Gil de Casayo, San. El Bierzo (León), m. s. xii – Casayo (Orense), p. m. s. xiii. Monje benedictino (OSB) de Carracedo, enviado a San Martín de Castañeda para reformarle, y luego anacoreta en el priorato de Casayo, considerado santo por la tradición.
Como muchos santos de esta época, se hace difícil ofrecer una semblanza seria, por la carencia de documentos auténticos. Ante esta dificultad, no hay más remedio que acogerse al testimonio de historiadores sensatos que se han ocupado de sus vidas. Quien más ha profundizado en su vida fue el monje de Carracedo, gran historiador, fray Ambrosio Alonso. Él fue quien compuso un manuscrito precioso de noticias sobre el santo, demasiado genéricas. En él se exponía cuanto se decía en los documentos y recogió la tradición sobre la existencia y el culto a san Gil de Casayo, aunque con importantes lagunas. El mismo concepto de incertidumbre salta a la vista de la semblanza que sobre el santo ofrece el historiador del Bierzo, Augusto Quintana, quien a pesar de tanta documentación como ha manejado de toda la comarca, sólo ofrece suposiciones.
Se trata de un monje medieval que se formó en Carracedo —cuando allí todavía no se había introducido la reforma del Císter—, posiblemente a la sombra de san Florencio, que intentó introducirla a mediados del siglo xii, pero luego se retrasó hasta los últimos años del siglo, o comienzos del xiii. Por esos mismos años se trataba de adoptar igualmente la reforma en San Martín de Castañeda, y uno de los monjes enviados para reformar la vida monástica o bien para ayudar a la comunidad de San Pedro Cristiano, fue fray Gil. Allí permaneció algunos años, no en calidad de abad, como afirman no pocos autores, sino de simple monje, hasta que andando el tiempo fue destinado a un priorato dependiente del monasterio, llamado Santa Cruz de Casayo, sito en plena montaña berciana entre León y Orense.
En él estuvo varios años, atendiendo a los fieles que vivían en las cercanías del priorato; pero, sintiendo el carisma del eremitismo, con permiso de los superiores, se retiró a la aspereza de las montañas contiguas, para llevar vida eremítica, en compañía de otro monje, llamado fray Pedro Fresme, y ambos ermitaños vivieron, cada cual en su propia ermita a poca distancia uno del otro, entregados a la oración y contemplación de las cosas divinas. No se sabe lo que puede tener de verídico el hecho sostenido por algunos autores, quienes admiten, en los últimos años de su vida, la intervención de una cierva, compañera inseparable del santo, que sin duda le proporcionaría alimento con su leche. Es posible que muchos digan que se trata de un dato de la vida de otro santo del mismo nombre.
El principal biógrafo del santo, fray Ambrosio Alonso, escribe: “El caso de la Cierva se refiere del mismo modo, y en términos no muy distantes, en las vidas de muchos santos ermitaños, como en la de san Fructuoso, en la de san Gil Abad —el Atheniense, cuya fiesta celebra universalmente la Iglesia también en el día primero de septiembre— y en las de otros”.
Bien pudo suceder que los inmediatos autores de las vulgares rústicas loas que llaman de este san Gil, o confundiéndole ignorantes con el Atheniese, o procediendo atrevidos con libertad poética en el adorno de sus composiciones, le hayan acomodado el suceso de la cierva. “Con todo, hallándose varios casos paralelos, recibidos sin contradicción en las Actas de diferentes Santos, y no hallándose particular dificultad en que Dios honrase a nuestro Santo con la repetición de este suceso, en donde tanto abundaba y aún abunda la especie de estos brutos; bien podemos dejarle poseer de buena fe su Cierva”.
En el Libro Tumbo del Monasterio de San Martín de Castañeda, se lee: “Asta los años 1731 la víspera de San Gil que es el último día de agosto, se veía todos los años a la puerta de la Iglesia de San Gil de Casaio una zerbatica y estaba allí echada hasta el día siguiente a vista de todos los que iban a visitar el cuerpo del Santo”. Ambos solitarios perseveraron en el nuevo estado de vida, hasta que Dios llamó para sí a san Gil, y su compañero fray Pedro Fresme dejó constancia de su vida en una inscripción que durante siglos se conservó en la ermita. No es posible concretar fechas sobre la existencia y desarrollo de la vida del santo. Se puede situar su vida en la segunda mitad del siglo xii y en la primera del xiii.
En el siglo xvi, un sacerdote de Casayo, queriendo honrar mejor la memoria de san Gil, derribó la capilla primitiva —la misma que el santo había edificado— y levantó otra más suntuosa, que es la que, con notables reformas posteriores ha llegado hasta hoy. Los monjes de Carracedo le tuvieron por uno de sus santos más distinguidos, venerando con devoción su imagen, un relieve con la efigie del santo, vestido de hábito blanco de los monjes cistercienses y una inscripción que dice: “San Gil, monje de Carracedo, abad de San Martín de Castañeda y eremita en Casayo”. Hoy se halla este relieve en la ermita de San Roque en Cacabelos. También en el pueblo de Galende, en las inmediaciones del lago de Sanabria, recibe fervoroso culto, en una ermita que le está dedicada. Fue erigida en agradecimiento por un gran favor otorgado a un vecino del pueblo, quien hallándose completamente ciego recobró la vista, luego de encomendarse al santo. De aquí proviene que se le invoque de manera especial por los invidentes.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, sign. 1298, fol. 762; Tumbo de San Martín de Castañeda, ms. 170-B; A. Alonso, Memorias para la historia de San Gil de Casayo Monge Cisterciense del Real monasterio de Nra. Señora de Carracedo, Abad del Real Monasterio de San Martin de Castañeda y Anachoreta en el valle de Casayo [este manuscrito —de 2 + 67 folios— era propiedad del que fue párroco de El Barco de Valedoras (Orense)].
A. Yepes, Crónica general de la Orden de San Benito, t. V, Valladolid, 1615, pág. 93 (ed. de Fr. J. Pérez de Urbel, Madrid, Atlas, 1959-1960); C. Henríquez, Menologium Cisterciense, Antuerpiae, ex oficina Plantiniana Balthasaris Moreti, 1664, pág. 295; A. de Heredia, Vidas de Santos, bienaventurados y venerables de la Orden de San Benito, t. III, Madrid, por Francisco Sanz, 1685, pág. 365; E. Flórez, España Sagrada, t. XVI, 1762, págs. 352 y ss.; S. Lenssen, Hagiologium Cisterciense, pro ms., Tilburg, 1951; A. Quintana Prieto, Santoral de la Diócesis de Astorga, Astorga, Gráficas Cornejo, 1966, pág. 41; D. Yáñez Neira, “San Gil de Casayo, monje y anacoreta”, en la revista Yermo, VII (1979), págs. 189-237.
Damián Yáñez Neira, OCSO