Álvarez de Solís, Luis. ?, p. m. s. xvi – Moreruela (Zamora), 29.I.1597. Monje cisterciense (OCist.), teólogo, canonista, abad de diversos monasterios, general reformador y prior de la Orden de Calatrava y santo.
De Melquisedec, rey de Salém y sacerdote del Altísimo, dice la Escritura que aparece sin padre, sin madre y sin genealogía, porque no se habla de ellos para nada. Así se puede decir del protagonista de la presente semblanza, que a pesar de ser uno de los varones más insignes que tuvo la Orden del Císter en España, no se sabe dónde ni cuándo nació; al menos los diversos autores que tratan de él omiten estos datos. Sólo se conoce su ingresó en Santa María de Moreruela (Zamora).
Allí recibió la formación monástica y cultural, completada luego en los colegios. Sólo es conocido a partir de esta época, al rondar en los treinta años.
Resultó un varón aventajado en los principales ramos del saber humano, un auténtico maestro que podían echar mano de él para desarrollar los puestos más difíciles y variados de la Congregación de Castilla, y aún se le eligió en puestos de relieve fuera de ella.
Su primer destino conocido fue el de rector del Colegio de San Bernardo de Alcalá, la Facultad de Teología más importante que tenía el Císter en España.
De allí le encargaron el régimen de la abadía de Carracedo en 1557, en el Bierzo. En ella desarrolló una gran labor en todos los órdenes, haciéndose por ello acreedor a mayores encumbramientos. Siguió desarrollando el mismo cometido en Moreruela, su propio monasterio, y más tarde de Sobrado de los Monjes, las abadías más destacadas de la congregación por el gran número de monjes que albergaban. No le dejaban en paz, y eso que —según testimonio de sus contemporáneos— era hombre que iba en contra de lo que la mayoría de personas van buscando, los puestos de relieve para brillar ante los hombres. De aquí que al finalizar estos mandatos al frente de los monasterios, convencidos los padres de sus grandes valores, al llegar la hora de elegir nuevo general, todos pusieron los ojos en Álvarez Solís y le colocaron al frente de la Orden en 1557, convencidos de que saldría beneficiada, como así sucedió. La honrosa reputación adquirida, unida a la fama de hombre de Dios que dejaba por doquier, movieron a Felipe II a presentar a fray Luis en 1566 para Prior supremo de la Orden de Calatrava, habiendo aceptado el nombramiento san Pío V el 5 de diciembre del mismo año.
En esos años la vitalidad de la Congregación de Castilla no se limitó a producir frutos internos de santidad, sino que desbordándose al exterior, influyó en otras congregaciones cistercienses tanto españolas como extranjeras. Los monasterios de la Corona de Navarra, por ejemplo, fueron visitados y reformados por fray Luis Álvarez de Solís en 1570 y 1571. Según un notable historiador, “giró una visita canónica a las cinco casas cistercienses, pero en Fitero no encontró ningún abuso grave. Se limitó a promulgar sesenta y seis artículos, hechos en 1570 para la reformación de la Orden del Císter por el cardenal de Claraval y general de la Orden, Jerónimo, añadiendo por su cuenta algunos mandatos ordenados a un mayor perfeccionamiento espiritual y administrativo del monasterio”.
Añade luego que los cinco abades se esforzaron por anular la visita de fray Luis Álvarez, porque les “molestaba que fuesen visitados por reformadores castellanos”. Parece que el Rey iba buscando atraerles hacia la congregación de Castilla, porque en ella se vivía con más rigor la vida monástica. Poco después esos mismos monasterios, que eran de patronato real, fueron provistos de abades destacados que pertenecían a la misma congregación castellana, hasta que en 1616 se puso en marcha la congregación de Aragón.
En 1574, habiendo fallecido el general fray Juan de Guzmán y dejado incompleto el trienio, los padres consiliarios de la congregación pusieron los ojos en Álvarez de Solís, obligándole a que se encargara de completar el tiempo que le faltaba hasta 1675 en que se convocaría a nuevo Capítulo; esto sin dejar a un lado el honroso cometido que pesaba sobre él, de gran prior de Calatrava, con sus problemas. Cuentan que hasta última hora estuvo resistiéndose en admitir de nuevo el mando supremo de la congregación, y únicamente accedió a ello en el momento de notar que se quedaba acéfala. En 1581, Felipe II le presentó para la abadía perpetua de Fitero, pero —según La Fuente— “no llegó a ser abad, porque siendo prior de Calatrava, su Santidad no quiso aprobar la elección, ni él renunciar el priorato, por lo cual tuvo solamente la presidencia. Estuvo en el monasterio tres años y fue muy celoso por la reforma”. Dicen que era el gran profesional de la humildad y del alejamiento de toda honra mundana, “por eso los honores le perseguían, mas no lograban vencerle”.
Se finaliza la semblanza de este monje aportando el testimonio luminoso de Yepes, contemporáneo suyo.
Después de señalar la variedad de destinos a que fue sublimado, finaliza así: “En donde quiera que estaua, descubría merecer puestos más auentajados; assí su Majestad (que esté en el cielo) le ofreció diferentes Obispados, pero el sieruo de Dios no los quiso acetar, antes hizo una cosa muy digna de su autoridad y opinión de vida passada con tanta honra, que a la vejez se volvuió a esta casa adonde auia profesado, y dando a todos los monges exemplo de vida inculpable y raras virtudes, acabó con una dichosa muerte, cual suelen tener los hijos de esta casa. Sobre su tumba se colocó un epitafio en que se hace el resumen de su vida, ponderando sus grandes virtudes.”
Bibl.: A. Manrique, Anales Cistercienses, t. IV, Antuerpiae, 1649, passim; V. la Fuente, España Sagrada, t. 50, Madrid, A. Pérez Dubrull, 1883, pág. 198; J. Goñi Gaztambide, Los navarros en el Concilio de Trento, y la reforma tridentina en la diócesis de Pamplona, Pamplona, Imprenta Diocesana, 1947; E. Martín, Los Bernardos españoles, Palencia, Gráficas Aguado, 1953, passim; F. Gutton, La Caballería Militar de España, La Orden de Calatrava, Madrid, El Reino, 1955, pág. 175; J. Goñi Gaztambide, “Historia del Monasterio Cisterciense de Fitero”, en Príncipe de Viana, 100-101 (1965), págs. 395 y 329; P. Guerin, “Álvarez de Solís, Luis”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 55; M. de la Granja Alonso, Estudio histórico, artístico, religioso, agrícola y humano de Santa María de Moreruela, Zamora, Diputación de Zamora, 1990, págs. 106 y 130; P. Alonso Álvarez, Los abades del monasterio de Carracedo 990-1835, Ponferrada, Ayuntamiento, 2003, págs. 117-118.
Damián Yáñez Neira, OCSO