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Arturo García de Cáceres y Maguregui

Biografía

García de Cáceres y Maguregui, Arturo. Esteban. Ferrol (La Coruña), 28.VI.1840 – ¿Staoueil (Argelia)?, 1904. Cisterciense (OCist.), comandante de navío de la Marina española.

Descendiente de una familia de marinos, Arturo sintió deseos de seguir el camino de sus ascendientes, ingresando a los dieciséis años en la Escuela Naval. Su excelente preparación cultural y un aprovechamiento excepcional en los estudios le hicieron acreedor a ser promovido a alférez de navío dos años más tarde. A los treinta y tres años era ya teniente de primera clase, confiándosele importantes destinos en los arsenales.

Nombrado comandante, en 1870 le confiaron el mando interino del vapor San Quintín. Durante los diecisiete años que permaneció en la marina española desempeñó delicadas misiones por mar y tierra en Oceanía, Asia y América, realizando largas travesías siempre a satisfacción de sus jefes.

Pero una noche, al salir en La Habana de un baile de gala, “cuando todos se regocijaban de aquella deliciosa velada donde la hermosura de la bella juventud femenina de Cuba habíase ostentado con toda su esplendidez, llamó la atención de los compañeros de armas que con él se retiraban de la ostentosa fiesta” que se manifestara taciturno y como hastiado de aquella pérdida lastimosa de tiempo y del derroche de dinero cotizado para el lunch con que se coronó el acto. Había recibido un golpe de gracia interna que le llamaba a cambiar de ruta. No se haría sordo a ella. Aquella vida frívola y placentera no le satisfacía, por el contrario, dejaba en su alma un gran vacío. En vano intentaron sus compañeros de armas hacer retornar su jovialidad tradicional; seguía empeñado en dar un viraje radical a su vida. Contra toda esperanza, manifestó deseos de solicitar su traslado a la Península. Así lo hizo, dirigiéndose a Madrid, donde renunció a su brillante carrera de marino con el fin de buscar otra vida que llenara más sus ansiedades. Y sucedió que en Madrid oyó hablar de una Orden religiosa poco conocida en España, con fama de muy austera en aquellos tiempos, la Trapa, que había contado con una abadía en las inmediaciones de Maella, cuyos monjes habían sido expulsados y se hallaban desterrados en Divielle (Francia).

Le entraron deseos de conocerla a fondo, y hacia allí encaminó sus pasos en los primeros meses de 1875.

Luego de conferenciar con el abad y cerciorado de las obligaciones que imponía, decidió abrazarla. Nuevamente regresó a Madrid para hacer los preparativos.

Los suyos, al enterarse de aquella decisión, lo tomaron muy a mal, considerando que era una locura renunciar a un porvenir prometedor, para abrazar una vida que en aquellos tiempos gozaba fama de austeridad inaudita. Pero él, decidido a seguir la estela de la vocación, apareció otra vez en Divielle, incorporándose a la comunidad y recibiendo el hábito monástico el 16 de mayo de 1875, cambiando el nombre de Arturo por el de Esteban, con el que será conocido en la posteridad. Como no es posible seguir el desarrollo de su vida monástica, sólo se referirá un detalle, para que se vea la importancia que se da en el Císter a los aspirantes que en el mundo han gozado de honores.

El primer cargo que le dieron en el noviciado fue la limpieza de los lugares más repugnantes, que en aquellos tiempos no eran inodoros, por lo que suponía una prueba terrible para un hombre acostumbrado a ser servido al detalle. Todo lo superó, pensando que en el claustro servir a Dios era reinar.

La comunidad de Divielle suspiraba por regresar a Santa Susana en Maella, pero no fue posible a pesar de los muchos trámites seguidos en la Corte madrileña.

Tenían la facultad de regresar a la patria, pero imposible al mismo monasterio. Entonces decidieron emprender un éxodo: salieron en dirección a España, más de setenta monjes, confiados en que los superiores se encargarían de buscar un lugar adecuado para continuar en él su vida austera y penitente. Precisamente al comienzo de esta odisea se dieron a conocer los grandes valores del antiguo marino de la armada, a pesar de ser uno de los más jóvenes en orden de profesión.

Como estaba acostumbrado a lidiar con personas de todas las clases sociales, el superior le nombró ecónomo o procurador de la comunidad, cargo que llevaba inherente tener que encargarse tanto de buscar hospedaje como alimento para tantos religiosos.

Desde este momento, fray Esteban quedaba constituido “padre del monasterio”, según frase gráfica de san Benito al hablar de las cualidades que deben adornar al procurador. Se adelantó a los monjes expedicionarios hasta llegar a Burgos, buscando albergue para todos cuantos iniciaban las estaciones de un duro calvario. Se instalaron en San Pedro de Cardeña el 17 de noviembre de 1880.

Allí permanecieron un año, pero al no ser dueños de la finca, ni tener esperanza de serlo, por el precio que exigían por ella, muy superior a sus posibilidades, optaron por buscar otro lugar que fuera más apto donde poder cumplir la regla sin las grandes preocupaciones que encontraban en esa primera estación. De nuevo fray Esteban se puso a recorrer los caminos en ese afán de albergar a sus hermanos convenientemente. Al año exacto salió de Cardeña toda la comunidad camino de Cataluña, dispuestos a instalarse en el santuario de Nuestra Señora del Hort, cerca de Manresa (Barcelona), donde iniciaron de nuevo su vida comunitaria.

Desgraciadamente, fueron tantas y tan grandes las dificultades que surgieron en este lugar, que, al poco tiempo de instalarse y haberlas experimentado, llegó el visitador fray Cándido Albalat y Puigcerver, abad de Sainte Marie du Desert (Francia), quien quedó admirado de la perfecta observancia reinante entre aquellos buenos monjes, pero al constatar que el lugar tampoco reunía las condiciones exigidas por una abadía del Císter —faltaba leña y el agua estaba lejos—, les autorizó a buscar otro sitio más apto.

Traía en cartera el visitador dos asuntos importantes: elevar el monasterio al rango de priorato, ratificando en el cargo a fray José María como primer prior, y al mismo tiempo animó a fray Esteban a perfeccionarse en los estudios sacerdotales, con vistas a buscar un nuevo superior para sustituir al padre José, que era ya muy anciano. En la perspectiva de buscar un lugar más adecuado para la vida de los monjes, el visitador fray Cándido y fray Esteban fueron a ver un antiguo monasterio premostratense, Nuestra Señora de Bellpuig o de las Avellanas, no lejos de Balaguer, propiedad de la esposa del capitán general Palenzuela, que en otro tiempo había sido compañero de fray Esteban. Pedía por ella 40.000 duros, cantidad que les pareció razonable, pero al carecer de ella, pidieron un préstamo al prior de la Gran Cartuja, que accedió a la petición, mas en el momento de cerrar el trato la dueña se retractó pensando que era poco dinero, prefiriendo alquilársela por la mitad de los frutos que produjera, debiendo correr todos los gastos, así como la reparación de los edificios, en pésimas condiciones, por cuenta de los monjes.

Obligados éstos por la necesidad a salir del santuario del Hort, aceptaron el contrato con la señora, que les hizo sufrir un verdadero calvario, después de haber aderezado la casa, el templo e introducir grandes mejoras en la finca. De la estancia en las Avellanas, les quedó un recuerdo grato: la ordenación sacerdotal de fray Esteban que le impartió el obispo de Seo de Urgel —más tarde de Barcelona— el futuro cardenal Casañas. Poco después era elegido por sus hermanos prior de la comunidad, sustituyendo al anciano padre José María, iniciando pronto su actividad para lograr un nuevo asiento, que sería definitivo, por lo menos durante muchos años. Por fin se produjo la instalación de la comunidad en la finca de la Aldehuela, en las inmediaciones de Getafe —con el título de Val San José— donde echaron los cimientos de la comunidad, que floreció de veras, hasta acabar con el definitivo traslado, en 1928, al sitio que hoy ocupa, próximo a Carcastillo (Navarra), con el nombre de la Oliva. El alma de todo había sido su dinámico superior, antiguo marino de la armada española, que dejaría grato recuerdo en la comunidad, si bien en sus últimos años hubo algo que les llenó de pena, su marcha de la comunidad, y de en medio de sus familiares, apareciendo en la abadía argelina de Staoueil, donde parece que se estabilizó y falleció santamente en 1904.

 

Bibl.: E. de Mier, Los trapenses españoles. Apuntes históricos de La Trapa, Madrid, Artes Gráficas Mateu, 1912, págs. 183-187; F. Ximénez de Sandoval, La comunidad errante, Madrid, Ediciones Studium, 1959, passim; D. Yáñez Neira, El Císter, Órdenes monásticas zaragozanas, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1987, págs. 313-318; “Un ferrolano ilustre desconocido”, en Estudios mindonienses, 12 (1996), págs. 504-535.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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