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José Jerónimo Fernández de Ocampo

Biografía

Fernández de Ocampo, José Jerónimo. Salamanca, 1712-Salamanca, 1786. Doctor en cánones y moderante de la Academia de Cánones.

La única fuente para conocer su biografía son los libros académicos de la Universidad de Salamanca (principalmente de claustros, matrículas y procesos de cátedras), a la que estuvo ligado desde 1733 hasta 1786. Personaje cuyo relieve histórico viene dado por su hijo Vicente y por las referencias negativas que de ambos hace Jovellanos en los Dia­rios correspondientes a su tercera visita a Salamanca. En las páginas correspondientes al día 23 de octubre de 1791 dedica alguna atención al que llamaba “mi injuriador” Vicente Ocampo (sin dar explicaciones del porqué del epíteto), que había salido a colación en una conversación a propósito de Sebastián Piñuela, covachuelista re­comendado del padre Rávago y secretario interino del Consejo de Castilla. Recordaba al respecto que Piñuela había venido a Salamanca de aprendiz de platero pero que había dejado el oficio para entrar de amanuense con el escribano Roque Rodríguez Manzano, abuelo materno de Vicente Ocam­po. Añadía que el padre de José y abuelo paterno de Vicente había sido un zapatero mayordomo de la cofradía de san Crispín.

Estos datos de Jovellanos no coinciden con los consignados en los documentos universitarios y, más en concreto, en el acta de licencia­miento en Leyes de Vicente Ocampo, donde a propósito de su filiación, tras haber aportado los informes pertinentes, se afirmaba que Dr. D. José Gerónimo Fernández de Ocampo, del Gremio y Claustro de esta Universidad, estaba casado con Doña María de la Concepción Rodríguez del Manzano, bautizados ambos en la Parroquia de san Martin de Salamanca, donde también lo había sido Vicente. José Gerónimo era hijo de Pedro Fernández de Ocampo, escribano Real y del número de Salamanca, y de doña Gerónima García de Prado, naturales de la referida ciudad y bautizados aquel en la Parroquia de San Justo y ésta en la de San Martin. Por otra parte, su mujer doña María de la Concepción era hija de Roque Rodríguez del Manzano, escribano del mismo número, bautizado en la Parroquia de san Juan de Barbalos, y de Doña Rufina de Villalón Morejón, bautizada en la dicha Iglesia de San Juan. Por lo tanto, José Gerónimo era salmantino desde varias generaciones, y de “cristianos viejos, limpios de toda mala raza”.

Dada la vinculación de la familia con el mundo notarial, se le supone cierta tradición cultural, aunque la relación familiar con la Universidad salmantina parece reciente, iniciada precisamente por José Jerónimo Fernández de Ocampo, lo que explicaría, en parte, la lentitud en su currículum universitario, que contrasta vivamente con el fulgurante de su hijo Vicente. José Jerónimo nunca pudo ver cumplido su propósito de ser catedrático.

Son varios los testimonios que avalan su carencia de méritos reconocidos. A pesar de contar con la protección del obispo Felipe Bertrán, éste, en su conocido memorial a Manuel de Roda, fechado el 6 de agosto de 1768 (donde, junto a otros puntos que este había sometido a su consideración, le informaba sobre los opositores a diversas cátedras vacantes de Cánones entre los que figuraban los dos Ocampo, el padre José Gerónimo y el hijo Vicente), decía de él que era un “graduado manteísta de buenas costumbres”, pero que estaba “reputado por corto en su facultad, que tuvo sus trabajos en el Grado, y le fue preciso entrar dos veces en Capilla de Santa Bárbara, y aun en la segunda fue menester que se usase con él de piedad. Tiene poco ejercicio de enseñar, y es ya de edad de unos cuarenta y cinco años”. Y con mayor dureza aún lo definían sendos informes anónimos en el mismo expediente de cátedras: “abso­lutamente incapaz y negado en todo”; “Dr. Ocampo, manteísta, negado absolutamente; genio intrépido, y revoltoso; y en el concepto de todos ignorantísimo”.

Esperó inútilmente que el tiempo le proporcionara la cátedra. De acuerdo con el uso todavía imperante en su época, la provisión de cátedras (atribuida desde el siglo anterior al rey por medio del Consejo Real, donde se decidía sobre el expediente de la oposición remitido por la Universidad) se distribuía de modo automático entre colegiales mayores y manteístas, a razón de cuatro de aquellos por uno de estos. Después de haber concedido cátedra a colegiales de San Bartolomé, Cuenca, Oviedo y El Arzobispo, la quinta se destinaba a un manteísta por orden de antigüedad en el grado, prácticamente sin más que aguardar a que llegase ese momento. Las reformas de Carlos III cambiaron el procedimiento a finales de la década de 1760, suprimiendo el turno y optando por el mérito y la libre concurrencia entre opositores frente a la antigüedad, al tiempo que revalorizaron los ejercicios de oposición como medio para demostrar pú­blicamente la valía de los candidatos. Sin embargo, lejos de favorecer a José Ocampo, descubrieron aún más su mediocridad.

Su actividad académica siempre estuvo ligada a la Academia de Cánones, que empezó a funcionar el 8 de enero de 1750 en el aula de Escuelas Menores, cuando se procedió a la elección de oficios y al nombramiento de comisarios para hacer las constituciones. Por aclamación resultó elegido como inspector moderante don José Santayana, cate­drático de Prima de Cánones, reemplazado días después, ante su negativa, por el Dr. José Ocampo. Integraban la Academia cincuenta y dos “Profesores Académicos”, una condición de miembro fundador que en lo sucesivo José alegó también entre los méritos y títulos de los oposito­res a cátedras. Entre 1750 y 1755 el cargo era temporal, pero a partir de esa fecha se atribuyó el nombramiento al claustro pleno, con carácter perpetuo y asalariado, y en esas condiciones José volvió a ocuparlo entre 1770 y 1780.

A juzgar por las relaciones de méritos presentadas en las numerosas oposiciones que hizo, a José Gerónimo no le sobraban. Los títulos que hizo valer en 1766 como opositor a la cátedra de Prima de Cánones menos antigua así lo ponen de manifiesto. En ellos aparecía como el decano y opositor más antiguo de la Facultad, con todos sus grados obtenidos en Salamanca: bachiller en Cánones en 1733, licenciado en 1736 y doctor en 1738 “con la pompa y solemnidad antiguamente acostumbrada”. Desde 1738 se había presentado a todas las cátedras vacantes, de modo que ya llevaba dieciséis lecciones de oposición, las cuales alegaba a su favor junto con cinco actos de conclusiones y su trabajo como examinador en la capi­lla de santa Bárbara desde 1753, y examinador en latinidad de matrículas por nombramiento del claustro pleno desde 1760. Aparecía también como el primer director de la Academia de Cánones de la Universidad (con ex­periencia anterior en dos de las ajenas a este centro), y entre sus cargos recordaba, asimismo, que había sido diputado, primicerio y contador ma­yor de la Universidad, además de trabajar fuera de ella como abogado de la parroquial y fábrica de San Martín, juez asesor de la jurisdicción ordinaria de los Molares de Terrados del río Tormes y juez subdelegado por nombramiento de la Real Junta de la única contribución. Muy poca cosa comparada con el currículum de muchos de los coopositores, entre los que se encontraba su propio hijo Vicente, quien había recibido el grado de bachiller en Cánones de manos de su padre el 19 de abril de 1760. El 6 de junio recibió igual grado en Leyes. Entre el 23 de octubre y el 5 de noviembre de 1765 don José asistió a las ceremonias del doctorado de su hijo.

Ese afán frustrado y los gastos de la carrera de Vicente lo sumie­ron en la indigencia. Al respecto escribía a Roda el obispo Bertrán en el informe citado del 6 de agosto de 1768: “Este sujeto causa la mayor lástima porque ha consumido casi todo su patrimonio, y si el obispo no hubiera sostenido en estos años a su familia con cuantiosas limosnas, se hubiera visto reducida a la mayor miseria”. Una circunstancia sobre la que inci­dían también otros informes a las cátedras de Cánones consultadas enton­ces: “constituido en la mayor pobreza y necesidad de algún acomodo”; “digno de conmiseración por su mucha pobreza, por haber consumido el patrimonio en su grado, y en el de su hijo, y en seguir la escuela hasta que le toque por antigüedad entrar en cátedras, siguiendo el estilo antiguo”.

Sus penurias económicas eran públicas y notorias, y de ellas da también buena prueba el rastro dejado en los libros de claustros de primi­cerio. Desde enero de 1759 hasta julio de 1777 José Jerónimo Ocampo fue el administrador del arca de primicerio, destinada entre otras cosas al socorro de los graduados pobres y sus viudas, en la que en más de una oca­sión tuvo que buscar auxilio para sus estrecheces. La necesidad le llevó incluso a contraer deudas con el arca en el manejo de sus caudales, lo que finalmente le obligó a presentar la dimisión en 1777, al resultar “alcanza­do” en una importante cantidad, que tuvo que asegurar con las escasas propiedades familiares en tierras de Villamayor. En el claustro de primicerio de 8 de julio de 1777, alegaba en su defensa que llevaba sirviendo el cargo desde 1759 sin recibir ningún salario por ello, y que a lo largo de esos años había logrado aumentar las rentas del arca. El claustro acordó perdonarle un tercio de lo debido. Eso no impidió, sin em­bargo, que cuando en febrero de 1780, con sesenta y ocho años, por culpa de su “ancianidad, achaques habituales, antigüedad y demás circunstan­cias”, tuvo que renunciar a la moderantía de la Academia de Cánones (por la que recibía cien ducados de vellón anuales), el claustro de primicerio decidiera atenderlo en lo sucesivo con una limosna de tres reales diarios.

La falta de medios para mantener a su familia le llevó también a pedir sin éxito al claustro pleno en julio de 1778 el voto favorable para su hijo José Joaquín, que había solicitado el empleo de estacionario y com­petía con otros cuatro aspirantes. Pero su gran esperanza fue siempre Vicente, a quien a la postre acabaron beneficiando las desdichas del padre, llegando a ser catedrático de prima de Leyes y censor regio. José Ocampo aparece en la lista de doctores y maestros del Libro de matrícula de la Universidad de Salamanca del curso de 1785-1786, fechada el 20 de noviembre de 1785, siendo el decano de los doctores de la Universidad. Pero ya no figura en la lista el curso siguiente (4 de diciembre de 1786), prueba de su muerte a lo largo de ese año.

Si su hijo Vicente Ocampo Rodríguez del Manzano (Salamanca, 1743-Madrid, 1815) fue la cara del éxito escalando con rapidez, bachiller en Cánones en 1761, licenciado en Leyes el 25 de septiembre de 1764 y doctor en la misma facultad el 5 de noviembre de 1765, catedrático de Instituciones Civiles en 1770, de Digesto en 1775 hasta alcanzar la cumbre académica a los 36 años al posesionarse el 24 de agosto de 1779 de la cátedra de Prima de Leyes, por el contrario, su padre es la imagen del fracaso. El hijo fue un hombre de éxito, un triunfador, que muy pronto había logrado acumular cargos y poder dentro y fuera de la Universidad, donde en todo momento mantuvo una participación muy activa. Allí donde se encontraba, destacaba claramente, y en los claustros sus intervenciones solían concitar numerosas adhesiones, de modo que era él quien marcaba las pautas en muchas decisiones. Es fácil percibir que gozaba de auctoritas en un amplio sector. En su dedicación a la Universidad influyó sin duda su entorno familiar, y más en concreto la figura paterna de don José, que empeñó sus bienes y existencia a favor del primogénito hasta el final. Cuando se jubiló como moderante de la Academia de Cánones, la Universidad le mantuvo una limosna con carácter excepcional hasta su muerte, a pesar de que en el claustro de primicerio de 11 de septiembre de 1783, en vista del penoso estado del arca, había decidido suspender ese tipo de ayudas. Con orgullo pudo leer la carta orden de Carlos III del 3 de noviembre de 1768 por la que se aprobaba el acuerdo celebrado por la Universidad de Salamanca en Claustro pleno de 21 de octubre anterior por el que se nombraban sustitutos para las cátedras vacantes de Prima de Cánones menos antigua a Don José Jerónimo Fernández de Ocampo con la renta de 22.500 maravedís y para la de Instituta menos antigua a su hijo Vicente Ocampo del Manzano con 18.750, es decir, con un salario muy similar, aunque escaso.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Simanca, Gracia y Justicia, leg. 944, s/f; Archivo Histórico de la Universidad de Salamanca, Libro Procesos de cátedras, Libros de Claustros y Libros de matrículas (cursos 1733-86).

E. Esperabé de Arteaga, Historia pragmática e interna de la Universidad de Salamanca, Salamanca, Imprenta y Librería de Francisco Núñez, 1917, 2 vol.; M. G. de Jovellanos, Diarios, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1953, t. I, págs. 227-232; M. y J. L. Peset, La Universidad Española (siglos XVIII y XIX). Despotismo ilustrado y revolución liberal, Madrid, Taurus, 1974; S. Rodríguez Domínguez, Renacimiento universitario salmantino a fines del siglo XVIII. Ideología liberal del Dr. Ramón de Salas y Cortés, Salamanca, Uni­versidad, 1979; M. G. de Jovellanos, Obras Completas, VI, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, 1994; L. E. Rodríguez-San Pedro, “Cátedras y catedráticos: grupos de poder y promoción, siglos XVI-XVIII”, en L. E. Rodríguez-San Pedro (coord.), Historia de la Universidad de Sala­manca, Salamanca, Universidad, 2004, t. II, págs. 767-801; Mª. P. Alonso Romero, “Academias jurídicas y reformismo ilustrado en la Universidad de Sa­lamanca (1749-1808)”, en Salamanca, escuela de juristas: estudios sobre la enseñanza del derecho en el Antiguo Régimen, Madrid, Universidad Carlos III, 2012, págs. 475-538; “Ocampo y su tiempo. Biografía académica del catedrático Vicente Fernández de Ocampo (Salamanca 1743/Madrid 1815)”, en Salamanca, escuela de juristas…, op. cit. págs. 539-638; “Las primeras oposiciones a cátedras de derecho patrio en la Universidad de Salamanca”, en Salamanca, escuela de juristas…, op. cit., págs. 651-664; A. Astorgano Abajo, “Poesía y jansenismo en el convento de los agustinos calzados de Salamanca en tiempos de Meléndez Valdés”, en Revista de Estudios Extremeños, 77-1 (2016), págs. 147-208.

 

Antonio Astorgano Abajo