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Gutierre de Sotomayor

Biografía

Sotomayor, Gutierre de. ?, 1400 – c. 1454. Trigesimocuarto maestre de la Orden de Alcántara.

Fue hijo de Gil García de Raudona y de su mujer Catalina, hermana del maestre de Alcántara Juan de Sotomayor. Parece ser que su infancia transcurrió en Valencia de Alcántara, a la sombra de su tío, administrador de la orden y comendador de aquella localidad a partir de 1408. Siendo todavía muy joven perdió a su madre, circunstancia que permitió al marido de ésta ingresar en la milicia alcantarina en la que, una vez que Juan de Sotomayor, su cuñado, accedió al maestrazgo en 1416, llegó a ser comendador de Piedrabuena. También a partir de entonces se produjo la promoción de Gutierre de Sotomayor en el seno de la Orden. En ella fue clavero y desde 1426 comendador mayor, dignidad a la que sumó la de la encomienda de Portezuelo.

Siendo comendador mayor, y hasta muy poco antes de su acceso al maestrazgo, disfrutó, además, de las rentas anejas al oficio de guarda mayor del príncipe.

A mediados de 1432 irrumpe de lleno en el agitado escenario político del reino, y lo hace con motivo de la crisis provocada por la insurrección “antilunista” de los “infantes de Aragón”, Enrique y Pedro, con la que ya colaboraba activamente el maestre Juan de Sotomayor.

El papel del comendador mayor en la resolución del conflicto fue decisivo. Aunque aparentemente acudía en junio a la sede conventual a secundar los designios “aragonesistas” de su tío, lo que hizo en realidad fue situarse en el marco de la legalidad y, aprovechando la ausencia del maestre, proceder a la detención en Alcántara de uno de los insurgentes, el infante don Pedro, que, desde su centro de operaciones en Alburquerque, había acudido allí para hacerse con el control de los bienes del maestrazgo. Para el gobierno de Juan II, controlado por el condestable Álvaro de Luna, la detención del infante don Pedro suponía la neutralización de la rebelión, y por ello se apresuró a ponerse en contacto con el comendador mayor para agradecerle el gesto y solicitar que bajo ningún concepto el infante fuera liberado; a cambio se estudiaba la posibilidad de forzar la renuncia del maestre Juan de Sotomayor y ofrecerle a él la titularidad del maestrazgo. Gutierre de Sotomayor necesitó muy poco más —garantías, eso sí, de que no le ocurriría nada a su tío— para confirmar su inclinación al condestable y reafirmar sus convicciones realistas.

En efecto, un capítulo general de la Orden celebrado en el mes de julio de 1432 declaraba a Juan de Sotomayor incurso en traición y depuesto, y elegía de manera inmediata a su sobrino Gutierre como nuevo maestre.

Las posibles irregularidades formales que una elección tan políticamente mediatizada se hubieran podido ocasionar, fueron automáticamente subsanadas por la correspondiente bula que el papa Eugenio IV expedía en diciembre de 1432 a petición del Rey de Castilla.

El maestrazgo de Gutierre de Sotomayor, de más de veinte años de duración, se inauguraba en un clima de paz para el reino que no era sino la consecuencia de la momentánea desaparición de los “infantes de Aragón” del escenario político, una desaparición a la que el nuevo maestre había contribuido decisivamente.

A partir de entonces, y es ésta una de las líneas argumentales más relevantes de su gestión, Gutierre de Sotomayor se pondría al servicio incondicional de la causa realista encarnada por Álvaro de Luna. Habrá muchas ocasiones en que ello quede patente, como también el agradecimiento de Juan II que, para referirse al maestre, utilizará con frecuencia la expresión “bien amado e leal caballero”.

Dos fueron sus preocupaciones esenciales a la hora de tomar posesión de sus nuevas y elevadas responsabilidades: restablecer el orden en las tierras extremeñas del maestrazgo, maltratadas por la violencia que había traído consigo la revuelta de los “infantes de Aragón”, y retomar personalmente la responsabilidad que como maestre de una orden militar le correspondía en la reiniciada actividad bélica de la frontera.

No fueron equiparables los resultados obtenidos en ambas materias. Así, mientras el nombramiento de jueces pesquisidores y las medidas adoptadas en el capítulo general celebrado en Zalamea en febrero de 1434, contribuyeron sin duda a restañar las heridas de la pasada violencia, la inauguración de la actividad militar del maestre no pudo ser más calamitosa; se estrenó, de hecho, con una sangrienta derrota que en 1435, en un desfiladero próximo a Ubrique y no muy lejos de Écija donde actuaba como responsable de capitanía fronteriza, costó la vida a una decena de comendadores y muchos otros hombres de los ochocientos caballeros y cuatrocientos peones que había movilizado para ocupar los enclaves rondeños de Archid y Olibi. En aquella ocasión la prudencia no había acompañado a las decisiones del maestre, pero su cuestionable genio militar no tuvo muchas más ocasiones de ponerse a prueba.

Mayores éxitos cosechó don Gutierre en el campo de la vida política que muy pronto iba a verse perturbado una vez más por la reaparición de los “infantes de Aragón” y su estratégica alianza con nuevos sectores aristocráticos de oposición “castellanista” a Álvaro de Luna.

El resultado fue la reconstitución de una liga nobiliaria dispuesta a recuperar el poder y el obligado destierro del condestable a finales de 1439, un destierro significativamente precedido por una carta de desafío que el infante don Enrique no había dudado en enviar al valido regio y a su puntal aliado, el maestre de Alcántara; la materialización del desafío fue impedida por el Rey, pero las espadas estaban sin duda en alto.

En cualquier caso, la corona, recrecida ahora por el reforzamiento institucional que había supuesto el gobierno de don Álvaro, no se resignó, iniciándose entonces un renovado capítulo de la ya larga contienda que enfrentaba dos concepciones de poder antagónicas: la de un autoritarismo personalista legitimado en la persona del Rey y la de un Gobierno compartido pero en todo caso controlado por la más aristocrática de las oligarquías del reino. El antagonismo, tensado al máximo cuando el mismísimo príncipe heredero decidió sumarse al “partido de la nobleza”, llegó a la confrontación bélica en los primeros meses de 1441.

Juan II no contaba con muchos apoyos en el sector aristocrático, pero entre ellos Gutierre de Sotomayor iba a jugar un papel decisivo. En aquellos primeros meses de 1441 lo vemos actuar en muy distintos frentes. En primer lugar en Toledo: cuando la ciudad se sumó a la revuelta contra la autoridad del Rey, éste decidió neutralizar el revés sufrido entregando al maestre de Alcántara el control de Puebla de Alcocer, Herrera y los otros lugares de los montes y propios de Toledo. También en Trujillo, donde la amenaza nobiliaria, que podía llegar a privarla de su condición realenga, intentó ser contrarrestada entregando su fortaleza a Gutierre de Sotomayor. Igualmente en Mérida, bastión santiaguista del infante don Enrique, frente al que se movilizó el maestre alcantarino. Y finalmente cerca de Montánchez, en el Arroyo de los Molinos concretamente, donde Gutierre de Sotomayor derrotaba a Alfonso Enríquez, hijo del almirante y destacado miembro de la liga nobiliaria. Tan notable actividad comportaba riesgos, tanto más cuanto que la victoria en este intenso episodio de la lucha entre monarquía y nobleza iba a ser para esta última, al conseguir el virtual secuestro del Rey y su inmovilización política a raíz del llamado “golpe de Estado” de Rámaga de julio de 1443.

El maestre de Alcántara, sin duda con el apoyo del Rey, había intentado blindarse ante esta eventualidad, y desde diciembre de 1442 gozaba de una especial bula de protección papal que le situaba a él y a sus freires al abrigo de cualquier atentado que contra ellos pudieran perpetrar personas laicas o eclesiásticas. En cualquier caso, el desánimo no hizo presa en Gutierre de Sotomayor: desde el momento del golpe de Rámaga intensificó sus contactos con los “realistas”, nuevamente reorganizados por el condestable Álvaro de Luna y con el apoyo ahora del príncipe de Asturias, sin duda asustado ante el radical e insostenible giro de los acontecimientos. En efecto, a lo largo de 1444 lo vemos actuar frente a los partidarios de los “infantes de Aragón” en Andalucía, concretamente en Sevilla, a la que contribuyó decisivamente a defender de los ataques del infante don Enrique con el concurso de tropas enviadas por el regente Pedro de Portugal, duque de Coimbra; igualmente lo vemos liberando Córdoba, Carmona y Alcalá de Guadaira de los enemigos del Rey, y finalmente su presencia fue requerida por Juan II en la frontera de Lorca. Por fin, en la primavera de 1445, cuando todo apuntaba a un triunfo de la Monarquía, Gutierre de Sotomayor asistió a las simbólicas Cortes de Olmedo, en el real establecido por Juan II para hacer frente militarmente a sus enemigos, y por supuesto estuvo también presente con seiscientas lanzas en el campo de batalla que el 19 de mayo de aquel año de 1445 supuso la definitiva desaparición de los “infantes de Aragón” del escenario político castellano.

Tantas y tan decisivas muestras de fidelidad encontraron pronta recompensa para el maestre de Alcántara.

Teniendo en cuenta que sus compromisos celibatarios no fueron su máxima preocupación, y sí, en cambio, la conveniente dotación en el futuro de sus numerosísimos hijos, el Rey le facilitó extraordinariamente las cosas.

A finales de 1444 Juan II concedería a Gutierre de Sotomayor las villas de Hinojosa y Gahete con la autorización de legarlas a sus sucesores. Eran dos enclaves cordobeses que habían abierto sus puertas a las tropas del infante don Enrique y que ahora, desgajadas de la jurisdicción de Córdoba, servían para premiar la esforzada actitud del maestre. La concesión se vio notablemente reforzada cuando medio año después el Rey entregaba también a don Gutierre la villa de La Puebla de Alcocer, facultándole para integrarla junto con las dos anteriores en un mayorazgo que podría heredar su hijo Alfonso de Sotomayor, legitimado “en lo temporal” por el propio Rey desde 1437; fue ésta la base patrimonial del futuro condado de Belalcázar. Más tarde, Juan II concedería, además, al maestre la villa de Alconchel, núcleo de un segundo mayorazgo que acabaría entregando a otro de sus hijos, Juan de Sotomayor.

Después de la batalla de Olmedo, el maestre deja de ocupar el papel de protagonismo político que hasta ese momento había ejercido. Es cierto que todavía en el difícil año de 1448, cuando la estrella del condestable don Álvaro empezaba a dar irreversibles muestras de agotamiento, Gutierre de Sotomayor establecía un pacto de confederación con el duque de Medina Sidonia, con los condes de Haro, Arcos y Medinaceli, y con el marqués de Santilla para guardar el servicio del Rey y preservar la honra del condestable. Pero todo indica que las preocupaciones del maestre se canalizaban entonces obsesivamente hacia la consolidación de los señoríos con los que deseaba dotar a sus hijos y cuyo control al final de su vida distaba de estar conseguido, y también a obtener nuevas heredades con las que ampliarlos; entre 1449 y 1450 el Rey se las concedía en Bélmez, Milagro, Espiel y Fuenteovejuna. En efecto, la intensa y extracanónica vida afectiva del maestre, que en 1446 estuvo a punto de costarle la vida a manos de un marido ofendido, le llevó a tener quince hijos.

Además de los ya citados Alfonso y Juan, conocemos también los nombres de Blanca, Juana, Catalina, Teresa, Ruy Gonzalo, Gutierre, Fernando, Isabel, Beatriz, Elvira, Gil, una segunda Catalina y de María. Para todos ellos el maestre obtuvo del papa Nicolás V en 1451 la autorización para dejarles parte de los 20.000 florines obtenidos fuera de las rentas de la Orden y de los que podía disponer en su testamento.

Al margen de la actividad política de Gutierre de Sotomayor y de su determinante vida familiar, no es mucho lo que puede añadirse de su específica labor al frente del maestrazgo alcantarino. Es cierto que la orden en conjunto se consolidó durante sus dos décadas largas de gestión. El propio Nicolás V, al conceder al maestre la autorización a la que se acaba de aludir, justifica el privilegio sobre la base de las mejoras y engrandecimiento de la mesa maestral y del conjunto de la orden alcanzados por Gutierre de Sotomayor, y que, en cualquier caso, compatibilizó con un descarado nepotismo justificado en razones políticas. En 1442, por ejemplo, cesaba al comendador de Morón, Fernando Ponce de León, y nombraba alcalde mayor de la villa a uno de sus sobrinos. Probablemente no fue éste un hecho aislado: las relaciones de asistentes a los últimos capítulos conventuales presididos por el maestre denotan una abrumadora presencia de comendadores con apellidos Sotomayor, o Raudona, Monroy y Topete, deudos en todo caso de Gutierre de Sotomayor.

Sabemos, además, que el maestre desplegó una notable actividad constructora que vino a modificar la morfología de la antigua fortaleza de Alcántara y también de la propia villa, y fue precisamente durante su mandato cuando, en mayo de 1445, se comenzaron las gestiones para trasladar el viejo convento desde la fortaleza a la iglesia de Santa María de Almocóvar, en los arrabales de la villa, donde ya había residido con anterioridad.

El maestre murió a finales de 1453 o principios de 1454; desde luego había fallecido ya en mayo de este último año, cuando el papa Nicolás V hubo de intervenir para cortar en seco la anticanónica pretensión del hijo de Gutierre, Juan de Sotomayor, de hacerse con el control de la Orden. El cuerpo del maestre fue sepultado en la capilla claustral de San Martín, en el Monasterio de Guadalupe.

 

Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, parte Chronica de Alcantara, Toledo, Juan de Ayala, 1572 (ed. facs. Barcelona, 1980), fols. 41v.-43v.; A. de Torres Y Tapia, Crónica de la Orden de Alcántara, t. II, Madrid, Imp. de Don Gabriel Ramírez, 1763, págs. 295-337; M. Muñoz de San Pedro, Don Gutierre de Sotomayor, maestre de Alcántara, Cáceres, Diputación Provincial, 1949; E. Cabrera Muñoz, El condado de Belalcázar (1444-1518). Aportación al estudio del régimen señorial en la Baja Edad Media, Córdoba editorial y año; E. Cabrera Muñoz, El condado de Belalcázar (1444-1518). Aportación al estudio del régimen señorial en la Baja Edad Media, Córdoba, editorial 1977, en especial págs. 90-93 y 108-125; J. L. del Pino García, Extremadura en las luchas políticas del siglo xv, Badajoz, Diputación Provincial, 1991, en especial págs. 184-192; C. de Ayala Martínez, “La Corona de Castilla y la incorporación de los maestrazgos”, en Militarium Ordinum Analecta, 1 (1997), págs. 257-290; B. Palacios Martín (ed.), Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara (1157?-1494), I. De los orígenes a 1454, Madrid, Ed. Complutense, 2000, págs. 609- 755; E. Cabrera Muñoz, “El acceso a la dignidad de maestre y las divisiones internas de las Órdenes Militares durante el siglo xv”, en Las Órdenes Militares en la Península Ibérica, I. Edad Media, R. Izquierdo Benito y F. Ruiz Gómez (eds.), Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, págs. 281-306.

 

Carlos de Ayala Martínez