Rojo de Lubián y Vieyra, Manuel Antonio Eugenio. Tula (México), 24.IX.1708 – Manila (Islas Filipinas), 30.I.1764. Arzobispo de Manila y gobernador de Filipinas.
Nació en el seno de una familia española. Su padre fue el capitán Manuel Rojo del Río y de la Fuente, natural de La Rioja, y su madre, Ignacia María de Lubián y Vieyra, natural de Cádiz. En 1719 ingresó en el Colegio Real de San Ildefonso de la Compañía de Jesús en México, donde estudió Gramática, Retórica y Latín, Artes y Dialéctica. Desde 1722 fue seminarista, realizando sus estudios de Lógica, Física y Filosofía en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo.
En 1725 se graduó en la Real y Pontificia Universidad de México, continuando con los estudios de Filosofía, Teología y Cánones en los que es bachiller en 1728, siendo, después, ordenado sacerdote. En 1729 consiguió una beca para el Colegio Real de San Ildefonso donde fue presidente de la Academia de Filosofía, y luego de la de Teología. En 1732 se graduó en la Facultad de Cánones.
Posteriormente, decidió viajar a España para seguir sus estudios, y, aunque sufrió un naufragio en el canal de las Bahamas, consiguió llegar a La Habana. En 1735 estaba en Salamanca, donde obtuvo el grado de licenciado en la Facultad de Cánones y el de doctor en la Facultad de Leyes. El 12 de julio de 1737 el Rey le propuso para una canonjía en el arzobispado de México, ciudad adonde se dirigió a finales de 1738. Desde entonces, hasta 1759 permaneció en la Catedral, donde fue vicecapitular, canónigo y provisor, consultor del Santo Oficio, examinador sinodal, y visitador de conventos de monjas. Habiendo sido presentado por el Rey por Real Cédula de 27 de noviembre de 1756, consiguió en 1757, con bulas de Benedicto XIV, el pallium obispal, nombrándosele arzobispo de Manila, cuya sede estaba vacante desde 1755.
Fue consagrado por el arzobispo de México el 24 de agosto de 1758. A Filipinas llegó el 6 de julio de 1759, tomando posesión de su arzobispado el 22 de julio.
Poco antes de llegar a Manila, el 1 de junio de 1759, falleció el gobernador de Filipinas, Pedro Manuel de Arandía, poniéndose en práctica por la Audiencia las normas de sucesión interina determinadas en la Real Cédula de 15 de agosto de 1734, que señalaban un orden para ser designado gobernador —en primer lugar, el arzobispo de Manila; en segundo, el obispo de Nueva Segovia, y en tercero el obispo de Cebú—, y contenía, además, tres pliegos reales, uno para a cada uno, debiéndose entregar al designado el suyo. En esa fecha sólo estaban depositados dos pliegos, porque el correspondiente a Nueva Segovia se entregó en 1745 al obispo Arrechederra, y, por otra parte, estaba vacante el arzobispado de Manila. Por ello, la Audiencia designó al obispo de Cebú, Miguel Lino de Ezpeleta, al que entregó su pliego real, el cual tomó posesión, como gobernador interino, el mismo 1 de junio.
El arzobispo Rojo, cuando llegó, reclamó a la Audiencia su mejor derecho a ser gobernador alegando que, siendo notoriamente conocido que estaba al llegar por entonces a Manila, el nombramiento de Ezpeleta había sido condicionado a su llegada; y que, además, todos conocían que la misma situación exacta le sucedió a su antecesor y que fue resuelta por el mismo Rey al señalar que el arzobispo de Manila era el gobernador.
En efecto, designado gobernador en 1745 el obispo de Nueva Segovia por vacante del de Manila, el Rey resolvió el recurso de éste, con contundencia y rapidez, a favor del arzobispo.
Ezpeleta, entonces, en funciones de gobernador, impuso su posición por la fuerza, se llevó materialmente todo el expediente de su nombramiento, y declaró el silencio perpetuo sobre el asunto como punto de gobierno. Rojo apeló al Rey, como también hizo su antecesor.
Mientras llegaba la contestación, el arzobispo Rojo hizo la visita pastoral a toda su diócesis, editó catecismos de la doctrina cristiana en castellano, tagalo y latín, así como un librito de devoción en tagalo, y otros de moral y práctica cristiana; publicó dos cartas pastorales, alentó la fábrica y reparación de templos, impulsó la catequesis, y estableció casos prácticos de conciencia para sus párrocos.
En 1761 llegó la resolución del Rey con la Real Cédula de 26 de septiembre de 1760 en la que cesaba al obispo de Cebú, Ezpeleta, y designaba al arzobispo Rojo como gobernador interino, quien tomó posesión el 9 de julio de 1761.
En su primer año de gobierno, Rojo se ocupó de pedir más soldados al virrey de Nueva España, reforzó el puerto de Samboanza, restableció los cortes de madera para la construcción naval, compró tres galeras y dos champanes. Pacificó la hostilidad del rey de Joló, que se sometió al rey católico, lo mismo que el sultán de Mindanao. Combatió una mortífera epidemia de viruela impulsando una Junta de Médicos. Mejoró la hacienda pública al llevarla, de no tener efectivo, a 138.633 pesos en algo más de un año. Reparó o restauró el Hospital Real, el Colegio de San Felipe, la Real Fuerza de Santiago y la muralla de Cavite. En justicia, resolvió la libertad de Santiago Orendain, encarcelado por su antecesor, y apoyó la posición del provisor Agustín Capelo, en contra del parecer de una parte de los oidores.
Como consecuencia de la Guerra de los Siete Años, en la que entró España el 15 de enero de 1762, el 22 de septiembre de ese año se desplegó en la bahía de Manila, para tomarla y saquearla, la escuadra inglesa al mando del almirante Samuel Cornish y del brigadier general Draper, quienes piden la rendición, que fue rechazada por el gobernador Rojo. Las hostilidades empezaron y se extendieron hasta el 5 de octubre, imponiéndose los británicos al tomar la ciudad. En esos trece días quedó de manifiesto la falta de capacidad y competencia en la defensa de la ciudad, aun cuando la lucha armada fue de gran dureza, y con intervención de nativos a favor de España.
Rojo intentó la vía diplomática antes del desenlace armado, sin tener éxito, consiguiendo en cambio la crítica de los oidores, y dispuso medidas cautelares como la salida previa de Manila del oidor Anda en calidad de teniente del gobernador, así como la del tesoro real que quedó a salvo.
La toma de Manila, sin capitulación previa, llevó consigo el saqueo, aunque Rojo pidió a Draper que se evitara a cambio de entregarles 300.000 pesos y la Real Fuerza de Santiago. Cornish y Draper aceptaron formalmente evitar el saqueo si se les entregaba Cavite y dos millones de pesos en el acto y otros dos más adelante. Rojo tuvo que aceptar, sin que pudiera por ello evitar el saqueo que ya se había producido.
No obstante, sobre el pago del rescate, se matizó que se entregaría todo lo que tuviera el clero, y que lo que faltase se tomaría de los caudales del galeón de Acapulco, el Filipino, que estaba al llegar, y que si éstos fueran insuficientes se libraría orden de pago contra Su Majestad Católica.
Los ingleses buscando el Filipino, se encontraron con el galeón Santísima Trinidad, que había salido poco antes de Filipinas, y le tomaron con su contenido valorado en tres millones de pesos. Rojo y toda Manila consideró que era presa ilegítima y lo mismo el Gobierno de España que reclamó posteriormente, aunque sin éxito.
Tras llegar a Manila el nuevo gobernador inglés, Dawsonne Drake, el almirante Cornish presionó, con las máximas amenazas, la entrega de dinero, y consiguió, entre entregas y saqueo, algo más del millón de pesos, que es lo que había en Manila. Los dos millones que habían pedido para pago posterior volvieron a ser exigidos y Rojo resolvió la situación librando una letra por ese importe contra la Tesorería Real. La letra la llevó Cornish a Londres, y fue reclamada durante años al rey español, sin que fuera pagada.
El oidor Anda, que había salido de Manila antes de su caída, se autoproclamó gobernador, aunque salió de la ciudad como teniente del gobernador Rojo, y se enfrentó no sólo a los ingleses —consiguiendo que quedaran confinados a Manila y Cavite—, sino también al mismo gobernador español, que estaba sin libertad en Manila, al que trató de traidor. Ser prisionero de guerra no era, sin embargo, causa de cese de un gobernador, como decía Anda, sino de suspensión del ejercicio de sus funciones, lo que no llevaba consigo la pérdida de la titularidad. Rojo, por otra parte, no podía reconocer a un subordinado como gobernador, aunque quisiera, porque carecía de facultades para ello. La mejor prueba de que el arzobispo seguía siendo el legítimo gobernador español la dio el mismo Anda cuando al fallecer Rojo hizo consultas al clero sobre quién debía ser entonces el gobernador.
El arzobispo y gobernador Rojo, aún sin libertad, intentó todo para la salvaguarda del clero y de la religión católica, lo que fue aceptado por los ingleses que, sin embargo, se comportaron despóticamente en la administración civil que se implantó.
La salud del gobernador Rojo se deterioró de tal modo que, después de despedirse por carta del Rey y de Arriaga, falleció sin libertad el 30 de enero de 1764, recibiendo honores militares, de acuerdo con su rango, por parte de los británicos. Había hecho testamento nombrando herederos a su sobrino Andrés José Rojo y a su hermana Mariana, y disponiendo que se le enterrara en la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en la Catedral, y que se enviara su corazón a las monjas de la Enseñanza de México.
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José Barco Ortega