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San José de Calasanz

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Biografía

José de Calasanz, San. Peralta de la Sal (Huesca), 1557 – Roma (Italia), 25.VIII.1648. Santo y fundador de la Orden de las Escuelas Pías (SChP).

Su nombre de pila era José Calasanz y Gastón. Nació en el seno de una familia infanzona y se consideró siempre “aragonés de nación”. Estudió Humanidades con los trinitarios de Estadilla (Huesca), Filosofía y Derecho en la Universidad de Lérida, y Teología en Valencia, Alcalá de Henares y Lérida. Coronó estos estudios con el doctorado en Teología. Consecuente con una muy definida vocación sacerdotal, recibió el presbiterado en Sanahuja (Lérida) el 17 de diciembre de 1583. Inició su actividad en Barbastro como familiar del obispo fray Felipe de Urriés y ayudante de estudio, o maestro de pajes del palacio. En 1585, familiar ahora del obispo Gaspar Juan de la Figuera, asistió a las Cortes de Monzón, convocadas por Felipe II. Nombrado secretario de una comisión especial, intervino en la reforma de los agustinos de la Corona de Aragón. En 1637, a petición de los interesados, lo asegura por escrito Calasanz: “[...] y yo fui llamado, como Secretario, para hazer los despachos, que se avían de embiar a Roma: y esto fue el mes de Agosto o setiembre del dicho año 1585; y los papeles fueron embiados por orden del Rey a su Embaxador”.

Gaspar Juan de la Figuera, recién nombrado obispo de Lérida, tuvo que abandonar las Cortes de Monzón y partir para Montserrat el 22 de octubre de 1585.

Designado, de común acuerdo entre Felipe II y el papa Sixto V, visitador apostólico del famoso monasterio benedictino, se llevó consigo a Calasanz. Como familiar y examinador, ayudó sabiamente a su obispo, hasta que éste murió el 13 de febrero de 1586 “con harta priesa y no sin sospecha”.

Entre 1587 y 1591 estuvo Calasanz al servicio de la diócesis de Urgel. En La Seo fue secretario del Cabildo y maestro de ceremonias de la catedral. Como secretario del Cabildo, escribió Calasanz a Felipe II urgiendo la venida del nuevo obispo a su diócesis, y doce cartas al virrey de Cataluña sobre el peligro inminente de bandoleros y hugonotes. En 1588 recibió el nombramiento de párroco de Claverol y Ortoneda, sin obligación de residencia. El nuevo obispo de La Seo de Urgel, Andrés Capilla, nombró a Calasanz en 1589 su familiar y sucesivamente visitador de los oficialatos de Tremp, Sort, Tirvia y Cardós, y oficial eclesiástico y vicario general de Tremp.

En 1592 comenzó el período romano de su vida. En febrero estaba ya Calasanz en Roma. Renunció antes a sus cargos en la diócesis de Urgel y se detuvo en Barcelona, donde probablemente se examinó y obtuvo el doctorado. Hizo por mar el viaje entre Barcelona y Civitavecchia. A Roma llegó como procurador de la diócesis de Urgel ante la Santa Sede, con ánimo, además, de conseguir una canonjía y volverse pronto a España. El cardenal Marco Antonio Colonna le introdujo en su palacio con el triple cargo de teólogo consultor, capellán de su familia y preceptor de sus sobrinos, especialmente de Felipe, el más joven. Cuando murió el anciano cardenal, el 13 de marzo de 1597, Calasanz continuó con iguales tareas hasta 1602 en el espléndido palacio, regido ahora por el cardenal Ascanio Colonna.

Estos años fueron cruciales en la vida de Calasanz.

Resolvió positivamente los problemas de su diócesis, pero fracasó en la concesión de una canonjía. En su correspondencia con el sacerdote José Teixidor, párroco de Peralta, contaba su nostalgia de España, el mundillo que se agitaba en Roma y el fracaso de sus pretensiones en las catedrales de Urgel, Lérida, Albarracín, Teruel y Barbastro, la más sonada. Pero estos fracasos materiales le hicieron dirigir su mirada a otros horizontes. Desde el principio mantuvo una estrecha amistad con los franciscanos del vecino convento de los Doce Apóstoles: durante los diez años de su permanencia en el palacio Colonna, se unió con frecuencia a sus actos de piedad y asimiló de tal modo su espiritualidad que, como declaró un testigo en el proceso de beatificación, fue allí donde “concibió el espíritu de la perfección evangélica por intercesión del Seráfico Padre San Francisco, de quien fue devotísimo”.

Por estos mismos años, difundió Calasanz entre personas selectas copias del Itinerario de la Perfección Cristiana del jesuita Antonio Cordeses, obra maestra de la oración afectiva, rechazada en esa época por la cúpula de la Compañía. Se inscribió también y colaboró en las principales cofradías romanas: Doce Apóstoles, Doctrina Cristiana, Llagas de San Francisco, Trinidad de Peregrinos y Convalecientes, Virgen del Sufragio. La de los Doce Apóstoles le nombró visitador y pudo así patearse los trece barrios de la ciudad y hacer una radiografía estremecedora de la pobreza, física y espiritual, que estaba viviendo la Roma profunda.

Llegó a la conclusión de que el único remedio estaba en la escuela. Recurrió a los maestros rionales, al Capitolio, a los jesuitas del Colegio Romano, a los dominicos de la Minerva, a los socios de la Cofradía de la Doctrina Cristiana, a la que pertenecía desde mediados de 1597. Todo en vano. Por fin en una visita al barrio del Trastévere, “el más pobre de Roma”, descubrió su vocación y fundó en el otoño de 1597, junto a la iglesia de Santa Dorotea, “la primera escuela pública, popular, gratuita de Europa”, en frase del gran historiador alemán Ludovico Von Pastor.

Desde este momento, el tiempo, el talento y los dineros de Calasanz fueron para sus niños, principalmente para los pobres. Ni pretensiones personales, ni vuelta a su patria. De tal manera que cuando poco después le comunicaron desde la Embajada de España, que Felipe III le ofrecía la pingüe canonjía de la Seo zaragozana, respondió agradecido: “He encontrado mejor modo de servir a Dios, ayudando a estos pobres muchachos.

No lo dejaré por nada del mundo”.

La escuelita de Santa Dorotea en el Trastévere romano fue la cuna de las Escuelas Pías. Tres años de experiencia fecunda. Maestros y alumnos cruzaron el Tíber en el año santo de 1600 y se establecieron en el centro de Roma. En 1612 aquella primera escuelita era ya colegio completo y tenía su sede en el palacio Torres, comprado por Calasanz, junto a la plaza Navona.

La dirección era suya y los cooperadores, maestros seglares, buenos en general, pero con frecuencia interesados y siempre inestables. Aunque formaban todos una Congregación secular, comprendió que la obra, admirada por los romanos, visitada por los cardenales Antoniano y Baronio y bendecida por el papa Clemente VIII, podía perecer cuando él faltase.

Por eso, en 1614 buscó una congregación religiosa, que aceptase el trabajo de la escuela como fin de su apostolado. Le pareció hallar la solución en la joven Congregación de la Madre de Dios, llamada también Congregación Luquesa, fundada por san Juan Leonardi.

La iniciativa parecía acertada. Calasanz fundó en agosto de 1616, a petición del Papa, un nuevo colegio en Frascati. Pero, después de tres años de experimento, todas las esperanzas depositadas en la unión con la Congregación Luquesa resultaron vanas. Y Calasanz, que no quería aparecer como fundador, prudentemente aconsejado, se vio obligado a serlo. El 6 de marzo de 1617 firmó Pablo V la bula fundacional Ad ea per quae y aparecía en la Iglesia la nueva Congregación Paulina de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías. La bula define con precisión el objetivo de la nueva fundación: educación de los niños y jóvenes, principalmente pobres. Nombrado general, el 25 de marzo, fiesta de la Anunciación de la Virgen, vistió Calasanz el hábito religioso de manos del cardenal Benito Giustiniani y momentos después se lo vistió él a catorce compañeros, entre los que se hallaba el hoy beato Pedro Casani. Desde ese día se firmó siempre José de la Madre de Dios. La sustitución de apellido tiene tradición e influencia carmelitanas, pero la elección de la Madre de Dios indica la raíz mariana de su espiritualidad y de su pedagogía.

La Virgen Santísima será la madre de sus escuelas y de sus alumnos. Y cuando arrecie la tormenta, repetirá que la barca no se puede hundir, porque no ha sido él sino María quien ha fundado el Instituto.

Surgieron enseguida nuevos colegios, dentro y fuera de Roma. En el de Narni, redactó las Constituciones de la naciente Congregación (1620-1621), que fueron aprobadas por Gregorio XV el 31 de enero de 1922. Pero ya meses antes, el 18 de noviembre de 1621, el mimo Pontífice había elevado la Congregación Paulina a la máxima categoría de orden religiosa, para llamarse en adelante Orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías. El padre José sigue siendo superior general de la Orden, ayudado por cuatro asistentes. Ante sus compañeros y ante la Iglesia él es el fundador.

Conseguir el título de orden religiosa, con todas sus consecuencias canónicas, no fue tarea fácil. Calasanz disipó todos los recelos con un inspirado memorial al cardenal Tonti. Leído con reposo y meditadas sus razones, Tonti se transformó de enemigo acérrimo en defensor y bienhechor de la Orden y de su fundador.

Favoreció la aprobación pontificia de la Orden, matizó algunos detalles de las Constituciones y dejó en herencia a los escolapios buena parte de sus bienes con el fin de erigir un colegio para niños pobres y bien dotados intelectualmente, que pudo abrirse en 1930 con el título de Colegio Nazareno y que sigue siendo en Roma referencia obligada de calidad pedagógica.

La Orden de las Escuelas Pías nació en la Iglesia con características muy concretas. Sus escuelas son gratuitas: Pías igual a gratuitas. Sus miembros, al profesar, añaden a los tres votos comunes un cuarto voto específico de dedicación exclusiva a la instrucción y educación de la juventud. Y como, según el espíritu de Calasanz y el compromiso de sus Constituciones, entre los jóvenes deben ser preferidos los pobres, el voto común de pobreza adquiere matices de radicalidad impresionante. Tal vez este doble detalle, más la calidad y gratuidad de la enseñanza que ofrecían sus maestros, impresionaron fuertemente a la sociedad del siglo xvii, y explica la multitud de peticiones que urgen a Calasanz desde distintas naciones de Europa para que abra colegios en sus pueblos y ciudades.

Sólo pudo aceptar una mínima parte. Las llegadas de España, por ejemplo, quedaron a la espera y no pudieron concretarse en vida del fundador. Aún así, una estadística de 1646 presenta el siguiente cuadro: las Escuelas Pías cuentan con seis provincias canónicas —Roma, Liguria, Nápoles, Etruria, Germania, Sicilia- Cerdeña—, con treinta y siete colegios y con quinientos religiosos educadores.

Resulta difícil resumir el contenido, novedoso y a veces revolucionario, del pensamiento pedagógico de Calasanz. Aunque no escribió tratados pedagógicos sistemáticos, a través de sus Constituciones, del Comentario a esas Constituciones, de los reglamentos que preparó para organizar la marcha de los colegios, de los memoriales enviados a la Santa Sede, cardenales y hombres de gobierno, y de manera especial a través de sus más de cinco mil cartas conocidas, cargadas de iniciativas y consejos prácticos, se puede saber con toda certeza cuáles fueron sus ideas y los fines de su fundación. Buscaba la felicidad del hombre, educándole desde “su más tierna infancia”, y la reforma de la sociedad, partiendo de la escuela.

Para lograrlo, fundó por primera vez en Europa la escuela pública y popular, gratuita y obligatoria, ajena a toda segregación social, étnica o religiosa. Quería una educación integral, que formase al alumno intelectual y espiritualmente, y de ahí su lema de “Piedad y Letras”.

Aceptó únicamente maestros por vocación, de “perspicaz inteligencia” y buena salud, a quienes definió como “idóneos cooperadores de la Verdad”. Les encomendó la búsqueda de nuevos métodos didácticos, “sencillos, eficaces y, en lo posible, breves”. Para encontrarlos les relacionó con los mejores especialistas.

No le preocupaba que aparecieran éstos como sospechosos ante los poderosos del momento. Le importaban sus métodos y saberes para incorporarlos a sus escuelas y al progreso formativo de sus alumnos: Galileo por sus descubrimientos matemáticos, Campanella por sus avances teológicos, Scioppio por sus progresos humanísticos. Junto a Galileo nació en Florencia un cenáculo de “Escolapios galileanos”, y uno de ellos, Clemente Settimi, acompañó día y noche como secretario y amanuense al ciego maestro en su retiro de Arcetri. La llamada ciencia nueva, aprendida en la misma fuente, la iban a difundir los hijos de Calasanz en los colegios y cátedras universitarias por Italia y Centroeuropa. En la Breve relatione, llamada también Documentum princeps de la pedagogía calasancia, estableció ya Calasanz las normas de conducta de maestros y discípulos y la organización disciplinar y curricular del colegio. A las secciones completas de primera enseñanza y bachillerato, añadió asignaturas de formación profesional. Ordenó que todo colegio tuviera su registro escolar. Fomentó entre los alumnos la emulación, aplicó el método preventivo y suavizó los castigos. A los más pobres los proveyó gratuitamente de papel, pluma, tinta y algunos libritos esenciales.

Y para todos, organizó las “filas”, en las que los maestros después de las clases acompañaban a los niños hasta las puertas de sus casas. Como la escuela había de mirar al hombre y prepararle para la vida, Calasanz añadió al programa de materias clásicas, otras materias “de adorno”, necesarias para que pudieran los pobres encontrar un puesto de trabajo: la música, la caligrafía, la aritmética... El aprendizaje de la doctrina cristiana lo estructuró en un triple proceso catequético: acomodada diariamente al ritmo escolar con método uniforme, profundizada como catequesis sacramental en los grupos selectos de la “Oración Continua”, y ampliada a familias y adultos mediante disputas dirigidas las tardes de domingos y días festivos.

Para Calasanz, la catequesis no entraba en el campo de lo devocional, sino en el de la razón y la cultura.

Era un hombre de la Contrarreforma y, por temperamento, más inclinado a la idea que al fervor. La tarea era dura y surgieron dentro de casa rechazos y ambiciones. Y como el programa era comprometido y revolucionario, fue torpedeado fuera por el poder y la envidia. Sólo la incomprensión hacia la persona y obra de Calasanz explica el calvario que le tocó sufrir. Pero en el calvario aparecen en toda su grandeza la magnitud de su obra y la santidad de su persona. La crisis empezó a generarse en 1636 con el llamado caso de los clérigos operarios, y se recrudeció a partir de 1642. El viernes 8 de agosto, a instigación de monseñor Albizzi y por orden de Urbano VIII, fue llevado preso al Santo Oficio. Horas después, volvió libre de culpa en la carroza del cardenal Cesarini. Pero las hostilidades habían rozado intereses muy delicados en las altas esferas y ya no cesaron.

El 16 de enero de 1643 se destituyó a Calasanz de su cargo de general de la Orden, se decidió el nombramiento de un visitador apostólico y el padre Mario Sozzi quedó constituido primer asistente general, que gobernará la Orden junto al visitador. Los escolapios padre Mario Sozzi y su amigo y sucesor padre Esteban Querubini, el visitador jesuita padre Silvestre Pietrasanta y el poderoso asesor del Santo Oficio monseñor Francisco Albizzi, fueron más lejos en una compleja y dolorosa carrera, que sólo tenía un fin: destruir para siempre las Escuelas Pías. El 16 de marzo de 1646 firmaba el papa Inocencio X el breve definitivo: todos los religiosos podían pasar a otras órdenes, aunque fueran más laxas; prohibido admitir novicios; destituidos de todas sus funciones los actuales superiores, empezando por el padre José Calasanz. Sometidos religiosos, casas y escuelas a la jurisdicción de los obispos, la orden quedó reducida a simple Congregación, a manera del Oratorio de San Felipe Neri. Debían redactarse nuevas Constituciones y el gobierno del Colegio Nazareno quedó en manos de la Rota.

La destrucción intentada parece lograda. La tarde del 17 de marzo se leyó en el Oratorio comunitario el breve pontificio. La expectación y el clima eran dramáticos.

La única voz de respuesta fueron estas palabras de Calasanz: “El Señor nos lo dio, el Señor nos lo quitó. Como plugo al Señor así se ha hecho. Bendito sea su nombre”. Y en la carta que había escrito por la mañana al padre Alejandro Novari, rector del colegio de Nicolsburg, añadió una postdata, contándole el contenido y la lectura del breve. Y añadió esperanzado: “Pero Usted no se desanime, porque esperamos en el Señor que todo se arregle, mientras permanezcamos unidos”. Desde ese momento se transformó en un profeta de esperanza. “Dejemos obrar a Dios, que todo volverá a ser más perfecto y hermoso que antes”.

No defendió su persona, pero luchó con todas sus fuerzas por sus niños pobres, porque no se cerrara ningún colegio y porque no aparecieran las constituciones blandengues que ha redactado el padre Cherubini.

Lo consiguió plenamente.

Dentro y fuera de casa le llamaban las gentes el Santo Viejo. Rondaba los noventa años, cincuenta y uno gastados en la escuela. El 2 de agosto de 1648, sin fuerzas físicas, recibió rodeado de alumnos, la última comunión pública en el mismo oratorio donde se había proclamado el breve destructor. Francisco de Goya inmortalizó la escena con sus pinceles. Al amanecer del 25 de agosto falleció, rodeado de sus mejores hijos. Cuando bajaron el cadáver a la iglesia, un niño que rezaba sus primeras oraciones antes de pasar al colegio, reconoció al padre José y salió gritando por las callejitas romanas: “¡El Santo! ¡El Santo! ¡Ha muerto el Santo!”.

La Iglesia tardó más en reconocerlo. Le beatificó Benedicto XIV el 7 de agosto de 1748. Clemente XIII le canonizó el 16 de julio de 1767. Y Pío XII le proclamó el 13 de agosto de 1948 “Patrono de todas las escuelas populares cristianas del mundo”. En 1949, el Congreso de Argentina aprobó la ley 13.633 que declara “a San José de Calasanz protector de todas las escuelas públicas argentinas, tanto primarias como secundarias, y las privadas incorporadas a las mismas”.

Y ya en nuestros días, al conmemorarse en 1997 el IV centenario la apertura en el Trastévere romano de la primera escuela pública, popular y gratuita, el papa Juan Pablo II ha escrito que “José de Calasanz, sabio intérprete de los signos de su tiempo, consideró la educación, dada con método breve, sencillo y eficaz, garantía de éxito en la vida de los alumnos y fermento de renovación social y eclesial”. Hoy sus Escuelas Pías siguen educando en la piedad y en las letras a miles de alumnos en treinta y una naciones de cuatro continentes.

Y once Congregaciones más, identificadas con su carisma educativo, le tienen por padre y protector.

 

Obras de ~: “Modo di recitare la Corona delle Dodici Stelle della Beatissima Vergine”, en Parva Biblioteca Calasanctiana, 2 (1933), págs. 11-13; “Breve relatione del modo che si tiene nelle Scuole Pie per insegnar li poveri scolari li quali per l’ordinario sono più di settecento non solo le lettere ma ancora el S.to timor di Dio”, en Monumenta Historica Scholarum Piarum, II (1938), págs. 5-9; “Informazione intorno alle Scuole Pie dai loro inizi al 1622”, en L. Picanyol y C. Vilá Palá, Epistolario di S. Giuseppe Calasanzio, Roma, E. Calasanctianae, 1950-1988, t. II, págs. 170-172; “Nuevas Cartas”, en G. L. Moncallero y G. Limiti, Il Codice Calasanziano Palermitano (1803-1648), Roma 1964; “Formula degli atti necessarii per aparecchio alla divina gratia e a i Santi Sagramenti”, en A. García Durán, Itinerario espiritual de San José de Calasanz (1592-1622), Barcelona, 1967, págs. 108-109; “Sententiae spirituales sexaginta (1920)”, en D. Cueva, Calasanz. Mensaje espiritual y pedagógico, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), 1973, págs. 177-183; Constitutiones S. Josephi Calasanctii, a. 1622, text. orig. lat., Salamanca, 1979; “Costituzioni del Collegio Nazareno (1630)”, en Quaderni degli Accademici Incolti, 2 (1979), págs. 37-47; “Alcuni Misterii della vita e passione di Cristo Signor Nostro”, en Analecta Calasanctiana (AC), 50 (1983), págs. 551-557; “Orologio della Passione di Cristo”, en AC, págs. 557-559; “Qualità del vero Religioso”, en AC, págs. 194-195; “Otros Memoriales a Pontífices, Santa Sede y Cardenales (1602/05-1646)”, en S. López, Documentos de San José de Calasanz, Bogotá, Editorial Calasancia Colombiana, 1988, págs. 122-413; “Reglamentos para diversos Colegios (1604-1638)”, en V. Faubell Zapata, Antología Pedagógica Calasancia, Salamanca, Universidad Pontificia, Publicaciones, 1988, págs. 147-175; “Dichiarazioni circa le nostre Constituzioni, Regole e Riti Comuni”, en Archivum Scholarum Piarum, 27 (1990), págs. 11-80; Memoriale al Card. Michelangelo Tonti, Ib., 29 (1991), págs. 21-27.

 

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Dionisio Cueva González, SChP

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