Vélez de Guevara, Íñigo. Conde de Oñate (I). ¿Oñate (Guipúzcoa)?, 1420 – Valladolid, 20.IV.1500. Capitán general en Guipúzcoa, Vizcaya, Álava y merindades de Rioja y Encartaciones, consejero real.
Hijo de Pedro Vélez de Guevara y de Constanza de Ayala, Íñigo no estaba destinado a regir el señorío de Guevara, pero su hermano Pedro falleció sin herederos, lo que le obligó a abandonar la carrera eclesiástica que, como buen segundón, le tenía ocupado en Roma.
Inteligente, decidido, autoritario, diplomático, implacable, cruel, y arrogante. Así era, según los especialistas, Íñigo Vélez, siempre consciente de su linaje, un linaje que reproducía el prototipo del personaje noble castellano y cuyos miembros tenían bien ganada fama de feroces. Así, no habían dudado en apoderarse del patronato del Monasterio de San Miguel y de las ferrerías de Zubillaga. Cuando en 1388, un nutrido grupo de hidalgos presentaron un listado de desafueros para desligarse del señorío feudal, el abuelo de Íñigo, Beltrán, los procesó criminalmente, mandando quemar sus bienes y finalmente los desterró.
Su padre, Pedro, fue el responsable directo, según no pocas fuentes, de la quema de Mondragón en 1448, en el contexto de las luchas de gamboínos y oñacinos.
Y es que los Vélez de Guevara —otros autores hablan de los Ladrón de Guevara— disfrutaban de un señorío espléndido y muy definido —gracias a compras, permutas, donaciones, mercedes y matrimonios— con tierras en Álava y Guipúzcoa. Nacido sobre un original patronato o iglesia propia —el Monasterio de San Miguel de Oñate— y con jurisdicción en lugares como Guevara, valle de Léniz, y Haro, el señorío también extendía su poder en hermandades como Varrundia, villas como Zalduendo, lugares como Urízar, monasterios en Vergara, Elgueta, Hermua, heredades como Mendoza, y la ferrería de Zalguíbar con sus molinos. Los Vélez eran miembros de la cofradía de Arriaga, junto con los Mendoza, y ostentaban la dignidad de merinos mayores en la zona guipuzcoana, así como tenencias y cargos cortesanos en Navarra.
Era una de las familias más importantes del Reino con enlaces familiares de linajes norteños, navarros, aragoneses o del norte castellano, caso de los Ayala, Manrique o Rojas.
El primer problema que tuvo Íñigo fue la simple toma de posesión de su señorío —dirigido por su madre mientras se producía su regreso de Roma— redactando contra reloj un epistolario que le permitiera llevar a cabo aquella acción de la mejor forma posible.
Y es que la vulnerabilidad del patrimonio de los Guevara había provocado el secuestro de buena parte de aquél, por parte del Rey, hasta que se determinasen los herederos. Íñigo consiguió que Calixto III recuperara parte de aquellos bienes al tiempo que remitía al Rey documentos que demostraban sus derechos, lo que finalmente provocó que se levantara el secuestro en 1456, dentro de un contexto de gran tensión dominado por la lucha de bandos, y los enfrentamientos entre la hermandad y los nobles. En este ambiente, y tras la junta de parientes mayores de Ubitarte que provocó una auténtica guerra, el rey Enrique IV decidió desterrar a los revoltosos, incluido a Íñigo, que fue destinado a Jimena dos años, si bien parece que donde verdaderamente residió fue en la Corte desde agosto de 1458, volviendo su madre a ocuparse de la gobernación del señorío.
Los dos enemigos declarados de Íñigo eran la Hermandad de Guipúzcoa, en cuyo punto de mira se encontraba Oñate, a la que aspiraban a incluir en su seno, y Mondragón. A la vuelta del destierro, una vez más, Vélez de Guevara se hizo cargo de su patrimonio y desarrolló una política conducente a entenderse con Mondragón, casi el único punto pacífico del programa. El resto no fueron sino pleitos y enfrentamientos varios: con su sobrina Constanza por la herencia recibida de su madre y hermana de Íñigo, Isabel; con el mariscal de Ampudia, Pedro de Ayala, su tío por parte de madre. Y, naturalmente, como oñacino, no faltaron enfrentamientos con los gamboínos incluyendo la muerte con sus propias manos de Juan López, señor de Murúa, en 1476. No era menos problemática su lucha por conservar un patrimonio que, lenta pero inexorablemente, optaba por el realengo —caso de las hermandades de Barrundia que transmitieron un movimiento de independencia al valle de Léniz y a la villa de Salinas—. Íñigo, un verdadero señor de horca y cuchillo, comenzaba a perder pleitos aunque los contrincantes fueran modestos, como los labradores de Léniz que interpusieron demanda por abuso de autoridad.
Vélez de Guevara fue, ante todo, un ricohombre de Castilla, caracterizado por su estirpe, matrimonio y privanza. Y, aunque más distanciado que sus homónimos de los asuntos generales del Reino, se mostró, en la guerra civil entre Enrique IV y su hermano el príncipe-rey Alfonso, partidario del primero a cuyo consejo pertenecía. El Monarca le compensaría con diversos situados y rentas sobre salinas, carnicerías, y hierro. En este contexto ostentó la dignidad de capitán general en Guipúzcoa, Vizcaya, Álava y las merindades de Rioja y Encartaciones. Cuestión debatida es el título de conde que algunos autores afirman ostentaba desde 1469, si bien la fecha oficial es un año posterior. Los Reyes Católicos le confirmarían en el título en 1481 o 1489. Ya en 1476 se manifestó de forma expresa a favor de los Reyes Católicos dándoles acogida en su casa-torre de Guevara. También se intituló adelantado mayor del Reino de León desde 1480 hasta que, en 1490, renunció en Alonso de Pimentel, conde de Benavente. No obstante, su actuación resulta local y casi modesta, no conociéndose hechos militares de relevancia en los que tomó parte, si bien consta su participación en una leva de gente en 1461 y otra a finales de siglo, esta última con destino a la armada dirigida a Flandes.
La obra de su vida se centró en dirigir con mano férrea su señorío cuya administración estaba en manos de judíos. Pero fue una lucha contra corriente, no percatándose de los aires de libertad que se respiraban en su señorío, único señorío jurisdiccional que existió en Guipúzcoa y modelo de otros señoríos vascongados y alaveses, en donde se enfrentaba su poder con del Rey, el de la hermandad y el del autogobierno municipal. Sus intentos de monopolizar determinadas industrias —salinas, ferrerías,...— no tuvieron éxito, el tema de la percepción de rentas tampoco sería pacífico y hubo de asistir al desmantelamiento de su mayorazgo. Sus relaciones con la Iglesia, sin embargo, no fueron malas: los Guevara eran patronos de varios monasterios guipuzcoanos y alaveses. Íñigo no olvidaría su estancia en Roma: a imitación del castillo de Santángelo mandó edificar el propio de Guevara.
El I conde de Oñate casó en primeras nupcias con Beatriz de Guzmán, señora de Burujón e hija del señor de Orgaz y de Sancha Ponce de León. Viudo por vez primera, se volvió a casar con María Meneses, hija del señor de Palacios de Valduerna y de Teresa de Meneses. De nuevo viudo, contrajo un tercer matrimonio con Juana Manrique —con una dote y arras espléndida—, hija del I conde de Treviño, Diego Gómez, adelantado y notario mayor de León, y de su mujer María de Sandoval, y hermana del I duque de Nájera. Tuvo descendientes de dos matrimonios, lo que motivó abundantes problemas sobre todo por el primogénito varón Víctor, hijo del primer matrimonio.
Íñigo Vélez de Guevara otorgó cuatro testamentos entre 1491 y 1499. Fallecido Víctor, fue su hijo Pedro el heredero, si bien los enfrentamientos con su cuñado el duque de Nájera le llevaron a realizar concesiones a favor del hijo de Pedro, esto es, de su nieto.
El I conde de Oñate falleció en Valladolid el 20 de abril de 1500, dejando tras de sí la estela del prototipo de noble medieval cuya época había llegado a su fin.
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Dolores Carmen Morales Muñiz