Boltas Vélez, José. Fray José Boltas de Santa Bárbara. Orán (Argelia), 10.X.1738 – Seo de Urgel (Lérida), 8.XII.1795. Franciscano (OFM) de la provincia descalza de San Diego de Andalucía y misionero en Marruecos, uno de los artífices de la consolidación de las relaciones hispano-marroquíes en el siglo xviii.
De padres barceloneses instalados en Orán, José Boltas Vélez nació en esta entonces posesión española, y en 1754 profesó en la Orden franciscana, en los Descalzos de San Diego de Sevilla, con el nombre de fray José Boltas de Santa Bárbara. Ordenado sacerdote, fue destinado en 1765 a la misión franciscana de Marruecos como secretario del viceprefecto de la misma. Allí permaneció tres años, pasando luego a Madrid como procurador o administrador de la misión ante la Corte y el comisario de los franciscanos en España. Sus estancias en Marraquech y Madrid le permitieron conocer y comparar el comportamiento político-social de las Cortes de Carlos III y de Muhammad III. En Marraquech había asistido incluso a la firma del primer tratado histórico de paz hispanomarroquí, que, en nombre del Rey borbón y con el asesoramiento de otro misionero franciscano, fray Bartolomé Girón, firmó Jorge Juan, embajador extraordinario, inaugurando así las relaciones diplomáticas entre España y Marruecos.
Esta histórica apertura generó un importante intercambio comercial entre ambos países, que se interrumpió bruscamente en 1774, cuando el sultán alauí puso sitio a Melilla y Carlos III rompió las relaciones con él. Tan imprevisible ruptura fue causa de que el importante comercio de trigo de Marruecos hacia España, iniciado años antes, y que reportaba grandes beneficios al erario del sultán, desapareciera por completo, algo que ambos mandatarios tuvieron pronto que lamentar, bien que la honrilla impedía a uno y otro dar el paso hacia la reconciliación. La interposición de la figura de Boltas solucionó el problema. Informado, en efecto, el conde de Floridablanca de los conocimientos y cualidades personales del franciscano para interferir, sin oficialidad alguna, en la crisis entre Madrid y Marraquech con vistas al retorno de la cordialidad anterior, expresó a los superiores de su Orden los deseos del Rey de que el padre Boltas —morador entonces en el convento de Cádiz— fuera nombrado superior de su misión en Marruecos, con el fin de facilitarle el acercamiento al sultán alauí. Boltas regresó a Marruecos en 1777, provisto de “instrucciones” de la Corte de Madrid acerca de sus intenciones y forma de restablecer la paz y comercio con Marruecos, sin solicitarlo directamente, sino más bien buscando que el monarca marroquí diera el primer paso. El franciscano cumplió a la perfección su misión. Con mucho tino no sólo logró llegar hasta éste, sino también hacerse un deseado consejero en lo concerniente a los asuntos entre España y Marruecos, terminando por despertar su interés por el retorno a la paz: de no ser por las sequías, hambrunas y consiguientes revueltas entre la población que entonces soportaba Marruecos, el Tratado de 1767 hubiera sido renovado a los pocos meses de la llegada de Boltas al país; esto se haría en 1780, con el envío a Madrid del ministro Muhammad ibn Utmán, quien firmó, con Floridablanca, el Convenio de Aranjuez.
Boltas permaneció en Marruecos hasta 1784, como representante oficioso de España. Durante ese tiempo, trabajó eficazmente en aspectos tan importantes como el establecimiento de un sistema de información para tener al tanto a Madrid de lo que ocurría en Marruecos, tanto en la vida interna como en sus relaciones con el exterior, de forma que hoy, para conocer los sucesos de aquellos años —en que la cancillería no estaba perfeccionada en su país—, los mismos investigadores marroquíes recurren a la amplísima correspondencia de Boltas que se conserva en el Archivo Histórico Nacional (Madrid).
En su haber destaca, asimismo, su trabajo en pro del retorno a un intercambio comercial acrecentado, así como el hecho de que lograra que el sultán tomara parte a favor de España en sus conflictos con otros países, sobre todo en el bloqueo del Peñón de Gibraltar, llegando a autorizar el establecimiento de un “apostadero” militar español en Tánger, para cerrar el paso del Estrecho a la armada inglesa; consiguió, además, que el mismo sultán se erigiera en mediador en la liberación de cautivos españoles en países musulmanes y, especialmente, puso en marcha un equipo de personas que consolidaron la institución diplomática española en Marruecos. Nombrado González Salmón cónsul general en 1783, Roma eligió a Boltas, al año siguiente, obispo de Seo de Urgel.
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Ramón Lourido Díaz, Ofm