oficial de Radio, 1971; Un joven de 1915 ante José Ortega y Gasset, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1971; “Introducción y prólogo”, en B. Liddell Hart y B. Pitt (dirs.), Así fue la II Guerra Mundial, Barcelona, Rizzoli-Noguer, 1972; Franco, Madrid, Prensa Española, 1975.
Bibl.: J. Tanco Lerga, Manuel Aznar. Periodista y diplomático, Barcelona, Editorial Planeta, 2004.
Jesús Tanco Lerga