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Félix María Sánchez de Samaniego Zabala

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Biografía

Sánchez de Samaniego Zabala, Félix María. Cosme Damián, Damián de Cosme. Laguardia (Álava), 12.X.1745 – 11.VIII.1801. Escritor.

Fue hijo de Félix Ignacio Sánchez de Samaniego y de Juana María Teresa Zabala, nacida en Tolosa (Guipúzcoa), de cuyo matrimonio nacieron nueve hijos. El palacio de los Samaniego en Laguardia estaba situado en la plazuela a la que se asomaba la iglesia románica de San Juan. Al haber ingresado su hermano mayor, Santiago, en los jesuitas, el escritor heredó la casa solariega con sus derechos y bienes: dos mayorazgos en Laguardia, con la finca de La Escobosa cercana al río Ebro; el señorío de Arraya, situado en tierras alavesas del interior; y los mayorazgos de Idiáquez, Yurreamendi (ambos en Tolosa) e Irala (en Oñate), con abundantes palacios, caseríos y tierras de labranza.

Aprendió las primeras letras en su pueblo natal, donde asistió luego al Estudio de Gramática, en el que estudió distintas materias (Latín, Gramática, Lectura y Comentario de Autores Clásicos). Este aprendizaje resultó fundamental para el autor, ya que le orientó de manera temprana a la creación literaria. Fallecida su madre en 1758, ante la desconfianza que tenía su padre por la enseñanza universitaria, fue enviado a completar su formación a Francia, siguiendo las costumbres de la nobleza vascongada. Asistió a clases en un colegio municipal de Bayona, regentado por los jesuitas, en el que estudió Humanidades. Sin olvidar la enseñanza religiosa, este plan estaba destinado al conocimiento de la lengua y de la cultura latina. Los autores frecuentados con mayor asiduidad fueron Horacio y Fedro que aparecerán de manera insistente en sus escritos. Concluidos los estudios, en 1763 volvió a su tierra.

Comenzó por entonces a frecuentar las tierras de Azcoitia, Azpeitia y Vergara, donde vivían sus tíos, los condes de Peñaflorida, y otros familiares. Enseguida pudo comprobar las inquietudes culturales, sociales y políticas de un grupo de nobles guipuzcoanos que se movían en aquel ambiente, y así en 1764 se fundó en Azcoitia la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País. El promotor de estas actividades era su tío Javier María de Munibe e Idiáquez, VIII conde de Peñaflorida. Al año siguiente, gracias a las gestiones que hicieron algunos vascos próximos a la Corona, llegaba la definitiva aprobación de la Real Sociedad Vascongada. Samaniego fue socio fundador y participó activamente en su funcionamiento.

Contrajo matrimonio en 1767 con Manuela de Salcedo, hija de una renombrada familia bilbaína. Los jóvenes esposos se fueron a vivir al palacio solariego de Laguardia, aunque pasaban largas temporadas en la finca de La Escobosa. Sin embargo, Samaniego alternaba este sitio con estancias temporales en Bilbao, Tolosa o Azcoitia.

Uno de los asuntos que más interesó a la Sociedad fue la educación, puerta del progreso y de la transformación de la sociedad, y a ella estuvo ligado en todo momento Samaniego. Sin embargo, hasta las Juntas de Marquina (1767) no se habló de la conveniencia de que la Vascongada promoviera un centro escolar. En 1771 empezaron las primeras actividades de la Escuela Provisional en Vergara. Por consejo de Peñaflorida, escribió por estas fechas un breve ensayo bajo el nombre Los males de La Rioja (1771) sobre los problemas de su tierra alavesa, y la Disertación sobre la utilidad de los establecimientos de Sociedades Patrióticas (1774), inédito hasta hace poco.

En 1775, Samaniego fue nombrado alcalde y juez ordinario de la villa de Tolosa por espacio de un año en virtud de los derechos que procedían de su mayorazgo de Yurreamendi. Intentó desempeñar su gestión de manera acorde con los principios de un regidor reformista.

La definitiva aprobación del Real Seminario Patriótico Vascongado se produjo en marzo de 1776 y en el mes de noviembre se iniciaron las clases oficiales. Para conseguir una formación moderna, fue necesario buscar manuales adecuados para la enseñanza: en algunos casos se utilizaron algunos ya existentes, mientras que en otras ocasiones se crearon ex profeso. Para el aprendizaje del idioma francés era texto obligado las Fables de La Fontaine, según los datos confirmados. No olvidaba tampoco Samaniego la formación de los alumnos con la lectura y estudio de Esopo, Fedro y La Fontaine, maestros para el adiestramiento literario y moral, y aprovechaba sus habilidades literarias para adaptar algunas fábulas. En las Juntas Generales de 1775, celebradas en Bilbao, presentó un repertorio de treinta y seis, y dio lectura a la titulada “La mona corrida”. Desde 1780, y con el fin de evitar problemas de organización en el Seminario, se dispuso que fuera dirigido de forma rotatoria por los socios de número. Samaniego ejerció la dirección durante ese curso con enorme entrega y seriedad. Acaso fue en esta época cuando escribió la Paráfrasis del ‘Arte Poética’ de Horacio, texto descubierto en los últimos tiempos. Nuestro autor hace una versión fiel al espíritu de la fuente, aunque presentado con el estilo comunicativo habitual en él.

Había acabado ya en 1777 su colección de fábulas que hizo llegar a Tomás de Iriarte en Madrid, el cual dio un informe favorable de ellas y le remitió más tarde el poema de La Música (1780) para sellar su amistad. En agradecimiento, el fabulista riojano incluyó unos versos laudatorios al poeta canario cuando publicó en Valencia sus Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Vascongado (1781). En el “Prólogo” indicaba que estas composiciones estaban escritas para los alumnos del Seminario de Vergara, destinatarios de sus enseñanzas morales, como confirman los versos “A los Caballeros Alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado” que abrían la colección. El éxito fue total: buenas reseñas en la prensa, excelentes ventas, y acierto al elegir un género que podía convertirse en paradigma de la literatura ilustrada. En agradecimiento por su exitoso trabajo y entrega, le ofrecieron de nuevo la dirección del Seminario en enero de 1782.

Su relación con Iriarte fue en principio amistosa, pero enseguida se enturbió. En 1782 había publicado éste sus Fábulas literarias. En la “Advertencia del editor” afirmaba que “ésta es la primera colección de fábulas enteramente originales que se ha publicado en castellano”, a pesar de que su autor conocía las de Samaniego. Los vicios literarios que criticaba, y las sospechas de que bajo algunas censuras supuestamente anónimas se podían esconder personas concretas, dio paso a numerosas polémicas. Participó en la refriega un anónimo con un libelo impreso con el título de Observaciones sobre las Fábulas literarias originales de Tomás Iriarte, que en realidad estaba escrito por Samaniego y había sido publicado en Vitoria, con el que acabaron de deteriorarse de manera definitiva las relaciones.

Con el fin de solucionar algunos problemas provocados por el centralismo borbónico, la provincia de Álava nombró a Samaniego comisario en corte en 1783. Las gestiones, de las que va dando cuenta en sucesivos informes, le llevaron mucho tiempo y preocupaciones hasta enfermar. En cuanto pudo, empezó a compartirlas con otras actividades más entretenidas y acordes con su profesión de escritor: asistencia a las animadas tertulias de la Corte (el marqués de Manca, Llaguno y Amírola, los marqueses de Baños, y acaso las de la condesa-duquesa de Benavente, la duquesa de Alba, la condesa de Montijo), presencia en los espectáculos teatrales y el cultivo de sus aficiones literarias.

El segundo tomo de las Fábulas apareció en Madrid en 1784. La colección definitiva está formada por ciento cincuenta y siete composiciones agrupadas en nueve libros en los que se reúnen un número arbitrario de apólogos. El poeta recoge los temas del fabulario tradicional. De las fuentes clásicas quedan registradas las que proceden de Esopo y las de Fedro; de los modernos, son evidentes las deudas de La Fontaine, de Florian y del británico John Gay. Con todo, Samaniego no es un traductor sino que pone al día un asunto tradicional al que confiere su propia personalidad, lo mismo que hicieron en otras épocas los maestros que él imitaba. Y como ellos, una vez conocida la fórmula, añadió un manojo de temas nuevos. Tiende a la concisión narrativa, pero rehuye el laconismo de los textos clásicos. Importaba, pues, que nuestro fabulista desempeñara con acierto su labor literaria dando a su creación una estética adecuada, acorde con su genio poético, y convirtiendo a los apólogos en vehículo de un ideario ilustrado capaz de sugestionar a los destinatarios. Ha sido el libro que más fama le ha dado, ya que es uno de los libros más editados de nuestras letras a lo largo de los tiempos, algunas ediciones con grabados que la acercan a la literatura emblemática.

Uno de los frentes que había descuidado Samaniego era el del teatro. Las aficiones escénicas del fabulista renacieron debido a la asidua asistencia a los coliseos de la capital durante la etapa madrileña. Se habían animado de nuevo las viejas polémicas entre casticistas —partidarios del teatro barroco y popular— y los renovadores —defensores del teatro neoclásico a los que se va a apuntar Samaniego—. La publicación por García de la Huerta del primer tomo del Teatro Español (1785), precedido de un prólogo militante contra los modernos, le pareció al fabulista una empresa disparatada, opuesta al buen gusto y a las normas clasicistas, contra la que escribió un folleto titulado 402. Continuación de las Memorias Críticas bajo el seudónimo de Cosme Damián. Aquél contraatacó en un ensayo titulado Lección crítica a los lectores del papel intitulado Memorias Críticas de Cosme Damián, en el que descalificaba el lenguaje de los vizcaínos y la lógica volteriana del memorista. La controversia enfrentó al extremeño a varios partidarios de la modernidad (Jovellanos, Iriarte, Forner, Moratín...). Dejó inédito Samaniego un fragmento de una contestación Número 403, pues simuló hacer la crítica a través de un periódico. Pero había de demostrar la verdadera hondura de sus conocimientos teatrales en un excelente artículo, “Discurso XLII”, aparecido en el semanario El Censor, a comienzos del año 1786 con la consabida firma de su seudónimo Cosme Damián, que es un auténtico proyecto de reforma del arte escénico no sólo en sus aspectos literarios sino también en los organizativos y de representación.

Aunque se había atribuido a varios autores (Forner, García de la Huerta), no cabe duda de pertenece a Samaniego el folleto Medicina fantástica del espíritu, y espejo teórico-práctico en que se miran las enfermedades reinantes desde la niñez hasta la decrepitud: con recetas y aforismos, que suministra la moral, escrita en metro joco-serio y prosa por el Dr. D. Damián de Cosme (1786). Está formado por dos piezas introductorias tituladas “A los santos médicos san Cosme y san Damián”, en décimas, y un “Prólogo” en romance donde explica su intención al escribirlo: hacer una revisión de la sociedad para sacar las pertinentes lecciones morales que sirvan para todos, cuyos principios se formulan en aforismos. De versificación variada y de estilo entre irónico y jocoso, se proyectan las ideas del Samaniego educador, moralista y sociólogo. Dejó la capital en julio de 1786. Asentado en Bilbao, al año siguiente llegó de la Corte el informe oficial con las concesiones pedidas sobre los aranceles que, aunque lejos de lo solicitado, fueron recibidas con agrado. Álava le agradeció sus gestiones con el regalo de una vajilla de plata, que rechazó a pesar de que aceptó una bandeja del mismo metal con las armas de la provincia.

Tomás de Iriarte publicó la Colección de obras en verso y prosa (1787). En ella incluyó varias composiciones poéticas contra los vizcaínos, en especial una titulada “A un vizcaíno” en la que sin citarlo trataba a Samaniego de “pollino”. El escritor alavés se enfadó mucho e hizo una glosa de esta décima que fue publicada en el Correo de Madrid (12 de abril de 1788, III). Escribió también un folleto intitulado Carta apologética del señor Masson (1788). Aparenta que quiere defender el honor nacional de los ataques de Masson de Morvilliers en la Enciclopedia (1782), que había provocado una dura polémica en defensa de la patria, en la que no entra, para censurar a su enemigo. El poder de los Iriarte consiguió que la Inquisición de Logroño se interesara por él y abriera un expediente informativo que fue sobreseído.

La mayor libertad en las costumbres de los españoles, el conocimiento de la literatura galante europea e hispánica, había favorecido la floración de la literatura erótica en nuestro país, por más que nunca viera la luz gracias al control de la Inquisición. El trato con La Fontaine, autor de los Contes et nouvelles en vers, pudo inspirar su vocación de escritor erótico. Los poemas quedaron inéditos, hasta que empezaron a editarse de manera parcial en antologías decimonónicas. Habrá que esperar hasta el siglo xx para que López Barbadillo lo editara con el nombre facticio de El jardín de Venus (1921). De distinta fuente procede El jardín de Venus. Cuentos burlescos editado en 1934, que añade algunos relatos nuevos. La colección se ha completado con distintas versiones manuscritas que han permitido recomponer con mayor fidelidad la creación erótica de Samaniego. Estos cuentos y poemas eróticos descubren un mundo vitalista y divertido.

Reflejan, por otra parte, la otra cara del hombre ilustrado: el libertino convive con el moralista, como dos caras de la misma moneda.

Participó todavía nuestro escritor en otra polémica con Iriarte cuando éste estrenó en Cádiz el melólogo Guzmán el Bueno (1790). Samaniego mostrará sus reservas sobre este género lírico-escénico, que se estaba poniendo de moda. Escribió contra él un discurso y la Parodia de ‘Guzmán el Bueno’, que quedó inédito por la muerte del escritor canario en 1791.

Sucedió aún otro episodio que acabó por trastornar su vida. Fue denunciado ante la Inquisición en 1793 por tenencia de libros prohibidos, pero el asunto quedó solucionado gracias a la ayuda de su amigo Llaguno y Amírola, ministro de Justicia. Tras estos sucesos, cayó enfermo y se refugió en su finca de La Escobosa. Seguía con sus aficiones intelectuales, mientras que la colaboración con la Vascongada es episódica. Su salud se fue deteriorando hasta que, después de recibir los sacramentos, murió el 11 de agosto de 1801. Fue enterrado en la capilla de la Piedad de la iglesia de San Juan, donde la familia poseía una sepultura.

 

Obras de ~: Fábulas en verso castellano para uso del Real Seminario Bascongado de los Amigos del País, t. I, Valencia, Oficina de Benito Monfort, 1781; t. II, Madrid, Imprenta Joaquín Ibarra, 1784; Medicina fantástica del espíritu, y espejo theóricopráctico, en que se miran las enfermedades reynantes desde la niñez hasta la decrepitud: con recetas y aforismos, que suministra la moral, Madrid, Pantaleón Aznar, 1786; El jardín de Venus. Colección íntegra de los graciosísimos cuentos libertinos de ~, ed. de J. López Barbadillo, Madrid, 1921 (ed. facsímil, Madrid, Akal, 1977); El jardín de Venus. Cuentos burlescos, Madrid, Talleres Gráficos El Fénix, 1934; Obras completas, intr. de E. Palacios Fernández, Madrid, Biblioteca Castro, 2001.

 

Bibl.: E. Palacios Fernández, Vida y obra de Samaniego, Vitoria, Caja de Ahorros Municipal, 1975; L. Areta Armentia, Obra literaria de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, Vitoria, Caja de Ahorros Municipal, 1976; A. Cascón Dorado, “Fedro en Samaniego”, en Revista de Filología Románica, 4 (1986), págs. 249-270; E. Palacios Fernández, “Samaniego y la educación en la Sociedad Bascongada de Amigos del País”, en I Seminario de Historia de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, San Sebastián, Real Sociedad Bascongada de Amigos del País (RSBAP), 1986, págs. 283-309; M. A. Helguera, Fuentes francesas en las fábulas de Samaniego, Vitoria, Fundación Sancho el Sabio, 1990; S. Velilla, Félix María Sánchez Samaniego, un vasco del siglo xviii: El señor de la Escobosa, San Sebastián, Ed. Txertoa, 1991; A. Ortiz de Urbina, Félix María Sánchez de Samaniego, fabulista, Vitoria, Diputación, 1995; J. M. González de Zárate, Las fábulas de Samaniego. Sus fuentes literarias y emblemáticas, Vitoria, Ed. Ephialte-Ayuntamiento de Laguardia, 1995; J. Garmendia Larrañaga, Samaniego, alcalde de Tolosa, San Sebastián, RSBAP, 1996; E. Palacios Fernández, “Las Fábulas de Félix M. de Samaniego: Fabulario, bestiario, fisiognomía y lección moral”, en Revista de Literatura, LX, 119 (1998), págs. 79-100; “Félix María de Samaniego, adaptador de cuentos eróticos de La Fontaine”, en La traducción en España (1750-1830). Lengua, Literatura, Cultura, Lérida, Universidad, 1999, págs. 309-320; J. A. Ríos Carratalá, “Las parodias del melólogo: Samaniego frente a Iriarte”, en J. Sala Valldaura (ed.), Risas y sonrisas en el teatro de los siglos xviii y xix, Lérida, Universidad, 1999, págs. 89-98; E. Palacios Fernández (ed.), Félix María de Samaniego y la literatura de la Ilustración, Madrid, Biblioteca Nueva-RSBAP, 2002.

 

Emilio Palacios Fernández

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