Molina, Alonso de. Úbeda (Jaén), f. s. XV – Isla de Puná (Ecuador), 1531. Soldado de la hueste de Pizarro en el segundo viaje del descubridor del Perú, uno de los Trece de la Fama.
Alonso de Molina fue uno de los soldados que se alistó en la hueste de Pizarro para el segundo viaje descubridor. Nada se sabe de él antes de este episodio.
Su nombre asoma en las crónicas quinientistas a partir de su gallardo gesto en la isla del Gallo. Por eso fue uno de los Trece de la Fama. Posteriormente pasó con sus compañeros a la isla de la Gorgona y, cuando Bartolomé Ruiz los recogió con su carabela, siguieron progresando hacia el Sur hasta llegar a Tumbes. Allí subió al navío un orejón, es decir un noble incaico, y por señas pidió que algún cristiano bajara a tierra para que se entrevistara con el curaca Chilimasa. Pizarro dispuso que la misión fuera encomendada a Alonso de Molina, a quien acompañó un esclavo negro, que causó gran curiosidad entre los naturales, y envió también de obsequio al curaca un cerdo, una puerca, un gallo y algunas gallinas. Dice Cieza de León: “Quando el caçique vio el presente, túvolo en más de lo que yo puedo encarecer, llegando todos a ver la puerca y el berraco y las gallinas, holgándose de oyr cantar al gallo. Pero todo no era nada para el espanto que hazían con el negro, como lo veían negro, miránranle, hazíanle lavar para ver si su negrura era color o confaçión puesta; mas él, echando sus dientes blancos de fuera, se reya y allegavan unos a verlo y luego otros tantos que aun no le davan lugar de lo dexar comer”.
Alonso de Molina también despertó gran curiosidad.
“Venían a hablar con él muchas yndias muy hermosas y galanas, vestidas a su modo; todas le davan frutas y de lo que tenían, para que llevasen al navío...”.
Recibimiento tan cálido exaltó la imaginación de Alonso de Molina que relató a Pizarro verdaderas maravillas de Tumbes, sus edificios de piedra, sus sembríos y, sobre todo, sus pobladores sumamente amistosos.
Pedro de Candía corroboró las palabras de Molina, lo cual dio a Pizarro la certidumbre de que habían topado con la tierra anhelada. Alonso de Molina, junto con Nicolás de Ribera el Viejo, Francisco de Cuéllar y Pedro de Halcón desembarcaron también en la tierra de la cacica, a quien llamaron “Capullana”.
Ya en el viaje de retorno, tal vez en Tumbes o en Paita, un marino llamado Ginés pidió licencia a Pizarro para quedarse con los naturales. Lo propio hizo Alonso de Molina, teniendo la seguridad de que habría un tercer viaje, como en efecto ocurrió. El cronista Diego de Trujillo, al relatar el viaje definitivo, escribió: “Desembarcamos en un pueblo que se dice el Tucu y el estrecho tenía legua y media de travesía, y de allí atravesamos la isla a un pueblo que se dice el Estero, y en aquel pueblo hallamos una cruz alta y un crucifijo pintado en la puerta y una campanilla colgada, túvose por milagro y luego salieron de la casa más de treinta muchachos y muchachas diciendo ‘loado sea Jesucristo, Molina, Molina’, y esto fue quando en el primer descubrimiento se le quedaron al Governador dos españoles en el puerto de Payta el uno que se llamaba Molina, y el otro Ginés, a quien mataron los indios en un pueblo que se decía Cinto, porque miró a una mujer de un cacique y el Molina se vino a la isla de la Puná al qual tenían los indios por su capitán contra los chonos y los de Tumbez, y un mes antes que nosotros llegásemos le habían muerto los chonos en la mar pescando”. Alonso de Molina no llegó a saber que en la Capitulación de Toledo le habían otorgado la hidalguía.
Bibl.: A. de Zárate, Historia del descubrimiento y conquista del Perú, Lima, Imprenta Miranda, 1944; D. de Trujillo, Relación del Descubrimiento del Reyno del Perú, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1948; G. de la Vega, Los Comentarios Reales de los Incas, Lima, Librería Internacional del Perú, 1960; P. Cieza de León, Crónica del Perú (Tercera Parte), Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, Academia Nacional de la Historia, 1984; J. A. del Busto Duthurburu, Los trabajos y los días del Marqués Gobernador, Lima, Pontificia Universidad Católica, 2001.
Héctor López Martínez
