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Juana Enríquez

Biografía

Juana Enríquez. ?, 1425 – Tarragona, 13.II.1468. Reina de Aragón, esposa de Juan II de Aragón, madre de Fernando el Católico.

Hija de Fadrique Enríquez, almirante de Castilla, y de su primera esposa, Marina de Ayala, los primeros años de su vida transcurrieron entre Torrelobatón y Medina de Rioseco, principales núcleos de los dominios paternos. En 1431, al fallecer su madre, su padre dispuso su traslado a Toledo. Irrumpió en el primer plano de la vida política en 1443, cuando contaba dieciocho años, al acordarse su matrimonio con don Juan, infante de Aragón, rey de Navarra, de cuarenta y cinco años, viudo desde hacía dos años, al fallecer su primera esposa Blanca, reina de Navarra. El acuerdo matrimonial fue el resultado de la lucha por el poder en la Castilla de Juan II.

La liga nobiliaria, cuyas cabezas visibles eran, entre otros, Juan de Navarra, Alfonso Pimentel, conde de Benavente, y el almirante Fadrique Enríquez, era dueña del poder desde junio de 1441, en que sometió a tutela al monarca castellano y desplazó de la Corte a Álvaro de Luna. Los objetivos de los líderes de la liga no eran idénticos; por ello no se interrumpieron los contactos entre don Álvaro y el bando de los infantes de Aragón, en todo caso resultado de cálculos políticos carentes de todo escrúpulo. En la primavera de 1443, los infantes decidían sumarse plenamente a los proyectos oligárquicos de la liga; el medio empleado fue el anuncio de un doble matrimonio, ambos en segundas nupcias: el de Enrique con Beatriz Pimentel, hermana del conde de Benavente, y el de Juan con Juana Enríquez. Los desposorios tuvieron lugar simultáneamente en Torrelobatón, el 1 de septiembre de este año, apenas dos meses después de que los infantes se hubiesen hecho con el poder tras ejecutar un golpe de estado el 9 de julio de 1443; el hecho causaba la lógica alarma de quienes defendían un fuerte poder del Rey, pero, poco a poco, también la de quienes entendían que la total anulación del poder real era causa de desorden.

El parentesco entre Juan y Juana, hijos de primos segundos, obligaba a solicitar dispensa de Roma, lo que obligó a aplazar el matrimonio efectivo. El choque entre un muy heterogéneo partido monárquico y los infantes de Aragón tuvo lugar en Olmedo, el 19 de mayo de 1445, y constituyó un sonoro fracaso para éstos. Don Enrique murió pocos días después, a consecuencia de una herida en combate; don Juan hubo de huir a Aragón, y Fadrique Enríquez era hecho prisionero. Las tropas reales tomaban Medina de Rioseco y Juana Enríquez pasaba a ser un precioso rehén en manos de Juan II de Castilla; el previsto matrimonio iba a sufrir un notable aplazamiento. El triunfo de don Álvaro en Olmedo fue escurridizo; apenas obtenida la victoria, el príncipe de Asturias forzó el perdón a los vencidos y permitió su recuperación.

Como medio de concluir con la influencia política de don Juan, intentó don Álvaro, en junio de 1446, el ataque a una de las villas del rey de Navarra en Castilla, Atienza; la ciudad fue tomada, pero su castillo resistió todos los ataques y fue preciso alcanzar una tregua: uno de los capítulos de dichas negociaciones fue la entrega de Juana a su esposo. Sin embargo, en clara provocación a Juan de Navarra, las tropas castellanas incendiaron la villa e hicieron imposible la aplicación de los acuerdos.

Hubo que esperar aún seis meses más para que doña Juana obtuviese libertad de movimientos, como resultado de nuevas negociaciones entre Álvaro de Luna y el almirante Fadrique Enríquez, uno de los más firmes partidarios del rey de Navarra, en uno de tantos intentos del condestable para ganar apoyos en el interior de Castilla. Como resultado de esta pasajera reconciliación pudo Juana finalmente viajar al encuentro de su prometido: en Calatayud tuvo lugar la boda, el 17 de julio de 1447. Decididamente, su padre, el almirante, se convertía en la cabeza visible del bando de los infantes.

El matrimonio venía a convertirse en un nuevo factor de tensión en el reino de Navarra. El uso del título de rey de Navarra por don Juan, aunque se atenía a lo previsto en el testamento de doña Blanca, contradecía los usos navarros, especialmente desde que contrajera segundo matrimonio; a la postergación de Carlos de Viana se sumaban las aventuras castellanas de don Juan, cada vez más precisadas de recursos, incluyendo los procedentes de Navarra: la resistencia a tales proyectos tenía en el príncipe de Viana su cabeza visible.

Es preciso añadir, es lo decisivo, la división social, política y nobiliaria del reino entre agramonteses y beamonteses, soportes respectivos de la posición de Juan y de su hijo Carlos. El conflicto se hizo agudo cuando, en enero de 1450, Juan decidió tomar personalmente la dirección del reino y, desde Castilla, don Álvaro utilizó al príncipe de Viana como arma contra Juan. En el verano de 1451, un ejército castellano atacó territorio navarro y llegó a poner sitio a Estella, donde se hallaba Juana; probablemente no era más que una cortina de humo para cubrir un acuerdo previamente negociado, firmado ahora en Puente la Reina, el 7-8 de diciembre de 1451, entre Juan II de Castilla y su hijo Enrique, de una parte, y el príncipe de Viana, por otra. Fue considerado por Juan de Navarra como una traición: su respuesta fue nombrar a su esposa Juana gobernadora de Navarra. Era el comienzo de la guerra civil y la división del reino entre ambos.

El episodio más significativo de esta guerra fue la batalla de Aibar, cerca de Sangüesa, el 23 de octubre de 1451; en el choque fueron hechos prisioneros el príncipe de Viana y el conde de Lerín, cabeza visible de los Beaumont, principal soporte de aquél. La reconciliación era difícil, por las exigencias de uno y otro bando, y porque Juana estaba embarazada, hecho que podía suponer novedades imprevisibles. Para apartarse del perturbado ambiente navarro, decidió pasar a Aragón, lejos de la frontera castellana, para alumbrar a su hijo: Fernando nació en Sos el 10 de marzo de 1452.

Más de un año hubo de pasar aún para que las negociaciones trajeran un transitorio sosiego al panorama navarro; concluyeron en Zaragoza, el 24 de mayo de 1453: como es lógico, se dispuso la liberación del príncipe de Viana. La posición de don Juan era difícil, porque su hermano Alfonso V, rey de Aragón, deseaba cerrar todo enfrentamiento con Castilla y, en este reino, la posición del príncipe de Asturias, desaparecido don Álvaro, era totalmente hostil al rey de Navarra. Los acuerdos de Ágreda-Alamazán (del 8 de septiembre al 2 de octubre de 1454) establecían la paz entre Castilla y Aragón y sellaban la liquidación del patrimonio de los infantes de Aragón en Castilla; don Juan no tuvo otro remedio que aceptar aquellas disposiciones el 19 de febrero de 1455.

Desde octubre de 1454, convertido su esposo en lugarteniente en Cataluña, residió Juana en Barcelona, donde le fue hecho un gran recibimiento. Allí dio a luz a su segunda hija, Juana, 16 de junio de 1455. Pocos meses después, tomaba don Juan la grave decisión de desposeer a su hijo Carlos, y también a su hija Blanca, la desdichada esposa de Enrique IV de Castilla, de todos sus derechos a la herencia materna y entregársela a su hija Leonor, esposa de Gastón IV de Foix, presentes ambos en Barcelona, en diciembre de 1455. Una de las consecuencias de esta decisión fue una ofensiva del conde de Foix contra los dominios beamonteses, en la que tuvo importante intervención doña Juana. Carlos abandonaba el reino para demandar apoyo del rey de Francia, del Papa y la intervención de su tío Alfonso V, que intentó resolver las diferencias entre padre e hijo.

El príncipe de Viana perdió el apoyo castellano; una parte de la nobleza castellana no deseaba un éxito de Enrique IV y le indujo a negociar con don Juan. En mayo de 1457 se celebraron entrevistas, entre Corella y Alfaro; a ellas asistió Juana, acompañada de sus hijos. Se acordó que el monarca castellano retiraría su apoyo militar al príncipe y, además, una plena reconciliación de las dos ramas Trastámara mediante un doble enlace: Fernando y Juana, los hijos de Juan y Juana, contraerían matrimonio con Isabel y Alfonso, hermanastros de Enrique IV. Con esta garantía en la mano, podía Juan aceptar el arbitraje de su hermano Alfonso V.

La muerte del Monarca aragonés, en Nápoles, el 27 de junio de 1458, antes de haber podido resolver el litigio entre el príncipe de Viana y su padre, convertía a éste en rey de Aragón, Juan II, sin discrepancia alguna al respecto. Juan II temía las maniobras de su hijo para destronarle; el príncipe de Viana podía creer que su padre pretendía prescindir de sus derechos para depositarlos en el hijo de Juana Enríquez, al que acababa de dotar ampliamente, aunque no de modo diferente a como lo habían sido con anterioridad otros infantes. Tras largas negociaciones, se logró una reconciliación (concordia de Barcelona, 26 de enero de 1460) que se hizo efectiva en la entrevista de Igualada (13- 14 de mayo de 1460). La documentación oficial insistía en el papel de mediación desempeñado por la Reina. A pesar de la aparente reconciliación, Carlos mantuvo contactos con Enrique IV sobre la base de su matrimonio con la hermanastra de aquél, Isabel, pese a las negociaciones oficiales, impulsadas por su padre, para su matrimonio con Catalina de Portugal.

El almirante de Castilla reunió documentación que demostraba aquellos contactos y la remitió a su hija; con ella, Juana podía mostrar a su marido las redes de una conspiración cuyo objetivo aparente era desposeerle del reino e incluso apuntaba al asesinato del Rey, su esposa y el hijo de ambos. La reacción de Juan II, pese a su resistencia inicial, fue decretar la prisión de Carlos, acusado de traición, el 2 de diciembre de 1460.

El Principado de Cataluña respondió con enérgicas peticiones reclamando la libertad del príncipe; Juan II encomendó a su esposa negociar con la Diputación, controlada por la Biga. La decisión de liberar al príncipe fue contada como resultado de la directa gestión de la Reina y por ella anunciada a la ciudad de Barcelona, hacia donde ambos iban a dirigirse. A pesar de ello, la ciudad rogó a la Reina que no hiciese acto de entrada en ella; por ello, doña Juana se detuvo en Villafranca del Panadés. La concordia de Villafranca (21 de junio de 1461), resultado de largas negociaciones dirigidas por doña Juana, reconocía al príncipe como lugarteniente en el Principado y vedaba al Rey la entrada en él sin invitación de la Diputación.

Pero, pocas semanas después, fallecía Carlos, príncipe de Viana, el 23 de septiembre de 1461, víctima de una arraigada dolencia. Juan II lograba el inmediato reconocimiento de Fernando como heredero de Aragón (Calatayud, 11 de octubre de 1461), e intentaba lograr el de Cataluña; por lo pronto, de acuerdo con lo establecido en la propia concordia de Villafranca, el príncipe era enviado al Principado, para conocer sus usos y costumbres, como lugarteniente; le acompañaba su madre como tutora, tras superar enojosas negociaciones con los representantes del Principado que intentaron evitarlo. Pasando por Lérida, llegaron a Barcelona el 21 de noviembre, tras un viaje lleno de tensiones y arduas negociaciones finales en el monasterio de Valldozella sobre el juramento del príncipe y la admisión de la Reina como tutora. En Barcelona fue reconocido Fernando como heredero el 6 de febrero de 1462, en un ambiente que era ya de grave tensión entre la tutora y las autoridades del Principado; en su nombre, su madre prestó el oportuno juramento.

Como auténtica lugarteniente, Juana intentó crear un partido realista en Cataluña, cuyo primer objetivo era lograr que se solicitase la presencia del Rey en el Principado, presupuesto necesario para su venida según la concordia de Villafranca, con lo que se pensaba que quedarían resueltos muchos de los males de este territorio. La Reina se apoyaría en la Busca, cuyas demandas fueron presentadas de forma un tanto tumultuosa a la regente (complot de San Matías, 24 de febrero): constituía un golpe a favor de los realistas, acaso inducido por la propia Reina, cuando ya se hablaba abiertamente de la salida de la tutora y de su hijo de Barcelona. En efecto, la estancia de doña Juana y del príncipe en Barcelona se había hecho, en apenas cuatro meses, muy difícil, incluso, peligrosa; por ello, decidió trasladarse a Gerona. Fue una toma de distancia de Barcelona y un intento de sofocar el movimiento remensa contra el que dictó duras disposiciones. Se desató imparable la guerra civil. La Biga convocó la leva general, con el pretexto de combatir a los remensas, detuvo a los principales jefes buscaires, algunos de los cuales fueron ejecutados, y realizó un dura represión sobre los remensas.

A través de su yerno, Gastón de Foix, Juan II obtuvo el apoyo de Luis XI de Francia para reprimir el levantamiento catalán, a costa del sacrificio de su hija Blanca, que fue entregada a los Foix, y de la entrega de Rosellón y Cerdaña a Francia como garantía. No podía dudar, su esposa Juana y su hijo se hallaban en Gerona, cercados, desde el 6 de junio, por las tropas sublevadas que pretendían apoderarse de tan valiosos rehenes; fueron liberados por soldados franceses el 23 de julio de 1462. Juana se reunió con su marido a comienzos de septiembre en las proximidades de Barcelona, poco antes de producirse el fallido intento de conquista de la ciudad por las tropas reales.

Enrique IV había aceptado ahora la invitación de la Biga para proclamarse rey de Cataluña, que podía sumar a Navarra, cuyos derechos acababa de transmitirle su esposa Blanca (29 de abril). Juan II encomendó a su esposa que entrara en contacto con su padre y, a través de él, con la liga nobiliaria castellana, que podía hacer fracasar los grandes planes de Enrique IV. Resultado de esos contactos, indujeron al Rey a rechazar la oferta catalana y a aceptar el arbitraje del rey de Francia (sentencia de Bayona, 23 de abril de 1463), ocasión en que se halló personalmente la Reina. En virtud de este arbitraje, doña Juana debería ser rehén del arzobispo de Toledo hasta la entrega a Castilla de la merindad de Estella.

Proseguía el levantamiento de Cataluña, que llamó ahora como rey a Pedro de Portugal, nieto por su madre del conde de Urgel, como si el Principado revisase por su cuenta el Compromiso de Caspe. Para luchar contra él, Juan II hubo de aceptar el hecho consumado del dominio de los Foix sobre Navarra, que incluía el asesinato de Blanca (2 de diciembre de 1464); en los meses siguientes pudo sofocar en parte la guerra en Cataluña, casi extinta en 1465.

Muerto don Pedro en octubre de 1466, se impusieron los radicales y las maniobras francesas: la Diputación llamó como Rey, deshaciendo la trayectoria histórica desde 1282, a Renato de Anjou. Para prevenir una invasión francesa, Juan II decidió la toma del Ampurdán, que permitiría cortar las comunicaciones a cualquier ejército expedicionario; Juana, que había recibido de su esposo la lugartenencia general del reino (6 de marzo de 1465), tras importantes gestiones de abastecimiento en la campaña del año anterior, ostentó el mando de estas operaciones en las que conquistó Berga, Besalú y Bañolas, aunque fracasó ante Rosas en noviembre de 1466.

Mientras Juan II desplegaba una gran actividad diplomática de cerco a Francia, encomendaba a su esposa apartar a los Foix de su clara toma de partido por ésta. La Reina se entrevistó con Leonor en Egea de los Caballeros, 20 de junio de 1467: acordaron una herencia separada de Navarra, para ésta, y de la Corona de Aragón, para Fernando. A cambio de prolongar la existencia autónoma de aquel reino, se cerraba para Luis XI una importante frontera. Enseguida se trasladó Juana a Tarragona, desde donde organizó el apoyo en hombres, víveres y recursos para la nueva campaña en el Ampurdán, ahora dirigida por su hijo Fernando y que concluyó negativamente en el mes de noviembre. Al volver a Tarragona, por vía marítima, Juan II y Fernando hallaron gravemente enferma a doña Juana, que falleció en esta ciudad el 13 de febrero de 1468.

 

Bibl.: C. Muñoz Roca-Tallada, Doña Juana Enríquez madre del Rey Católico, Madrid, Editora Nacional, 1945; N. Coll Julia, Doña Juana Enríquez, lugarteniente real de Cataluña (1461-1468), pról. de J. Vicens Vives, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1953, 2 vols.; L. Suárez Fernández, Enrique IV de Castilla. La difamación como arma política, Barcelona, Ariel, 2001; J. Vicens Vives, Juan II de Aragón (1398-1479). Monarquía y revolución en la España del siglo XV, ed. de P. Freedman y J. M. Muñoz i Lloret, Pamplona, Urgoiti, 2003; L. Suárez Fernández, Fernando el Católico, Barcelona, Ariel, 2004.

 

Vicente Álvarez Palenzuela

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