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Alfonso Álvarez de Villasandino

Biografía

Álvarez de Villasandino, Alfonso. Alfonso Álvarez de Illescas. ¿Villasandino? (Burgos), m. s. XIV – ?, c. 1424. Poeta cortesano.

Nació probablemente en Villasandino (población del camino de Santiago, en la actual provincia de Burgos), donde él mismo sugiere que se crió. Su obra, de considerable extensión (208 poemas de atribución segura), se lee sobre todo en el Cancionero de Juan Alfonso de Baena, cuyo compilador debió de servirse para representar la obra de Alfonso Álvarez de un cancionero previamente reunido por el propio poeta o por persona conocedora de las circunstancias que rodearon los orígenes de muchos de sus textos. Este amplio cancionero personal encuadraba poemas de distintos géneros (cantigas, decires, recuestas, debates en verso...), compuestos a lo largo de poco más de medio siglo. En efecto, los que pueden fecharse con cierta precisión se sitúan entre 1373 a 1424, y no ha sido posible hasta ahora documentar al autor con posterioridad a este último año. En razón de las fechas atribuibles a sus composiciones más tempranas cabe situar su nacimiento a mediados del siglo XIV, aunque difícilmente tan pronto como “hacia 1340”.

Villasandino, muy admirado por contemporáneos suyos como Juan Alfonso de Baena, fray Pedro de Colunga o el mismísimo marqués de Santillana, escribió en castellano la mayor parte de su obra, aunque en veintidós cantigas y decires —fechables en su práctica totalidad antes de 1390— emplea también el gallego, según la vieja usanza de los poetas del centro y el sur de la Península durante el siglo XIII y los primeros decenios del XIV. Usa una lengua gallega estereotipada, que debió de ser adicionalmente desnaturalizada por copistas de época muy posterior a la composición de los poemas y ya poco o nada habituados al gallego.

No hay que descuidar que, aunque Baena compiló su cancionero hacia 1430, el manuscrito conocido del mismo —conservado en la Biblioteca Nacional de Francia desde el siglo XIX— fue copiado sobre papel producido en Pistoia (Italia) en los años sesenta del siglo XV, de modo que en ningún caso puede ser el original, dedicado a Juan II de Castilla y su esposa, doña María (muertos en 1454 y 1445, respectivamente): es verosímil que el cancionero original fuese un códice de pergamino inventariado en el siglo XVI en la Biblioteca de El Escorial, y que se perdiera en el incendio sufrido por el Monasterio en 1671. Hay que señalar, por otra parte, que el códice de París presenta claros indicios de reflejar un modelo ya estragado por transposiciones de folios y otras alteraciones.

Es importante recordar estos detalles porque el Cancionero de Baena es fuente indispensable para la reconstrucción de la biografía de Villasandino. No sólo porque se hayan derivado de sus poesías los datos de la misma; también porque, en la tradición cancioneril, el baenense es excepcional por la riqueza informativa de las rúbricas que suele anteponer a los poemas.

En el caso de la obra de Alfonso Álvarez, tales rúbricas, aunque no siempre igualmente atendibles, dan cuenta de muchos pormenores: del género poético de la composición, el nombre de su autor, circunstancias históricas en torno a la razón de ser o a los dedicatorios de los textos, etc., en ocasiones llegan a incluir sucintos comentarios sobre la factura de los mismos o incluso detalles sobre su temprana recepción. Por todo ello, han sido consideradas más parecidas a breves accessus, género con ribetes eruditos, que a las secas identificaciones de autoría a que suelen limitarse en la mayoría de cancioneros.

Gracias a poesías y a rúbricas se sabe que los reinados de Enrique II y, sobre todo de Juan I, constituyeron la época más exitosa para Villasandino; que fue caballero, al parecer de la Orden de la Banda, y que poseyó (heredadas o adquiridas por él mismo) casa y tierras en Illescas. Por su arraigo en esta villa, llegó a ser conocido como Alfonso Álvarez de Illescas (así le llama el marqués de Santillana en su Prohemio e carta al Condestable de Portugal). Fue, pues, miembro de la pequeña caballería que acompañó a distintos reyes en su continuo itinerar y en algunas campañas por Galicia, León y Castilla, y por ello resulta una figura más facetada que la del parásito cortesano, maledicente y pedigüeño que asoma en muchos de sus versos, particularmente en los de su vejez. Sin embargo, esta dimensión negativa de su personalidad humana y artística es la que más ha subrayado, para descalificarle, la crítica del siglo XIX y de parte del XX, en la estela de Marcelino Menéndez y Pelayo. Los estudiosos de la segunda mitad del siglo XX, por su parte, han procurado una aproximación a su figura más atenta a los valores literarios e históricos intrínsecos de su obra que al enjuiciamiento de las actitudes morales y políticas del hombre, y han tratado de comprender y ponderar los elogios de su arte versificador expresados por algunos de los contemporáneos del poeta (también oportunamente destacados por don Marcelino).

Como frecuentador de la Corte, Villasandino cantó, alabó, vituperó y mendigó a muy diversos personajes a lo largo de los reinados de los cuatro primeros Trastámaras.

En no pocos casos, hizo todo eso por encargo.

Sus poemas más antiguos loan a dos amantes de Enrique II (Juana de Sosa, María de Cárcamo) y luego a varias reinas: Juana Manuel (esposa de Enrique II), Leonor de Navarra (cónyuge de Carlos III el Noble), Leonor de Aragón (cónyuge de Juan I), Leonor de Alburquerque (esposa de Fernando I de Aragón).

No tanto, llamativamente, a Catalina de Lancaster, probablemente por la mayor vinculación del poeta a Fernando de Antequera, el otro regente de Castilla a la muerte de Enrique III. Villasandino estuvo presente en la coronación zaragozana de don Fernando en 1414 y allí trató con Antoni Tallander, Mossèn Borra, bufón y diplomático de los reyes de Aragón, entre otros personajes. Al margen de para altos dignatarios (entre quienes cabe mencionar a Pero Manrique o a Pero Niño, conde de Buelna, a cuyas esposas cantó en sus versos por encargo de los interesados), Villasandino también escribió varios poemas en loor de la ciudad de Sevilla que fueron interpretados públicamente por juglares y le fueron espléndidamente retribuidos por las autoridades hispalenses.

Desde los tiempos de Enrique III, Villasandino parece haber estado principalmente vinculado al entorno de Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, y de su sucesor, Sancho de Rojas. No hay que descuidar que Illescas, su lugar de residencia, era villa episcopal.

También anduvo cerca del condestable de Castilla, Ruy López Dávalos, antes de su fulminante caída en desgracia. Sin embargo, contemplando el conjunto de su obra, da la impresión de haber mantenido siempre una primordial fidelidad a los Monarcas, por encima de todo y en cualesquiera circunstancias. Una fidelidad interesada, cierto, pero como de trastamarista de la primera hora. Y así en sus últimos años, en que subraya reiteradamente su lealtad a Juan II y a Álvaro de Luna (aún lejos de su dramático final cuando se pierde el rastro histórico del poeta), pese a haber apoyado muy enfáticamente en su momento a Fernando de Antequera y a haber dedicado poemas a sus hijos, los infantes Juan (futuro Juan II de Navarra y de Aragón) y Enrique, enemigos acérrimos del de Luna.

Villasandino fue un estimable propagandista (es buen testimonio de ello un espléndido decir en loor de Fernando de Antequera sin duda no muy anterior al compromiso de Caspe de 1412 y que hoy se lee, evidentemente desplazado de su lugar original, casi al principio del Cancionero de Baena). Y un temible infamador, como lo muestran en especial, más que sus crueles poemas contra los conversos Alfonso Fernández Semuel o Davihuelo, los que escribió contra Pedro Fernández de Frías, obispo de Osma, magnate de turbulenta trayectoria. Por lo demás, poco se sabe en cuanto a otros detalles de la vida personal y familiar del poeta: algo sobre su afición al juego y los problemas económicos que de ello derivaron; el hecho de que estuvo casado al menos dos veces, la segunda de ellas —no muy afortunadamente— con una mujer mucho más joven que él. También nos consta su escepticismo sobre las celebradas prédicas de san Vicente Ferrer en Castilla (1411), en particular sobre las relativas a las virtudes de la pobreza, escepticismo plenamente compatible con una sumisa religiosidad.

Desde el punto de vista literario, Villasandino manifestó a lo largo de su trayectoria su apego a unas ideas muy tradicionales sobre el ejercicio del oficio de poeta y sobre el lugar que a éste le correspondía en la sociedad. Unas ideas enraizadas en la tradición trovadoresca provenzal y gallegoportuguesa y en una nebulosa ideología caballeresca que perdieron congruencia con la vida social y literaria castellana a medida que, desde los primeros años del siglo XV, los círculos más despiertos de la aristocracia y del funcionariado cortesano empezaron a albergar nuevas y más ambiciosas inquietudes culturales. Este desarrollo fue propiciado, en primer lugar, por la intrusión en la vida poética de personajes procedentes del mundo universitario, como fray Diego de Valencia; en segundo lugar (cronológicamente), por el influjo de la poesía alegórica dantesca, una poesía atrayente a la vez por la riqueza y plasticidad de sus imágenes, metáforas, referencias mitológicas y teológicas y por su intelectualismo. En la España de su tiempo, esta influencia se identificó sobre todo con el poeta sevillano de origen genovés Micer Francisco Imperial y con sus admiradores.

Villasandino supo ver estas novedades, pero reaccionó ante ellas con incomodidad y con una aguda conciencia de su vejez y del declinar de su estatus. Su cultura, sus lecturas, hasta donde pueden entreverse, muestran un gusto enraizado en lo caballeresco tradicional, todavía no abierto a las influencias italianas y latinizantes (pero ello no le convierte necesariamente en el jefe de una facción antiintelectual o retardataria de la vida literaria castellana). En sus obras es posible hallar trazas del conocimiento del Libro de buen amor, de la literatura artúrica española y quizá francesa, del Amadís, de relatos de materia troyana o alejandrina.

Pero también los nombres de Birria y Geta, propios de comedia latina. Y por supuesto, de la tradición poética gallegoportuguesa y de la provenzal-catalana (a esta segunda se aproximan más bien muchos de sus recursos técnicos; a la primera rinde tributo sobre todo como mantenedor o renovador de ciertos motivos, fraseología y terminología gallegoportuguesa).

Desde su formalismo tradicionalista, llega a expresar su incomprensión para con la poesía de pretensiones eruditas y matriz dantesca, sí, pero no parece rechazar por igual la poesía alegorizante de corte francés, más arraigada en la cultura caballeresca y no tan evidentemente atraída por materias caras a filósofos o teólogos y, por ello, potencialmente peligrosas desde un punto de vista doctrinal o político.

 

Obras de ~: [“Poemas”] en El Cancionero de Juan Alfonso de Baena (siglo XV), ahora por primera vez dado a luz, con notas y comentarios por E. de Ochoa y P. J. Pidal, Madrid, Imprenta de la Publicidad, a cargo de M. Rivadeneyra, 1851 (ed. de F. Michel, Leipzig, Brockhaus, 1860, 2 vols.; ed. de J. M. Azáceta, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1966, 3 vols.; ed. y est. de B. Dutton y J. González Cuenca, Madrid, Visor Libros, 1993); La poesía de Alfonso Álvarez de Villasandino, ed. de J. J. Calvo Pérez, Burgos, Institución Fernán González, 1998.

 

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Carlos Mota Placencia