Sarmiento de Figueroa, Alonso. Vigo (Pontevedra), p. t. s. xvii – Lípez (Bolivia), 1687. Gobernador del Paraguay.
Natural de Vigo, de “sangre ilustrísima”, según Pedro Lozano. Primo segundo de García Sarmiento de Sotomayor, conde de Salvatierra y virrey de la Nueva España y del Perú respectivamente, fue él quien lo trajo a América.
Antes de abandonar Europa, sirvió quince años en la Real Armada y con el mando de una escuadra de navíos había introducido socorros en el puerto de Tarragona, entonces amenazada por los franceses. El conde de Liste, sucesor inmediato de su pariente y protector, le conservó la confianza y antes de mandarlo al Paraguay, le había conferido un interinato del gobierno de Chuchito.
Aguirre dice que Sarmiento había combatido en Flandes, Italia y Portugal y alude a unos servicios en el Reino de Chile que influyeron directamente en su nombramiento para el gobierno del Paraguay, cargo que lo desempeñó desde 1659 a 1664. Como militar experimentado prestó inmediata atención a los abrumadores problemas de la defensa provincial. Según el Cabildo de Asunción, Sarmiento de Figueroa había solicitado el envío desde Buenos Aires de doscientos arcabuces y otros pertrechos de guerra y había levantado en Tapúa-Guazú “dos leguas de esta ciudad, río arriba, un fuerte real con cuatro caballeros y cien hombres de guarnición, en una eminencia, que señorea e impide bastantemente los pasos donde el enemigo acostumbraba invadir con asaltos y robos la comarca, que han cesado totalmente después de esta prevención”. Cuenta el escribano Fernández Ruana, datada en agosto de 1660, dicho fuerte estaba terminado, con puerta principal y postigo y era similar a “otro que he visto en el reino de Cataluña”. Con este castillo y otros presidios pudo resguardar las costas del río Paraguay, sobre todo al norte de Asunción. Recorrió la región norte del Jejuí reclutando indígenas para la encomienda. Durante su gobierno se produjo el levantamiento de los indios de Arecayá. En octubre de 1660, salió Sarmiento de Figueroa a la visita general y empadronamiento de indios de la zona norte y nordeste de la provincia. Al llegar a Arecayá, uno de los pueblos de su recorrido, dirigió una enérgica alocución mediante intérprete, insistiendo sobre la necesidad de cumplir en adelante con las prestaciones debidas a sus encomenderos, asunto en el cual aquéllos se mostraban morosos e indolentes.
El pueblo de indios de Nuestra Señora de la Concepción de Arecayá se había fundado hacia 1630, sobre el río Jejuí. Sus habitantes eran “tenidos en malísima reputación” y agrega Aguirre “que consta se coligaban con los infieles”. Largo era el capítulo de cargos contra estos indios de Arecayá y también larga la historia de abusos y extralimitaciones que los movían a tan sostenida inquietud.
Cumplida la visita, Sarmiento pasó a los pueblos de Atyrá, Ypané y Guarambaré, situados más al norte, y al regresar a Arecayá, con intención de continuar su visita a Villa Rica del Espíritu Santo y su distrito, los indios comenzaron a dar gritos de aves y fieras, tocando flautas y otros instrumentos. Antes del amanecer se produjo el ataque incendiando la casa donde se hallaba alojado el gobernador. Resistieron en el templo, sin agua ni víveres durante cinco días hasta que llegaron refuerzos de otros pueblos vecinos. Luego vino la represión, el 5 de noviembre de 1660 el gobernador inició la causa criminal a los principales encausados.
Antes de poder ejercitarse la defensa y sin presunciones de sentencia se procedió a las primeras ejecuciones por orden de Sarmiento de Figueroa. Durante el camino de regreso siguió ajusticiando gente y trajo acollarados a ciento sesenta y ocho indios con sus familias y en cerca del río Tobatí fueron ahorcados otros trece indios principales, inclusive el corregidor Mateo Nambayú y el cacique Bartolomé Tié, así como el cacique Gaspar Arecayá.
Una vez llegados a Asunción se sustanció la causa y el 6 de diciembre del mismo año, el gobernador pronunció sentencia por la cual condenaba a pena d muerte a los catorce ya ahorcados, además de otros diez a los que calificó de “indios belicosos y que se señalaron entre los demás del dicho alzamiento y les animaban en los combates y asaltos”. En cuanto al resto de la población le “perdonó la vida” y le conmutó la dicha pena en haberlos desnaturalizado del dicho pueblo y en que sean sujetos a perpetua servidumbre” en beneficio de los vecinos y soldados que lo acompañaron en dicha oportunidad “a quienes los tengo repartidos con sus mujeres e hijos en parte de remuneración de los daños que de ellos en dicha ocasión recibieron”.
Aquella sentencia fue apelada por el defensor, capitán Francisco Sánchez de Vera por haber incluido a gente que no había participado. Se rechazó la apelación y ese mismo día mandó ejecutar la sentencia. El capitán Gabriel de Cuéllar y Mosquera sacó de la cárcel a seis de los condenados y los condujo acollarados y maniatados en la plaza de la ciudad donde “les fue garrote hasta que las ánimas salieran de sus cuerpos y fueron ahorcados de los pescuezos y el fue quitada la cabeza a Cristóbal de Terecañy y puesta en la picota de dicha plaza”.
La situación de Sarmiento de Figueroa se tornó difícil, había ahorcado a catorce súbditos del rey antes de que contra ellos dictara sentencia, además, había suprimido del mapa todo un pueblo y acollarado como a bestias a sus habitantes, para después condenarlos a servidumbre perpetua, tomando como por los pelos una Cédula Real de años antes que no se refería a este caso. Terrible conmoción produjo entre los cabildantes y demás encomenderos el levantamiento de Arecayá, el único que levantó su voz en defensa de los indígenas fue el doctor Adrián Cornejo, gobernador eclesiástico de la diócesis, quien denunció los abusos cometidos, abogó por la vida y libertad de los indios y hasta llegó al Rey en procura de justicia.
El 4 de mayo de 1665, el oidor de la Audiencia de Buenos Aires declaró injusta la sentencia del gobernador Sarmiento de Figueroa, liberó a los indios de la servidumbre ilegal a la que se hallaban sometidos y mandaba que se rehabilitara su extinguido pueblo, además de imponer una multa al arbitrario magistrado.
Una vez libre del proceso fue a Santiago del Estero donde contrajo nupcias en 1667 con María Garagar y Figueroa, hija de un gran minero del Perú.
Fue favorecido con el corregimiento Lípez (Bolivia) donde murió el 14 de mayo de 1687.
Bibl.: A. R de Montoya, Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las provincias del Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape, Bilbao, 1892 (2.ª ed.); N. del Techo, Historia de la Provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús, Madrid, 1897; J. F. Aguirre, Diario del Capitán de Fragata D. Juan Francisco Aguirre, t. II, Segunda Parte, Buenos Aires, Imp. de la Biblioteca Nacional, 1950. J. L. Mora Mérida, Historia Social del Paraguay 1600-1650, Sevilla, de Estudios Hispano-Americanos, 1973. A. Asttrain, Jesuitas, Guaraníes y Encomenderos, Nürnberg-Asunción, Centro de Estudios Paraguayos “Antonio Guasch”-Fundación Paracuaria, Missionsprokur SJ, 1995; W. Priewasser, El Ilustrísimo don fray Bernardino de Cárdenas, Asunción, Academia Paraguaya de la Historia- Fondo Nacional de la Cultura y las Letras, 2000.
Margarita Durán Estrago