Ares de Santa María. Cea (Orense), p. m. s. XV – Oseira (Orense), c. 1499. Monje cisterciense (OCist.) y abad perpetuo del monasterio de Oseira. Muerto con fama de santidad.
Según Peralta, clásico historiador del monasterio de Oseira, descendía del hoy llamado San Cristovo de Sea, basado en que allí vivía, o las proximidades de dicha villa, en mitad del siglo XV, una familia con su mismo apellido “de hijosdalgos” a la cual el abad fray Juan de Sante les había otorgado una hacienda considerable, sin que se especifiquen las condiciones. La proximidad del monasterio y la vida que llevaban sus monjes despertó en él deseos de abrazarla, ingresando en Oseira en fecha desconocida. Era una época crucial en que la observancia religiosa se hallaba en franca decadencia, y el comportamiento de los abades no era nada edificante para el pueblo de Dios, porque disponían de los bienes sagrados como si se tratara de bienes propios, o quizá un poco peor; pues si esos bienes hubieran sido de sus familiares, de seguro no los hubieran enajenado muchas veces por precios irrisorios. Conviene —sin embargo— matizar estas afirmaciones, situándonos en aquellas circunstancias y constatar las grandes lacras que padecía la sociedad de aquellos tiempos, sin que se viera libre la Iglesia, ni siquiera las altas esferas vaticanas, pues eran los papas del Renacimiento los primeros en malversar los bienes de la Iglesia a favor de sus familiares y amigos.
Fray Ares de Santa María se manifestó siempre monje emprendedor y adornado de excelentes cualidades, hasta el punto de que al morir el citado abad Juan de Sante (1435-1456), los monjes pusieron los ojos en él y le colocaron al frente de la abadía. Dícese que al verse sublimado al cargo siguió el proceder de sus antecesores, disponiendo de los bienes aforándolos fácilmente, aunque no estará mal advertir que no pudiendo los monjes cultivarlos por falta de mano de obra —pues eran raros los hermanos conversos en esta época— hallándose baldíos, le pareció a este abad más cristiano ponerlos en manos de particulares por la renta que quisieran aportar, única manera de conseguir algún beneficio y, sobre todo, de ejercer la justicia social de manera edificante. Por lo tanto, este abad y los restantes que le precedieron y siguieron en la época, en medio de sus errores, merecen máxima indulgencia por hallarse animados de buena voluntad.
Hay un recuerdo excelente que se puede apuntar en favor de este hijo de Cea, el haber mandado elaborar el llamado Tumbo viejo, obra primorosa y necesaria digna del mayor elogio. Con objeto de que los monjes tuvieran un inventario de todas las propiedades del monasterio —a fin de poder defenderlas mejor— ordenó hacer esa obra primorosa. Hay que situarse en los últimos años del siglo XV, concretamente en el año 1473, en que se llevó a cabo la elaboración de uno de los códices más valiosos del archivo, tanto por la elegancia de su ejecución, como por el contenido, pues sabemos que este inventario detallado de la hacienda jugó en ocasiones un papel decisivo en favor del monasterio, a la hora de dictar sentencias en algunos pleitos.
Además del interés que ofrece el prólogo —escrito en gallego, así como la mayor parte del códice—, lo estimaban los monjes en gran manera, a causa de los servicios prestados. Hubo alguna ocasión en que se le dio la misma fe que al documento auténtico extraviado, por hallarse debidamente autenticado por un escribano público. Igualmente lo estimaban por su hermosa caligrafía, escrito “con harta curiosidad”, como dice Peralta, lo que daba a entender que en él había intervenido una mano experta.
Añaden que este abad se preocupó no poco de la atención espiritual de los colonos y renteros del monasterio, mandando construir iglesias y capillas en distintos puntos estratégicos a fin de que pudieran acudir a ellos para recibir los sacramentos de la Iglesia. Todavía en su tiempo continuaba el hospital creado en los primeros tiempos atendiendo caritativamente tanto a los huéspedes y peregrinos como a los enfermos de la comarca. Parece falleció este abad hacia 1485, al cabo de veintinueve años de gobierno.
Fuentes y bibl.: Archivo de Oseira.
T. de Peralta, Fundación, antigüedad y progresos [...] del Imperial Monasterio de Osera, Madrid, Melchor Álvarez, 1677, págs. 229-232.
Damián Yáñez Neira , OCSO