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Hipólito Sánchez Rangel

Biografía

Sánchez Rangel, Hipólito. Villa de los Santos (Badajoz), 2.XII.1761 – Lugo, 29.IV.1839. Obispo franciscano (OFM) de Maynas (Perú) y de Lugo, escritor.

Nació en el seno de una familia de noble linaje pero de mediana fortuna, muy relacionada con los franciscanos, la que abandonó a los quince años para ingresar en la Orden de San Francisco en Segura de León (Badajoz), lo que, debido a la legislación entonces vigente, no pudo realizar hasta que en 1783 profesó en ella en el Convento de San Buenaventura de Sevilla.

Ya en calidad de religioso, cursó los preceptivos estudios de Filosofía y de Teología, primero, en Lebrija y, luego, de nuevo en Sevilla, tras lo cual, superadas las correspondientes oposiciones académicas prescritas en la Orden, además de obtener el título de predicador, ejerció durante varios años el profesorado de Teología en Sevilla y después en Utrera. Durante los años comprendidos entre 1787 y 1795 realizó una gira por los Conventos Franciscanos de Arcos de la Frontera, Jerez y de nuevo Utrera, donde ejerció los cargos de maestro de estudiantes y profesor de Filosofía, este último a pesar de haber ganado las nuevas oposiciones de Teología, para las que no había quedado ninguna plaza vacante.

Encontrándose en Utrera, en 1795 fue nombrado por el rey Carlos IV y el papa Pío VI custodio y provincial simultáneamente de la provincia franciscana de Florida (con sede central en La Habana), en segundo lugar, después del también franciscano Mariano Ulagar, para proceder a la reforma de dicha provincia, gravemente alterada por las disensiones existentes entre los religiosos criollos y los españoles. Este delicadísimo cometido dio lugar a que, como él mismo confiesa, surgieran “ciertas disputas y desavenencias” (en realidad, una enemistad despiadada) entre ambos reformadores, por lo que Sánchez Rangel, después de haber perdido todo un año en El Puerto de Santa María a la espera de embarcarse para Cuba, decidió regresar a su provincia franciscana de Andalucía tras haber obtenido “las debidas licencias y el real permiso” para seguir trabajando en ella, lo que hizo hasta el año 1800. En esta fecha, encontrándose ejerciendo el profesorado de Teología Moral en el Convento de Écija, recibió de nuevo el encargo, por parte del Rey y del Papa, de que se dirigiera a La Habana con el mismo objetivo que en 1795. Este cometido se vio obligado a aceptarlo después de haberse negado a ello en tres ocasiones distintas y con la circunstancia de que tuvo que hacerlo al mismo tiempo que recibió la noticia de la muerte de su madre, por lo que el 13 de abril de 1802 tuvo que embarcarse en Cádiz, como él mismo afirma, “aumentando el agua del mar con sus lágrimas”. El viaje lo realizó llevando consigo una expedición inicial de treinta y cuatro franciscanos de los setenta que tenía concedidos para efectuar la reforma, con los que, según él mismo dice, después de “mil trabajos, aflicciones y sustos”, llegó a La Habana el 9 de junio de ese mismo año. A partir de ese momento y hasta 1804 desempeñó en el Convento de esa ciudad la Cátedra de Prima, Tercia y Vísperas, ejerció el cargo de regente mayor de los estudios de la provincia franciscana, obtuvo los grados de licenciado y de doctor en Teología en la Universidad Pontificia de San Jerónimo de La Habana en octubre de 1804, mientras que como reformador de la provincia restableció la vida común en ella, impuso la disciplina regular y la surtió de personal con los religiosos que él mismo había llevado consigo. Junto con todo ello, ejerció también, ahora fuera de la Orden, el ministerio de la predicación, hasta el punto de que en ocasiones pronunciaba tres sermones al día. Tanta capacidad de trabajo indujo al obispo de La Habana, Juan Díaz de Espada y Landa, a nombrarlo compañero suyo durante la visita general de la diócesis que proyectaban, con el cometido especial de que preparara para la confirmación a los negros y a los “rústicos”. Finalizada la visita y dando por concluida satisfactoriamente su labor de reformador, se propuso regresar a España, pero no pudo hacerlo porque en mayo de 1804 recibió la noticia de que había sido nombrado primer obispo de Maynas, diócesis misional creada en 1779 a sugerencia del gobernador del territorio, Francisco Requena, a la que se le señalaban seis mil millas cuadradas repartidas entre el extremo septentrional del Perú, el sur-oriental del Ecuador y el meridional de Colombia, territorio regado por los ríos Marañón, Morona, Pastaza, Putumayo, Napo y Yupará. Su primera reacción ante este inesperado nombramiento fue renunciar a él, pero tuvo que terminar aceptándolo ante la presión del obispo de La Habana, tras lo cual decidió emprender viaje a su diócesis.

La guerra que en ese momento mantenía España con Inglaterra lo obligó a dirigirse desde Cuba a México (lo que no le evitó ser desvalijado por los ingleses) para trasladarse a Maynas “casi de prestado”, como él mismo dice, por carecer de medios para ello, de manera que tuvo que detenerse en esa ciudad durante cinco meses hasta que por fin pudo embarcarse en Acapulco y a través del Pacífico llegar a Guayaquil y desde allí a Quito, donde fue consagrado obispo en diciembre de 1707, tras lo cual prosiguió viaje a pie hasta su destino. Antes incluso de establecerse, en febrero de 1808, en su sede episcopal de Jéveros, capital entonces del territorio, inició una visita general a la diócesis que perduró hasta 1810 y que estuvo precedida por la primera iniciativa importante de su episcopado como fue conseguir la destitución del gobernador de Maynas, Diego Alfaro, del que le habían informado que dispensaba maltrato a los indios. Él mismo asevera, con cifras incluso exactas, que durante esa visita practicó 73.524 confirmaciones en su diócesis de Maynas, 60.260 en un viaje que realizó a Lima y 25.000 en la de Trujillo, en estas dos últimas al pasar por ellas en sus continuos desplazamientos y con permiso de sus respectivos obispos. A raíz de esta primera visita redactó un minucioso informe sobre la impresión recibida de ella. La diócesis la describe como “un obispado de una extensión inmensa, en el que apenas hay pueblo donde vivir sin incomodarse lo sumo en el cuerpo y en el espíritu por su situación local, por sus habitantes o por sus escaseces y plagas”, a lo que luego añade que “esto es un desamparo, un carecer de todo, aun de lo más necesario para la vida; aquí no hay orden ni se puede poner. Esto no es posible arreglarlo ni espiritual ni materialmente”.

Refiriéndose a los habitantes, asevera que a los indígenas “no hay quien los pueda contener” y que “la ociosidad, embriaguez y deshonestidad a que son tan inclinados o por su natural constitución o por falta de principios y del poder se fomenta aquí con los escándalos de los que no son indios, a quienes ellos veneran y temen como a más poderosos y más nobles y piensan estar obligados a imitarlos en todo”, razón por la cual él se muestra partidario de que los blancos abandonaran la región porque además de servir de mal ejemplo para los nativos abusaban de ellos laboralmente.

Desde el punto de vista de las autoridades, según él “los que mandan se exceden en lo que mandan, contraviniendo a la razón y a la ley y pretextando que una y otra favorecen sus excesos”, mientras que “los que obedecen o obedecen de mala gana o no obedecen”.

Refiriéndose a la situación religiosa, afirma que últimamente se había introducido en esa diócesis “un desprecio total a los ministros de la religión misma, un perseguir a los primeros y un escasearles los auxilios para vivir, que aun yo mismo tengo sufrido y experimentado mucho de esto”, hasta el punto de que “es un delito ser eclesiástico, principalmente regular”. Resumiendo: “no hay vicio por enorme que sea que no se halle entronizado en esta tierra en descrédito de la humanidad y de la religión que no se contienen estos abusos tan escandalosos si no se toman las debidas providencias”. Esta lamentable situación de la diócesis se debía en parte a que desde 1768, año en el que abandonaron el territorio los jesuitas, éste estuvo poco menos que abandonado desde el punto de vista misional e insuficientemente provisto por el clero secular. Por esta razón, la llegada a él de este primer obispo se interpretó como un signo de esperanza desde todos los puntos de vista, hasta el punto de que el Colegio de Misiones de Ocopa (Perú) puso a disposición del nuevo prelado a dieciséis franciscanos en 1806, es decir, antes incluso de que él llegara a Maynas. A esta primera visita siguió otra, practicada desde 1810 hasta 1812, durante la cual recorrió (en afirmación suya) “de 400 a 800 leguas a pie por montes inaccesibles, ríos caudalosísimos y pampas de llanuras cubiertas de lagunas y de mil peligros”. Fue a raíz de esta visita, pero como consecuencia de ella, cuando le surgió uno de los más graves problemas que llegaron a planteársele desde el punto de vista misional, consistente en que, aun cuando todos eran franciscanos, él exigía ejercer su jurisdicción episcopal sobre las doctrinas o parroquias misionales que estaban a cargo de los religiosos, mientras que éstos le negaban esa jurisdicción en este punto concreto.

Ante el hecho de que una Real Cédula de 1813 se pronunció a favor de la postura del obispo, los religiosos abandonaron Maynas por la misión, también franciscana, del Ucayali. Este mismo año y como fruto también de la visita cursada de 1810 a 1812, le propuso a la Corona española la adopción de un total de ocho medidas para mejorar el deplorable estado de la diócesis: autoridad episcopal sobre los religiosos y las misiones; fundación de un colegio de misiones o de un seminario conciliar; establecimiento de un gobernador único para todo el territorio y supresión del gobierno militar; comunicación directa con España a través del río Marañón; traslación de la sede episcopal de Jéveros a Moyabamba; envío de familias españolas selectas a Maynas; posibilidad de disponer de misioneros distintos de los franciscanos de Ocopa; apertura de un camino directo de Maynas a Lima.

Solicitado por el virrey del Perú un informe sobre este proyecto, los informadores fueron paradójicamente dos franciscanos de Ocopa, quienes lo echaron total y definitivamente por tierra, por lo que no pudo poner en práctica más que el segundo punto como iniciativa propia, sin que se tengan noticias sobre la evolución de ese seminario.

En marzo de 1820, al iniciarse definitivamente el proceso de independencia del Perú, los independentistas, ante su irreductible postura a favor de la Monarquía española, saquearon su palacio episcopal y a él lo amenazaron personalmente de muerte, por lo que, sin más equipaje que el breviario y el báculo, emprendió a pie la huida (o “fuga”, como él mismo dice) desde Moyobamba hasta Chachapoyas, distantes 40 leguas. Por esa misma causa, a finales de ese mismo año 1820 y comienzos de 1821 tuvo que emprender una segunda “fuga”, hasta que en octubre de este mismo año pudo refugiarse en Brasil y desde allí emprender en 1822 viaje a Lisboa, desde donde en agosto de 1823 se trasladó a Madrid. A finales de este último año se dirigió al rey Fernando VI para pedirle que le proporcionara un destino que, al mismo tiempo que le sirviera de medio para servir a la Iglesia, le proporcionara también ingresos para su propia subsistencia, a lo que el Monarca le respondió proporcionándole en 1823 el nombramiento de administrador apostólico de Murcia y poco después el de obispo de Lugo. En el desempeño de este segundo ministerio se vio enfrascado en frecuentes desavenencias con su Cabildo, al mismo tiempo que trató de cumplir con su responsabilidad pastoral mediante la difusión impresa de algunas pastorales y la realización de una visita pastoral a la diócesis. Esta actividad episcopal se vio dificultada no sólo por los problemas políticos y religiosos por los que atravesaba toda España en esos momentos sino también por el desempeño de sus responsabilidades personales en cuanto presidente de la junta diocesana de religiosos exclaustrados y sobre todo como miembro de la junta eclesiástica de 1833 y más aún como prócer del Reino desde 1834, títulos que lo obligaban a ausentarse de su diócesis frecuentemente y por largo tiempo para acudir a las Cortes en un momento como ese, tan delicado para la Iglesia.

Su actividad pastoral la conjugó con sus facultades de escritor, las que desarrolló sobre todo en los aspectos autobiográfico y pastoral, con la sorprendente característica de haberse valido a veces de la poesía en la elaboración de sus pastorales.

Falleció en Lugo de una congestión cerebro-pulmonar el día 29 de abril de 1839.

 

Obras de ~: “Diario marítimo del primer obispo de Maynas (Perú) y de Lugo, D. Fr. Hipólito Sánchez Rangel”, en Estudios Geográficos (Madrid), 8 (1847), págs. 241-299; Despedida del obispo de Maynas. Fragmentos de una pastoral escrita en Maynas, en la fuga, de su primer obispo, Madrid, 1825; Entrada en la ciudad de Lugo. Pastoral de 1825, 8 de septiembre, Lugo, 1825; Tercera exhortación pastoral del obispo de Lugo sobre el jubileo. Para las corporaciones de la misma ciudad y obispado, Lugo, 1826; Pastoral religioso-política, geográfica, Lugo, 1827; Pastoral. Vigésima séptima pastoral. O un salmo traducido en acción de gracias, 30 de mayo de 1828, Lugo, 1828; Pastoral del obispo de Lugo sobre la santa confirmación: se explica el modo de recibirla y de administrarla para lograr el fruto de tan admirable sacramento, Lugo, 1837; Pastoral del obispo de Lugo sobre la bula de la santa cruzada, Lugo, 1838; Relación de los sucesos de la vida de [...] fray Hipólito Sánchez Rangel de Zayas y Quirós, obispo de Lugo, desde que tomó el hábito de San Francisco, escrita por él mismo en Madrid año de 1800, Madrid, 1800 (en F. Quecedo, El Ilmo. Fray Hipólito Sánchez Rangel, Buenos Aires, ed. Coni, 1942, págs. 32-56); Relación exacta y sucinta de los sucesos y padecimientos del primer obispo de Maynas, escrita por el mismo prelado, antes de serlo, en Madrid y después en Lugo, s. f. (en F. Quecedo, El ilustrísimo fray Hipólito Sánchez Rangel, op. cit., págs. 6-16).

 

Bibl.: F. Quecedo, “Hallazgo y descripción de una autobiografía del primer obispo de Maynas, D. Fr. Hipólito Sánchez Rangel”, en Archivo Ibero-Americano (Madrid), 35 (1932), págs. 274-281; El Ilmo. Fr. Hipólito Sánchez Rangel, primer obispo de Maynas, op. cit.; M. E. Porras, La gobernación y el obispado de Mainas, Quito, Ediciones Abya-Yala, 1987; F. de Requena, Historia de Maynas, Madrid, Atlas, 1991.

 

Pedro Borges Morán

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