Hurtado de Mendoza, Juan. El Bello Español. Guadalajara, 1548 – Roma (Italia), 1592. Deán, canonista, cardenal.
Cuarto hijo de Diego Hurtado de Mendoza, conde de Saldaña (primogénito del IV duque del Infantado, muerto en 1556, antes que su padre) y de María de Mendoza y Fonseca, heredera del marqués del Cenete, nieta del Gran Cardenal Pedro González de Mendoza.
Nuñez de Castro describe que, “dotándole Dios aun en lo material del rostro de extraordinaria hermosura, creciendo siempre su gentileza, tanto que con ser entrado en edad, quando le hizieron cardenal, le salían a ver en Roma por el estremo de su belleza, y se le llamó siempre el Bello Español”.
Pasó su infancia en Guadalajara, y después fue enviado por sus padres a estudiar Latín y Humanidades a la Universidad de Salamanca, donde le pusieron casa con gran ostentación; y después estudió Leyes con notorio aprovechamiento.
Nada más ordenarse de presbítero, Felipe II le hizo arcediano de Guadalajara (cargo en el que sucedía nada menos que a García de Loaysa, que después fue arzobispo de Toledo), y después fue también canónigo de Salamanca.
Usufructuaba ambas prebendas cuando, por escritura de 12 de junio de 1572, su madre, la marquesa viuda del Cenete, le donó ciertos bienes, entre los cuales se hallaban una parte de la dehesa de Oria, unas casas en la calle de Santiago en Medina del Campo, todas las tierras que poseía en Villabuena, jurisdicción de Toro, las suertes de tierras de pan llevar y prados en el término de Coca, un pedazo de prado en el río de la Guareña de la ciudad de Toro y el resto de los bienes de su pertenencia en aquel mismo lugar (AHN, Nobleza, Osuna, leg. 1761).
Poco después fue nombrado canónigo de la catedral de Toledo, donde dejó fama de hombre docto y virtuoso, prudente y amable con todos, y más tarde fue deán de Talavera.
A propuesta de Felipe II fue creado cardenal en el consistorio de 18 de diciembre de 1587, y recibió el capelo y el título de Santa María Transpontina el 6 de marzo de 1589, siendo el quinto cardenal de la familia Mendoza. Sin embargo, se resistió a renunciar al cargo de deán de Talavera cuando el Papa se lo pidió.
Inmediatamente tras su nombramiento, marchó a Roma, donde se estableció con extraordinario lujo de criados, si bien su vida privada era de modestia y sencillez.
Participó en los cónclaves de 1590 y de 1591 y fue protector de España ante la Santa Sede, destacando por su prudencia, afabilidad y claro entendimiento, así como por la liberalidad con que socorría a los menesterosos. Era devotísimo de la Virgen María.
Cuenta Núñez de Castro que había en Roma cierta dama de origen noble, pero muy venida a menos, que imaginó poder vender por dineros a una hija hermosísima que tenía y que entonces era doncella, y tomando el camino del palacio cardenalicio, se presentó con ella ante Juan Hurtado de Mendoza, quitándole a la muchacha el amplio manto que la cubría, la cual quedó completamente desnuda. Subió la sangre al rostro del cardenal, que se puso más rojo que la muceta que llevaba, y, llamando a sus criados, mandó que la cubrieran. Hízola llevar a un monasterio y pagó espléndidamente su dote monjil, y después dio crecida limosna a la señora, tras reprenderla para que mantuviera el decoro.
Sin embargo, la liberalidad del cardenal, que llegó a ser proverbial en Roma, iba más allá de sus reales posibilidades económicas, pues por un breve de 31 de mayo de 1591 Gregorio XIV tuvo que concederle la gracia de que pudiese disponer de todas sus rentas, prebendas y beneficios por espacio de cinco años en caso de que cualquier otro le sucediese en ellos, con el fin de poder pagar sus deudas y otros efectos, y el mismo cardenal declaró en su testamento tener “obligadas todas las rentas de los dichos mis beneficios, dignidades y canonicato que al presente tengo y poseo” para pagar a sus acreedores, principalmente a Juan Enríquez de Herrera y Octavio Costa. Y también en su testamento el cardenal reconoció estar endeudado con su hermano el duque del Infantado.
Por su testamento (RAH, Salazar y Castro, M-71, fols. 108-115), dictado en Roma el 29 de diciembre de 1592, en virtud de la facultad que le había concedido el papa Sixto V para poder testar de sus bienes, dejó como heredero a su camarero Bartolomé Gallego, que según él mismo declaró le había servido durante más de veinte años desde que llegara a Roma. Por sus albaceas testamentarios nombró a Bartolomé Gallego, el doctor Nicolás de Bolaños, el doctor Francisco Galindo de Bargas y Diego Mejía de Aledo, todos criados suyos. Dejó además ciertas mandas para sus criados: “Mando que se les dé a cada uno de ellos lo que a mis testamentarios pareciere que ha menester, según su persona, para volver a España.
Mando que por cuanto yo no he señalado salario a León y a Canales, mis criados, del tiempo que ha que me sirven, se les de a cada uno por razón de dicho servicio, ultra de la parte del capítulo precedente, 200 escudos, y a Méndez, mi veedor, ultra de dicha parte, por ser poco el salario que le tengo señalado, 150 escudos.
Iten dejo libre a Diego, mi esclavo, y que goce de libertad, y le encargo que en lo que pudiere sirva y de gusto a Bartolomé Gallego [...]. Item, mando que den luto a todos mis criados y sus raciones y salarios como ahora se les da, por tiempo de cuatro meses después de mi fallecimiento. Iten, mando a doña María de Loaces, hija de Bartolomé Gallego, mi camarero sobredicho, 4 mil ducados de España para su dote, y se le den luego que Dios me llevare”. Suplicaba además al Papa que tomara bajo su amparo a su sobrino Fernando de Mendoza, tomándole a su servicio, ya que la muerte del cardenal le dejaba desamparado.
Por lo demás, dejaba encargadas una misa en la iglesia del Jesús de Roma, un nocturno y una misa cantada conventualmente, para lo cual se daría a la sociedad la limosna de 100 escudos. Encargaba además mil doscientas misas en diversas iglesias de Roma.
Del lujo con que vivía en Roma el cardenal dan idea las mandas testamentarias que dejó para diversas iglesias: un lignum crucis guarnecido, que se había de depositar en la iglesia que determinare el duque del Infantado; un frontal de terciopelo morado con sus frontaleras encarnadas con trencillas de oro, para la iglesia de Loreto en Loreto; diversos aderezos, ornamentos, joyas, plata, oro y vasos y otras cosas pertenecientes a la capilla, para la iglesia de San Francisco en Guadalajara, en la que pedía ser enterrado, o para la iglesia en que lo fuere; la medalla de oro de las indulgencias de Sixto V, para la iglesia de Santiago de Guadalajara, etc.
Bibl.: A. Chacón, Vitae et res gestae Pontificum Romanorum et S.R.E. Cardinalium ab initio nascentis Ecclesiae usque ad Urbanum VIII Pont. Max, vol. II, Roma, Typis Vaticanis, 1630, col.
1809; A. Núñez de Castro, Historia eclesiástica y seglar de la muy noble ciudad de Guadalajara, Madrid, Pablo del Val, 1653, págs. 230-231; L. Cardella, Memorie storiche dé cardinali della Sancta Romana Chiesa, vol. V, Rome, Stamperia Pagliarini, 1793, págs. 286-288; C. Eubel y G. van Gulik, Hierachia Catholica Medii et Recientioris Aevi, vol. III, Munich, Sumptibus et Typis Librariae Regensbergianae, 1935 (repr. 1960), págs. 52 y 66; F. Layna Serrano, Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos xv y xvi, Madrid, Ediciones Aache, 1942, vol. III, pág. 227.
Ana Belén Sánchez Prieto