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Miguel Rubio

Biografía

Rubio, Miguel. San Martín del Río (Teruel), p. s. XVI – Cerdeña (Italia), 1586. Monje del Císter (OCist.) en Santa María de Piedra (Zaragoza), abad, reformador de Santa María de Rueda, obispo de Ampurias (Cerdeña).

Habiendo ingresado muy joven en Santa María de Piedra, después de haber recibido una formación seria, sus noticias destacadas comienzan en el momento en que Felipe II se fija en él y le considera como persona apta para remediar la grave situación que pesaba sobre Santa María de Rueda, para cuyo monasterio fue nombrado abad, según se lee en un inventario de la casa: “Yo, fray Miguel Rubio, electo abad de Su Majestad vine a residir a Rueda a 8 de noviembre de 1558 y el estado en que yo hallé el monasterio fue de la manera siguiente”. Expresa a continuación la pobreza suma a que había llegado la casa debido a la mala administración y descuido de los monjes. Enterados en Roma del nombramiento del nuevo abad de la casa, se apresuraron los curiales en reclamar el pago enorme de atrasos de muchos años, que eran tan fabulosos, que constituían la pesadilla de los monjes más sensatos y responsables de la casa, y no pudiendo satisfacerlos a causa de la penuria económica de la causa, “fueron excomulgados el abad y el convento y puesto entredicho en el monasterio y los lugares del abadiato”. Duró el entredicho un año y tres meses y a los fallecidos durante ese tiempo se les negó la sepultura eclesiástica de acuerdo con las normas canónicas. Habiendo sido enterrados en los prados y en los huertos.

El ánimo del abad no se aplanó, antes se entregó con toda el alma a sacar la casa de aquel precipicio económico, sirviéndose de todos los medios imaginables. Urgió a los vasallos del monasterio a acudir con rentas en la manera establecida en los contratos, y cuando se hacían sordos en cumplir con sus obligaciones, a pesar de las censuras que pesaban sobre ellos, el abad acudió a Felipe II para que amenazase a dichos colonos con vender los lugares a señores feudales, quienes les exigirían al contado satisfacer las deudas hasta el último céntimo.

Gracias al dinamismo del abad Rubio, la situación de la casa cambió por completo, desapareciendo las deudas, pudiendo entregarse luego a remediar la parte espiritual, no menos necesitada que la temporal. Deseando reformar la observancia, solicitó y obtuvo un grupo de monjes del Monasterio de Piedra, bien conocidos de él, para ser trasladados temporalmente a Rueda, fueron los modelos en que quienes se miraran los de aquella casa y reformaran las costumbres. Pronto comenzó a dar nuevos hábitos y la comunidad ascendió pronto a más de veinte monjes. Al mismo tiempo se dedicó a restaurar los distintos edificios, descuidados desde hacía muchos años.

Labor tan destacada de este abad en Rueda, no pasó inadvertida para el rey Felipe II, por lo que quiso gratificárselo de alguna manera, presentándole a la Santa Sede para el obispado de Ampurias (Cerdeña) en 1579, una vez que había obtenido el grado de doctor en Teología por la Universidad de Lérida.

Aun cuando sus orígenes estaban afincados en Piedra, al tiempo de fallecer dejó a Rueda todos los bienes y alhajas, por más que siendo un país tan lejano, dicen que robaron y ocultaron la mayor parte de ellos algunas personas, según consta del decreto de excomunión decretado por Sixto V el mismo año de su muerte, 1586.

 

Bibl.: M. Pérez Villamil, Recuerdos del Monasterio de Piedra, Madrid, A. Pérez Dubrull, 1873, pág. 128; J. M.ª López Landa, El Monasterio de Ntra. Señora de Rueda, Calatayud, El Regional, 1922, págs. 34-41; J. Finestres, Historia del Real Monasterio de Poblet, t. II, Barcelona, Editorial Orbio, 1948, págs. 164-165.; D. Yáñez Neira, El Císter, Órdenes religiosas Zaragozanas, Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, 1987, págs. 268-271.

 

 Damián Yáñez Neira, OCSO

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