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Enrique Pla y Deniel

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Biografía

Pla y Deniel, Enrique. Barcelona, 19.XII.1876 – Toledo, 5.VII.1968. Canónigo, obispo de Ávila y Salamanca, arzobispo de Toledo, consejero de Estado, procurador en Cortes, cardenal.

Comenzó los estudios eclesiásticos en el Seminario de Barcelona y los completó a partir de 1894 en la Universidad Gregoriana de Roma, como alumno del Pontificio Colegio Español, con los doctorados en Teología, Derecho Canónico y Filosofía, al tiempo que merecía el premio extraordinario en la primera de dichas disciplinas, instituido por el cardenal Billot, antiguo profesor de la mencionada universidad. Recibió la ordenación sacerdotal en Roma el 15 de julio de 1900 y de regreso a su ciudad natal destacó pronto como eminente sociólogo y activo organizador, tareas que alternó con el desempeño de varias cátedras en el Seminario y diversos cargos de responsabilidad en la curia diocesana. También fue nombrado por oposición canónigo de la catedral barcelonesa (1912), tras haber hecho brillantemente las correspondientes oposiciones.

Consagrado a difundir las doctrinas sociales de León XIII, bien pronto se convirtió en un verdadero apóstol de los suburbios barceloneses y fruto de esta actividad fue la fundación de un hogar para acoger a los obreros en las horas de descanso. Cooperó activamente en la organización y desarrollo de la Semana Social de Barcelona y en el Congreso litúrgico de Montserrat. Dirigió por encargo de su obispo la obra de Acción Social Popular en un momento harto grave para dicha institución, y fue igualmente director de la Revista Social, del Anuario Social y del semanario obrero El Social, muy difundido en aquellos tiempos por toda España. Llegó a estar considerado como uno de los sacerdotes más instruidos del clero español en las ciencias eclesiásticas a la vez que promotor de iniciativas pastorales.

A pesar de su inicial resistencia para aceptar el episcopado, el 4 de diciembre de 1918 fue nombrado obispo de Ávila por el papa Benedicto XV y recibió la consagración episcopal el 8 de junio de 1919, en la catedral de Barcelona, de manos del nuncio apostólico Francisco Ragonessi. Durante los diecisiete años que ejerció su episcopado en Ávila realizó una admirable labor en beneficio de la Iglesia. Su preocupación constante por los obreros le llevó a fundar la “Casa Social Católica”, en la que sostenía la escuela gratuita allí establecida y encabezaba con cuantiosos donativos cuantas suscripciones se abrían en favor de los necesitados.

Tarea suya fue la implantación del Código de Derecho Canónico, la visita pastoral, la restauración y puesta a punto de las instituciones eclesiásticas, la celebración de concursos generales para las parroquias entre el clero, la reconstrucción y reparación de edificios religiosos, la atención a los sacerdotes, el cuidado del Seminario diocesano y el notable vigor de la naciente Acción Católica. También fue animador de diversas iniciativas sociales. El 2 de junio de 1928 participó en el Congreso Ascético-Místico celebrado en honor de San Juan de la Cruz.

Llegó a estar considerado como el mejor obispo español de su tiempo, tanto por su preparación intelectual —demostrada en sus escritos pastorales— como por su escrupulosidad en la administración diocesana, su adhesión a la Santa Sede y sus virtudes sacerdotales, en especial la caridad y la humildad. Dejó tan buen recuerdo en Ávila que fue trasladado a Salamanca y preconizado obispo de la ciudad del Tormes el 28 de enero de 1935, en cuya diócesis hizo una fecunda labor pastoral durante los años de la República y de la Guerra Civil. El 6 de noviembre de 1940 restauró la Pontificia Universidad Eclesiástica de Salamanca con sus Facultades de Teología y Derecho Canónico. Fue presidente del Consejo de Obispos y de la Comisión Episcopal para la Universidad Eclesiástica de Salamanca.

Otras empresas fueron la ordenación administrativa de la diócesis ante la supresión del presupuesto del Culto y Clero, la organización de la Acción Católica y la atención primordial a los sacerdotes.

Nombrado arzobispo de Toledo el 31 de octubre de 1941, tomó posesión de la misma el 25 de marzo de 1942. Centró su acción pastoral en la restauración cristiana de la diócesis, devastada en la reciente persecución religiosa, por la que fueron asesinados doscientos ochenta y un sacerdotes, varias decenas de religiosos y numerosos católicos. Restauró el edificio del Palacio Episcopal, los tres seminarios diocesanos de Toledo y Talavera, reconstruyendo templos, parroquias, conventos y casas rectorales, y creó nuevas parroquias.

Recogió la herencia espiritual del cardenal Gomá, que fue el primero que promovió la reconciliación de los españoles, respetando al nuevo Estado, reconocido internacionalmente. Por ello apoyó el referéndum institucional de 1947, convencido de la necesidad de unir todas las fuerzas internas por el bien del pueblo en tiempos de graves dificultades económicas.

En el año 1951 promovió la celebración de un concilio provincial, al que asistieron todos los prelados de las diócesis sufragáneas de la provincia eclesiástica.

Dotó a los seminarios de mejoras materiales y de nuevos valiosos planes de estudio, siendo en su tiempo muy numerosas las vocaciones. Trazó todo un programa de restauración espiritual y material, y de conformidad con este programa se fue desarrollando una acción pastoral intensa, casi siempre callada, metódica, firme y paternal a un tiempo porque la obra de devastación de la archidiócesis primada había sido inmensa; mucho había sido lo destruido y lo robado; quedaban todavía muchos edificios, iglesias y casas rectorales por reparar, y sería obra de muchos años volver a restaurar altares, retablos, imágenes, alhajas y ornamentos.

Una empresa tan vasta y compleja exigía un dispositivo de fuerzas e instituciones, que fueran vivificando la diócesis y haciéndola resurgir de sus ruinas. Celebró periódicamente reuniones con los sacerdotes y de ellas salieron acciones apostólicas concretas, como dos campañas preparatorias del cumplimiento pascual para hombres en la ciudad de Toledo, el fomento de la asistencia a misa en la misma ciudad, y, finalmente, se echaron los primeros cimientos de los Institutos de Especialización Sacerdotal, cuyos estatutos aprobó en 1955. Cada año celebró dos o tres cursillos para renovación espiritual e intelectual de los sacerdotes, llegando a celebrar veinticinco, con una asistencia de unos ochocientos sacerdotes. Fue también presidente de la Conferencia de Metropolitanos y de la Comisión Permanente, presidente de la Junta Suprema de la Acción Católica Española, presidente de la Dirección Central de la Acción Católica, de la Unión Misional del Clero y de otras organizaciones eclesiásticas.

En el ámbito civil, renunció resueltamente a los cargos de procurador en Cortes (lo fue sólo durante el primer trienio), miembro del Consejo del Reino y del Consejo de Regencia. Mantuvo el cargo de consejero de Estado, por su carácter técnico y por estimar que el nombramiento iba ligado a la sede toledana. Por el sello eclesial y sereno de sus actuaciones, intervino en numerosos acontecimientos tanto de la Iglesia Universal como de la historia nacional. Fue el interlocutor nato entre los obispos y la Sede Apostólica, con la Nunciatura, por una parte, y el episcopado español y el jefe del Estado, por otra. Sus características fueron su tacto prudente y sereno y su diligencia pastoral.

Pío XII le creó cardenal en el consistorio del 18 de febrero de 1946 y le asignó el título de la iglesia romana de San Pedro in Montorio. Presidió como cardenal legado de Su Santidad el Congreso Nacional de la Juventud de Acción Católica en el año compostelano de 1946 y la apertura de la puerta santa en 1948, el Congreso Eucarístico Nacional de Granada en 1956 y el Congreso Nacional Mariano en Zaragoza en 1954. Intervino activamente en los cónclaves de los que salieron elegidos Sumos Pontífices Juan XXIII (1958) y Pablo VI (1963). Perteneció a las congregaciones romanas de Religiosos, la de la Iglesia Oriental y la de Ritos. Formó parte de la comisión de cardenales que preparó el Concilio Vaticano II, algunas de cuyas sesiones presidió en nombre del papa Juan XXIII.

Como presidente de las Conferencias de Metropolitanos Españoles fue el principal promotor e impulsor del magisterio colectivo de los obispos, con documentos e instrucciones de carácter religioso y moral, respondiendo a las necesidades de la época: la propaganda protestante en España, deberes de justicia y caridad, apostolado de educación, el magisterio de la Iglesia, la misión de los intelectuales católicos, la actitud cristiana ante los problemas morales de la estabilización y el desarrollo económico, etc. La revista Ecclesia, órgano de la Junta Central de la Acción Católica Española, considerada como la voz del Papa y de los obispos, se fundó en su tiempo y bajo su patrocinio; exenta de censura estatal, suyos fueron los editoriales de mayor importancia religiosa y política de su tiempo. Apoyó con enorme fuerza los movimientos de apostolado obrero y sus publicaciones nombrando a los consiliarios nacionales y constituyéndose en defensor y orientador de sus actuaciones y ministerios, especialmente de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y de la Juventud Obrera Católica (JOC) en los difíciles años sesenta, cuando España comenzaba a abrirse a Europa y al mundo y la situación social del país había evolucionado favorablemente elevando el nivel de vida y atenuando la presión gubernamental. Quería el cardenal que a través de la Acción Católica se preparasen hombres y mujeres para la acción política, capaces de hacer evolucionar al Régimen hacia formas de mayor participación de los ciudadanos. Sus respetuosos, pero polémicos enfrentamientos epistolares con los ministros más representativos del momento —el secretario general del Movimiento y delegado nacional de Sindicatos, José Solís; el de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, y el de Gobernación, general Camilo Alonso Vega— demostraron el talento y valentía del cardenal primado. Su polémica con el ministro Solís afectó directamente a las actividades de la HOAC y de la JOC, así como los movimientos sindicales católicos, que criticaron el sindicalismo oficial español, y fueron defendidos por el cardenal primado frente a dicho ministro, que era también el delegado nacional de Sindicatos. Éste tuvo que pedirle excusas al cardenal.

La defensa de Pla y Deniel fue tan contundente que el mismo general Franco le dio la razón y obligó al ministro a retirar el tono polémico de su carta.

Este enfrentamiento trascendió a la opinión pública y sirvió para reforzar la autoridad moral del cardenal como defensor de la autonomía de la Iglesia frente a las injerencias del Estado.

Mostró su preocupación por el hecho evidente de que los sindicatos habían defraudado las esperanzas que se había puesto en ellos para difundir entre los obreros la doctrina social de la Iglesia. Con ello demostró una vez más que, aunque consideraba que la Guerra Civil Española había sido una “cruzada”, nunca quiso comprometerse con el Régimen cuando entraban en juego los intereses espirituales. Consiguió que se quitaran o suavizaran las sanciones impuestas a los dirigentes de las organizaciones obreras católicas en años de fuerte represión de las libertades políticas y sindicales. Desde la prudencia y moderación tuvo una gran libertad de espíritu en sus intervenciones públicas porque fue coherente con sus principios y actuó siempre en favor del pueblo español, convencido de que lo más oportuno era no crearle mayores dificultades a un Régimen que atravesaba momentos muy difíciles, pero que, a la vez, era el único capaz de garantizar una cierta estabilidad política, un desarrollo económico y una evolución pacífica de las instituciones, habida cuenta tanto de la situación interna como del contexto político internacional.

En mayo de 1962, cuando era inminente la apertura del Concilio Vaticano II surgió una sutil polémica entre la Iglesia y el Estado provocada por éste, a raíz de una intervención del ministro de Asuntos Exteriores, Castiella, quien pidió a la nunciatura que determinara lo que se entendía como apostolado seglar, estableciendo de común acuerdo la interpretación y aplicación de la disposición concordataria que expresamente se referían a la actividad de las Asociaciones de Acción Católica. El ministro había escrito una carta al cardenal primado pidiéndole aclaraciones sobre un manifiesto hostil al Régimen que había sido publicado “con licencia eclesiástica”. Pla y Deniel respondió, como había hecho siempre, defendiendo el derecho de la Iglesia a intervenir en cuestiones sociales.

Un mes antes de su muerte, fue elegido, el 5 de junio de 1968, académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas para la medalla 14, sin que llegara a tomar posesión.

 

Obras de ~: La obra de Balmes en la historia de la filosofía y en la filosofía de la historia, Vich, 1907; Balmes y el sacerdocio, Barcelona, Luis Gili, 1910; El Rdmo. P. Francisco Javier Wernz XXV Prepósito General de la Compañía de Jesús, Barcelona, 1915; La acción católica, Ávila, 1926; La Madre de los Espirituales, devoción de los Nuevos Santos Españoles a Santa Teresa de Jesús; carta pastoral con motivo de la canonización de Santa María Micaela, Ávila, 1934; Apóstol de Jesucristo. Carta pastoral con motivo de su entrada en la diócesis, Salamanca, 1935; Las dos ciudades; carta pastoral, Salamanca, 1936; Los delitos del pensamiento y los falsos ídolos intelectuales; carta pastoral, Salamanca, 1938; Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola para el clero; instrucción pastoral, Salamanca, 1938; El triunfo de la ciudad de Dios y la resurrección de España, Salamanca, 1939; El Buen Pastor y los ejercicios espirituales del clero: manual de los deberes del sacerdote en su vida interior, exterior y cargo pastoral, según la Sagrada Escritura y el Código de Derecho Canónico, precedido de una instrucción sobre el método, Barcelona, Lumen, 1941; El catolicismo, religión de la nación española, s. l., 1953; Alocución a los obreros el 1 de mayo de 1956, Madrid, 1956.

 

Bibl.: C. Palencia Flores, Crónica de Toledo, Toledo, Ayuntamiento, 1945; A. Granados García, Veinte años de pontificado, Toledo, Diputación Provincial, 1962; B. Morán y Sánchez Cabezudo, El Cardenal Primado de España y el origen del poder, Madrid, Studium, 1965; L. Moreno Nieto, El primado de España. Veinticinco años de pontificado del cardenal Pla y Deniel en Toledo, Toledo, Diputación Provincial, 1967; F. Díez Pardo, Oración fúnebre en las honras del Cardenal Arzobispo de Toledo y Primado de España D. Enrique Pla y Deniel, Toledo, Editorial Católica Toledana, 1968; P. Martín Hormigos, La espiritualidad del sacerdote diocesano en los documentos pastorales del cardenal Pla y Deniel, Madrid, 1971; L. Moreno Nieto, Crónica de 25 años en Toledo (1946‑1970), Toledo, Ayuntamiento, 1973; V. Cárcel Ortí, “Benedicto XV y los obispos españoles. Los nombramientos episcopales en España desde 1914 hasta 1922”, en Archivum Historiae Pontificiae, 29 (1991), págs. 197-254; G. Sánchez Recio Valladolid, De las dos ciudades a la resurrección de España: magisterio personal y pensamiento político de Enrique Pla y Deniel, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil Albert, 1995; V. Cárcel Ortí (ed.), Actas de las Conferencias de Metropolitanos Españoles (1921-1965), Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), 1994; V. Cárcel Ortí, Pablo VI y España, Madrid, BAC, 1997, págs. 402-403; La Iglesia y la Transición Española, Valencia, Edicep, 2003, págs. 87-105; A. Sainz-Pardo Moreno, Enrique Pla y Deniel. Un cardenal fiel y prudente, Madrid, Edibesa, 2008.

 

Vicente Cárcel Ortí