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Nuño de Arévalo

Biografía

Arévalo, Nuño de. Arévalo (Ávila), c. 1420 – Guadalupe (Cáceres), VIII.1502. Fraile jerónimo (OSH), prior, diplomático e inquisidor.

Originario de Arévalo, de donde toma su apellido, siendo todavía seglar, sirvió en la casa del arzobispo de Santiago —Rodrigo de Luna (1449-1460), sobrino del condestable don Álvaro, que alcanzó la mitra en plena juventud, gracias a sus influencias en la Corte y en Roma—, donde aparece como testigo en una donación efectuada en 1456, en compañía del alcalde de Compostela y otros notables del entorno de la Curia.

Precisamente la confianza que se granjeó con ambos personajes, que vieron en él méritos extraordinarios, explican que en un período anterior, el año 1443, en plena mocedad, actúe de intermediario —criado del condestable— en las intrigas políticas del reinado de Juan II, realizando cuatro viajes como mensajero confidencial entre don Álvaro y el obispo Lope de Barrientos, fruto de cuyos encuentros se puso en marcha la confederación realista que triunfaría en la batalla de Olmedo, frente a la facción nobiliaria hostil, próxima al rey de Navarra y a los infantes de Aragón.

En 1458 reaparece en la Corte desempeñando misiones de rango diplomático, sirviendo como embajador oficioso de Enrique IV ante Juan II de Navarra y Aragón, con quien se encontró en Daroca para acordar el matrimonio de los infantes castellanos Isabel y Alfonso con los aragoneses Fernando y Leonor, respectivamente.

Una de estas bodas reales, la de Isabel y Fernando, terminó celebrándose, pese a la ulterior oposición de Enrique IV, diez años después. De esta encomienda nacen posiblemente las buenas relaciones con los Reyes Católicos “de los cuales fue mucho amado y querido”.

No es citado por los cronistas de Enrique IV, por lo que debemos presumir que entró en religión poco después de 1459, cuando ya era “de edad perfecta”, no perdiendo su patronímico al entrar en la orden jerónima, lo que sucedía con frecuencia. En las violencias que hubo de sufrir Guadalupe, como secuela de las luchas civiles, fray Nuño aparece ya como persona de confianza del prior, encomendándosele, una vez más, en 1470 y 1473, misiones harto delicadas, como el intento de atajar un conato de motín en la Puebla.

Antes de entrar en religión —su breviario vino a parar a la biblioteca de San Miguel de los Reyes—, desempeñó el oficio de procurador del convento, en calidad de mayordomo, ocupándose de la administración de rentas y manteniendo buenas relaciones con los judeoconversos autóctonos. También es notable su ejecutoria como prior de Yuste, cuyo gobierno rigió en dos mandatos trienales “mejorándolo en religión y bienes temporales”.

En 1483 fue promovido al cargo de prior del célebre monasterio de Guadalupe, frente a la candidatura de fray Fernando de Úbeda, que contaba con el apoyo de los conversos. Ejerció como tal hasta 1495, siguiendo los pasos trazados por su predecesor, fray Juan de Serrano, muy vinculado también con Álvaro de Luna. Este cenobio fue uno de los más frecuentados por los Reyes Católicos, mostrando Isabel I una gran devoción y visitándolo en multitud de ocasiones; no en vano prior y soberana eran paisanos.

Como dejó escrito el cronista fray Diego de Écija: “En el tiempo que este santo varón fue prior frecuentaban mucho a venir a este monasterio los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, por la mucha devoción que tenían a esta santa casa de Nuestra Señora de Guadalupe; y, así, tuvieron a esta Señora muy favorable en todas sus cosas, porque no comenzaron negocio que fuese arduo que no viniesen primero a encomendarse a esta Reina de misericordia; y, así, salieron en todos ellos con mucha honra y victoria, siendo librados por Ella de muchos peligros. Y con el amor y devoción que a esta casa tenían quisieron que las infantas y el príncipe don Juan, sus hijos, se criasen y estuviesen algún tiempo en este monasterio”.

Así se explica la construcción de la hospedería, costeada con los bienes confiscados “de las haziendas de los iudios y hereges que fueron condenados”, así como otras obras de mejora y ampliación en la iglesia del monasterio. Las limosnas obtenidas por el convento no sólo le permitieron atender las necesidades internas de la institución con holgura, sino que pudo socorrer a los soberanos en la guerra con Granada.

En justa reciprocidad, Isabel de Castilla otorgó diversos privilegios que incluían un notable incremento del patrimonio y de la jurisdicción territorial del monasterio.

Sus planos corrieron a cargo del maestro de obras Juan Guas, el cual, hacia el año 1486-1487, concertó la obra con el prior y los maestros de albañilería y cantería, con un coste global de 2.732.333 maravedís. Esta hospedería estaba formada por dos cuerpos escalonados, y en ambos había sus claustros y galería, altas y bajas. En el más alto y próximo al monasterio se hallaban las habitaciones de los Reyes.

El salón de ceremonias tenía cerca de ochenta pies de largo por veinticuatro de ancho, siendo célebres sus artesonados. Fueron numerosos los artistas que lo adornaron, siendo probable que interviniera Juan de Flandes.

Mostró un inquebrantable celo antijudaico, lo que se tradujo que el año 1485 promulgara “un estatuto que no pudiese morar allí ningún iudio, y con esto quedó limpia aquella población de allí adelante desta lepra”, acabando con la antigua tolerancia de los jerónimos en cuestiones de linaje. En un capítulo general celebrado al año siguiente, se aprobó una resolución en virtud de la cual “no pudiessen admitir á nuestra religión hombre que con rigurosa provança no uviesse calificado su limpieza”, recibiendo el refrendo del papa Alejandro VI en 1495, quien le otorgó carácter perpetuo e irrevocable “con gran fruto y provecho de la religión”.

No en vano, el padre Sigüenza, que escribió en su Historia de la Orden de San Jerónimo una biografía apologética, amén de la “diligencia y industria” que aplicó en la persecución de los judaizantes del monasterio y la Puebla de Guadalupe, elogia los desvelos y el buen tino en la administración de la casa que gobernó más de una década, y que propició su prosperidad material. En efecto, habiéndose descubierto un inquietante foco de falsos conversos, entre los que se encontraban algunos monjes jerónimos, en cuanto prior y ordinario del lugar, solicitó el envío de inquisidores apostólicos. El historiador fray Gabriel de Talavera escribirá a este propósito: “haziendo siempre gran caudal del prior fray Nuño, los Reyes Cathólicos le cometieron el cuydado de limpiar el Reyno de los Iudíos y hereges que le inficionavan avía gran abundancia en este pueblo desta supersticiosa gente”. En torno al mes de noviembre de 1484 fueron destinados el doctor Francisco Sánchez de Lafuente, inquisidor en Ciudad Real y posterior deán de Toledo, y Pedro Sánchez de Calanda. Torquemada le transferirá la jurisdicción inherente al cargo de inquisidor en cédula expedida el 18 de julio de 1486.

Los procesos, celebrados entre 1485 y 1487, se saldan con siete autos de fe donde fueron condenados a la hoguera cuarenta y tres judaizantes e incinerados los huesos cuarenta y seis cuerpos previamente exhumados, sin contar los veinticinco quemados en efigie, los condenados a cárcel perpetua y multitud con sentencias más leves consistentes en destierro perpetuo y confiscación de bienes. Verdadero azote de los conversos, sus actuaciones son calificadas por el historiador Fidel Fita de “terribles y expeditivos”.

El mencionado Gabriel de Talavera escribirá de modo elocuente a este respecto: “Hizo muchas audiencias, condenando los culpados en el castigo justo de sus delitos, haziendo autos públicos delante del monasterio; y en siete que se hizieron, uvo cinqüenta y dos quemados, hombres y mugeres, por judayçantes, con un monge herege, que se llamava fray Diego de Marchena; desenterrados y bueltos en ceniza los huessos de quarenta y seys; veynte y cinco estatuas de ausentes, entregados al fuego; condenados á cárcel perpetua diez y seis; sin otros innumerables á quien pusieron sanbenito en señal de arrepentimiento de su culpa y condenaron á perpetuo destierro y confiscación de bienes, mandando al tiempo que se avian de yr pregonassen públicamente saliessen del pueblo todos los porfiados seguidores de la superstición iudayca, incurriendo los violadores deste mandato en gravíssima pena. Determinaron desde entonces, en honra de nuestra Señora, que no fuesse morador de aquel pueblo ningún iudío”.

Casi invidente —“hubiera sido prior hasta que muriera, si no le atajara una grave enfermedad de los ojos”—, enfermo de gota y muy anciano, encontró la muerte en Guadalupe, en agosto de 1502.

 

Bibl.: J. de Sigüenza, Historia de la orden de San Jerónimo, Madrid, NBAE, 1909; L. de la Cuadra, Catálogo-inventario de los documentos del Monasterio de Guadalupe, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, Servicio de Publicaciones, 1973; H. Beinart, Los conversos ante el tribunal de la Inquisición, Barcelona, Riopiedras, 1983; J. Blázquez Miguel, Ciudad Real y la Inquisición (1483-1820), Ciudad Real, Ayuntamiento, Comisión de Cultura, 1986; M. P. Rábade Obradó, “Expresiones de la religiosidad cristiana en los procesos contra los judaizantes del tribunal de Ciudad Real/Toledo, 1483-1507”, en En la España Medieval, 13 (1990), págs. 303-330; J. A. Cid, “Un poema judío-español y su circunstancia; Guadalupe y el prior fray Nuño de Arévalo”, en Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos, Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, 1996, págs. 77-103; G. D. Starr-LeBeau, In the shadow of the Virgin: inquisitors, friars, ande conversos in Guadalupe, Spain, Oxford, Princeton University Press, 2003.

 

Miguel Ángel Motis Dolader

 

 

 

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