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San Vicente de Paúl

Biografía

Vicente de Paúl, San. ¿Tamarite de Litera (Huesca)?, 24.IV.1581 – París (Francia), 27.IX.1660. Fundador de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad, santo.

Algunos de sus biógrafos le hacen nacer en Pouy (Francia), aldea cercana a Dax, un martes de Pascua de 1581 o 1580, aunque no consten sus partidas de nacimiento y de bautismo, y cuando tuvo que hacer declaraciones juradas, él mismo confesaba haber nacido en Francia. No obstante, existe en nuestro país otra opinión sobre el lugar de su nacimiento, una tradición española defiende que Vicente de Paúl es originario de Tamarite de Litera (Huesca) y, por supuesto, que sus raíces familiares proceden del alto Aragón, cuyo paso al sur de la nación vecina era libre y continuo en el siglo XVI. Por otra parte, los apellidos de sus padres, De Paúl y Moras eran frecuentes en Aragón.

De todos modos, su acción apostólica se desarrolló en Francia donde fue tenido como uno de los grandes hombres del siglo XVII y padre de la patria.

Ocupaba el tercer puesto entre seis hermanos: cuatro varones y dos mujeres. Hijo de campesinos libres, sus quince primeros años a cuidar rebaños “Si se dijera la verdad sobre mí, habría que decir que soy hijo de un labrador, que guardé puercos y vacas, y añadir que esto no es nada en comparación con mi ignorancia y mi maldad”.

Al cumplir los quince años, su padre le envió a Dax, a un colegio regentado por frailes franciscanos, a la vez que hizo de preceptor de los hijos del juez de Dax, señor de Comet, su protector. Terminados los estudios con los franciscanos, pasó durante tres años a las universidades de Toulouse y Zaragoza; aquí cursó un año de teología. Para costear la carrera universitaria, su padre hubo de vender una pareja de bueyes.

Tenía veinte años al recibir la ordenación sacerdotal, el 23 de septiembre de 1600, contra la prescripciones de Trento que exigían veinticuatro años cumplidos, pues estas no fueron promulgadas en Francia por la Asamblea del Clero hasta 1615. Ante la grandeza y responsabilidad del sacerdocio, Vicente de Paúl declararía hacia 1656: “Si hubiera sabido lo que era, cuando tuve la temeridad de entrar en este estado, como lo supe más tarde, hubiera preferido quedarme a labrar la tierra antes que comprometerme en un estado tan tremendo [...] Efectivamente, a medida que me voy haciendo más viejo, más me confirmo en estos sentimientos, ya que descubro cada día lo lejísimos que estoy de aquella perfección en que debería estar”.

Obtenido el título de ordenación, el vicario general de Dax le asignó la parroquia de Tilh cercana a Pouy, que otro sacerdote le arrebató. Con este motivo y acaso para ganar el jubileo de 1601 viajó a Roma para reclamar sin éxito. Regreso a Toulouse, continuó sus estudios de teología durante cuatro años hasta alcanzar el título de bachiller y la autorización para explicar el segundo Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo.

Como sus recursos económicos eran escasos, abrió un pequeño pensionado en Buzet sur Tarn, cerca de Toulouse, para jóvenes a quienes daba clases particulares.

Realizó un viaje a Marsella en busca de una herencia, pero con tan mala fortuna que a su vuelta a Narbona por barco cayó cautivo en manos de unos berberiscos y fue trasladado al Norte de África. El propio Vicente se lo contó en dos cartas a su protector el señor de Comet, la primera dirigida desde Aviñón, el 24 de julio de 1607, y la segunda desde Roma, el 28 de febrero de 1608, una vez liberado del cautiverio tunecino. A Roma acudió acompañando a un renegado con quien había huido en un esquife por el Mediterráneo y al vicelegado Pedro Montorio, que le prometió reivindicar sus derechos. Cansado de esperar lo prometido por el vicelegado, el joven Vicente decidió volver a Francia y establecerse en París. A partir del siglo XX, la historia de la cautividad vicenciana ha sido sometida a dura crítica, dividiendo a sus autores entre esclavistas y antiesclavistas.

La vida de Vicente de Paúl cambió de escenario a finales de 1608 o primeros del siguiente al verse en la capital del Sena y al abrigo de una capellanía en el palacio de la exreina Margarita de Valois, la esposa repudiada de Enrique IV. Ciertos contratiempos, como la acusación de robo, lanzada contra él por su paisano y compañero de hospedaje el juez de Sore, y una dura tentación contra la fe, de cuatro años de duración, hicieron recapacitar al joven Vicente, aunque fue el contacto con los pobres y con hombres de Iglesia lo que hizo crecer su compromiso apostólico. Lentamente adquirió la paz interior bajo la dirección de Pedro de Bérulle, fundador del Oratorio de París, a quien se había abierto plenamente. El famoso cardenal le encomendará en 1612 la parroquia de Clichy, en la periferia de París donde ejercía el ministerio sacerdotal.

Al año siguiente, el mismo Bérulle le introdujo en la casa de la ilustre familia Gondi como preceptor de los hijos del matrimonio Felipe Manuel y Margarita de Silly, a quien atenderá además como director espiritual. A la familia Gondi acompañó también en sus vastos dominios de Picardía en calidad de pastor espiritual de los “pobres campesinos”.

Fue 1617 el año del viraje y de la misión que del señor Vicente —como era tratado y conocido por sus coetáneos— le distinguiría en el resto de su vida: la dedicación a las misiones de los aldeanos que “mueren de hambre y se condenan” por no saber lo necesario para la salvación. La ocasión se la presentó un moribundo de Gannes que gozaba de fama de hombre virtuoso, pero que nunca había confesado, por vergüenza, sus pecados graves. A los pocos días, abre una misión en Folleville, cerca de Gannes, a la que acuden en masa las gentes del pueblo y de las aldeas vecinas. Más tarde comentará repetidas veces delante de sus compañeros: “Aquel fue el primer sermón de la Misión y el éxito que Dios le dio el día de la conversión de San Pablo (25 de enero). Dios hizo esto no sin sus designios en tal día”. A la misión de Folleville siguieron otras en los contornos pertenecientes a la señora de Gondi, con los mismos resultados, lo que confirmó a Vicente en su vocación y misión de evangelizador de los pobres.

No era sólo la Misión la que daba por hecha en 1617, aunque su verdadera fundación como Congregación de la Misión date de 1625 y su aprobación pontificia, mediante la bula Salvatoris Nostri, de Urbano VIII, llegue en 1633. Aquel mismo año de 1617 funda la primera Cofradía de la Caridad en Châtillon-les Dombes, verdadero germen de lo que sería la Compañía de las Hijas de la Caridad puesta en marcha en 1633, en colaboración con la señorita Le Gras, conocida comúnmente con el nombre de Luisa de Marillac.

En 1641 ve establecida su Congregación en Italia, en 1645 en Berbería, en 1646 en Irlanda y Madagascar, en 1650 en Escocia y Hébridas, en 1651 en Polonia.

A España no llegará hasta 1704, pese a las gestiones de fundación que hiciera el mismo Vicente en tres lugares distintos: Barcelona (1644), Toledo (1657) y Plasencia (1660): tres proyectos frustrados al no ver él con claridad el pensamiento e intenciones de los peticionarios.

Las Hijas de la Caridad se harán presentes en España más tarde aún, en 1790.

La vida espiritual le preocupaba tanto como la apostólica; de ahí que se retirara a hacer ejercicios espirituales con el propósito de aclarar su verdadera vocación y misión en la sociedad y en la Iglesia. En 1621 practicó los ejercicios en Soissons y en 1623 volvió a repetirlos en Soissons y Valprofonde.

Adquirió además nuevos compromisos: capellán de las galeras, superior de la Visitación de París, fundada por su amigo Francisco de Sales, organizador de ejercicios a ordenandos, fundador de las Conferencias de los Martes, impulsor de la obra de los niños expósitos, miembro del Consejo de Conciencia, el organismo encargado de los asuntos eclesiásticos, opositor del jansenismo, defensor de la paz en tiempo de guerra y provisor de alimentos y ayudas a los damnificados y provincias devastadas por las guerras.

Lógicamente, tantas obras y ocupaciones le pusieron en contacto con los grandes de su tiempo, tanto pertenecientes al mundo de la política como de la Iglesia: la exreina Margot, María de Médicis, Luis XIII, a quien asistió a bien morir, Ana de Austria, esposa de Luis XIII, el cardenal Richelieu (ante quien intercedió por la paz), el ministro Mazarino (a quien pidió que dimita de su oficio por el bien de Francia), el canciller Pedro de Séguier, la duquesa de Aiguillon, Juan Jacobo Olier, fundador de San Sulpicio (del que hará de confesor durante algún tiempo y le asistirá en la muerte), Alano de Solminihac, obispo de Cahors, Pedro de Bérulle, fundador del Oratorio, Saint-Cyran y los “solitarios” de Port-Royal, Francisco de Sales, Juana de Chantal, Andrés Duval, doctor de la Sorbona, Benigno Bossuet (miembro de las Conferencias de los Martes y el más insigne de los oradores sagrados), los laicos Gondi, Gautier y Marillac y tantos otros que condujeron a Francia a su apogeo histórico.

Su palabra oral ante los misioneros fue recogida en parte por sus secretarios sin su conocimiento ni autorización.

No se comportó de la misma manera con las Hijas de la Caridad, que obtuvieron de él permiso expreso para recoger sus intervenciones.

Su correspondencia dirigida a toda clase de personas, desde el Pontífice de Roma hasta la más humilde persona, asciende a varios miles. Se asegura que nadie, en su siglo, le igualó en esta tarea que le obligaba a trabajar hasta altas horas de la noche, a la luz de un candil, para despachar la abundante correspondencia diaria que recibía y reanudar la jornada del día siguiente a las cuatro de la madrugada.

Su palabra oral o escrita era siempre directa y concreta, ordenada, clara y sencilla, sin adornos literarios, sobre temas variados: socio-políticos, religiosos, económicos, culturales y espirituales. Pese a sus vastos conocimientos teológicos y jurídicos —en 1623 había obtenido el título de licenciado en Derecho Canónico—, no dejó una obra escrita científicamente estructurada.

Fiel a su fe y experiencia, centró la vida espiritual y apostólica en Jesucristo evangelizador de los pobres, el enviado o misionero del Padre para salvar al mundo mediante la práctica del amor hecho servicio corporal y espiritual al necesitado, sin que separe entre ambos servicios. Respecto de la fe, dice él, es necesario “dar la vuelta a la medalla”, para ver al Hijo de Dios en aquellos pobres que, por estar tan desfigurados, no parecen personas. La experiencia, por otra parte, a la que alude con frecuencia, es otro recurso del que no sabe prescindir a la hora de sentar principios de comportamiento práctico moral y caritativo, no tanto teórico Moría el día 27 de septiembre de 1660 tras bendecir sus obras y recitar la jaculatoria Dios mío, ven en mi auxilio y al día siguiente se celebraban las exequias.

Días después, el obispo de Puy, monseñor Maupas du Tour, afirmaba de su admirado difunto en un largo discurso fúnebre pronunciado en la iglesia parroquial de San Germán l’Auxerrois, de París: “Ha cambiado casi la faz de la Iglesia”.

 

Obras de ~: [...], Correspondance, Entretiens, Documents, (14 vols.), (ed. crítica y notas de P. Coste), Paris, Lecoffre-Gabalda, 1920-1925.

 

Bibl.: L. Abelly, La vie du vénérable serviteur de Dieu Vincent de Paul..., Paris, Florentin Lambert, 1624; J. del Santisímo Sacramento, Vida del venerable servidor de Dios Vicente de Paúl..., Nápoles, De Bonis Impressor Arzobispal, 1701; A. Loth, San Vicente de Paúl y su misión social. Apéndice de B. Feliú y Pérez, Barcelona, Roviralta, 1884; P. Coste, Le grand saint du grand siècle Monsieur Vincent, Paris, Desclée de Brouwer, 1932 (3 vols.); J. M.ª Román, San Vicente de Paúl. I Biografía, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1981; A. Orcajo y M. Pérez Flores, San Vicente de Paúl. II Espiritualidad y Selección de escritos, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1981; A. Dodin, De Monsieur Depaul à Saint Vincent de Paul, Paris, OEIL, 1985; J. Corera, Vida del señor Vicente de Paúl, Salamanca, CEME, 1989.

 

Antonino Orcajo Orcajo, CM