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Francisco Ignacio Añoa y Busto

Biografía

Añoa y Busto, Francisco Ignacio. Viana (Navarra), 24.II.1684 – Zaragoza, 26.II.1764. Obispo de Pamplona, arzobispo de Zaragoza, mecenas y catedrático.

Nació el 27 de febrero de 1684, en el seno de una familia acomodada: era el tercero de los seis hijos de Andrés de Añoa e Inés del Busto. Pocos días más tarde, el 5 de marzo, fue bautizado en la parroquia de Santa María de la ciudad de Viana.

En el año 1695, con apenas doce años y terminados los estudios de latinidad, sus padres le enviaron a Alcalá de Henares bajo la tutela de un tío suyo, Gregorio del Busto, que era catedrático de esa universidad.

Allí estudió Artes y Filosofía en el colegio de San Ambrosio, cursó dos o tres años de Teología y después Leyes. Obtuvo una beca en el colegio mayor de Santa Cruz de Valladolid, donde destacó por su viveza, aplicación al estudio y modestia. Se graduó en 1703 en la Facultad de Cánones por la Universidad de Oñate y en 1708 fue nombrado catedrático sustituto de la cátedra de Digesto Antiguo de la Universidad de Valladolid.

En el año 1712 se trasladó a Cuenca para ocupar el cargo de provisor y vicario general de esta diócesis, que estaba dirigida por el prelado Miguel del Olmo, antiguo colegial de Santa Cruz. Éste escribió a su colegio vallisoletano para que le enviaran al que juzgaran más a propósito para desempeñar esta labor, y fue propuesto por unanimidad Francisco, antes de cumplir los nueve años de colegial. Ya en esta ciudad y ese mismo año, en marzo, fue ordenado sacerdote a título de un beneficio fundado en la iglesia conquense de San Pedro. Poco después renunció a este beneficio y se le confirió un canonicato y dignidad de capellán mayor en la catedral de Cuenca. Desempeñó el oficio de gobernador del obispado durante el pontificado de Miguel del Olmo, y también en el de sus dos inmediatos sucesores, Juan de Lancaster, duque de Abrantes, y Diego del Toro y Villalobos. En el año 1719 juró la plaza de oficial titular de la Santa Inquisición y ejerció como inquisidor en Cuenca de 1727 a 1735.

Tras más de dos decenios en la diócesis de Cuenca, a finales de 1735 fue nombrado obispo de Pamplona, sucediendo a Melchor Ángel Gutiérrez Vallejo. Al año siguiente, el 11 de marzo, tomó posesión y, en abril, recibió la consagración episcopal en la catedral de Cuenca de manos de su obispo, Diego de Toro y Villalobos, asistiendo al acto los obispos de Teruel y Albarracín; unos meses después, el 5 de julio, hizo su entrada pública en la ciudad.

A los pocos meses de su llegada a esta sede realizó personalmente una visita pastoral a todo su obispado, comenzando por las cuatro parroquias de la ciudad y recorriendo, en varias salidas, las más de un millar de poblaciones que lo componían. Entre los frutos obtenidos de la visita a la provincia de Guipúzcoa destacaría la reconciliación de los eclesiásticos con las autoridades civiles gracias a la concordia obtenida sobre el ayuno de la víspera de San Ignacio. Una vez terminado el periplo, cumplió con la obligación de la visita ad limina en el año 1740, en cuyo informe, amplio y detallado, reflejaba la situación espiritual de la diócesis y daba una valoración global satisfactoria.

Durante su pontificado se terminó, gracias a su ayuda, el palacio episcopal, y en la primavera de 1740 lo estrenó como residencia, siendo el primer prelado en ocuparlo; sin embargo, no pudo construir, por falta de fondos, el archivo ni la cárcel eclesiástica.

Años más tarde, su estrecho colaborador, Fermín de Lubián, donó un retrato de don Francisco para que se colocase en el palacio con el propósito de iniciar la galería de retratos episcopales. Se colgó en “la antesala según se entra al oratorio, y se grabaron sus armas en las medias naranjas del tránsito”.

Con motivo de la muerte de María Ana de Neoburgo, viuda de Carlos II, con la que había mantenido contacto continuo en los meses que ésta residió en Pamplona, se celebraron sus exequias y se produjo un conflicto entre don Francisco y el virrey de Navarra sobre el uso de dosel en las funciones eclesiásticas.

El entonces virrey de Navarra, conde Maceda, quería lucir un dosel sobre su silla y que desapareciera de la silla episcopal, a lo que se negó el obispo. Esto provocó un intercambio de escritos entre ambas partes durante más de dos años.

Poco más de seis años y medio llevaba dirigiendo la diócesis de Pamplona cuando fue promovido, en el mes de octubre de 1742, al arzobispado de Zaragoza, vacante desde marzo por el fallecimiento de Tomás Crespo Agüero. En un principio, dudó y pensó en rechazar la propuesta, pero finalmente aceptó. Tomó posesión, por poderes, el 4 de noviembre de 1742, pero hasta marzo del año siguiente no hizo su entrada oficial en Zaragoza. Nombró como gobernador de la diócesis a José Martínez Rubio, canónigo y arcediano de Belchite.

Cuando tomó las riendas del arzobispado de Zaragoza tenía más de cincuenta años y experiencia en gobierno y pastoral. Al llegar a esta sede, uno de los asuntos que le mantuvo ocupado fue el de solucionar los conflictos planteados por la separación de las mensas canonicales del Salvador y del Pilar, que se resolvió favorablemente, en 1744, mediante la Bula de Clemente XII por la que se disponía la unión de las rentas de ambos cabildos. En octubre del año siguiente inició una visita general a su amplia y dilatada diócesis que finalizó cuatro años más tarde, en 1749.

Visitó más de trescientas parroquias, adscritas a los tres arciprestazgos, Alcañiz, Daroca y Zaragoza, en que estaba dividido eclesiásticamente el arzobispado, invirtiendo doscientos ochenta días repartidos entre 1745, 1746, 1747 y 1749. Sin embargo, no visitó las parroquias de la ciudad de Zaragoza porque las había reservado para más adelante, según él mismo informó a Roma. Se conserva el libro de esta visita, cuyas actas presentan la misma estructura. El mero enunciado de los aspectos sobre los que se interesa —localidad en que está ubicada la parroquia; estamento eclesiástico: el clero que compone cada parroquia, amén de aspirantes al sacerdocio y estudiantes; situación financiera de la parroquia: provisión y renta de los curatos, beneficios y capellanías, diezmos y primicias; clero regular; laicos: instrucción en enseñanza cristiana y escándalos—, completados, dentro de cada uno de los apartados, con una serie de preguntas concretas y precisas que se plasman con detalle y minuciosidad en las actas, dan como resultado una completa información sobre el estado económico de cada parroquia visitada y un perfecto conocimiento directo y real de las personas sujetas a su jurisdicción, especialmente de los eclesiásticos. En las actas no se copiaron los mandatos que dictó el visitador tras la inspección, pero se conservan en los respectivos archivos parroquiales, insertos en el Libro de Difuntos. Según Lamberto de Zaragoza, dio “los decretos más sólidos y conformes a la disciplina eclesiástica; edificando a todos con sus exemplos, y socorriendo con abundantes limosnas a los necesitados”.

Además de esta visita, durante su pontificado se realizaron otras dos, en 1757 y en 1760, pero ya no las hizo personalmente sino por visitadores nombrados por él, a los que dio pautas claras y directas. Informó puntualmente a Roma del estado de su diócesis, cumpliendo así con la visita ad limina los años 1746, 1751, 1755 y 1759, ofreciendo siempre una valoración positiva de las costumbres del clero y del pueblo.

En la respuesta de la Santa Sede al primer informe se le instaba para que erigiera el seminario conciliar, a lo que respondió exponiendo las dificultades que se lo impedían y señalando que, entretanto, la formación espiritual y doctrinal de los clérigos, por la que sentía especial preocupación, se llevaba a cabo en el seminario sacerdotal de San Carlos Borromeo. Por otra parte, en el informe del año 1751 solicitaba al Papa que, como no podía recompensar a su “familia” con la concesión de beneficios eclesiásticos, la tuviera presente en las vacantes apostólicas de las dignidades y canonicatos de su iglesia metropolitana.

Nunca celebró sínodo, porque la situación política no era favorable, ni predicó en el púlpito, como tampoco lo había hecho en la diócesis de Pamplona, según B. Marti, “por un ejemplo de rara modestia, que supo disfrazar con el pretexto de diferente carrera no subio a los pulpitos, donde sin duda avria sido admirable su espiritu, i triumphante el brio de su eloqüencia”; sin embargo, fomentó la predicación y las misiones, tanto en la ciudad de Zaragoza como enviando misioneros por todos los pueblos de la diócesis.

Administró las Órdenes Sagradas y la Confirmación, unas veces personalmente y otras compartió esta facultad con sus obispos auxiliares, primero con Juan Manuel Rodríguez Castañón, obispo de Uthina, hasta el año 1752 en que pasó a Tuy, y desde 1757, con Juan Lario y Lancis, obispo de Leta, hasta el fallecimiento de Francisco, siendo nombrado ese mismo año arzobispo de Tarragona.

Trabajador incansable, dedicado al gobierno, dirección y salud espiritual de su pueblo, fue, además, un decidido promotor de las artes, y así pagó la reforma de la Parroquieta de la Seo entre 1753 y 1755, sufragó los gastos de la construcción de la fachada de la Seo, cuyo proyecto fue presentado al cabildo en 1763, iniciándose las obras al año siguiente y acabándose tres después de su muerte, por lo que no la vio terminada aunque su escudo campea en ella, y ayudó con grandes sumas de dinero a la construcción y ornamentación de la Santa Capilla del Pilar, siendo su principal impulsor, cuya primera piedra la puso el 3 de diciembre de 1754 y se consagró en 1762. Su labor como mecenas de las artes fue extensísima, beneficiándose igualmente diversas iglesias parroquiales a cuya reconstrucción y embellecimiento contribuyó, y también su localidad natal, con cuatro relicarios de plata y un busto de Santa María Magdalena. Se distinguió por su protección y simpatía a la Compañía de Jesús, reflejando en ello, en cierto modo, su inclinación intelectual; dotó de edificio e iglesia, en 1744, al colegio de la Compañía de María o de la Enseñanza de Zaragoza, rama femenina de la Compañía de Jesús.

Además de su mecenazgo artístico distribuyó abundantes limosnas entre los pobres y necesitados, socorrió al Hospital Nuestra Señora de Gracia, al de la Misericordia, a la Casa de San Ignacio, a los de San Francisco, capuchinos y otros religiosos.

Después de dirigir esta diócesis veintidós años, este activísimo y generoso prelado falleció en Zaragoza, el 26 de febrero de 1764, a los ochenta años, y recibió sepultura en el panteón de la Santa Capilla en el templo del Pilar, como era su deseo. En su último testamento, redactado un año antes de su muerte, recordaba a todos los que habían estado a su servicio dejándoles una determinada cantidad; mencionaba a diversos conventos y hospitales a los que debía entregarse una ayuda en metálico y repartir limosnas entre los lugares de su señorío temporal, sin olvidar a sus sobrinos y parientes.

La figura del arzobispo Añoa es una de las más destacadas de entre las que han regido la diócesis cesaraugustana ya que reunía tres grandes cualidades: prudencia, sagacidad y equilibrio. El recuerdo que dejó, en palabras de alguno de sus coetáneos, como el jesuita Bruno Martí, fue el de una persona amante de la soledad, muy religiosa, piadosa, devota del Corazón de Jesús y de la Virgen, y dedicada por entero al estudio; dotado de grandes virtudes: modesto, caritativo, afable y dulce en el trato, severo, firme y recto en su actuación, paciente y abnegado; de vida austera, sobrio en la mesa y en sus costumbres, entregado a la penitencia y mortificación. Según otros, como Luis Garcés de Marcilla: “Un arzobispo, que fue con los nobles, atento y cortesano; y con los pobres, piadoso y compasivo: estos son los títulos con que se hizo amable a todos en el mundo”.

 

Obras de ~: Manifiesto Canónico, Christiano y Politico. Por [...] D. Francisco Añoa y Busto, Obispo de Pamplona [...] En la Disputa que con ocasión de las Reales Exequias de la Reyna [...] D.ª Maria Ana de Neoburg, ha ocurrido con el [...] Conde de Maceda, Virrey y Capitán General del Reyno de Navarra [...] Sobre pretender [...] usar de Dosel en dichas Exequias; y que el Señor Obispo no le avía de poner en ellas, sin embargo de celebrar la Missa de Pontifical, s. f.; Memorial [ Zaragoza, 1748].

 

Bibl.: J. C. Olóriz, Oración, que en el Domingo de Ramos en el templo Metropolitano de el Salvador [...] hizo en dicha ciudad su publica entrada. Año 1743, Zaragoza, Imprenta de Francisco Moreno [1743]; J. A. Arnal, Oración funebre en las exequias de el Ilustrissimo señor el Señor D. Francisco Ignacio de Añoa y Busto, Arzobispo de Zaragoza de el Consejo de S.M. etc. que hizo el convento de señoras religiosas de la Enseñanza, Compañía de María Santissima el dia tres de marzo, Zaragoza, En la Imprenta de el rey nuestro señor [1764]; B. Martí, Sermon predicado en las honras, que hizo a su difunto amo el Ilmo. Sr. D. Francisco Ignacio Añoa i Busto arzobispo de Zaragoza su agradecida familia, en la iglesia de la Compañia de Jesus el dia 26 de maio de 1764 [...], Zaragoza, Imprenta de Francisco Moreno [1764]; L. Garcés de Marcilla, Funebre panegyrica oracion, que en las exequias de el fallecimiento de el Ilustrissimo señor D. Francisco Ignacio de Añoa y Busto, arzobispo de Zaragoza, etc. consagro su cabildo cesaraugustano en el santo templo metropolitano de N.ª S.ª de el Pilar [...], Zaragoza, Imprenta de Francisco Moreno [1764]; J. Solano, Oración funebre que en la exequias celebradas por el cabildo de [...] Pamplona a la memoria del sr. Francisco Ignacio de Añoa y Busto, obispo de Pamplona y arzobispo de Zaragoza, Pamplona, Pascual Ibañez [1764]; Lamberto de Zaragoza, Teatro histórico de las iglesias del Reyno de Aragón, t. IV, Pamplona, Imprenta de la viuda de Don Joseph Miguel de Ezquerro, 1785, págs. 174-185; G. Fernández Pérez, Historia de la iglesia y obispos de Pamplona, real y eclesiástica del reino de Navarra, Madrid, 1820, 3 tomos; J. Blasco Ijazo, Obispos y arzobispos que han regido la diócesis de Zaragoza, Zaragoza, Publicaciones de “La Cadiera”, CXXXV, 1959, págs. 48-49; J. I. Tellechea Idígoras, “Dos informes episcopales sobre la diócesis de Pamplona. Las visitas —ad limina— de los obispos D. Juan Grande (1691) y D. Francisco de Añoa y Busto (1740)”, en Revista Española de Derecho Canónico, 26 (1970), págs. 99-116; F. Aguilar Piñal, Bibliografía de autores españoles del siglo xviii, t. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Miguel de Cervantes, 1981, pág. 309; P. Pueyo Colomina, “El primer informe del arzobispo D. Francisco Añoa y Busto: la diócesis de Zaragoza en el año 1746”, en Cuadernos de Historia J. Zurita, 39-40 (1981), págs. 175-194; A. Ansón Navarro, “El arzobispo D. Francisco de Añoa y Busto y la fachada de la catedral de la Seo, de Zaragoza (1764), obra de Julián de Yarza y Lafuente”, en Seminario de Arte aragonés, XXXIII (1981), págs. 53-64; B. Boloqui Larraya, “Aportaciones al mecenazgo de D. Francisco de Añoa y Busto, arzobispo de Zaragoza (1742-1764)”, en Seminario de Arte aragonés, XXXIII (1981), págs. 65-79; J. C. Labeaga Mendiola, “Un regalo del arzobispo Añoa a su ciudad natal, Viana (Navarra)”, en Seminario de Arte aragonés, XXXIII (1981), págs. 145-148; J. Goñi Gaztambide, Historia de los obispos de Pamplona, vol. VII, Pamplona, EUNSA, 1989, págs. 355-412; P. Pueyo Colomina, Iglesia y sociedad zaragozanas a mediados del siglo xviii: la visita pastoral del arzobispo D. Francisco Añoa a su diócesis (años 1745-1749), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1991; “El clero secular en la diócesis de Zaragoza: Los libros de órdenes del arzobispo Francisco I. Añoa y Busto (1742-1764)”, en VV. AA., Iglesia y Sociedad en el Antiguo Régimen. Actas de la III Reunión Científica de la Asociación Española de Historia Moderna, 1994, vol. I, Las Palmas de Gran Canaria, Universidad, 1995, págs. 165-176; J. C. Labeaga Mendiola, E. y P. Sáinz Ripa, Tres arzobispos de Viana, Viana, Gráficas Anrui, 1997, págs. 151-228; A. Serrano Martínez, “Episcopologio de Zaragoza”, en Aragonia Sacra, XVI-XVII (2001-2003), págs. 227-229; J. M.ª Serrano y A. Pérez Cerrada, “Personajes ilustres y nuestras catedrales (XI), Arzobispo Añoa y Busto”, en El Pilar, n.º 5, 151, Zaragoza, Excmo. Cabildo Metropolitano, 2004, pág. 12; E. Morales Solchaga, “Retrato de Francisco Añoa y Busto, arzobispo de Zaragoza”, en Juan de Goyeneche y el triunfo de los navarros en el siglo xviii, Pamplona, Fundación Caja Navarra, 2005, pág. 326.

 

Pilar Pueyo Colomina

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