Pérez-Seoane y Fernández-Salamanca, Manuel. Conde de Gomar (II). Madrid, 21.IX.1897 – 22.I.1935. Deportista, tenista.
Único varón de los tres hijos que hubo del matrimonio formado por María de la Concepción Fernández de Salamanca y Castilla y Manuel Pérez Seoane y Marín, que fue diputado a Cortes con el Partido Liberal durante la Restauración borbónica, concediéndole Su Majestad el rey Alfonso XII el título de conde de Gomar. El progenitor, sin embargo, falleció en mayo de 1901, por lo que Manuel Pérez Seoane y Fernández de Salamanca no sucedió en dicha merced nobiliaria hasta 1919 con su mayoría de edad.
Deportista excepcional, fue campeón de España en tres actividades diferentes en el mismo año: tenis, jockey y atletismo. Pero, además, el conde de Gomar era grande en cualquier deporte, y practicaba muchos, y al más alto nivel: en fútbol, interior derecha del Athletic; en jockey, delantero del prehistórico Sky; extraordinario en golf y en esquí; aficionado a la bicicleta, lanzador de disco y peso; corría los cien metros lisos con buena marca... En todo era completo. Sin embargo, el deporte por el que alcanzó fama mundial fue el tenis. Con un estilo elegante y efectivo, preciso y potente, encaja el conde de Gomar en la escuela de Cochet y Lacoste, que extendieron por Europa el checo Kazelúh y el inglés Fred Perry. La raqueta en mano de Gomar parecía la prolongación del brazo.
La suavidad y la armonía brillaban en su tenis dándole extraordinaria soltura de movimientos. Pegaba a la pelota con igual destreza de derecha que de revés y aunque no era jugador de red, tampoco rehusaba la volea. Lucía su habilidad tanto en los “singles” como en los dobles. Se le achacaba quizás cierta falta de consistencia cuando los partidos se alargaban a cinco sets.
En 1915, jugó su primer campeonato de España cuando aún no había cumplido dieciocho años, y fue finalista —duro de vencer, cinco sets— frente a su amigo Manolo Alonso. Sin embargo, se proclamó campeón sucesivamente en los tres siguientes años. En 1916, derrotando a José María Alonso y al hermano de éste al año siguiente, vengando así la derrota de dos años antes. Finalmente, en 1918 ganó a Eduardo Flaquer, en otros cuatro sets. Ese año, a los veintiuno de edad, bajó el telón de los campeonatos nacionales y se concentró en la Copa Davis y en otros grandes torneos extranjeros y campeonatos del mundo. El conde de Gomar comenzó entonces a dar a conocer su tenis por toda Europa, al tiempo que su fama decrecía en España, donde, sin embargo, era admirado por su actuación en Copa Davis y por las noticias que sobre sus victorias llegaban del extranjero. De hecho, en 1921, había abierto contra Gran Bretaña en Londres la presencia española en la Copa Davis, disputando dieciocho partidos en esta competición, doce en individuales de los que ganó siete, y seis en dobles, con victoria en tres. No participó, sin embargo, en la Olimpíada de 1920 y en la de 1924 ya estaba seriamente enfermo. Entremedias, participó en las ediciones de Wimbledon de 1922 y 1923. En el primer año perdió en segunda ronda, pero fue finalista en dobles con Eduardo Flaquer tras vencer en semifinales a la pareja francesa Lacoste y Borotra; mientras que en 1923 llegó a cuartos de final, lo que supone que venció en cuatro partidos en individuales. En Roland Garros lució asimismo su clase frente a los grandes jugadores de la época, entre los que se encontraba su amigo y rival Manolo Alonso, quien llegó a asegurar que el Conde de Gomar era el mejor “de todos nosotros, invencible cuando estaba en forma, pues en la estrategia era un maestro”. De hecho, siendo un hombre de esmerada educación —era abogado—, afable y buen amigo, simpático y acogedor, mereció el reconocimiento de todos cuantos le trataron. Su sonrisa permanente en los labios en cuantos concursos participaba, ganase o perdiera, quedó recogida en la mente de jugadores y aficionados con esta frase: The Gomar‘s smile. Alegre y divertido siempre, en los primeros años de su juventud, los excesos, controlados por un exquisito comportamiento, no causaron mella en su salud, pero terminarían por pasar factura.
Una cruel enfermedad, de difícil curación en los locos años veinte del siglo xx, lo retiró del deporte en 1923 con tan sólo veintiséis años mientras se encontraba en el mejor momento deportivo de su vida. En efecto, ese fatídico año de 1923 había sido, por contraste, una temporada gloriosa, disputando en Wimbledon la final del campeonato de mundo y frente a Francia, en Deauville, la final europea en el trofeo de la “ensaladera”, donde venció en un “single” y en dobles. En esta localidad francesa defendió por última vez a su patria, aunque intentó volver a jugar y la misma Federación lo aguardaba, si bien más preocupada de su tenis que de su mermada salud.
La vida de Manolo Gomar, como le llamaban los amigos, resultó cruelmente corta, tanto en lo deportivo como en sus días en la Tierra. Tenía treinta y ocho años cuando falleció en su casa de la calle Zurbano, n.º 28, de Madrid. Después de haber abandonado el deporte —una parte muy importante en su vida— doce años antes, muchos de los cuales permaneció recluido en la saludable sierra madrileña de El Escorial.
Allí, en la soledad del hotel Cumbres Altas, casi olvidado, menos de su familia y amigos leales, guardaba, según sus propias palabras, “la más profunda devoción hacia los íntimos, más reducidos cada día”. Le visitaba Eduardo Flaquer con frecuencia y recibía cartas de los hermanos Alonso, los otros “tres mosqueteros”, así como de las otras estrellas del tenis mundial: Susanne Lenglen, de Cochet, Lacoste, Borotra... Sin duda, la cruel enfermedad, que vino acompañada de la muerte, cortó una brillante carrera deportiva. Sucedería en el título su hermana Inés, casada con el productor de cine Julio Fleschner y Ros.
Bibl.: A. D. C. Macaulay, Behind the scenes at Wimbledon, London, Collins, 1965; E. Martínez, España en la copa Davis (Crónica de los encuentros de 1921 a 1969 y finales del “Challeuge Round”, Barcelona, Gráficas AGPO, 1970; R. Sánchez y E. Martínez, España en la copa Davis, Madrid, Federación Española de Tenis, 2000; Manuel Adrio, 125 años de Tenis en España, Madrid, Manuel Adrio, 2005, págs. 87-104.
Manuel Adrio Arrojo