Aresti Martínez de Aguilar, Cristóbal. Valladolid, s. m. s. xvi – Potosí (Bolivia), 1638. Benedictino (OSB), sacerdote.
Era hijo legítimo de Juan Aresti y de Ana Martínez de Aguilar. Tomó el hábito de la Orden de San Benito en el Real Convento de San Julián de Samos, en el reino de Galicia, el 16 de octubre de 1585, profesando un año más tarde. Fue lector de Artes del convento de San Vicente de Oviedo, regente del mismo, abad en Samos, catedrático de Sagrada Escritura, definidor y general de su Orden. Fue consagrado obispo en el convento de San Martín de Madrid, pasando en 1628 a ocupar el obispado del Paraguay.
En pleno ejercicio de su obispado, los mamelucos y tupíes, instigados por los portugueses, atacaron la ciudad de Villarrica en la provincia del Guayrá, y monseñor Aresti infundió aliento a los defensores de la población amenazada. Enarboló como enseña de combate un crucifijo, y cuando la defensa se tornó imposible, salió capitaneando a los vecinos y los salvó de la catástrofe trasladándolos a un sitio más seguro.
Por decreto de 5 de julio de 1634 el Rey lo designó para ocupar el obispado de Buenos Aires, vacante tras el fallecimiento de monseñor Carranza.
El obispo Aresti estaba muy bien conceptuado en el Río de la Plata; el propio gobernador Dávila, en carta dirigida al Rey el 20 de agosto de ese mismo año, lo señalaba como persona apostólica, de cualidades, virtudes y letras. Durante el ejercicio de su obispado en Paraguay fueron confirmadas más de 3.621 almas, con reconocido riesgo y trabajo, habiendo puesto su persona en peligro de muerte por defender a los indios maltratados por los españoles de San Pablo.
Monseñor Aresti se trasladó de inmediato a Buenos Aires, confirmó a muchas personas y ordenó a varios sacerdotes, consciente de las carencias espirituales de esos parajes. Erigió tres nuevas doctrinas en La Magdalena, Las Conchas y Monte Grande. La primera con una iglesia en el pago de ese nombre y otra en el pago de La Matanza; la segunda con una iglesia en la otra banda del río Las Conchas y otra en la margen del río Luján; y la tercera con una iglesia en Monte Grande y otra en Las Conchas.
La amistad con el gobernador Dávila terminó cuando monseñor Aresti ordenó quitar el sitial destinado a aquel funcionario en la catedral. Dávila lo declaró extraño en estos reinos e intentó prenderlo, arrastrándolo por la plaza a manos de soldados y alguaciles para embarcarlo en un navío rumbo a España.
La orden no se cumplió, y cuando el cargo de gobernador fue ocupado por Mendo de la Cueva y Benavídez, a finales de 1637, Aresti le pidió auxilio para prender al ex gobernador, y como no se llegó a un acuerdo, el obispo terminó excomulgando a Dávila.
Días más tarde se dirigió a la ciudad de La Plata a hacer protestación de fe ante el Metropolitano de esa ciudad; en tales circunstancia halló la muerte en Potosí.
Sus biógrafos están de acuerdo en afirmar que fue uno de los prelados más caritativos y animosos que tuvo el Río de la Plata. Distribuía sus rentas entre los pobres con gran generosidad y hacía sentir su celo pastoral en los más apartados lugares de la diócesis.
De temperamento firme y autoridad, fue su mayor mérito la creación de los primeros curatos de la campaña rioplatense.
Bibl.: R. Carbia, Historia Eclesiástica del Río de la Plata, Buenos Aires, Casa Editora Alfa y Omega, 1914, págs. 36-38; E. Udaondo, Diccionario Biográfico Colonial Argentino, Buenos Aires, Huarpes, 1945, págs. 90-91; R. A. Molina, Diccionario Biográfico de Buenos Aires, 1580-1720, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 2000, pág. 62.
Sandra Fabiana Olivero