Canesi Callejo Acevedo, Manuel. Valladolid, 1680 – 17.IV.1750. Historiador.
Es Manuel Canesi uno de los historiadores clásicos —en expresión de Celso Almunia— más desconocidos de la historiografía vallisoletana. Hijo de un mayordomo de propios y rentas de la ciudad, de su padre heredó su interés por las letras, aunque aquél había destacado por la poesía. Estudiante de la Universidad de Valladolid, se encontraba matriculado en 1697 en el primero de los cursos de la Facultad de Cánones, aunque no existen pistas posteriores de su vida académica. No concluyó su formación sacerdotal, pues contrajo matrimonio con Teresa Díez, aunque el matrimonio no llegó a tener descendencia. Una pareja que no duró demasiado y de la cual Canesi heredó algunos de sus bienes. Profesionalmente, se encontraba —como su padre— empleado dentro de las rentas municipales, pues era fiel de romana o pesador de las carnicerías mayores de la ciudad. Murió unos días después de otorgar testamento en abril de 1750.
La importancia de Manuel Canesi radica en la redacción de una Historia de Valladolid, que no fue publicada hasta finales del siglo xx, en buena medida debido a los avatares posteriores a su muerte. Su título respondía a lo habitual en sus días, prolongado y tan descriptivo: Historia Secular y Eclesiástica de la muy antigua, augusta, coronada, muy ilustre, muy noble, rica y muy leal Ciudad de Valladolid. Dedicada a los Señores Justicia y Regimiento. Una obra que escribió entre los años 1736 y 1747, con añadidos posteriores en los días finales de su vida dedicada, en su mayor parte, a la elaboración de una obra que venderá para facilitar el camino a la salvación de su alma.
De esta obra hablaba en su testamento, encomendando a su heredero (murió sin hijos) que vendiese el manuscrito, dedicando lo que obtuviese por la venta a pagar los sufragios que se habían de celebrar por su alma y la de su esposa. La heredera universal de Canesi era una niña llamada María del Álamo, hija del escribano al que dictó Canesi su testamento y fue éste el que vendió el manuscrito. Primero pasó por las manos de los señores Estradas, del hidalgo vallisoletano Diego Sierra, hasta llegar a un puesto de librería de viejo en Madrid en el siglo xix. El historiador Matías Sangrador no lo pudo encontrar entonces, pero sí lo hizo el abogado bilbaíno Fidel de Sagarminaga, dando noticia de ello el profesor Juan Ortega y Rubio, a través de un artículo que publicó en el periódico La Crónica Mercantil. Sagarminaga cedió su biblioteca a la Diputación Provincial de Vizcaya, ofreciendo el archivero de la misma, en 1914, un primer índice que fue publicado en Valladolid. La obra es de gran tamaño y probablemente ésa sea la razón por la que, pese a las intenciones del profesor Ortega y Rubio, no se pudiese abordar su publicación.
Los contemporáneos de Canesi ya empezaron a hablar de la obra. Rafael Floranes hizo hincapié en su voluminosidad y en su carácter difuso, resaltando la falta de conocimientos del autor sobre algunas épocas históricas como eran los períodos más remotos. Había incluido episodios accidentales que hacían perder el argumento central, dando Canesi crédito en exceso a historias fantásticas. Ortega y Rubio, un siglo más tarde, es igualmente crítico, cuando hablaba de la ausencia de “orden y método”, de los muchos errores que contenía y de la literalidad con la que seguía la primera Historia de Valladolid, la escrita por Juan Antolínez de Burgos y que, precisamente, había publicado el catedrático Ortega y Rubio. Daniel de Aretillo, archivero de la Diputación vizcaína, destacaba lo positivo del trabajo de Canesi, aunque lo definía como recopilador de aportaciones anteriores. Celso Almuiña resume la relación entre ambas obras, indicando que si la de Antolínez de Burgos puede ser considerada “precientífica”, la de Canesi se define como una “crónica narrativa político-institucional”, mostrándose muy descriptiva en los aspectos artísticos, lineal y apologista para con las glorias de Valladolid.
Canesi recurre a los documentos pero también a la tradición, dentro de una línea providencialista que demuestra un riesgo abultado para el que se considera historiador. Hombre de muchas lecturas, aunque también de muchas referencias que pudieron haber hecho antes que él muchos autores, escribió en un estilo farragoso que le convierte en un autor barroquizante. Realizó un estado de la cuestión —“con labor de hormiga” como indica Almuiña—, siguió el principio de autoridad, no valoró suficientemente las hipótesis que conocía. No olvidó los fines moralizantes, poniendo al servicio de la Iglesia católica y de su doctrina, lo que él afirmaba acerca de la Historia de su ciudad. Pero también Canesi, y en eso se muestra más “moderno”, es una fuente inevitable para los que cultivan la historia de las mentalidades, incluyendo además numerosas referencias al medio geográfico. Realizó, como insiste Almuiña, “amplias y finas descripciones” de las obras de arte, en un tiempo previo al de las desamortizaciones. Lo cierto es que Manuel Canesi fue el único autor que sintetizó la historia de Valladolid en el siglo xviii, sin olvidar las aportaciones anteriores.
Obras de ~: Historia Secular y Eclesiástica de la muy antigua, augusta, coronada, muy ilustre, muy noble, rica y muy leal Ciudad de Valladolid, Valladolid, 1750 (ms.) (ed. Valladolid, Grupo Pinciano-Caja España, 1996, 3 vols.).Bibl.: C. Almuiña Fernández, Historia de Valladolid, vol. I, Valladolid, Ateneo, 1977; “Historiadores Clásicos”, en Vallisoletanos. Semblanzas Biográficas, vol. III, Valladolid, Caja de Ahorros Popular, 1984, págs. 238-241; “Manuel Canesi Acevedo y sus coordenadas historiográficas”, en M. Canesi, op. cit., 1996, págs. XV-XXXV.
Javier Burrieza Sánchez