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Lope Íñiguez

Biografía

Íñiguez, Lope. El Rubio. Señor de Vizcaya (II), conde de Álava y Guipúzcoa. ?, m. s. XI – 1093. Noble.

Primogénito de Íñigo López (primer señor de Vizcaya y teniente de Nájera) y de su esposa Toda Ortiz, desempeñó un papel histórico de primera magnitud en la incorporación de Vizcaya, Álava, La Rioja y la zona occidental de Guipúzcoa al Reino de Castilla.

Aunque en 1074 al frente de la tenencia riojana de Alberite, según confirma un documento del monarca pamplonés Sancho Garcés IV, pronto entró en la órbita de Alfonso VI de Castilla. Al igual que otros magnates del reino de Pamplona, Nájera se enfrentó a Sancho IV en su deseo de patrimonializar las facultades jurisdiccionales recibidas por delegación regia.

En este sentido, un movimiento más pudo haber sido su enlace matrimonial con Ticlo (o Tecla), hija del noble castellano Diego Álvarez, señor de Oca, presente en el entorno de Alfonso VI desde 1072. Así, cuando Sancho IV fue asesinado en 1076, el conde Lope Íñiguez y su suegro prestaron vasallaje al rey castellano y le entregaron la ciudad de Nájera. Esta actitud pro-castellana le diferenció respecto a la fidelidad a la Monarquía pamplonesa mantenida por su padre, todavía vivo.

Una vez fallecido su progenitor, también en 1076, Lope Íñiguez ostentó ya el título familiar de conde de Vizcaya. En contra de lo apuntado por García Gallo, sí parece que ejerció una labor jurisdiccional bajo la autoridad del Rey sobre este territorio, al ser mencionado con frecuencia como comes in Bizcahia; de este modo, quedó establecida la transmisión hereditaria de este señorío desde este momento tan temprano. Una consecuencia de su capacidad jurisdiccional sobre este espacio sería la ausencia del merino regio dentro de él; por tanto, a Blaga Esteriz, merino en toda Vizcaya en 1082, se le debe identificar como un aristócrata local que ejerció funciones administrativas delegadas por Lope Íñiguez.

Aunque Moxó estima que estos primeros señores de Vizcaya contaban con escasas propiedades en este territorio y basaban su dominio en el ejercicio del poder jurisdiccional, el espacio vizcaíno constituyó el núcleo de su patrimonio; en consecuencia, dispuso de los monasterios de San Vicente de Ugarte (con sus decanías de Ibargorocica, Tuda y San Miguel Arcángel en Bermeo) y de San Andrés de Astigarribia, así como de propiedades en Cornúquiz. Su citado matrimonio con Ticlo le proporcionó bienes y derechos en tierras castellanas (concretamente en Siniestra, Hornillos, Zambrana y Tosantos), cuya intención de ampliarlas se evidencia al comprar una viña en Zambrana. Para García de Cortázar, esta bipolarización del patrimonio en Vizcaya y las estribaciones septentrionales de la sierra de la Demanda revela la existencia de una circulación ganadera trashumante entre ambos espacios montañosos.

La existencia de Lope Íñiguez se ubica en una coyuntura de lenta transformación en Vizcaya: desde una sociedad articulada sobre las relaciones de parentesco extenso, a una jerarquización social basada en la territorialidad. En este proceso, ampliamente estudiado por García de Cortázar, el II señor de Vizcaya protagonizó un doble y contradictorio papel de aculturación aceleradora y de resistencia ante estas mismas innovaciones.

Por un lado, sus intereses trascendieron ampliamente el espacio vizcaíno y, por tanto, le obligaron a fijar un código de comportamientos socioeconómicos aplicables durante sus ausencias, así como a liberar un excedente mediante la individualización de la producción; de ahí que protagonizase iniciativas en pos de una territorialización de las relaciones sociales.

En primer lugar, se apoyó en los citados monasterios vizcaínos y en sus decanías para articular su derecho de propiedad sobre un espacio poco individualizado.

En segundo lugar, instaló unos colonos en sus casas con divisa situadas en Cornúquiz; una fijación de población en unos bienes de aprovechamiento colectivo, la divisa, que supuso un primer paso hacia una individualización de la propiedad. Y, además, sus donaciones de bienes y derechos ubicados en Vizcaya al monasterio de San Millán de la Cogolla en 1082 y 1086 trajeron consigo la inserción de estas heredades dentro de la red de propiedad territorial del cenobio riojano. Estas donaciones reflejan también la estrecha vinculación de Lope Íñiguez con este monasterio, relación heredada de su padre y ratificada con su asidua presencia en la confirmación de documentos emilianenses.

Por otro lado, él mismo se hallaba inmerso en unas redes de parentesco extenso que reprodujo, quizás de un modo inconsciente, en sus actos jurídicos. Así, sus hermanos García y Galindo lo confirmaron en operaciones de enajenación del patrimonio familiar en 1082 y 1084 y, de igual modo, también signaron junto a él documentos de otros en 1080 y 1085. Un último dato respecto de la resistencia ofrecida por el carácter familiar de su patrimonio se encuentra en la cláusula de retracto troncal contenida en la donación que su viuda Ticlo, acompañada de sus hijos, realizó a favor de San Millán de la Cogolla en 1093. Esta cláusula de retracto se hizo extensiva al resto de propiedades donadas a dicho monasterio por Lope Íñiguez y por el progenitor de éste.

Mantuvo su fidelidad al monarca castellano Alfonso VI a lo largo de toda su vida, pues confirmó documentos emitidos por la Cancillería regia desde los citados acontecimientos de 1076 hasta su fallecimiento en 1093. De igual modo, junto a otros nobles, acompañó al monarca castellano en sus campañas militares; en 1089, Lope Íñiguez participó en el socorro a García Jiménez (cercado en el castillo de Aledo por el ejército almorávide de Yusūf), forzando la retirada de las tropas norteafricanas. En opinión de Balparda, es posible que también dirigiese a los señores alaveses integrados en las huestes alfonsinas derrotadas por el mismo caudillo almorávide cuatro años antes en Zalaca.

Esta colaboración no estuvo exenta de conflictos, la donación del monasterio de San Andrés de Astigarribia a San Millán de la Cogolla por parte del señor de Vizcaya hacia 1086 es un ejemplo de ello; aunque en el momento de la entrega se reconoció que dicho cenobio es ex parte regale, resultó precisa la confirmación regia de dicha operación cinco años más tarde.

En contrapartida, el rey de Castilla, a pesar de no permitirle conservar la tenencia de Nájera (ciudad que había gobernado su padre Íñigo López), sí recompensó sus servicios. En un primer y esporádico momento figuró como comes (conde) en Belorado en 1077; sin embargo, poco después Alfonso VI centró su recompensa en territorios más cercanos a Vizcaya, donde se concentraban los intereses patrimoniales y jurisdiccionales de Lope Íñiguez. Concretamente, le confirió el gobierno de Álava y de la porción de Guipúzcoa incorporada a Castilla; de este modo, Lope Íñiguez confirmó documentos como conde en Álava desde 1081 y, con menos frecuencia, en Guipúzcoa a partir del año siguiente. Esta delegación de facultades administrativas a nobles sobre espacios tan cercanos a la base del poder patrimonial de éstos no resulta habitual dentro de las directrices políticas de Alfonso VI. Bajo este Monarca, sólo García Ordóñez en Nájera y Fernando Díaz en Asturias aparecen tan frecuentemente vinculados a labores de gobierno en unos territorios concretos como Lope Íñiguez. Según Martínez Díez, el rey castellano permitió excepcionalmente estas concentraciones espaciales de los poderes jurisdiccional y patrimonial, porque se trataba de territorios periféricos y/o recién incorporados a la Monarquía castellana, depositados en manos de nobles de probada fidelidad.

Respecto a la fecha de su muerte sólo se conoce el año. Su última intervención tuvo lugar el 22 de febrero de 1093, cuando testificó un diploma de Alfonso VI. Poco después, ese mismo año, su mujer, la condesa Ticlo, y los hijos de ambos (Diego López, primogénito y futuro señor de Vizcaya, Sancho López, Teresa, Sancha y Toda) entregaron a San Millán de la Cogolla la integridad del monasterio de Alboñiga y sus decanías por la salvación del alma del ya difunto Lope Íñiguez. De este modo, cerró su existencia reafirmando dos fidelidades que respondían a otras tantas inquietudes básicas en la vida de cualquier hombre de su tiempo: mediante el servicio al monarca castellano, ampliar los bienes terrenales y, a través de la generosidad con el monasterio riojano, obtener la salvación eterna.

 

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Tomás Sáenz de Haro