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Beato Arnaldo Amalric

Biografía

Arnaldo Amalric, Beato. ?, s. m. s. xii – 24.IX.1225. Abad cisterciense (OCist.), arzobispo, inquisidor general.

Nada se sabe de sus orígenes. Se le supone hijo de Amalric y Ermesenda, duques de Narbona; es curioso que el apellido puede ser trasunto o reminiscencia del nombre de uno de los reyes godos, Amalarico, yerno del rey franco Clodoveo, y señor de Narbona, cuya vida le fue arrebatada poco antes de morir él mismo asesinado, en el siglo vi. Algún autor le hace monje del Císter, y aunque nada se sabe, pese a la opinión del padre Dimier sobre su abadía en Rioseco, filial de Valbuena, en Castilla. Sí está, en cambio, plenamente comprobado y documentado su abadiato en Poblet, 1196-1198, tras Pedro de Maçanet, cuando pasa a regir sucesivamente la abadía provenzal de Grandselve, y la propia del Císter, en la Borgoña, tras Guido de Paray, promovido al cardenalato, de 1200 a 1212. En 1202 hace editar allí las primeras Constituciones de la Orden, Libellus Definitionum, conservadas en el Nomasticon cisterciense como Statuta Ordinis promulgata anno M.CC.II; y ya en 1206 es enviado como legado por el papa Inocencio III, a combatir, junto con el santo monje Pedro de Castelnau, que morirá mártir en enero de 1208, la herejía cátara (caracterizada por su intransigente purismo, como dice el mismo nombre griego) o albigense, que infestaba por entonces el Rosellón y la Provenza. Había una clara connivencia con los herejes en el conde Raimundo VI de Tolosa, así como en diversos obispos, sospechosamente débiles en combatirlos, cuya deposición exige, y consigue del Papa, el legado.

Éste es promovido, depuesto Bérenger, a la sede arzobispal de Narbona en 1212, que ocupará hasta su muerte, en la abadía cisterciense de Fontfroide en 1125. De allí serán trasladados sus restos —tenido como beato— al Císter, donde se le erigió un solemne mausoleo, hoy desaparecido, y unos dísticos latinos honraban su recuerdo: “Arnaldum post hunc pietas divina vocavit / Pontificem, sed eum subito Narbona locavit”.

El fantasioso Cesáreo de Heisterbach, en su Dialogus miraculorum, es el único que recoge, contra el testigo de visu, mucho más serio y fiable, que es el también cisterciense Pedro de Vaux de Cernay, en su exhaustiva Historia de factis et triumphis memorabilibus nobilis viri domini Simonis comitis de Monteforti, redactada antes de la muerte del propio Papa, en 1216, la leyenda ignominiosa que pone en boca de Arnaldo, preguntado sobre qué había que hacer con los ciudadanos, católicos o albigenses de Béziers, sitiada por los cruzados, que acaudillaba el citado Simón de Montfort, hombre ambicioso e implacable (morirá trágicamente en junio de 1218, lo que acabará, de hecho, con la Cruzada), la durísima e inmisericorde frase: “¡Matadlos a todos! Dios conocerá a los suyos”, cuando se sabe, en realidad, de su personal enfrentamiento con Montfort, que pretendía hacerse señor de Narbona, y ya había sido llamado inútilmente a la moderación por Inocencio III, y su sucesor, el papa Honorio III.

Es interesante el hecho de que Arnaldo Amalric fue el único prelado extranjero que asistió a la decisiva victoria de las Navas de Tolosa de Alfonso VIII de Castilla y sus aliados contra los moros de la Península Ibérica (16 de julio de 1212). Fue una tragedia, en cambio, que el buen rey Pedro II de Aragón el Católico, que se había enfrentado a Simón sólo para defender a sus vasallos de la Cataluña Norte, fuera muerto en septiembre del año siguiente en la batalla de Muret, y aprisionado por un tiempo incluso su hijo, el futuro Jaime I el Conquistador, que morirá monje de Poblet, donde está enterrado, a diferencia de su padre, que tras su luctuosa muerte, y contra su deseo, lo fue en Sijena (Huesca).

Arnaldo Amalric ha dejado, además, diversos documentos; desde un relato de la victoria de las Navas por él vivida hasta una carta a Pedro de Aragón, o una súplica al Papa y los cardenales contra Simón de Montfort de 1214; diez años más tarde, otra, por desgracia sin respuesta, al rey de Francia, Luis VIII, con otros diversos obispos, instándole a ayudarles a recuperar todo lo arrebatado en el sur del país a la Iglesia; o finalmente, su testamento, de 1225, a favor de los monjes de Fontfroide, que acogerán sus restos mortales.

 

Bibl.: Ch. Henríquez, “Vita beati Arnaldi abbatis”, t. I, págs. 337-345; “Gallia christiana”, t. VI, col. 990; t. VI, cols. 57-58, y t. XIII, col. 133, en Fasciculus sanctorum Ordinis Cisterciensis [...], Colonia, ex Officina Choliniana, sumptibus Petri Cholini, 1631; J. P. Migne, Patrologia Latina, París, Migne, 1844-1865, t. 185, cols. 1628-1629; t. 216, col. 137; A. Manrique, “Appendix, Series Abbatum Cisterciensium”, XVII, págs. 475-476; vol. II, “Appendix. Series Abbatum Populetanorum”, VIII, pág. 35, y vol. III, 1196, cap. VII, n. 5, pág. 308, en Cisterciensium seu verius Ecclesiasticorum Annalium a condito Cistercio, vol. I, Colonia, 1642; R. Muñiz, Biblioteca Cisterciense Española, Burgos, Joseph de Navas, 1793, pág. 11; J. Guiraud, “Albigeois (Croisade contre les)”, en R. Aubert (dir.), Dictionnaire d’historie et de géographie ecclésiastiques (DHGE), vol. I, Paris, Letouzey et Ané, 1909, cols. 1652-1694; D. Willi, Päpste, Kardinäle und Bischöfe aus dem Cistercienser-Orden, Bregenz, 1912, n. 98, pág. 32; A. Sabarthès, en DHGE, vol. 4, Paris, Letouzey et Ané, 1930, col. 420; A. Altisent, Història de Poblet, Poblet, Abadía de Poblet, 1974, págs. 77, 121-122 y 128; A. Dimier, en E. Brouette, A. Dimier y E. Manning, Dictionnaire des auteurs cisterciens, I, Rochefort, La Documentation cistercienne, 1975, págs. 54-55; D. Yáñez, “Amalarich, Arnaldo de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, Suplemento I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flores, 1987, págs. 24-25; L. J. Lekai, Los Cistercienses. Ideales y realidad, Barcelona, Herder, 1987, págs. 93 y 100; A. Masoliver, “El catálogo de los abades generales de Cister”, en Analecta Cisterciensia (Roma), año 44 (1988), págs. 172-189; M. Alvira Caber, “El venerable Arnaldo Amalarico (c. 1196-1225): idea y realidad de un cisterciense entre dos cruzadas”, en Hispania Sacra, 48 (1996), págs. 569-591.

 

Alejandro Masoliver, OCist.