Báez Eminente, Francisco. Portugal, ? – Madrid, ¿1689? Hombre de negocios de Felipe IV y Carlos II.
Comenzó a operar en Castilla a finales de los años treinta. Vecino de Sevilla primero y de Madrid a partir de los años ochenta, sólo intervino en operaciones financieras fuera de la Península de forma esporádica. Al parecer, su segundo apellido procede del calificativo que le dispensó el propio Felipe IV cuando, en conversación con él, lo calificó de “eminente” por los originales métodos que proponía para mejorar los rendimientos de las rentas de aduanas. Abandonó así los apellidos de reminiscencia judeoconversa de sus padres, Enríquez Faro y Enríquez Pereira, negociando a partir de entonces con el de “Eminente”.
Concentró su actividad en la gestión de los Almojarifazgos de Sevilla y de Indias y en el abastecimiento del Ejército y Armadas Reales con base en Andalucía. En 1651 obtuvo el arrendamiento del Almojarifazgo de Indias, por el que anticipó cincuenta mil escudos de plata que situó en Flandes. Consiguió administrar esta renta no sólo por la cantidad que ofreció como anticipo, sino por las innovaciones que esgrimió en su memorial para mejorar las rentas de aduanas y que partían de postulados antimercantilistas. Según su propuesta, el único modo de mejorar la economía de la Monarquía consistía en activar el comercio y procurar estímulos a la importación, ya que Castilla se podía permitir pagar aquellos productos con la plata de Indias. Proponía disminuir la cuantía de los aranceles para estimular la entrada de todo tipo de productos y hundir el negocio que suponía introducir mercancías que no hubieran pagado los preceptivos derechos. La teórica disminución que se produciría en la recaudación por la bajada de aranceles quedaría compensada y aun acrecentada, según su tesis, con el aumento del tráfico comercial y la reducción del fraude fiscal.
Eminente se hizo con el control conjunto de las aduanas de Sevilla y Cádiz a partir de 1663 durante un corto espacio de tiempo. Pero a partir de 1668 se afianzó firmemente en ellas y, aunque no rebajó nominalmente las tasas, implantó en Cádiz, con la aquiescencia de los comerciantes de la Carrera de Indias, el llamado “Pie de Fardo” y “Cuarto de tabla”. Esta novedad significó que la mitad de la mercancía que se introducía por aquella aduana no pagaba derechos y de lo que se recaudaba de la otra mitad, debía rebajarse la cuarta parte. El éxito del sistema superó sus esperanzas, ya que al parecer las importaciones crecieron, el precio de los productos bajó y la cuantía de la recaudación de los impuestos no se resintió, pues fue compensada por el incremento del número de productos importados que pagaban derechos. Se trataba, en definitiva, de arruinar a los contrabandistas que actuaban en la bahía de Cádiz, de modo que su actividad no fuera rentable. Sin embargo, esta iniciativa le valió ser considerado uno de los principales responsables del hundimiento de Sevilla como puerto del monopolio comercial con América, ya que las tasas aduaneras sevillanas no se modificaron a la baja, amén de suponerle el principal responsable de la crisis sufrida por las manufacturas autóctonas en beneficio de las extranjeras, según manifestó en sus obras Gerónimo de Uztáriz.
A partir de 1680 dio un paso más respecto a la gestión de las aduanas. Comenzó a negociar acuerdos para cada “nación” de comerciantes por separado y por grupos de productos. Algunos de estos convenios estuvieron en vigor durante casi todo el siglo XVIII y se conocieron bajo la denominación de “Convenios de Eminente”.
Respecto a su vida social y familiar, en 1653 había contraído matrimonio en la ciudad del Guadalquivir con Violante del Ribero. Mientras vivió en Sevilla actuó como benefactor de la Iglesia y los establecimientos asistenciales que ésta tutelaba. Asimismo, fue mecenas de artistas, entre ellos Murillo. Pero el hecho de considerarle responsable del declive económico de la ciudad le hizo acreedor de ataques furibundos por su supuesta adscripción criptojudía.
De su primer matrimonio nacieron dos hijos, Tomás Antonio y Juan Francisco. El primero, tras una escandalosa y agitada vida en Cádiz, terminó haciéndose sacerdote, aunque no por ello dejó de intervenir en los negocios familiares. El segundo, Juan Francisco, fue el verdadero heredero de la casa y del manejo de la firma. Quizá porque su vida se hizo incómoda en Sevilla o porque la estrategia comercial de su empresa lo requería, en la década de los ochenta Francisco Báez Eminente se trasladó a Madrid, donde contrajo segundas nupcias.
Respecto a su filiación judeoconversa, el episodio inquisitorial más grave que sufrió se produjo el 20 de diciembre de 1689 cuando el Santo Oficio secuestró sus bienes y lo encerró en las cárceles secretas que mantenía en la Corte. Unos meses antes, el 15 de abril de 1689, había delegado la administración de sus bienes y negocios en su hijo Juan Francisco y, por ello, tras un paréntesis en el que la administración de la casa corrió a cargo de Melchor de Suescum —que se manifestó claramente hostil a los intereses de la familia—, el joven Juan Francisco Eminente consiguió ponerse al frente de la firma. Sólo diecinueve días después de la muerte de Carlos II, su casa recuperó la facultad de gozar de juez conservador y privativo. Para entonces su padre había muerto, aunque no se conoce con precisión la fecha exacta.
En esos momentos era arrendataria de los derechos de aduanas más importantes que se cobraban en los pasos fronterizos castellanos, tanto por tierra como por mar. Almojarifazgos, Puertos Secos y Diezmos de la Mar estaban en sus manos bien directamente o a través de intermediarios. En conjunto, la firma controlaba el 9,5 por ciento de los ingresos globales de la Hacienda Real consignados en la Contaduría Mayor de Cuentas, lo que les convertía en los arrendatarios de impuestos al por mayor más importantes en 1700. Además, desde finales de 1698, Eminente se había comprometido a efectuar también el asiento de provisión de bastimentos para el sustento de la infantería y marinería de la Armada del Mar Océano durante tres años. Su posición en el rango de los financieros de la Corona no era ínfima, como a veces se ha señalado.
Tras el advenimiento de Felipe V, Juan Francisco Eminente fue nombrado miembro de la Contaduría Mayor de Cuentas, igual que antes lo había sido su padre y, además, en 1705 asumió de nuevo el arrendamiento de los Almojarifazgos Mayor y de Indias por tiempo de diez años.
No es el lugar para entrar a describir pormenorizadamente todos los extremos de este asiento que le valió, entre otras cosas, el título de tesorero de aquella Renta como tantas veces ocurriera en los reinados de los dos últimos Austrias con su progenitor. Baste decir que la firma del contrato, con la Guerra de Sucesión abierta en todos sus frentes, resultó ser una apuesta decidida por la continuidad de la actividad de la firma del lado del rey Borbón y por esta razón la Real Hacienda cedió a favor del asentista prerrogativas, tales como la permanencia de juez conservador, la exención de cualquier decreto de suspensión de pagos que pudiera producirse, la prórroga de al menos dos años para pagar a los titulares de juros que tuvieran sus situados sobre las rentas que arrendaba y, además, y esto era quizá lo más importante, la Corona reconocía a la firma como una de sus principales acreedoras.
Como contrapartida a todos estos beneficios, se encuentra al heredero de Francisco Báez Eminente adelantando sesenta mil reales a la Real Hacienda en 1709, uno de los peores años de la guerra peninsular para Felipe V. Sin embargo, Juan Francisco no pudo cumplir al completo los términos de su asiento, ya que su muerte acaeció el 23 de febrero de 1711.
Bibl.: A. Girard, La rivalité Commerciale et maritime entre Seville et Cádiz jusqu’a la fin du XVIII siècle, París, De Boccard, 1932; C. Sanz Ayán, Los banqueros de Carlos II, Salamanca, Universidad de Valladolid-Junta de Castilla y León, 1989; A. Domínguez Ortiz, Los judeoconversos en la España Moderna, Madrid, Mapfre, 1992; R. Fernández Durán, Jerónimo de Uztáriz (1670-1732), Madrid, Minerva, 1999; C. Sanz Ayán, “Financieros judeoconversos durante la Guerra de Sucesión en el ámbito peninsular”, en J. Contreras, B. J. García García e I. Pulido (coords.), Familia, Religión y Negocio. El sefardismo en las relaciones entre el mundo ibérico y los Países Bajos en la Edad Moderna, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores y Fundación Carlos de Amberes, 2003, págs. 407-423.
Carmen Sanz Ayán