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José Antonio Campos y Julián

Biografía

Campos y Julián, José Antonio. José Antonio de San Alberto. El Frasno (Zaragoza), 17.II.1727 – Sucre (antes La Plata) (Bolivia), 25.III.1804. Carmelita descalzo (OCD), obispo de Córdoba del Tucumán (1778-1785), arzobispo de la Plata (1785-1804), ilustrado, educador, regalista.

El itinerario recorrido por José Antonio de San Alberto no resulta fácil de reconstruir en esas etapas oscuras de la infancia y adolescencia, que no han sido favorecidas con suficientes aportes documentales. No así para el largo período de su vida, al frente de las diócesis americanas del Tucumán y de la Plata, donde el Archivo General de Indias, el Archivo Nacional de Bolivia (Sucre) y el Archivo Nacional de la Nación (Buenos Aires), constituyen una cantera inagotable.

De sus primeros años apenas se ha podido encontrar otros datos que los que registra su partida de bautismo, conservada en la parroquia de Nuestra Señora de la Peña, en El Frasno (Zaragoza). Gracias a ella se sabe, que en este pueblecito aragonés, el 17 de febrero de 1727, nació José Antonio Campos y Julián, hijo de Agustín y de Isabel. También se consigna en este documento que su padre era médico, hecho que expone a la familia a un cierto nomadismo. Así, en las localidades de Daroca, Manchones, El Frasno y, por último, Zaragoza, van viendo la luz los cuatro hijos de la familia Campos y Julián. Ha quedado constancia, en la Crónica del Carmelo, que, debido a su “vivacidad de ingenio”, decidieron sus padres llevar a José Antonio a Calatayud para comenzar los estudios de Gramática y Filosofía. En esta ciudad inició sus primeros contactos con los carmelitas descalzos. Parece ser que la impronta de la espiritualidad carmelitana, asimilada como por ósmosis —dos de sus hermanos ya habían ingresado en el Carmelo cuando él decidió hacerlo— fue un factor decisivo a la hora de tomar esta determinación. Esa serie de contactos previos culminan con su entrada en los descalzos cuando contaba sólo quince años de edad. El 4 de abril de 1743 hace su profesión religiosa en el convento de San José de Zaragoza. Se desconoce la fecha, anterior a ésta, de su toma de hábito, en la que adopta el nombre de fray José Antonio de San Alberto —que es con el que se le conoce y con el que ha quedado registrado en los archivos y bibliotecas— en honor de san Alberto, obispo de Jerusalén, que fue el primer legislador del Carmelo. Esta costumbre de añadir al nombre de pila el de algún santo o misterio, se remonta a la reforma carmelitana llevada a cabo por Santa Teresa y San Juan de la Cruz. A partir de ese momento, fray José Alberto, tiene que conjugar los estudios con las exigencias que implica la vida conventual. La provincia de Santa Teresa, que comprendía Aragón y Valencia, tenía, en aquel entonces, Filosofía o Artes en Calatayud, Teología en Huesca y Moral en Valencia.

Fray José Antonio debió de pasar por estas tres ciudades en esos años de formación, viviendo primero en Calatayud (1744-1747), luego en Huesca (1747- 1750) y, por último, en Valencia; aunque esta última ciudad no se menciona en ninguna de las breves reseñas biográficas existentes. En Huesca (1750), fue ordenado de diácono por el obispo Antonio Sánchez Sardinero, y es probable que en ese mismo año recibiera también el presbiterado.

Sus excelentes dotes pedagógicas enseguida encontraron campo de acción en las ciudades de Huesca y Calatayud, “las dos sabias Atenas”, donde fue profesor de Artes y Filosofía; aunque donde consiguió sus mayores logros fue en el ministerio de la predicación.

Calatayud, Huesca, Teruel, Valencia, Zaragoza y Tarazona recibieron el impacto de su palabra.

También cuenta, entre los servicios prestados a su Orden, el haber sido prior (1766-1769) del convento de Tarazona, así como secretario provincial (1769- 1772). Posteriormente desempeña el cargo de procurador general de la Orden (1772-1778), hecho que le obliga a trasladarse a Madrid y residir en el monasterio de San Hermenegildo. Durante este mismo período de tiempo desempeña también el cargo de predicador de Carlos III y postulador de la Causa de Beatificación de Juan de Palafox y Mendoza. Y una fecha crucial, en cuanto marca un nuevo rumbo a su vida, es la del 18 de febrero de 1778, cuando es propuesto por Carlos III para el obispado de Córdoba del Tucumán. San Alberto ya había renunciado, anteriormente, llevado de su “humildad”, al obispado de Cádiz. Ahora, en cambio, el Monarca, a través de su confesor, el padre Eleta, le pide que acepte, “sin réplica”, la decisión real. Según lo previsto en las reglas de su Orden, San Alberto requería licencia previa para ocupar una dignidad episcopal. Obtenida ésta, la acepta con la confianza puesta en “aquel Señor” que obra siempre a través de “lo más débil”. A la aceptación de la mitra, antes de cruzar el Atlántico, sigue toda una serie de trámites oficiales entre el Estado y la Iglesia, trámites que van desde la presentación de las cédulas reales en Roma y expedición de las bulas papales, hasta el juramento que se le exige hacer de que guardará y cumplirá el patronato regio. Este acto tiene lugar el 20 de diciembre de 1778 y al día siguiente, el 21 de diciembre, el Rey da las ejecutoriales.

A pesar de que el Rey le encargaba y ordenaba que se encaminase a su diócesis, al recibir el despacho en que se le notificaba el nombramiento, no obstante el deseo de Su Majestad y el suyo, propio de embarcarse pronto, sufrió una demora mayor de lo previsto, debido a los azares de la guerra. Por fin se embarca en Cádiz, en el navío Nuestra Señora del Pilar, el 28 de abril de 1780; llega a Montevideo el 23 de agosto y desde allí pasa a Buenos Aires, donde es consagrado obispo, por fray Sebastián Malvar y Pinto, el 17 de septiembre de 1780. Enseguida emprende el viaje hacia Córdoba, sede de la diócesis del Tucumán, y toma posesión de la misma el 30 de octubre de 1780, haciendo “el número diecisiete de obispos” de aquella diócesis. Su estancia en la sede cordobesa no se alarga mucho, pues al quedar vacante la sede metropolitana de la Plata —hoy Bolivia—, a la muerte de Francisco Ramón Herboso, a primeros de marzo de 1783 Su Majestad lo promueve para ese arzobispado.

Sin embargo, debido a esa serie de intervenciones que desencadenaban estos nombramientos, San Alberto no sale de Córdoba hasta el 27 de abril de 1785. Llega a la Plata el 27 de agosto y el mismo día toma posesión de su nueva sede. Así empieza San Alberto una nueva etapa de su vida, que se extiende desde esa fecha hasta el 25 de marzo de 1804, año en que le sorprende la muerte; es decir, casi dos décadas, durante las cuales lleva las riendas de una de las diócesis más importantes de la América Meridional.

Las raíces ideológicas albertianas se inscriben dentro del movimiento ilustrado, no sólo porque su biografía personal se sitúa en esas coordenadas del Siglo de las Luces, sino porque participa, además, de esa onda que cree, sin reservas, que al combatir la ignorancia, el mal por antonomasia, el hombre alcanzará la felicidad suma. El iluminismo con sus “luces”, se presenta, así, como antídoto de las “tinieblas” y del pretendido oscurantismo de la Edad Media. No hay que ver como un gesto aislado este afán del obispo por irradiar la cultura; al contrario, se trata de toda una campaña, organizada por Carlos III, para “moralizar y civilizar a la sociedad española”, campaña que tiene además poder de convocatoria para integrar en ella a todas las fuerzas preparadas del reino. A esa vertiente ilustrada, con raíces hincadas en el suelo fecundo de la tradición, es, pues, a la que se suma San Alberto, oponiéndose en cambio, tenazmente, a esa otra corriente ilustrada que, orientada a acelerar la caída del antiguo régimen, prepara el advenimiento de un nuevo orden de cosas.

En José Antonio de San Alberto podemos encontrar uno de los ejemplos más representativos de ese afán, consustancial a la Ilustración, por impulsar e irradiar la cultura, para que no fuera sólo patrimonio de unos cuantos. Antes de cruzar el Atlántico, durante sus años de estancia en la Corte, se convierte en testigo cercano de ese deseo de renovación, a través de la educación y la cultura, del que estaban “tocados” desde el Monarca hasta el último de sus ministros. Presencia, pues, antes de salir de España, la puesta en marcha de unos modelos educativos concretos; su acierto estuvo en transmitir esos modelos no acríticamente, sino sometiéndolos a una operación de filtraje, de adaptación.

Le cupo el mérito de haber intentado dar soluciones al más grave, urgente y complejo problema que tenía planteado el virreinato del Río de la Plata, pues como sostiene el historiador argentino Chaneton, “nadie en esas tierras tuvo más sincera y desinteresada preocupación por la Educación Primaria, ni concepto más claro y definido de su trascendencia como problema social, que San Alberto”. El proyecto pedagógico albertiano, pensado inicialmente para ambos sexos, cuaja sólo en el campo femenino. Este recorte viene impuesto por la marca degradante que suponía el ejercicio de los trabajos mecánicos, objetivo principal asignado a los colegios de niños que intentaba fundar. Esto explica que polarice todas sus energías y entusiasmo en la educación de la mujer, a través de los colegios de niñas que funda. Aunque su deseo era establecer “una escuela bajo cada campana”, las dificultades de financiación que encuentra, a la hora de acometer sus proyectos, hacen que sólo le sea posible llevar a cabo la creación de los Colegios de Niñas Huérfanas de Córdoba del Tucumán (1782), Catamarca (1783), la Plata (1792), Cochabamba (1793) y Potosí (1799).

También tiene en su haber, en esta misma línea de interés por la cultura, la creación del Convictorio de San Felipe Neri (1797), “Casa de sabiduría e instrucción”, concebida como una especie de centro de formación permanente para el clero platense.

Pero la huella de San Alberto, además de permanecer indeleble en estos centros, que aún hoy siguen en pie, puede rastrearse también a través de sus escritos, pues el obispo, consciente del valor que tiene la palabra, y sobre todo la palabra escrita, cuya fuerza multiplicadora es incalculable, escribió bastante. Sus escritos surgen al hilo de la vida. Las reflexiones pastorales, que las distintas circunstancias iban exigiendo, ven la luz en momentos distintos y en lugares también distintos.

No sólo escribió desde Córdoba, primero, y después desde la Plata, sino que en el curso de sus visitas pastorales por Potosí, Tarija, San Pedro de Buena Vista y Cochabamba, fue viendo la luz la mayor parte de sus escritos. En total son veintiuna las obras escritas por San Alberto, si bien no todas de la misma envergadura.

En su mayoría se trata de cartas pastorales, cuyos destinatarios van desde el papa Pío VI hasta los indios chiriguanos; aunque la mayor parte de ellas van dirigidas al clero. Algunas de estas pastorales son de carácter monográfico: concurso-oposición de curatos, cómo llevar las riendas de una parroquia —una especie de itinerario para párrocos—, Causa de Palafox y Mendoza. Otro grupo notable tiene un matiz marcadamente educativo: sobre el ejemplo, constituciones para los colegios de niños huérfanos, o pastorales que escribe con motivo de la apertura de un nuevo colegio o a raíz de la visita pastoral a la diócesis. Un tercer grupo de escritos tiene como finalidad la defensa de la Corona: aquí entrarían el Catecismo Real, la pastoral sobre la enseñanza del Catecismo y la Oración Fúnebre en las exequias de Carlos III.

San Alberto estaba animado por un gran sentido patriótico, que en más de una ocasión salpica sus obras, en sus dos componentes básicos: religión-rey, a los que él alude con la expresión de “las dos majestades”, que siempre aparecen en perfecta simbiosis, dadas las circunstancias religioso-políticas del momento.

Ante esa corriente ilustrada que combate a la Monarquía y a la Iglesia, armazón que sostenía a la sociedad entera, el obispo, que las sigue considerando pilares fundamentales, las defiende. Su postura expresa reiterativamente esa solidaridad del trono y del altar. Elabora su doctrina regalista al hilo de situaciones concretas, surgidas cuando se pone en tela de juicio la autoridad real. Sus escritos políticos hay que situarlos, cronológicamente, aunque no de forma exclusiva, entre 1781-1791, década que se inicia con los primeros brotes de independencia, producidos por la rebelión de Tupac-Amaru y culmina con la Carta Consolatoria escrita al papa Pío VI en 1791, con motivo de los Tristes Sucesos desencadenados por la Revolución francesa y la Constitución Civil del Clero.

Obras de ~: Primera Carta Pastoral, a los párrocos, sacerdotes y demás fieles de la diócesis del Tucumán, Madrid, Imprenta Real, 1778; Carta segunda Pastoral, a todos los fieles de su Diócesis, Córdoba, 1781; Carta Circular, a los que desean y solicitan ser promovidos a los Sagrados Órdenes, Córdoba, 1781; Carta Pastoral que acompaña a las Constituciones para las Casas de Niños Huérfanos y Huérfanas, Córdoba, 1782; Carta Pastoral que dirige a sus diocesanos, al publicar el Catecismo Real, Córdoba, 1784; Carta Pastoral, con motivo de la Expedición contra los Indios Infieles, Córdoba, 1784; Carta que dirige a sus amados hijos los Curas, a la entrada de su gobierno en el Arzobispado de la Plata, Córdoba, 1784; Sermón de gracias, predicado en la solemne función, con motivo del nacimiento de los Infantes, Don Carlos y Don Felipe de Borbón, Córdoba, 1784; Instrucción, donde por lecciones, preguntas y respuestas, se enseñan a los niños y niñas las obligaciones más principales, que un vasallo debe a su Rey y Señor, Madrid, Imprenta Real, 1786; Carta segunda Pastoral, a la Diócesis de la Plata, Buenos Aires, Imprenta de Niños Expósitos, 1786; Voces del Pastor en su visita, Potosí, 1787; Carta a los Indios Infieles Chiriguanos, Buenos Aires, Imprenta de Niños Expósitos, 1788; Prevenciones del Pastor en su visita, Buenos Aires, Imprenta de Niños Expósitos, 1788; Carta Circular pidiendo limosnas para la Causa de Beatificación, del Ilustrísimo y Venerable Señor, D. Juan de Palafox y Mendoza, Buenos Aires, Imprenta de Niños Expósitos, 1788; Voces del Pastor en el retiro. Despertador y ejercicios espirituales, Buenos Aires, Imprenta de Niños Expósitos, 1789; Oración Fúnebre en las exequias de Carlos III, celebradas en la Iglesia Metropolitana de la Plata, Imprenta de Niños Expósitos, 1789; Carta Circular y Pastoral, exhortando a los curas, a la lección y enseñanza del Catecismo Real, Cochabamba, 1790; Carta Pastoral con ocasión del concurso-oposición, Buenos Aires, Imprenta de Niños Expósitos, 1790; Litterae ad Sanctissimum Dominum Nostrum PIUM SEXTUM, Pont. Max. de novis Galliarum eventis, La Plata, 1791; Carta Pastoral a los que en el pasado Concurso han sido nombrados y elegidos para Curas, Buenos Aires, Imprenta de Niños Expósitos, 1791; Voces del Pastor. Carta Pastoral en la inauguración del Colegio de Niñas Huérfanas de la Plata, Buenos Aires, Imprenta de Niños Expósitos, 1793; “Constituciones de la Real Universidad de Córdoba del Tucumán reformadas por el Ilustrísimo Señor, D. Fr. Joseph Antonio de S. Alberto, en la visita que hizo de la misma Universidad, en virtud de la comisión que a instancias del actual Rector, le libró el Excelentísimo Señor Virrey, D. Juan José de Vértíz”, en Constituciones de la Universidad de Córdoba, Córdoba, Imprenta de la Universidad, 1944, págs. 199-238; Carta Pastoral, pidiendo donativos para las urgencias de la Corona, Buenos Aires, Imprenta de Niños Expósitos, s. f.

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Purificación Gato Castaño

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