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Buenaventura Durruti Domínguez

Biografía

Durruti Domínguez, José Buenaventura, León, 14.VII.1896 – Madrid, 20.XI.1936. Obrero metalúrgico, anarquista afiliado a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

Entre los militantes españoles más conocidos, su figura ha sido objeto de los más encendidos elogios y acerbas críticas. Hombre de acción y de gran popularidad cuya figura ha pervivido en la memoria social, fue descrito por Pío Baroja como atrevido y valiente.

Se le atribuyen algunas de las frases más representativas de la Revolución española de 1936 como “Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones”. Su compañera fue la joven libertaria francesa Émilienne Morin, “Mimi”, a la que conoció en 1927 en París.

En diciembre de 1932 nació su única hija, Colette.

José Buenaventura fue el segundo de los ocho hijos de Santiago Durruti Malgor y de Anastasia Dumange Soler. Esta última castellanizó su apellido, adoptando el de Domínguez. La huelga de curtidores de León en 1902, que se prolongó nueve meses, arruinó a la familia.

Hasta entonces su destino había sido el de hacerse cargo del negocio de tejidos que tenía su abuelo materno. Acudió a la escuela hasta los catorce años revelándose como un niño despierto y de espíritu díscolo.

Se pueden distinguir hasta tres etapas en su trayectoria vital: la del rebelde, que comprende desde su adolescencia hasta la proclamación de la Segunda República en abril de 1931; la del militante que llega hasta la respuesta revolucionaria al golpe de Estado el 19 de julio de 1936 y la del revolucionario que termina abruptamente con su muerte.

La primera comenzó al entrar a trabajar. Primero en una herrería y, después, en un taller de montaje de lavadoras de mineral. Con diez y siete años se afilió a la Unión General de Trabajadores (UGT). Al año siguiente, en las minas de Matallana de Torío (León), tuvo su primera experiencia huelguística. Por su actuación fue amonestado tanto por su patrono como por la directiva sindical. El joven, a quien ya comenzaban a llamar Buenaventura, ingresó en los talleres de la Compañía Ferroviaria del Norte. Allí estuvo hasta la huelga general revolucionaria del verano de 1917 en la que fue acusado de lanzar al río a un esquirol y de formar parte de una “brigada de sabotajes”.

Pasó quince días en prisión y fue expulsado tanto del trabajo como del sindicato. Por entonces se negó a incorporarse al Ejército, se ocultó en Asturias y pasó a Francia, donde contactó con los grupos anarquistas y la CNT. A primeros de 1919 se encontraba en zona minera de La Felguera y después en La Robla.

En marzo de ese mismo año fue detenido y, una vez descubierta su condición de prófugo, le ampliaron la duración del servicio militar y le obligaron a realizarlo en Marruecos. Alegó que padecía una hernia y una vez ingresado en el Hospital Militar de Burgos consiguió evadirse para volver a Francia, a París, donde trabajó en los talleres de la Renault.

En marzo de 1920 se trasladó a San Sebastián. Por esas fechas era un hombre callado que cuando intervenía lo hacía con palabra fácil y gran convicción. Con cenetistas riojanos y aragoneses, que trabajaban en las obras del Gran Kursaal, formó un grupo anarquista llamado Los Justicieros. Prepararon un atentado contra Alfonso XIII que iba a inaugurar el casino, en el que Durruti se encargó de comprar los explosivos. La policía descubrió el complot, aunque Durruti logró escapar a Zaragoza, donde participó en el intento de crear una federación nacional de grupos anarquistas.

En febrero de 1921 viajó a Andalucía para convencer a los militantes de que se sumaran al proyecto. Después se trasladó a Barcelona, donde la trágica situación social había llevado a la CNT a la clandestinidad y a la formación de grupos que respondieran al terrorismo patronal. Para adquirir armas fue asaltada una fábrica metalúrgica en Eibar, en lo que fue el bautizo de Durruti en este tipo de acciones.

Regresó a Zaragoza para trabajar en una cerrajería.

Fue durante esos meses cuando oyó hablar de Francisco Ascaso, un joven encarcelado acusado de asesinar a un periodista que esperaba una segura condena a muerte. Completó su formación leyendo a los clásicos anarquistas, de Bakunin a Kropotkin. También en la capital maña había aparecido el pistolerismo patronal y se aceleraban los procesos pendientes. La CNT respondió con la huelga general y los acusados fueron absueltos, lo que también ocurrió con Ascaso. En 1922 se conocieron y comenzaron una larga amistad.

Ese verano decidieron marchar a Barcelona donde había renacido la guerra social. Formaron un nuevo grupo al que llamaron Crisol. Durruti y sus amigos frecuentaban el Sindicato de la Madera y otros militantes se unieron al grupo que volvió a cambiar de nombre por el de Los Solidarios. Entre sus fines estaban mantener las estructuras sindicales de la CNT, hacer frente al pistolerismo patronal y crear una federación anarquista. En estas actividades se encontraban cuando asesinaron a Salvador Seguí; la respuesta llegó con la muerte del cardenal de Zaragoza Juan Soldevila Romero.

Estaba Durruti en Madrid, preparando la conferencia nacional anarquista cuando fue detenido acusado del atraco de Eibar, de preparar un atentado contra el Rey y de desertor. Fue en ese momento cuando nació para la opinión pública: lo presentaron como un experto atracador, un terrorista y un ejemplo de criminal nato. Gracias a las gestiones de su abogado, engrasadas con el dinero que le proporcionaron sus compañeros, terminó siendo puesto en libertad. De regreso a Barcelona conoció que Ascaso había sido detenido en Zaragoza, acusado de la muerte de Soldevila.

La situación era muy confusa en la CNT y se oían rumores de golpe de Estado. Los Solidarios pensaron que había que preparar una huelga general insurreccional, para lo que hacía falta dinero y así se planeó el atraco a la sucursal del Banco de España en Gijón, que se produjo el 1 de septiembre de 1923.

Durruti logró escapar vestido de sacerdote y estuvo escondido hasta que en noviembre, proclamada ya la dictadura de Primo de Rivera, pasó a Francia.

En París entregaron gran parte del dinero para financiar la edición de la Enciclopedia Anarquista. Trabajó en la Renault de mecánico y participó en cuantas conspiraciones se organizaron contra la dictadura.

Las autoridades españolas habían aumentado su presión para que las francesas encarcelaran o expulsaran a los exiliados, por lo que pensaron en la conveniencia de abordar una gira por Sudamérica, donde era muy abundante la emigración hispana, que pudiera aumentar los apoyos y recaudar fondos. A finales de 1924, en compañía de Ascaso, embarcó en El Havre, adoptando el nombre de Los Errantes. Durante más de un año viajaron por diversos países: Cuba (enerofebrero de 1925), México (febrero-junio de 1925), Chile (junio-agosto de 1925) y la Argentina (agosto de 1925-marzo de 1926), en los que trabajaron en diferentes oficios, contactaron y organizaron sociedades obreras afines y realizaron diversos asaltos a oficinas bancarias. El dinero obtenido fue destinado a la prensa anarquista local, al mantenimiento de escuelas o enviado a España. Identificados por las policías de esos países consiguieron pasar a Uruguay y en Montevideo embarcaron hacia Europa: el 30 de abril de 1926 volvieron a pisar tierra francesa.

Poco después la policía lo detuvo acusado de intentar atentar contra Alfoso XIII de visita en París.

Si ya era conocido en España y varios países americanos, ahora, su figura acabó llenando las páginas de los diarios galos. Tanto el Gobierno español como el argentino pidieron su extradición y durante los meses siguientes se libró un pulso, entre los abogados defensores y las embajadas, por retrasar o acelerar el procedimiento. Un año más tarde fue puesto en libertad y expulsado a Bélgica. Tras una breve estancia en Bruselas regresó de forma clandestina, hasta que fue detenido en Lyon, en abril de 1928, y fue encarcelado durante seis meses por incumplir la orden de alejamiento. En octubre volvió, en compañía de Ascaso, a Bruselas. Habían pedido a la embajada de la Unión Soviética un visado para viajar al país, idea que tuvieron que abandonar, por los requisitos que les pidieron. Se trasladaron entonces a Berlín, pero al no poder legalizar su situación regresaron a Bélgica con la idea de embarcar hacia México. Sin embargo, las noticias que llegaban de España les hicieron cambiar de idea. Poco después caía el general Primo de Rivera y reaparecía publicamente la CNT. El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República y al día siguiente, junto a su inseparable amigo Ascaso, ya estaba en la ciudad condal. Comenzaba entonces la etapa de militante.

Como otros anarquistas, Durruti advirtió pronto que los políticos republicanos, apoyados por los socialistas, iban a realizar reformas que no iban a ser de fondo. La tarea de los libertarios debía ser la de canalizar, hacer consciente y encauzar hacia el ideal ácrata el descontento resultante. Se rehízo el grupo Los Solidarios, ahora con el nombre de Nosotros. Su figura se fue haciendo cada vez más popular y sus intervenciones en los mítines eran seguidas con expectación.

Su verbo incisivo establecía una relación muy estrecha con el público y su físico fuerte y voz enérgica le daban una imagen demoledora. Su actividad era incansable, del trabajo al sindicato o a los mítines.

En enero de 1932, tras regresar del entierro de su padre en León, intervino en un mitin en Sallent. Unos días después estalló en la comarca una huelga que terminó por convertirse en un movimiento revolucionario.

Durruti fue detenido junto a otros centenares de anarcosindicalistas en la que fue la primera de las siete detenciones que padeció estos años. Hasta enero de 1936 estuvo, en total, casi tres encarcelado.

En 1932 fue deportado a la colonia de Guinea hasta septiembre y poco después estuvo en prisión durante otros dos meses, en esta ocasión por decisión del gobernador civil sin ninguna acusación. La tercera detención se produjo en Sevilla en abril de 1933 donde asistía al congreso de la CNT andaluza y por la que permaneció en el penal de El Puerto de Santa María hasta el mes de octubre, acusado de insultos a la autoridad y de incitar a la rebelión. La cuarta tuvo lugar en Zaragoza, en diciembre de 1933, cuando formaba parte del comité revolucionario que coordinaba el movimiento cenetista contra el triunfo electoral de las derechas. Cinco meses pasó en la cárcel de Burgos hasta que fue puesto en libertad en mayo de 1934.

Su quinta detención se produjo a los tres meses: un nuevo arresto gubernativo que lo mantuvo casi ocho en la cárcel de Barcelona hasta abril de 1935. Detención que, otra vez por orden del gobernador civil, se repitió en junio y por la que fue trasladado a la prisión de Valencia en la que se mantuvo hasta noviembre.

La última se produjo, también por un presunto delito de insultos a la autoridad, en diciembre, tras la que quedó en libertad dos meses después, en enero de 1936.

Además tuvo que rehacer en diversas ocasiones su vida personal tras meses de ausencia y una hija a la que apenas conocía. Boicoteado por la patronal, los ingresos familiares quedaron reducidos al sueldo de su compañera, mientras que Durruti se ocupaba de las tareas domésticas y de su hija Colette. Sin embargo, nunca perdió la capacidad de análisis de los cambios que se producían. En 1935 mantuvo, en contra de muchos, que no era el momento de atracar bancos, sino de expropiaciones colectivas. Además le preocupaba la situación de la CNT, represaliada y escindida.

En 1936 tuvo sus primeras divergencias con Juan García Oliver. Éste pensaba que la CNT debía protagonizar la revolución y formar una organización paramilitar, mientras que Durruti mantenía que la revolución tenía que ser anarquista y era partidario de las guerrillas.

En julio Durruti fue operado de una hernia y el día 14 del mismo mes abandonó la clínica en la que se encontraba. Las noticias daban el golpe de Estado por inmediato y el Comité de Defensa barcelonés, formado por los miembros de su grupo, coordinó las acciones. La noche del 18 de julio, junto a Ascaso y García Oliver, se entrevistó con el consejero de Gobernación de la Generalidad para convencerle de que armara a los obreros. La reunión terminó cuando llegaron las noticias de que en las calles se estaban asaltando armerías y confiscando vehículos. Hacia las cinco de la mañana llegó el aviso: las tropas comenzaban a salir de los cuarteles y Durruti y sus compañeros, que permanecían ocultos en una casa, se pusieron en movimiento, cogieron las armas, bajaron a la calle —donde les esperaban dos camiones— y marcharon hacia el centro de la ciudad entre el rugir de las sirenas de las fábricas que llamaban a la lucha. El militante dejaba paso al revolucionario.

Durante el día 19 de julio la sublevación fue sofocada.

Durruti estuvo la mayor parte del tiempo en la plaza del Arco del Teatro, desde la que se coordinaba la resistencia. A la caída de la tarde uno de los focos que quedaban era el cuartel de las Atarazanas y frente a él murió Ascaso, su inseparable compañero.

Al crearse el Comité Central de Milicias Antifascistas se hizo cargo de la asesoría del departamento de Guerra, pero no se encontró cómodo en un organismo eminentemente burocrático. El 24 salió al frente de cuatro mil voluntarios hacia Zaragoza y su partida del paseo de Gracia se convirtió en una exhibición de entusiasmo revolucionario y de la fuerza del anarquismo. La columna tuvo su bautizo de fuego en Caspe, localidad que ocupó tras un fuerte combate.

Después su avance quedó detenido en Pina de Ebro y Osera, a unos veinte kilómetros de la capital maña.

Hacía falta preparar el asalto con la llegada de nuevas fuerzas y en ese tiempo se dedicó a perfeccionar la organización de su columna y asegurar sus posiciones en el sector del frente que se le asignó. Durante los meses siguientes las operaciones quedaron prácticamente estancadas. Fueron las semanas durante las que le entrevistaron numerosos periodistas desplazados a España para informar de unos acontecimientos que desconcertaban al mundo: la revolución libertaria.

Durruti percibió pronto que la paralización no se debía sólo a un diseño de las operaciones militares, sino que también estaba presente la sorda lucha que se estableció entre los distintos sectores presentes en la zona gubernamental, entre ellos el cada vez más importante papel que iba tomando el hasta entonces minúsculo Partido Comunista de España. Junto a Abad de Santillán pergeñó un plan para trasladar a Cataluña las reservas de oro del Banco de España depositadas en Madrid para garantizar el control de la compra de armamento. Este proyecto no se llevó a cabo y el oro terminó en manos de la Unión Soviética. A la vez, apoyó la creación del Consejo de Defensa de Aragón, el organismo de inspiración libertaria que encauzaba la nueva sociedad. Durante el verano el avance de las tropas de los sublevados hacia Madrid había sido constante y en septiembre se formó un gobierno de ministros republicanos, socialistas y comunistas.

La gravedad de la situación terminó por llevar a los anarquistas a entrar en él cuando los sublevados estaban a las puertas de Madrid. La defensa de la ciudad parecía como algo imposible y fue entonces cuando se decidió la presencia de Durruti para, con su aureola, galvanizar la moral de los combatientes. Mientras el Gobierno se trasladaba a Valencia, él viajaba a Madrid, a donde llegó el día 14, para preparar la llegada de sus fuerzas, que lo hicieron la mañana del día 15 y entraron en acción la madrugada del 16.

Hasta el día 19 Durruti pasó las horas recorriendo los puntos del frente asignados a sus hombres y el ministerio de la Guerra para analizar la evolución de la lucha. Este día, por la mañana, estaba en el cuartel de la Guardia Civil de la calle Guzmán el Bueno. Poco después del mediodía se trasladó a su cuartel general, donde recibió la noticia de complicaciones en la Ciudad Universitaria y decidió desplazarse a ella. Allí fue herido y, hacia las dos y media de la tarde entraba agonizante en el hotel Ritz convertido en hospital.

En la habitación número 15 murió a las cuatro de la madrugada del día 20. Todavía hoy no está establecida con claridad ni cómo se produjo el disparo que lo mató ni el lugar donde tuvo lugar ya que cada uno de los testigos presenciales ha dado versiones contradictorias.

El resultado ha sido que se le siguen atribuyéndoles las más diversas causas: hay quien dice que fue un fatal accidente, otros que una bala perdida, algunos que un atentado de los comunistas.

Su entierro en Barcelona, el día 23, fue multitudinario, con la asistencia de más de medio millón de personas. Nada pudo ordenarse, se convirtió en expresión del dolor popular y de su espontaneidad.

Durante horas el féretro intentó llegar a la tumba y ante la imposibilidad se decidió aplazar su inhumación hasta el día siguiente. Pero si su muerte es objeto de controversia también lo es si realmente sus restos se encuentran en la fosa en donde se supone. Fue enterrado en un nicho de forma provisional hasta que fuera preparado el mausoleo en el que iba a reposar junto a su amigo Francisco Ascaso y el fundador de la Escuela Moderna, Francisco Ferrer Guardia, panteón que fue inaugurado un año más tarde. Tras la victoria de los sublevados, el triángulo que presidía los tres sepulcros fue derribado y en los años sesenta se supo que los de Ascaso y Durruti estaban vacíos.

En los libros del cementerio se indicaban que los huesos de Ascaso habían sido arrojados al osario general en 1940, y que de los de Durruti no se conservaba ningún dato salvo que su primera tumba había sido comprada en 1947 por otra familia. La pregunta sigue siendo, ¿dónde está el cadáver de Durruti?

 

Bibl.: F. Aláiz, Las grandes figuras de la revolución, Durruti, Barcelona, 1938; H. M. Enzensberger, El corto verano de la Anarquía. Vida y muerte de Buenaventura Durruti, Barcelona, Grijalbo, 1977; R. Ferrer, Durruti, Barcelona, Planeta, 1985; A. Morales Toro y J. Ortega Pérez (eds.), El lenguaje de los hechos. Ocho ensayos en torno a Buenaventura Durruti, Madrid, Cyan, 1996; A. Paz, Durruti en la revolución española, Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 1996.

 

Abel Paz

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