Carrión Ulloa, Manuel. Sevilla, 1817 – Milán, 24.VII.1876. Tenor, profesor de Canto.
Ocupando el espacio de tiempo que medió entre las máximas figuras de Manuel García y Julián Gayarre, podemos considerarle un predecesor de este último. Durante unos pocos años, coincidieron el final de su carrera con el inicio de la del tenor del Roncal.
Manuel Carrión fue el clásico tenor “todo terreno”, siempre seguro, casi incapaz de tener fallos, que constituía en todo momento garantía de una representación sin sobresaltos. Mantenía siempre un alto rendimiento en su amplio y variadísimo repertorio -el tenor enciclopédico fue llamado- igualmente eficaz en la vocalidad ágil y florida de Rossini, como en el canto elegiaco belliniano, sin desechar óperas más “pesadas”, entre las que Il Trovatore y La Juive pueden ser los ejemplos más significativos, dentro del repertorio que cultivó.
Hizo sus estudios en Madrid, con frecuentes actuaciones en el Instituto Español y en el Liceo Artístico, en los años 1841 y siguientes. Las crónicas recogidas sobre ellas le animan continuamente a dedicarse plenamente a una profesión para la que reúne magníficas condiciones. En 1844 tiene su primera actuación profesional y la realiza en el teatro del Circo, de donde le llaman para sustituir al tenor italiano Cervi, que ha fracasado al interpretar el papel agudísimo de Rodrigo en Otelo. Carrión desarrolla su carrera paso a paso, peldaño a peldaño, apoyado en una confianza ciega en sus posibilidades. Además de tenor enciclopédico, se le podría haber llamado también tenor sin miedo. Durante estos años tendrá actuaciones periódicas y alternativas sobre los escenarios de los teatros del Circo y de la Cruz.
En 1847, tras un periodo de ausencia, reaparece en el teatro de la Cruz, ya con categoría de primer tenor absoluto. La prensa pone de manifiesto el cambio radical que se ha operado en él, especialmente en el canto. En el otoño inicia su actividad fuera de Madrid, ligándose con un contrato a Valencia. Tiene allí una acogida muy favorable. En su repertorio, en el que prevalecen óperas de Verdi, tienen también cabida otras de agilidad, como El Barbero de Sevilla, y de bel canto como María de Rohan o La Sonambula. En su interpretación de Lucia di Lammermoor, el público cree advertir en él una exacerbada sensibilidad ante la reciente pérdida de su joven esposa. Su propio dolor revestía de dignidad al personaje de Edgardo. Quizá, tal vez, le hacía del mismo modo vivir con autenticidad la desesperada agonía de Genaro en Lucrezia Borgia.
En abril de 1848 se halla de nuevo en Madrid y en el teatro de la Cruz. Al terminar esta temporada, marcha a Sevilla y de allí a Cádiz, en donde alaban su voz dulce y melodiosa, el sentimiento con el que canta y sus delicados modales. Desde esta ciudad volvió a Sevilla, ya en 1849. Canta su repertorio habitual y en el mes de noviembre estrena El Tío Caniyitas, zarzuela de Mariano Soriano Fuertes, que alcanza un éxito superior al de las mejores previsiones, aunque inferior al que meses después obtendrá en Cádiz, ciudad en la que estaba ambientada la acción de esta obra. En la primavera de 1850 vuelve a cantar en Valencia, en donde además de las óperas de su repertorio interpreta El Tío Caniyitas, también con notable éxito. Luego vuelve a Madrid, al teatro del Circo, cuya empresa quiere dar algún descanso a su tenor, Moriani, que se encuentra sobrepasado de trabajo. Permanece allí hasta terminar la temporada, en este teatro. Después continuarán sus actuaciones en la capital de España, pero ya en el recién inaugurado Teatro Real, en el que debutó el 31 de mayo de 1851 con un éxito total, sorprendiendo a un público que le colmó de bravos y aplausos. Podemos situar en este momento el punto de inflexión en la carrera de Carrión, situado ya a la altura de los mejores tenores de su época. Desde ahora se sentirá impelido hacia la consecución de los mayores objetivos.
En junio de este año marcha a Italia, pero es en febrero de 1852 cuando nos dicen que ha tenido nuevas actuaciones y han sido en Bucarest. En octubre de este año, de regreso a Milán, ha cantado Fiorina de Pedrotti en el teatro Carcano de esta ciudad. Alaban allí su voz, simpática, flexible, extensa, robusta y vibrante; sus excelentes fraseo y método de canto, su acción y su canto llenos de expresión, que llegan al alma.
En enero de 1853 debuta en el teatro de la Scala de Milán con un Rigoletto que triunfa plenamente, consiguiendo diecinueve representaciones. Después actúa en Roma y Génova, terminando el año de nuevo en la Scala. En 1854 lleva una vez más Rigoletto al escenario de la Scala con un éxito superior a los anteriores, otorgado ya desde el momento de aparecer en escena, antes de empezar a cantar, cuando le reciben con enorme aplauso. Con Moisés, de Rossini, obtendrá un éxito equiparable al de Rigoletto. En abril repite sus triunfos en el teatro Carlo Felice de Génova con Marco Visconti, con La Sonámbula y especialmente con “El Trovador”, con cuya aria “Di quella pira” desata un entusiasmo difícil de describir. Después logra salir con éxito de la prueba a que se somete al interpretar “Il Pirata”, una ópera que parecía haber estado reservada solamente a Rubini. Durante el resto del año recoge triunfos en diversos teatros italianos, entre los que sobresale el San Carlo de Nápoles, en el que continúa actuando durante el año 1855, hasta el momento de regresar a la Scala de Milán, donde se enfrentará a otra ópera de relieve: El Profeta, de Meyerbeer, de la que da 16 representaciones antes de marchar al teatro Porta Carinzia, de Viena.
En su debut en él, con Moisés, consigue despertar entusiasmo. En su siguiente interpretación, Rigoletto, la crítica dirá que no tiene en la voz la fuerza requerida para las óperas de Verdi, pero con su arte consumado sabe salir triunfante y causar un efecto mayor que el conseguido por cantantes con voces de mayor fuerza, como Fraschini. Posteriores representaciones de El Barbero de Sevilla, La Cenerentola y Don Giovanni ponen de relieve esta cualidad de tenor- artista de Carrión, quien recibe el nombramiento de tenor de cámara, de Su Majestad.
A la temporada de Viena sigue la de Udine, antesala de su debut en el Teatro Italiano de París, que realizará el 9 de octubre de 1855, formando parte de una compañía repleta de nombre célebres. Sin embargo, la inauguración de la temporada con Moisés encuentra la fría acogida de la crítica para todos los intérpretes, menos para Everardi, quizá por su condición de cantante francés, aunque para quien lo ignorara esto pasase desapercibido ante su apellido, italianizado al añadirle la i final. Mejor opinión recoge en la segunda ópera, La Cenerentola, en la que describen a Carrión como tenor capaz de hacer cuanto quiere con su voz, tan sumamente dócil y flexible. En la siguiente ópera, Otelo, Carrión abandona su habitual papel de Rodrigo para hacerse cargo del que pone título a la obra. En él, su talento de actor le hace superar las muchas dificultades que presenta esta partitura. El triunfo es aún mayor en la tercera ópera que interpreta, Fiorina, de Pedrotti.
En el comienzo de 1856 continúa Carrión actuando en el Teatro Italiano de París, con interpretaciones de Matide di Shabran, de Rossini y del Don Giovanni. En ésta, la crítica le reprocha que desnaturalice el aria “Il mio tesoro”, al añadirle un sobreagudo en la conclusión. Desde abril vuelve a actuar en Viena, donde a sus óperas habituales añade la representación de Zelmira, de Rossini. Su siguiente destino será Pesth, donde tiene algunas actuaciones en el mes de julio para luego volver a París, e inaugurar la temporada el 2 de octubre con La Cenerentola, en la que le advierten la voz enronquecida, sensación que sigue causando en su siguiente intervención, Ernani. La impresión no mejora en Norma, pero sí, ligeramente, en Rigoletto y aún más en Don Giovanni, aunque la crítica le reprocha los innumerables adornos que introduce en su parte, en esta ópera.
La entrada de 1858 le sorprende en Turín, en donde entusiasma al público con Moisés y después con Guillermo Tell, en la que diferentes reseñas aseguran que ha cantado la ópera tal como la escribió Rossini, lo que hace pensar que otros intérpretes limaban dificultades impuestas por el compositor. En la primavera de 1858 hace nuevamente la temporada de Viena. Las óperas que canta ahora por primera vez son Cosí fan tutte y La Italiana en Argel, capaz esta última de crear problemas a auténticos especialistas; sin embargo, a Carrión le acompaña el éxito. Lo obtiene así mismo en Trieste, última parada antes de su nueva actuación en Madrid.
Lucia di Lammermoor, la ópera que cantó en su función de despedida, siete años antes, es la elegida para su reaparición en el Teatro Real. El público le recibe con fuertes aplausos cuando aparece en escena. Luego, las críticas encontrarán en él a un tenor belcantista, dueño del arte, pero no de una gran voz. Mantuvo un nivel similar en los restantes títulos que interpretó, alcanzando acaso en La Sonámbula su puntuación más alta. Tras estas actuaciones, antes de que termine el año, recibe Carrión el nombramiento de caballero de la Orden de Carlos III.
Empieza 1859 y Carrión da comienzo a su intervención en la temporada de Turín enfrentándose a una ópera de tanto compromiso como Roberto el Diablo. Las crónicas resaltan su capacidad para moverse por terrenos del si y el do agudos con aparente facilidad y su valentía para aumentar la dificultad de la partitura con numerosos adornos, que resuelve siempre a la perfección. Después de Turín, visitará nuevos teatros de ópera destacando sus apariciones en Viena y más tarde en el Teatro Italiano de París. En éste, y en una obra tan difícil como La Italiana en Argel, se le reconoce su privilegio de poder cantar cualquier tipo de música y de sobresalir en todas ellas. Se afirma que en su interpretación de esta partitura ha efectuado gorjeos con tal nitidez que aventajaría a cualquier instrumentista. Es la revista italiana La Fama la que viene derramando estos elogios sobre las actuaciones de Carrión. Cuando llega el turno a La Cenerentola los repite y añade a su nombre el calificativo de “el tenor fenómeno”.
En 1861 reaparece en el Teatro Real de Madrid teniendo como compañera de repartos a Anna De Lagrange, quien despierta iguales entusiasmos. Lo hace Carrión en “Il Trovatore”, en cuya “Di quella pira” emite un do tan preciso y claro que obliga siempre a su repetición. Sin embargo, entre los asistentes al Teatro Real empieza a tomar forma un grupo de enemigos del tenor, que llegará a su plenitud en la temporada siguiente de otoño 1861-1862, última en la que aparece Carrión en el Real. Le reprochan que da pruebas de prepotencia y de excesiva autocomplacencia. Le atribuyen que se jacta de ser el mejor tenor del mundo y por ello protestan todas sus intervenciones. Esto motiva enfrentamientos entre los espectadores que le aplauden y los que le silban. Pese a esta oposición sistemática de sus detractores, consigue salir triunfante de la representación de I Puritani, en la que se enfrenta a una tesitura terrible, sostenida sobre una frecuencia del diapasón que todavía no ha sido bajada para igualarla al diapasón de París. Hacen esta modificación para otra representación de Il Trovatore y Carrión aprovecha la más cómoda tesitura para añadir al final de la pira otro do 4, en las palabras “All armi”, que no estaba escrito. El éxito es total. Otras dos óperas muy agudas, La Sonámbula y Don Pasquale, marcaron sus últimas apariciones sobre el escenario del Real. En el futuro no volvería a él. Finalizó el 1862 con actuaciones en el Teatro Liceo de Barcelona.
Afronta ya la última etapa de su carrera en la que le aguardan aún días de gloria. En Viena rivalizará con Adelina Patti en la recogida de aplausos, en su interpretación conjunta de Don Giovanni. También cantará junto a ella Don Pasquale. Sigue afrontando óperas de gran dificultad y tras su interpretación de Guillermo Tell en Darmstadt, el Gran Duque le concede la Cruz de Ludovico III. En 1865 vuelve a la Scala de Milán para cantar otra ópera para elegidos, I Vespri Siciliani, que llevará también a la escena del Carlo Felice de Génova. En 1866 estrena en la Scala La Juive, de Halevy. El 26 de diciembre hace su última aparición sobre este escenario con Don Sebastián, de Donizetti.
Se retiró en 1875, para dedicarse a la enseñanza, en Milán. Hasta entonces continuó interpretando un repertorio bien difícil. Il Trovatore fue quizá la ópera que más persistió en él. Entre sus alumnos debemos destacar a su hijo, José Carrión, tenor que realizó una buena carrera profesional, sin alcanzar las excelencias de su padre.
Bibl.: B. Saldoni, Diccionario Biográfico-Bibliográfico de Efemérides de Músicos Españoles. Madrid, imprenta Antonio Pérez Dubrull, 1868-1881; L. Carmena y Millán, Crónica de la Ópera Italiana en Madrid, Madrid, imprenta Manuel Minuesa de los Ríos, 1878; C. Gatti, Il Teatro alla Scala nella storia e nell´arte, Milán, Ricordi, 1964; R. Celletti, Voce di tenore, Idea Libri, 1989; V. García de la Puerta López, Manuel Carrión. Madrid, Visión Libro, 2020.
Vicente García de la Puerta López